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Puerta del pensamiento a la existencia, la palabra es también portadora del ser en el pensamiento que transmite. Vía de transmisión, entonces, del silencio que habita en el interior del hombre a la voz que habla en el mundo. No hay vida humana sin palabra, porque no hay hombre que no hable, que no diga lo suyo, que no deje de nombrar las cosas de un modo al que podríamos calificar como complejamente incompleto y, por ello, infinitamente pleno en posibilidades. Ser es pensar y hablar el ser. A pesar de los tortuosos intentos por degradarse, hasta el último hombre, aquel que ha denegado en sí toda trascendencia, dice el ser en su existencia, eclíptico, en lo sombrío que expresa su infortunio. En tal sentido, lo infra-humano constituye, per se, una imposibilidad del descenso a lo in-humano; aun subsumido en el plano animal, no puede extinguirse en él la dimensión humana; aun extraviado, no está enteramente perdido. En esto, hemos de ver que la condición infra-humana no constituye sino una parodia grotesca que, sin embargo, se referencia a lo humano aunque más no sea en el modo de su caída. El descenso de tal caída habrá de ser, necesariamente, de un modo humano: la caída del hombre lleva, en sí, el sello del hombre en la caída. No hablamos porque pensamos: pensamos porque hablamos. Aunque permanezcamos callados, hablamos para dentro. Hablamos pensamiento. La palabra habla el pensamiento, y hace resonar la razón humana con el sonido del sentido. Que el principio trascendente se convierta en fin trasparente, que el ser se manifieste en la existencia, que lo real se convierta en realidad, es diseño del pensamiento, que es mirada inicial, y obra de la palabra, que es acción iniciática. Así como el pensamiento es inicio para la realidad, la palabra es iniciación para la realización. En cada movimiento donde el hombre inscribe su historia, la palabra escribe la genealogía de los astros y las constelaciones, la inconmensurabilidad del universo, la indiscernible trama de un diálogo secreto: somos en la intimidad de un vínculo entre la verdad manifestada y el misterio no manifestado. En los momentos de iluminada mansedumbre, en que la pretensión de poder cede ante la intención de saber, la palabra habla el misterio y trasciende el pragmatismo utilitario de la difusión nocional y de la efusión emocional: se descubre fusión de la diversidad de la existencia en la unidad del ser. Si al inicio todo fue instituido en la palabra, todo ha de ser restituido en ella finalmente. |
NOTAS | |
* | Ernesto F. Iancilevich es un poeta y ensayista argentino, Buenos Aires, 1952. Licenciado en bibliotecología y documentación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde cursó estudios de filosofía. Miembro del Colegio de Graduados de Filosofía y Letras y de varias sociedades de autores y escritores. SYMBOLOS ha publicado de su mano: "La Edad Sombría", "La Época del Final de un Ciclo" (en dos documentos) y "Los Signos de la Confusión". |