DEFINICION TRADICIONAL 
DEL MOVIMIENTO DE LA HISTORIA *
GASTON GEORGEL

Conceptos antiguos sobre el desarrollo de la Historia
La Antigüedad no se figuraba el Tiempo bajo el aspecto "de una duración monótona, constituida por la sucesión, según un movimiento uniforme, de momentos cualitativamente parecidos". Al contrario, el tiempo les parecía más bien "un conjunto de eras, de estaciones y de épocas".

Esta observación hecha por Marcel Granet a propósito del Pensamiento chino, vale igualmente para las tradiciones mediterráneas, inclusive la judía, en las cuales las eras y estaciones se convierten en los "Grandes Años" y las "Edades" de los poetas greco-latinos, o bien en los periodos jubilares de la Biblia.

En resumen, la Antigüedad admitía la existencia de un cierto orden de la duración temporal, que incluso constituía el objeto de una importante ciencia tradicional denominada doctrina de los ciclos cósmicos.

Según René Guénon, que ha sido el primero en exponer sus principios, esta doctrina puede resumirse así:

Por analogía con el destino del hombre individual, o bien a partir de ciertos principios metafísicos, la Antigüedad dividía la vida de una Humanidad, por una parte en periodos cíclicos de igual duración (ciclos polares, Grandes Años, etc.) y, por otra parte, en Edades de duraciones progresivamente decrecientes.1

Después, y siempre en virtud de la ley universal de analogía, los ciclos primarios precedentes (Edades o Grandes Años), podían dividirse o subdividirse a su vez en periodos o fases secundarias cada vez más cortas. Inversamente, la Biblia menciona las "semanas de años", que luego agrupa en "semanas de semanas de años", lo cual añadiendo el año jubilar terminal, desembocaba en el ciclo de cincuenta años, y a partir de ahí, doblado, en el siglo.

La duración teórica del Gran Año, es decir del periodo cósmico que los autores greco-latinos citaban más a menudo, sería según René Guénon de 12.960 años2 (13.000 años en números redondos), y se añade que la historia global de nuestra Humanidad debe constar en total de cinco Grandes Años, es decir 64.800 años. Además esta misma duración podría dividirse igualmente ya sea en tres ciclos polares (o tal vez glaciares), de 21.600 años cada uno, ya sea en cuatro Edades de Oro, de Plata, de Bronce y de Hierro, de duraciones cada vez más breves.

Notemos de pasada que ciertas divisiones cíclicas procedentes del Gran Año (y especialmente del Año cósmico de 2.160 años) parecen provocar en la historia repeticiones de acontecimientos, o más bien, analogías de situaciones históricas extremadamente curiosas, lo que ha hecho decir al R. P. Victor Poucel: "El paralelismo de los ciclos de la vida terrestre y de los ciclos superiores de las esferas sugiere al pensamiento que el individuo no sólo reproduce a aquéllos que sigue inmediatamente, es decir los padres, sino que vuelve a traer de distancias regladas cósmicamente ciertos elementos ancestrales que se manifestarán por él".3

La significación metafísica de los diferentes periodos cíclicos está basada generalmente en las propiedades cualitativas de los números: tres, cuatro, cinco, seis, siete, diez, cuarenta, cincuenta, etc. Es así que el R. P. Victor Poucel, en su estudio sobre la morfología del cuerpo humano, ve en el ternario como un reflejo de la Trinidad. Igualmente podemos poner en relación los tres ciclos polares de nuestra Humanidad con las tres funciones, profética, sacerdotal y real, del principio cósmico llamado el "Rey del Mundo". El número 4 se encuentra en las 4 fases de la luna y las 4 estaciones del año; de ahí por analogía las 4 edades de la vida humana y las 4 fases del Movimiento de la Historia. La sucesión de los 5 Grandes Años corresponde, a su vez, ya sea a la sucesión geográfica del Polo y los cuatro Orientes, ya sea correlativamente a una raza humana primordial y las cuatro razas clásicas (amarilla, negra, roja y blanca). Cada Gran Año corresponde así a la manifestación, es decir al periodo de expansión o apertura de una raza, y en consecuencia de un temperamento humano determinado.

En cuanto al septenario, ya lo encontramos en la sucesión de los siete días de la semana, la cual sabemos que constituye pura y simplemente una enumeración astrológica (Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno). En otros casos encontramos una serie de siete periodos cíclicos, seguido de una segunda serie simétrica de la primera, como el ciclo bíblico bien conocido de los siete años de abundancia (o de las vacas gordas), seguidos de los siete años de escasez (o de vacas flacas).

Metafísicamente podríamos decir que la primera serie (o de las siete vacas gordas) simboliza una fase de desarrollo o de crecimiento, y la segunda serie (de las siete vacas flacas), la fase siguiente de involución y de declive; tal era el caso del ciclo simétrico de 154 años estudiado a propósito de los Ritmos en la Historia, y tal es igualmente el caso para el ciclo crístico de 2.000 años aproximadamente que será examinado en el curso del presente estudio.

La división del Manvántara, o ciclo de una Humanidad en cuatro Edades de duraciones decrecientes procedía de otro punto de vista que podríamos llamar "descendente", ya que se trata, de hecho, de lo que la Biblia denomina la "Caída". La progresión decreciente de las duraciones simbolizaría así la degradación de la naturaleza a lo largo de la historia (por analogía con las cuatro estaciones del año), o la aceleración creciente de la "Caída" desde la Edad de Oro original hasta la Edad Negra final. Según Platón, efectivamente, el mundo "salido de las manos de su autor gozó primero las ventajas de una obra nueva, cuyo movimiento y fuerzas no han sido todavía alterados por nada, pero que con el tiempo se altera y se usa, y que sería destruída para siempre si el gran demiurgo, sensible a sus desgracias, no cuidara de repararla y devolverle su última perfección."

Esta concepción platónica del sentido de la Historia, que supone una caída continua, una regresión de la sociedad desde el origen hasta el fin del ciclo, se encuentra igualmente, y bajo una forma muy explícita, en una antigua tradición árabe citada por René Guénon:

"En los tiempos más antiguos, los hombres solamente se distinguían por el conocimiento; luego se tomó en consideración el nacimiento y el parentesco; más tarde hasta la riqueza vino a considerarse como una marca de superioridad; por fin, en los últimos tiempos, no se juzga a los hombres más que por las apariencias exteriores."

Como estos son los puntos de vista respectivos de las diferentes castas, podemos concluir el predominio de la casta sacerdotal de los clérigos sabios (los que saben) durante los tiempos más antiguos (la Edad de Oro), después de la nobleza hereditaria durante la Edad de Plata siguiente, luego de la clase de los mercaderes durante la Edad de Bronce, y del pueblo, al fin, durante la última Edad o Edad de Hierro. De esta forma encontramos, contemplado según el sentido descendente o regresivo tradicional, el proceso histórico de la sucesión de las cuatro castas sociales en la escena política, es decir, hablando en términos actuales, el proceso mismo del "Movimiento de la Historia", que se encuentra así claramente definido, y que inmediatamente vemos que se identifica, en el fondo, con la antigua doctrina tradicional relativa a las cuatro Edades de la Humanidad.

No obstante, se puede plantear aquí una objeción puesto que, según ciertas concepciones recientes, el Movimiento de la Historia desembocaría no en un "descenso", una "regresión", sino al contrario en una ascensión: la "promoción obrera". Ahora bien, no es difícil de demostrar que tal punto de vista resulta en realidad de una ilusión óptica análoga a aquella del observador que, desde lo alto de un embalse, viese el agua deslizarse rápidamente río abajo. Mirando así en el sentido del avance de la onda, al cabo de algunos instantes la cresta del embalse parece desplazarse río arriba, en sentido inverso a la corriente. Es una ilusión, evidentemente, que se disipa muy deprisa cuando el paseante dirige su mirada hacia las orillas inmóviles o, volviéndose, levanta los ojos río arriba; pero es una ilusión lógica sin embargo, ya que expresa la relatividad del movimiento para cualquiera que no se refiera a señales fijas. En el dominio de las apariencias, mirar el agua que fluye río abajo desde un embalse equivale -relativamente- a desplazarse río arriba.

Igualmente, para el historiador progresista obstinadamente orientado hacia el futuro y cuya mirada está clavada en la "Corriente de la Historia", las clases populares parecen "ascender". Pero la ilusión es fácil de disipar cuando se trata, también aquí, de un movimiento relativo. En realidad no es el pueblo que "asciende", sino la burguesía que "desciende" y tiende a confundirse con el proletariado, a diluirse en él. No obstante, tal ilusión óptica provocada por un punto de vista demasiado estrecho y demasiado exclusivo no impide al "Movimiento de la Historia" existir y expresar un orden de hechos muy real, que merece ser observado y estudiado seriamente.

Esto es lo que vamos a hacer ahora, empezando por el estudio, al menos sumario, de las tradiciones antiguas, paganas y judeo-cristianas, que se refieren a esta importante cuestión.

Las cuatro etapas del Movimiento de la Historia en las Tradiciones antiguas
Lo que hoy en día llamamos "Movimiento de la Historia" ya era conocido por la Antigüedad, pero con otra forma y otro nombre. Siendo así, parece útil examinar como el proceso conjunto del descenso cíclico fue considerado por las principales tradiciones de la Antigüedad clásica, tanto de Oriente como de Occidente.

Consultemos, para empezar, la venerable tradición hindú:

En los textos sagrados de la India, las cuatro edades sucesivas son designadas respectivamente por los términos de: Krita-Yuga, para la edad de oro; Treta-Yuga, para la edad de plata; Dwapara-Yuga, para la edad de bronce y Kali-Yuga para la edad de hierro; los tres primeros términos están en relación etimológica con los números: cuatro (para Krita), tres (para Treta) y dos (para Dwapara), mientras que el último término "Kali", significa sombrío, oscuro, de aquí la traducción: Kali-Yuga = Edad sombría. La razón de las denominaciones de las tres primeras edades está expuesto en el siguiente pasaje de Dupuis:

"Esta misma degradación de la felicidad y de la virtud del hombre durante el gran periodo dividido en cuatro edades, ha sido designado por los hindúes mediante otro símbolo. Representan la virtud bajo el emblema de una Vaca que se sostenía sobre sus cuatro patas durante la primera edad, sobre tres en la segunda, sobre dos en la tercera, y que hoy, en la cuarta, no se sostiene más que sobre una pata. Estas cuatro patas eran la verdad, la penitencia, la caridad y la limosna. Pierde una de sus patas al final de cada edad, hasta que al final, después de haber perdido la última, las recobra todas y comienza de nuevo el círculo que ya ha recorrido."4

A la idea de degradación moral retenida únicamente por Dupuis debe añadirse igualmente la idea complementaria de un desequilibrio progresivo que parte de la estabilidad perfecta original simbolizada por la vaca plantada sólidamente sobre sus cuatro patas, para desembocar, sucesivamente, en la inestabilidad catastrófica del animal en equilibrio sobre una sola pata. La importancia de esta observación no podría estar aquí más subrayada, en razón de la concordancia visible, con los hechos de la idea de desequilibrio progresivo sugerido por el precedente simbolismo.

Efectivamente, todo el mundo está de acuerdo en constatar que la evolución de la humanidad, primero muy lentamente durante los numerosos milenios del paleolítico, ha comenzado a progresar poco a poco a partir del neolítico para acelerarse cada vez más desde la edad de bronce hasta alcanzar el aspecto de cataclismo de la época actual -evidentemente utilizamos la palabra cataclismo en el sentido propio del término, puesto que en el punto en que nos encontramos, el hombre ya no es dueño de las espantosas fuerzas de destrucción que ha desencadenado, de tal manera que una catástrofe final es inevitable.

En otro sentido que parece haber sido observado por los autores de la Evolución Regresiva, la Caída provoca, a partir de un estado primordial esencialmente fluido, lo que René Guénon ha denominado el proceso de "solidificación" creciente, o también de esclerosis y endurecimiento progresivo de la sociedad humana en el curso de las tres últimas Edades de su historia. Esto permitiría simbolizar la fluidez característica de la Edad de Oro (o Krita Yuga) mediante las olas móviles de un río en primavera, después del deshielo, mientras que la "solidez" de la última etapa se figuraría mediante la corteza de hielo que cubre el río tras los grandes fríos de invierno; solidez por otra parte precaria y equívoca, como la del hielo a punto de derretirse.

Esta idea de una "solidificación" progresiva también se sugiere en el siguiente texto, en donde se dice que "Kali está acostado, Dwapara es lento en sus movimientos, Trêta permanece en su lugar, fijo, de pie, y Krita viaja y erra"5 lo que significa evidentemente que si la edad Krita (o edad de oro) es la de la movilidad, o si se prefiere de la ausencia total de limitaciones o de coacciones, la edad Kali es al contrario la de la rigidez, es decir de la coacción, o para emplear un término moderno, de la "dictadura totalitaria".6

Por otro lado, ciertos textos tradicionales aportan indicaciones preciosas, concernientes a las relaciones entre las duraciones de las cuatro Edades sucesivas. Según Dupuis en efecto: "Los hindúes suponen que su gran periodo es de 4.320.000 años, y que se divide en cuatro periodos o edades, de las que tres ya han transcurrido.
 

La primera, dicen, ha durado
1.728.000 años
La segunda
1.296.000 años
La tercera
864.000 años
La cuarta durará
432.000 años

"Vemos que estas cuatro cifras son absolutamente las mismas que las que hemos encontrado estableciendo una progresión de cuatro términos, que sigue la de los números naturales, 1, 2, 3, 4 y cuyo primer término o el elemento generador fue el periodo caldeo o el año de restitución, 432.000 años.

"El abad Mignot informa según el Ezour-Vedam de una tradición india que da otra duración a cada una de estas edades. La primera dura 4.000 años, la segunda 3.000, la tercera 2.000 y la última solamente 1.000 años. A pesar de la prodigiosa diferencia que reina entre las dos tradiciones, observamos siempre la misma progresión decreciente."

Las anteriores citas ya proporcionan unas precisiones útiles en lo que concierne a la progresión decreciente de las duraciones, como la de los cuatro números de la Tetraktys pitagórica, 4, 3, 2 y 1 cuyo total vale 10. Por contra, respecto a las cifras propuestas para las mismas duraciones, se impone una reserva, ya que según René Guénon:

"Lo que cabe considerar en estas cifras, de una manera general, es solamente el número 4.320., y en absoluto la mayor o menor cantidad de ceros que le siguen."

Este número 4.320, o más bien 432, pertenece en efecto a la serie de números cíclicos fundamentales y, de hecho, lo encontramos en la base de un cierto número de periodos cíclicos, principales o secundarios, como podremos constatar efectivamente.

Después de los textos indo-iranios, he aquí ahora la tradición greco-romana que, en razón de su carácter social y religioso, insiste sobre todo en las consecuencias materiales y morales de la degradación cíclica o "envejecimiento" de la humanidad en el transcurso de su historia. Según Hesíodo:

"De oro fue la primera raza de hombres perecederos que crearon los Inmortales, habitantes del Olimpo. Era cuando todavía reinaba Cronos en el cielo.

"A continuación, una raza de hombres muy inferior, una raza de plata, fue creada más tarde por los habitantes del Olimpo. Y Zeus, padre de los dioses, creó una tercera raza de hombres perecederos, raza de bronce, muy diferente de la raza de plata, terrible y poderosa. Y cuando el suelo hubo cubierto de nuevo esta raza, Zeus, hijo de Cronos, creó todavía una cuarta sobre la gleba alimenticia, más justa y más valiente, raza divina de héroes que llamamos semi-dioses y cuya generación nos ha precedido sobre la tierra sin límites. y plazca al cielo que yo no tuviese que vivir en medio de los de la quinta raza, y que yo hubiese muerto más pronto o nacido más tarde. Ya que es ahora la raza de hierro."7

Es sorprendente constatar que el poeta griego describe aquí cinco razas en lugar de las cuatro que solamente menciona la tradición hindú; pero, si nos atenemos al simbolismo de los metales, es muy evidente que hay que eliminar la raza de los héroes integrándola en la raza de hierro de la cual constituye en realidad la rama primitiva (o si se prefiere la primera fase). Lo que es extremadamente curioso, de cualquier forma, es que también el Génesis hace una pequeña alusión a esta raza enigmática de héroes, que sin embargo ya no figura en la tradición latina, como podemos juzgar según los pasajes siguientes de Ovidio y de Virgilio:

"La edad de oro nació primero. (bajo el reino de Saturno). Sin embargo Saturno es precipitado al tenebroso Tártaro, y el imperio del mundo pasa a manos de Júpiter: desde entonces empieza la edad de plata, menos pura que la edad de oro.

"A estas dos edades les sucede la edad de bronce: el hombre es más feroz y está más dispuesto a tomar las armas que siembran el terror: no obstante se abstiene del crimen; la última edad es la edad de hierro.

"Al instante, todos los crímenes salen a la luz, en este siglo del más vil metal."8

La gradación descendente de las cuatro edades está aquí bien indicada, sobre todo si tenemos en cuenta la definición que Virgilio da de la edad de oro:

"Llamamos edad de oro los siglos durante los que Saturno fue rey: gobernaba los pueblos en la tranquilidad y en la paz. La tierra producía por ella misma con tanta liberalidad que nadie la solicitaba."

Vistas estas definiciones, sería interesante compararlas con las que nos proporciona la tradición hindú:

"Cuando el órgano interno, la inteligencia y los sentidos participan sobre todo de la Bondad (Sattwa = tendencia ascendente, luminosa), entonces reconocemos la edad Krita, durante la cual nos complacemos en la ciencia y la austeridad.

"Cuando los seres se dedican al deber, al interés, al placer, entonces es la edad Trêta, en la que domina la Pasión (Rajas = tendencia expansiva).

"Cuando reinan la concupiscencia, la inestabilidad, el orgullo, la impostura, la envidia, en medio de obras interesadas, entonces es la edad Dwapara, en la que dominan la pasión (Rajas) y la oscuridad (Tamas = tendencia descendente, tenebrosa).

"Cuando reinan el engaño, la mentira, la inercia, el sueño, la maleficencia, la consternación, la pesadumbre, el desorden, el miedo, la tristeza, se llama edad Kâli, que es exclusivamente tenebrosa" (tendencia descendente, "Tamas" exclusivamente).9

Notemos aquí que la tendencia ascendente o "Sattwa" que predomina en la edad Krita se simboliza por la luz del conocimiento, o luz espiritual; evidentemente se deduce la identificación de la edad de oro de los greco-romanos con la Krita-Yuga de los hindúes, los que la denominan además Satya-Yuga o edad de la verdad.

Por comparación, la edad de plata no será más que el reflejo de la edad de oro, de la misma manera que la luz blanca de la luna no es más que el reflejo de los rayos dorados del sol. Además sabemos que la plata corresponde también a la casta noble cuya tendencia dominante es "Rajas", la Pasión.10

En cuanto a la correspondencia entre las cuatro castas y los cuatro metales, particularmente significativa desde el punto de vista social, se encuentra con todas sus letras en Platón: "Vosotros que formáis parte de la ciudad, sois todos hermanos., pero el dios que os ha formado ha mezclado oro en la composición de aquellos de vosotros (los sabios) que son capaces de mandar; también son los más preciosos; ha mezclado plata en la composición de los guardianes (los guerreros); hierro y bronce en la de los labradores y otros artesanos."11

Incluso la fragilidad de las tiranías de la Edad de Hierro, simbolizada en la Biblia por los pies de barro de la estatua de Daniel, está expresamente anunciada por el gran filósofo griego: "El Estado perecerá cuando sea guardado por el hierro o por el bronce."

Así se verifica el perfecto acuerdo de las diferentes tradiciones en cuanto a la doctrina de las cuatro edades (por tanto del Movimiento de la Historia), al menos en lo concerniente a la denominación, el sentido y la sucesión de las cuatro Edades tradicionales. Queda por verificar ahora si lo mismo ocurre en el caso de la tradición judeo-cristiana, tanto desde el punto de vista del simbolismo como de las proporciones entre las duraciones de las cuatro fases sucesivas del Movimiento de la Historia.

El simbolismo del Coloso con los Pies de Barro
La teología cristiana moderna parece ignorar totalmente la doctrina de los ciclos, y más particularmente, la teoría relativa a la sucesión de las cuatro Edades de la Humanidad, teoría que sin embargo se encuentra en la mayor parte de los autores greco-latinos desde Hesíodo y Platón hasta Virgilio y Ovidio. La Biblia también encierra, velados bajo el simbolismo del Coloso con los pies de barro, la mayor parte de las enseñanzas que las otras tradiciones nos brindan abiertamente.

Es lo que vamos a constatar ahora, a propósito del texto que sigue de Daniel12:

"Tú, ¡oh rey!, mirabas y estabas viendo una gran estatua. Era muy grande la estatua y de un brillo extraordinario; estaba en pie ante ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de la estatua era de oro puro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, los pies parte de hierro y parte de barro. Tú estuviste mirando, hasta que una piedra desprendida, no lanzada por la mano, golpeó a la estatua en los pies de hierro y de barro, destrozándolos. Entonces el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro se desmenuzaron juntamente y fueron como tamo de las eras en verano, y el viento se los llevó sin que de ellos quedara traza alguna; mientras que la piedra que había golpeado a la estatua se hizo una gran montaña y llenó toda la tierra. "He aquí el sueño; su interpretación la daremos delante del rey.

"Tú, ¡oh rey!, rey de reyes, a quien el Dios del Cielo ha dado el imperio, el poder, la fuerza y la gloria. El ha puesto en tus manos a los hijos de los hombres, dondequiera que habitasen; a las bestias de los campos, a las aves del cielo, y le ha dado el dominio de todo; tú eres la cabeza de oro. Después de ti surgirá otro reino menor que el tuyo, y luego un tercero, que será de bronce y dominará sobre toda la tierra. Habrá un cuarto reino, fuerte como el hierro; como todo lo rompe y destroza el hierro, así él lo romperá todo, igual que el hierro, que todo lo hace pedazos. Lo que viste de los pies y los dedos, parte de barro de alfarero, parte de hierro, es que este reino será dividido, pero tendrá en sí algo de la fortaleza del hierro, aunque viste el hierro mezclado con el barro. Y el ser los dedos parte de hierro, parte de barro, es que este reino será en parte fuerte y en parte frágil. Viste el hierro mezclado con el barro porque se mezclarán por alianzas humanas, pero no se pegarán unos con otros, como no se pegan el hierro y el barro. En tiempo de esos reyes, el Dios de los cielos suscitará un reino que no será destruido jamás y que no pasará a poder de otro pueblo; destruirá y desmenuzará a todos esos reinos, mas él permanecerá por siempre. Eso es lo que significa la piedra que viste desprenderse del monte sin ayuda de mano, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro.

"El Dios grande ha dado a conocer al rey lo que ha de suceder después; el sueño es verdadero, y cierta su interpretación."

Según ciertos autores, y especialmente el canónigo Crampon, "la cabeza de oro figura la monarquía babilónica personificada en Nabucodonosor, su más ilustre representante; el segundo reino sería el imperio de los Medos y de los Persas; el tercer reino, el de Alejandro Magno; y el cuarto, el mismo gran imperio romano. La piedra caída del cielo representaría el Mesías descendido del cielo". En realidad, una interpretación tan literal de un texto profético es muy insuficiente y, en efecto, los autores cristianos de la Edad Media supieron identificar la sucesión de los cuatro reinos de Daniel con la de las cuatro Edades tradicionales de nuestra humanidad. Nos basta como prueba el pasaje siguiente de la Divina Comedia, en el que Dante retoma a su vez el mismo símbolo del Coloso con pies de barro (Infierno, canto XIV):

"En medio del mar hay un país medio destruido, llamado la isla de Creta, que fue gobernado por un rey bajo cuyo reinado el mundo vivió en la castidad. Allí hay una montaña conocida por el nombre de Ida: en otro tiempo bañada por fuentes y coronada de bosques; ahora está desierta, como algo que ha envejecido. Rea la escogió secretamente como cuna de su hijo; y para ocultarlo mejor, cuando lloraba hacía que se produjesen grandes ruidos. En la ladera de la montaña, se ve un enorme anciano en pie, que está de espaldas hacia Damieta, con la mirada fija en Roma como un espejo; su cabeza está formada de oro fino, sus brazos y su pecho son de plata, sus costados de cobre, el resto del cuerpo se termina en hierro escogido; pero el pie derecho es de arcilla, y sobre este débil apoyo reposa la masa entera. Todas las partes, excepto la de oro, presentan ciertas hendiduras por las que se deslizan las lágrimas que se infiltran en la montaña. Su curso se dirige hacia este valle en que dan nacimiento a Aqueronte, la Estigia y el Flegetón: finalmente, descienden por los más bajos círculos de este imperio, donde se convierten en la fuente impura del Cocito".

De este texto tan notable de la Divina Comedia, y que completa felizmente el sueño de Nabucodonosor, el caballero de Montor ha dado en su traducción el siguiente comentario, en el que se desvela el verdadero sentido del simbolismo de la estatua (o del anciano) con los pies de barro: "Esta gran imagen justifica alegorías que todos los comentaristas, desde Bocaccio, han explicado ampliamente. Sin embargo, tal vez vale más ver sólo lo que es, una idea un poco gigantesca, pero poética, del Tiempo, de las cuatro Edades del mundo, y de los males que han hecho llorar a la raza humana en cada una de estas edades, excepto en la primera, a la que los poetas de todos los tiempos han dado el nombre de edad de oro. Podemos añadir a todo ello que Dante ha tomado esta imagen del sueño de Nabucodonosor".

Una explicación tan clara parece no necesitar de ninguna demostración complementaria, tanto más cuando el mismo Dante hace preceder la descripción del Coloso con pies de barro por una evocación a la edad de oro, en la que reina Saturno (el rey bajo cuyo reinado la gente vivía en la castidad). En estas condiciones, podemos identificar desde ahora los cuatro reinados de Daniel con las cuatro edades tradicionales de Oro, de Plata, de Bronce y de Hierro, según la siguiente tabla:

El primer reinado, figurado por la Cabeza de oro: la Edad de Oro.

El segundo reinado, representado por el Pecho y los Brazos de Plata: la Edad de Plata.

El tercer reinado, simbolizado por el Vientre y los muslos de bronce, corresponde a la Edad de Bronce.

El cuarto reinado, descrito bajo la imagen de las Piernas de hierro y los Pies de Barro = Edad de Hierro.


Una vez admitida esta interpretación del símbolo de la estatua con los pies de barro, es importante conocer porqué: Primeramente, ¿por qué razón la Cabeza de oro representa el primer reinado de Daniel así como la primera Edad o Edad de Oro de nuestra Humanidad? Ocurre que la cabeza, con los ojos, órganos de la visión, y la boca que habla (la palabra, es el verbo), la cabeza figura el Conocimiento, es decir el carácter contemplativo de los hombres de la Edad de oro, de los que se ha dicho que "vivían en presencia de Dios". En cuanto al pecho y a los brazos de plata, simbolizan el carácter eminentemente real de la Edad de Plata (emblema de la realeza es el brazo que blande la espada o que tiene el cetro).

A su vez, el simbolismo del vientre de bronce no es menos claro; el vientre siempre ha representado, en efecto, la naturaleza inferior y las necesidades materiales cuya satisfacción incumbe a la casta de los mercaderes; y la mentalidad de ésta caracteriza propiamente la Edad de Bronce.

Por último, la curiosa imagen del hierro mezclado con el barro combina las enseñanzas de la doctrina hindú, que muestra la casta inferior nacida de la tierra, con las de la tradición greco-romana y de la Historia relativas a la duración, y también a la fragilidad de las tiranías de la Edad de Hierro.

Además, no es tan sólo en este último caso que se observa un perfecto acuerdo entre las dos tradiciones hindú y judía. Así en la India, la casta sacerdotal que rigió la Edad de Oro surge de la cabeza de Brahma, mientras que la casta real procede de los brazos de Dios, y la tercera casta, la de los mercaderes, de sus muslos.13

En cuanto a la progresión descendente de las cuatro partes del ser desde la cabeza, dominio de lo mental y cuya "frente contempla", hasta los pies, "confundidos con la tierra que les sirve de soporte", esta progresión constituye el símbolo más notorio que el espíritu humano ha encontrado jamás para figurar las cuatro edades de la Caída, desde la antigua Edad de Oro (o época paradisíaca) hasta la actual Edad de Hierro. Para darse cuenta de ello basta con observar las cuatro partes del Hombre de pie, remontándose, con Victor Poucel, desde los pies hasta la cabeza (lo que vendría a ser como remontar simbólicamente el curso de la Historia, desde nuestra época oscura o Edad de Hierro hasta los días radiantes del Edén primordial):

"La línea se levanta desde el suelo, confundida primero con la materia pura: pies y pedestal son para el espíritu un mismo soporte. Después en las plantas superiores, una progresión se afirma: la región abdominal más cercana al suelo, cargada de transferencias de la materia viva, con las funciones de conservación y crecimiento por la nutrición y la sexualidad. A partir del diafragma, esta vida primaria, puesta al servicio del pensamiento individual, en el misterio de las funciones de los pulmones y del corazón. En el plano superior, más evidentemente todavía, los sentidos elaboran, en provecho del ser pensante, los despojos del mundo, después, el pensamiento, a su vez, se apodera de estos granos y los encierra en la materia cerebral cuyas fibras se orientan en vista de la acción.

"La misma progresión se afirma en una disposición equivalente de las partes como en el todo. Bajo el rostro la mandíbula es más animal, seguidamente el paladar, la nariz son órganos de finura y de discernimiento; los ojos vehiculan la inteligencia, la frente contempla".

Al contrario y volviendo a la descripción "descendente" del Coloso con los pies de barro, vemos que el curso descendente de la Historia está representado como sigue: cabeza, pecho y brazos, vientre, y finalmente, pies y pedestal, que simbolizan respectivamente, para la cabeza, la sabiduría de la Edad de Oro; para el pecho, el coraje (y la pasión) de la Edad de Plata; para el vientre, los apetitos de la Edad de Bronce, y finalmente, para los pies y el pedestal, el materialismo y la ignorancia de la Edad de Hierro.14
 

diagrama del hombre y las sefiroth, Pardes Rimmonim, de Moisés Cordovero
Pardes Rimmonim
Moisés Cordovero, Cracovia 1592

La progresión descendente de los cuatro metales, oro, plata, bronce y hierro, vienen a completar notablemente las enseñanzas precedentes basadas en el simbolismo del cuerpo humano:

¿Qué es pues el oro en el hermetismo cristiano sino el reflejo del Sol en el orden mineral, o dicho de otro modo, el símbolo de la Luz y del Verbo? Es por esta razón que los hindúes llamaban Satya-Yuga, o Edad de la Verdad, a la Edad de Oro de los Greco-Romanos.

En cuanto a la plata, sabemos que es a la Luna lo que el Oro es al Sol, y del mismo modo que la pálida luz de la Luna no es más que el reflejo de la luz dorada del Sol, igualmente la plata no es más que el reflejo del oro. Podemos deducir que, igualmente, la Edad de Plata se presentará también, como el reflejo de la Edad de Oro anterior, o además, en otro sentido, como un ciclo "lunar" que sucede al ciclo "solar" precedente.

El bronce, a su vez, no es otra cosa que el metal de Venus, la diosa del amor carnal y de la sensualidad, incluso de la lujuria, y todo esto caracteriza maravillosamente una época simbolizada por el vientre y los muslos.

Y lo mismo, por último, con el hierro "negro", que constituye el pedestal del Coloso (piernas y pies); este hierro es el metal consagrado a Marte, el dios de la guerra, que reina como amo tiránico durante esta Edad de Hierro en la que sólo se oye hablar "de guerras y ruidos de guerras".

Así, nuestro breve estudio de la imagen bíblica del Coloso con pies de barro no solamente ha revelado la notable riqueza de enseñanzas escondidas bajo el simbolismo del sueño de Nabucodonosor, sino que además ha venido a confirmar el perfecto acuerdo de las distintas tradiciones en cuanto a la doctrina de las Cuatro Edades, al menos en lo concerniente al carácter propio de cada una de estas cuatro grandes eras de la historia humana, así como el sentido y orden de su sucesión. Pero para poder afirmar que el texto bíblico es tan completo como, por ejemplo, la tradición hindú, queda todavía por verificar si las proporciones respectivas de las duraciones de las cuatro Edades son las mismas en la Biblia que en los textos hindúes o iraníes. La cuestión es particularmente importante, ya que hasta el presente, la Biblia había podido parecer, en este punto particular, inferior (por incompleta) a los libros sagrados de la India o de Persia. Vamos a ver sin embargo que no es así, sólo que las enseñanzas bíblicas están tan bien escondidas bajo el simbolismo de la estatua que hasta ahora el secreto no había sido nunca desvelado.

He aquí ese secreto desvelado por vez primera:

Las proporciones de las duraciones de las cuatro Edades tradicionales de Oro, Plata, Bronce y Hierro son las mismas, pero en sentido inverso, que las de las cuatro partes del Coloso con pies de barro: Cabeza de Oro, Pecho y Brazos de Plata, Vientre y Muslos de Bronce, Piernas y Pies de Hierro y de Arcilla.

Expliquémonos: hemos recordado anteriormente que, según las tradiciones antiguas, las duraciones respectivas de las cuatro Edades de Oro, Plata, Bronce y Hierro eran proporcionales a los números 4, 3, 2 y 1, cuya suma es 10. Dicho de otro modo, la duración de la Edad de Bronce es doble que la de la Edad de Hierro, mientras que la Edad de Plata dura tres veces y la Edad de Oro cuatro veces más que dicha Edad de Hierro terminal. Ahora bien, si se examina atentamente las diferentes partes de la estatua simbólica del sueño de Nabucodonosor, se advierte que la primera, es decir la cabeza, mide el décimo de la altura total del cuerpo (desde la cúspide del cráneo hasta el inicio de la columna vertebral, o si se prefiere, hasta la nuca). A continuación, desde la nuca hasta el diafragma, la segunda parte de la estatua (o del anciano de Dante) mide dos décimos de la altura total. Descendiendo otra vez tres décimos de esa misma altura total a partir del diafragma se llega a los muslos, lo que se corresponde bien con la tercera parte de la estatua: vientre y muslos. Por último, queda para la cuarta y última parte de la estatua (piernas y pies) una altura igual a cuatro décimos de la altura total. De todo ello resulta finalmente que las proporciones respectivas de las cuatro partes de la estatua (o del cuerpo humano) son proporcionales a los números 1, 2, 3 y 4, lo que representa bien, pero en sentido inverso, las proporciones respectivas de las duraciones de las cuatro Edades: 4, 3, 2 y 1.

En cuanto a la razón de ese sentido inverso, se encuentra en el texto fundamental de la Tabla de Esmeralda15: "Lo que está arriba es como lo que está abajo, pero en sentido inverso". Aquí, lo que está arriba es el ciclo global de nuestra humanidad (o macrocosmos) y lo que está abajo es lo representado tanto por la estatua de Daniel o el anciano de Dante, es decir, el individuo (o microcosmos). Además es fácil constatar, como ya lo habíamos mostrado en Las Cuatro Edades de la Humanidad, que las proporciones de las cuatro partes de la estatua son las mismas que las de las cuatro edades de la vida humana: infancia, juventud, edad madura y vejez. Ello es tan cierto como que el estudio del simbolismo en general, y más aún el del simbolismo del cuerpo humano, se revela rico de enseñanzas verdaderamente inagotables.



Continuación

NOTAS
* Capítulo I de L'Ere Future et le Mouvement de l'Histoire. La Colombe, Paris 1956.
1 Esta cuestión está desarrollada en Les Quatre Ages de l'Humanité.
2 Esta duración es igual a la mitad de la del ciclo astronómico de la Precesión de los Equinoccios.
3 Victor Poucel: La Parabole du Monde (p. 97). La cuestión de las repeticiones cíclicas se expone y desarrolla en nuestra obra sobre los Ritmos en la Historia. Se podrá constatar que el problema de las repeticiones cíclicas es, en realidad, muy complejo.
4 Dupuis: Origine de tous les Cultes, en el capítulo "Disertación sobre los grandes ciclos". Los textos hindúes correspondientes figuran en la obra citada anteriormente Les Quatre Ages de l´Humanité.
5 Ait. Brah. VII, 15.
6 Señalamos igualmente que la idea de "solidificación" es solidaria de la de "envejecimiento", o también de la de "esclerosis".
7 Hesíodo: Los Trabajos y los Días, Mito de las razas.
8 Ovidio: Metamorfosis.
9 Bagavata Purana.
10 Es así como en el simbolismo cristiano, las dos llaves de oro y de plata corresponden respectivamente a la iniciación sacerdotal (cuyo jefe es el Papa), y a la iniciación real (representada por el Emperador).
11 República, 415.
12 Daniel, II, 31-46.
13 Para más detalles sobre estas cuestiones remitirse a nuestra obra Les Quatre Ages de l´Humanité.
14 Cf. la expresión popular: "tan bestia como sus patas".
15 Tabla de Esmeralda: Uno de los textos principales del hermetismo medieval.

 

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