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Observación relativa al sentido directo de
la Profecía: Según la interpretación clásica propuesta por el canónigo Crampon, los cuatro "Reinos" anunciados por Daniel serían los siguientes:
En cuanto al quinto reino, que debía ser fundado por el Mesías (la piedra arrancada) y suceder a los reinos paganos precedentes tras haberlos aniquilado, hay que ver en él evidentemente la imagen de la Iglesia, o mejor, de la nueva Cristiandad que surgió de las ruinas del mundo antiguo. Dicho esto, examinemos ahora las fechas principales de los reinos anteriores: La monarquía babilónica había comenzado modestamente en el momento del declive de Nínive (segunda mitad del siglo séptimo) antes de alcanzar su apogeo bajo Nabucodonosor, para hundirse a continuación, bruscamente, con la toma de Babilonia por Ciro, en el 538 a. C. Así, se puede atribuir a este imperio, teniendo en cuenta sus inicios modestos, una duración de aproximadamente un siglo. Por contra, el reino vencedor y sucesor de Babilonia, el reino persa, está perfectamente circunscrito entre dos fechas extremas: 538 a. C. (toma de Babilonia que preludió la conquista del Asia Menor por la monarquía persa) y 331 a. C.: ruina definitiva del imperio persa en la batalla de Arbelles; ¡son aproximadamente dos siglos de dominación persa! Viene a continuación el imperio de Alejandro, que comienza en el 331 con las conquista de Persia y termina definitivamente después de la derrota de Cleopatra y Antonio en Actium. Habiendo sido conquistado por Roma el penúltimo de los reinos griegos surgidos del imperio de Alejandro, Siria, en el año 63, no quedaba más que Egipto, el cual se convertirá en provincia romana tras Actium en el 31 a. C., es decir, tres siglos después de Arbelles. Por último, el mismo imperio romano, considerado en tanto que reino pagano opuesto o perseguidor del cristianismo, durará alrededor de cuatro siglos tras el advenimiento de Augusto como emperador, desde la victoria de Actium en el 31 a. C. hasta la muerte del último emperador pagano, Juliano el Apóstata, muerto en Oriente en un combate contra los Partos, en el 363 d. C. El propio paganismo no había de durar mucho más tiempo: en el 394, Teodosio lo abolió definitivamente. Un año más tarde, en el 395, el gran imperio romano, partido en dos, había terminado su carrera y el quinto reino de Daniel, la cristiandad medieval, iba a comenzar. Resumamos: El 2º reino, persa (pecho y brazos de plata) duró aproximadamente 2 siglos. El 3er reino, griego (vientre y muslos de bronce) duró aproximadamente 3 siglos. El 4º reino, romano (piernas de hierro y pies de hierro y arcilla) duró aproximadamente 4 siglos. O sea, una duración global de 10 siglos para los 4 "reinos".
Y aquí volvemos a encontrar las proporciones de las cuatro partes de la Estatua simbólica. En otros términos, las duraciones de los cuatro "reinos" sucesivos anunciados por Daniel son directamente proporcionales a las alturas de las cuatro partes del Coloso de pies de barro. Además, si a la duración global del ciclo de 2600 años se resta el milenio pagano correspondiente a los cuatro reinos precedentes, queda como duración del quinto reino un periodo de aproximadamente 1600 años, y se constata que la razón de ambos números, 1600/1000, es igual al Número de Oro.17 Así se verifican de una manera admirable las enseñanzas de Victor Poucel, que conviene recordar una vez más en función de su importancia capital: "Entre las medidas del tiempo hay un orden de proporción cuyo uso preconcebido es bastante sorprendente en las Escrituras. Generalmente atentas a fijar los acontecimientos, las Escrituras indican por medio de ello la importancia que parecen atribuir a las proporciones numéricas, mayor de lo que comporta su uso común; como si esas proporciones determinasen la forma misma de las obras divinas. Y de ello resulta que a las relaciones numéricas de duración se le vinculen semejanzas simbólicas." Volvamos ahora al cuarto reino, el imperio romano, simbolizado por las piernas de hierro y los pies en parte de hierro y en parte de arcilla. Es sabido que, según la mayoría de los comentadores, las piernas de hierro se refieren al periodo de crecimiento y apogeo del imperio romano, mientras que los pies de hierro y de arcilla simbolizan el declive del Imperio con las invasiones bárbaras. Ahora bien, resulta que el reinado de Marco Aurelio (168-180), que marca el apogeo del imperio y el inicio de su declive, se sitúa precisamente a la mitad de los cuatro siglos del imperio romano (pagano). Es este emperador, en efecto, quien deberá repeler las primeras invasiones bárbaras; es él quien agravará las persecuciones contra los cristianos, y tendrá como sucesor un incapaz que provocará disturbios civiles. Pero eso no es todo. Según la tradición griega relatada por Hesíodo, la cuarta Edad (simbolizada aquí por las piernas de hierro y los pies de hierro y arcilla), esto es, el imperio romano en el caso que se contempla aquí, se divide en dos fases o "razas". La primera, más justa y más brava, que corresponde a las piernas de hierro de la estatua, es la raza divina de los Héroes que se designan como semi-dioses, y se convendrá en que ello se aplica perfectamente a los grandes Emperadores de esta época: Augusto, Vespasiano, Tito, Trajano y todos los Antoninos. La segunda, que Hesíodo llama la raza de hierro, está simbolizada por los pies en parte de hierro y en parte de arcilla; desde su aparición "todos los crímenes saldrán a la luz ", lo que, desde el punto de vista histórico, define precisamente al emperador Cómodo, hijo de Marco Aurelio, así como a la mayor parte de sus sucesores, y especialmente a los Treinta Tiranos, en la época de la anarquía militar. Habrá sin duda emperadores enérgicos como Diocleciano, si bien fue este último, no obstante, quien provocó la persecución sangrienta contra los cristianos llamada la Era de los mártires. Una última observación para acabar: al Milenio pagano anunciado por el sueño de Nabucodonosor le sucede, simétricamente, el Milenio cristiano del Apocalipsis de San Juan (313-1313), con un encabalgamiento, es decir, un periodo "crepuscular" de transición de cincuenta años (313-363), durante el cual paganismo y cristianismo coexistieron más o menos pacíficamente. Resumen: Las cuatro fases del Movimiento de la Historia Dicho esto, y habida cuenta de lo que se ha expuesto precedentemente, denominaremos "Movimiento de la Historia" al proceso de evolución "descendente" de la sociedad durante el curso de un ciclo determinado, proceso que se realiza pasando por cuatro fases análogas (y proporcionales en cuanto a duración) a la serie de las cuatro Edades tradicionales de Oro, Plata, Bronce y Hierro; de ahí las definiciones siguientes de las cuatro etapas sucesivas del Movimiento de la Historia. Primera fase del Movimiento de la Historia (duración teórica: 4/10 del ciclo total). Debe verse en ella el reflejo, en el periodo global considerado, de la Edad de Oro primordial. Es pues la fase primitiva del ciclo durante la cual las preocupaciones espirituales pasan (en sentido relativo, se entiende) al primer lugar, de lo que resulta una cierta superioridad del Sacerdocio, superioridad por lo demás moral, permaneciendo el poder temporal casi siempre, desde los tiempos históricos, en manos de las otras castas, y más particularmente de la nobleza. La santidad y el conocimiento de las cosas divinas honran grandemente; es la época en que florecen los Sabios, los Santos y los Doctores. La vida es generalmente simple, a veces tosca; las clases inferiores, a menudo poco diferenciadas, no piensan en ofenderse por su condición modesta, ya que los hombres aman la paz y se esfuerzan en merecerla por sus virtudes y sus buenas obras. La literatura incluye sobre todo (y a veces exclusivamente) obras espirituales: metafísica, filosofía o, en otros tiempos, epístolas y escritos diversos de los Padres de la Iglesia. Las artes se consagran a la gloria de Dios: así, durante la primera fase del Milenio cristiano, los primeros y más bellos monumentos serán iglesias espléndidas con muros revestidos de mármol y mosaico, con techos recubiertos de oro. Segunda fase del Movimiento de la Historia (duración teórica: 3/10 del ciclo total). Esta segunda fase representa a su vez la pendiente de la segunda Edad, o Edad de Plata, de los autores antiguos. Se puede constatar, desde su inicio, la desaparición de la mentalidad relativamente primitiva de la primera fase. Las aspiraciones espirituales de los tiempos antiguos son sustituidas de manera creciente por preocupaciones puramente temporales. La casta feudal, que posee la tierra, predomina e impone a la sociedad su ideal caballeresco de lealtad, nobleza y honor. Aparecen los poemas épicos, que cantan las hazañas de los valerosos caballeros y alaban la belleza de sus nobles damas, pues esta época ya no es la del Conocimiento, sino la del Amor. De manera pareja, la arquitectura, que hasta entonces era religiosa, se convertirá en real o militar y celebrará la gloria y la magnificencia del príncipe, o si no, protegerá la ciudad contra el enemigo de afuera. El sacerdocio continúa ejerciendo su ministerio, pero su papel exterior, oficial si así puede decirse, pasa a segundo plano, y ya se ven aparecer las tendencias heterodoxas inspiradas por la mentalidad racionalista propia de la casta noble. Además, la vida se vuelve más fácil, se busca cada vez más el lujo y el confort, el comercio cobra importancia, la casta de los mercaderes se enriquece y adquiere de este modo una influencia creciente. De todas formas, el recurso supremo no es aún el dinero, sino el sable; la tierra sigue siendo la base de la riqueza, y esta tierra se transmite de padre a hijos, al igual que los títulos nobiliarios. En suma, es la época en la que se toma en consideración el nacimiento y el parentesco; en otras palabras, en la que conviene antes que nada ser "bien nacido". Tercera fase del Movimiento de la Historia (duración teórica: 2/10 del ciclo total). Es la imagen de la Edad de Bronce de Hesíodo y Ovidio. Las consecuencias del descenso cíclico, de la "Caída", ya se dejan sentir seriamente: la mentalidad de los hombres se vuelve más y más interesada con tendencia al materialismo. El ideal de honor y de lealtad de la edad anterior cede el paso a la búsqueda del provecho; el Rey-Dinero se vuelve todopoderoso y los hombres se distinguen entre ellos por su grado de riqueza. La moral del interés sustituye a la de la salvación o del deber y sirve de base a nuevas ideologías políticas. La burguesía, es decir la casta de los comerciantes y los banqueros detentadora de la riqueza mobiliaria, se hace predominante, pero ella se interesa mucho más en los negocios que en la política que manda o dirige gracias a su "Caballería de San Jorge". Las castas superiores permanecen, pues, generalmente en sus puestos pero en segundo plano, y de hecho se puede constatar que la nobleza tiende a aburguesarse mientras que los burgueses, por otra parte, pronto penetran hasta los más altos grados de la jerarquía religiosa. Esta tercera Edad verá a la industria tomar vuelo mientras que el comercio alcanza su apogeo; las artes y las letras se benefician del enriquecimiento general; la burguesía adquiere hábitos de lujo y placer; pero todo este progreso material es al precio de una regresión espiritual correspondiente. Las herejías se multiplican, el ateísmo comienza a propagarse, la metafísica es abandonada por filósofos puramente utilitarios; en una palabra, el agnosticismo, es decir, la ignorancia progresa rápidamente. Pero el aspecto más sombrío de esta fase de Bronce resulta de su carácter guerrero: "El hombre, más feroz, está más presto a tomar las armas, que siembran el terror; no obstante, se abstiene del crimen." De hecho, las "guerras infernales" de los tiempos modernos, esas luchas sangrientas y desmesuradas son, en su origen por lo menos, empresas burguesas; pero, por desgracia, esas guerras se van a hacer más sangrientas todavía con la proximidad de la cuarta y última fase del ciclo. Cuarta fase del Movimiento de la Historia (duración: 1/10 del ciclo total). Es la siniestra Edad de Hierro que los poetas antiguos maldecían así: "Al instante, todos los crímenes saldrán a la luz en este siglo de un vil metal." En efecto, durante el curso de la Edad precedente, la de la burguesía, el rey-dinero había acabado por corromper a los hombres, mientras que la extensión creciente del materialismo ateo hizo caer las últimas barreras morales. Desde entonces, en una sociedad tal, en la que los valores espirituales decaen (ellos no desaparecen jamás del todo; si no, la sociedad se hundiría inmediatamente), en la que la propia moral del interés tan cara a la burguesía se encuentra desprestigiada, sólo puede subsistir la moral del éxito, basada en la astucia y la fuerza. Por otra parte, con el advenimiento de la clase popular, las castas acaban por confundirse, toda jerarquía normal basada en la verdadera naturaleza de los seres tiende a desaparecer y el gobierno de los hombres, no pudiendo contar más que con la violencia y el terror, desemboca en la tiranía o en la dictadura "totalitaria". Además, con la proliferación de organismos sociales destinados a las clases populares, el Estado se hace cada vez más invasor en perjuicio de las libertades individuales, que se rebajan. El comercio se convierte en servidumbre y pasa a veces a un segundo plano, pero la industria adquiere un desarrollo prodigioso en el sentido exclusivo de la cantidad; a partir de ese momento, ya no se trata de la belleza y la perfección del trabajo, sino de la producción en masa. Por otra parte, con la aceleración cada vez más rápida de la historia, los hombres, arrastrados por el torbellino de una vida cada vez más agitada, ya no se preocupan del fondo de las cosas sino solamente de su apariencia exterior. Es el tiempo, en efecto, en el que el hábito hace al monje, el fin justifica los medios y el éxito lo justifica todo. No obstante, pese a todas estas taras, esta Edad no es totalmente negra sino que presenta igualmente reflejos de aurora, pues es la época bendita tanto por los himnos de los Vedas como por los suras del Corán y las parábolas del Evangelio: el tiempo de la Undécima Hora, es decir, el crepúsculo anunciador del alba próxima, el oscuro Adviento en el que ya estalla la alegría de la Navidad, las tinieblas del Viernes Santo de donde va a brotar la gloria del alba de Pascua. Tales son las cuatro Edades de la Historia humana, cada una de las cuales pasa a su vez por cuatro fases análogas y de duraciones igualmente decrecientes. Así cuando un cierto periodo, la Edad de Plata por ejemplo, alcanza las nueve décimas partes de su transcurso, luego el momento de entrar en su cuarta y última fase, entonces el proceso del descenso cíclico se embala y se enloquece bruscamente, el populacho se desenfrena y los acontecimientos se precipitan. Ya no es un motín, sino una Revolución la que, en primer lugar, derriba el Antiguo Régimen y, en ocasiones, aniquila la antigua clase dominante. A continuación, provocando los excesos de la anarquía un inmenso deseo de autoridad, surge un dictador que vuelve a introducir orden en el caos, desescombra las ruinas y, sobre el solar limpio, reedifica una cuidad nueva basada en la predominancia de otra casta, en este caso la burguesía. Después viene la hora en que el dictador, perdido o consumido por el exceso de su genio, desaparece de la escena de la historia. Entonces vuelve a comenzar, en un mundo renovado pero a un nivel espiritual y social inferior, la primera fase de la Edad siguiente. ¿Puede concluirse de este resumen sucinto de la doctrina tradicional de las cuatro Edades y de la consiguiente teoría de las revoluciones que la cuestión del movimiento de la Historia es muy simple en realidad? En absoluto, y ello por diversas razones. Para empezar, y como se verá a continuación, vienen a superponerse al Movimiento de conjunto que parece regir el destino de los pueblos del Mediterráneo y de Eurasia (cuando no del planeta entero) numerosos movimientos secundarios que afectan a ciertos pueblos, reinos o imperios. En particular, se concibe que existe un ciclo inglés bien distinto de los ciclos portugués o prusiano, igual que el ritmo de evolución de la joven república americana de los U.S.A. debe diferir grandemente del ritmo de la vieja Rusia. Por último, todavía hay que añadir a esto que cada acontecimiento de la humanidad puede ser considerado igualmente como la resultante de una multitud de periodicidades históricas o cósmicas, tales como el periodo undecimal de la actividad solar, la generación social de aproximadamente 33 años, el siglo, el "gran año" de Virgilio o el periodo de cinco siglos de Remy Brück (520 años), el Año cósmico de 2160 años y sus divisiones, etc. En estas condiciones, el estudio del Movimiento de la Historia, si se le quisiera considerar en su totalidad, presentaría una complejidad excesiva, y a decir verdad, en una exposición didáctica jamás sería posible llegar a una verdadera síntesis, la cual no puede ser realizada más que a través del simbolismo como se puede constatar en todas las tradiciones antiguas y particularmente en la Biblia. Así, en los capítulos que siguen no consideraremos más que la aplicación a las grandes Épocas de la historia clásica de la doctrina bíblica, es decir, católica, de la Cuatro Edades de la Humanidad o, en términos más modernos, de las cuatro fases del Movimiento de la Historia. Los grandes periodos de la Historia Ahora bien, el reinado de Nabucodonosor se sitúa al principio del siglo VI anterior a nuestra era (604-561), y resulta que en él encontramos "una barrera que no es posible franquear con ayuda de los medios de investigación de que disponen los investigadores ordinarios. A partir de esta época, en efecto, se dispone en todas partes de una cronología bastante precisa y bien establecida; para todo lo que es anterior, por el contrario, no se obtiene en general más que una muy vaga aproximación, y las fechas propuestas para los mismos acontecimientos varían a menudo en varios siglos".19 La existencia de una "barrera" tal de la historia supone que ocurrió un cambio profundo en la mentalidad de los hombres hacia el principio del siglo VI y, en efecto, se puede constatar que todas las grandes filosofías que han regido las civilizaciones de Eurasia desde entonces datan de esa época: filosofía de Pitágoras en Grecia, religión de Zoroastro en Persia, budismo en la India, taoísmo y confucianismo en China. Y cuando todas estas filosofías hayan desaparecido al mismo tiempo, lo que no debería tardar en suceder a juzgar por la actual tendencia mundial al nihilismo intelectual, podrá decirse que se habrá cumplido una gran era de la Historia, un "Gran Año". De este modo, y admitiendo que las cosas pudiesen durar aún hasta el inicio del próximo siglo -lo que parece un máximo-, se podría evaluar la duración global de este gran periodo, que por otra parte se confunde con la propia historia clásica, en aproximadamente veintiséis siglos. Ahora bien, por una singular coincidencia, resulta que ésta es igualmente la duración de una de las divisiones secundarias del Gran Año, unos dos mil seiscientos años.20 Como la historia total de nuestra humanidad suma cinco Grandes Años (es decir, veinticinco fases secundarias de veintiséis siglos) y estamos en "el final de los días" según Daniel, se concluye que el periodo actual anunciado por el sueño de Nabucodonosor sería el vigésimoquinto y último de nuestra Humanidad: ¡su vigésimoquinta Hora! Para cada una de las principales regiones de Eurasia, la unidad espiritual, o por lo menos mental, de este gran periodo de veintiséis siglos reside en la tradición aportada por los grandes sabios de la Antigüedad: Pitágoras, Zoroastro, Buda, Lao-Tse y Confucio. El hecho es particularmente fácil de constatar en Europa, donde la doctrina pitagórica ha regido el pensamiento del mundo occidental desde la Antigüedad hasta nuestros días: en la Antigüedad, por intermedio de Hipócrates, Sócrates, Platón, Aristóteles y Plotino; más tarde, durante la Edad Media, por la Suma Teológica de Santo Tomás, inspirada en Aristóteles; por último, en el Renacimiento, por los humanistas nutridos del pensamiento griego. Y de la misma manera, cuando la Franc-Masonería se oponga a la Iglesia a principios del siglo XX, será también a partir de una doctrina de origen pitagórico (por lo demás, en parte olvidada), de manera que no es exagerado decir que el pensamiento pitagórico jamás ha dejado de inspirar el mundo mediterráneo y occidental desde el siglo VI a. C. hasta el siglo XX d. C. Pero con el actual "Fin del Humanismo" se puede prever que este pensamiento dejará de vivificar la mentalidad del mundo occidental pronto, y entonces habrá caducado un gran periodo de la historia. En China se podría mostrar de igual modo que la enseñanza confuciana jamás ha dejado de alimentar el pensamiento chino desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días. Pero su influencia, comprometida ya por la invasión de las ideas modernas con motivo de la Revolución de Sun Yat Sen en 1911, parece tener que desaparecer pronto si, como ha informado la prensa, los comunistas chinos se ponen a cerrar las escuelas confucianas que aún subsistían. La misma observación sirve igualmente para el budismo, el cual, especialmente en Japón, se encuentra seriamente amenazado por la invasión de las ideas modernas de origen occidental. Tal es, pues, el primero de los grandes periodos históricos que vamos a estudiar aquí, y es evidente que es el de mayor longitud ya que la historia no comienza hasta el siglo VI a. C. Efectivamente, remontándonos más arriba saldríamos de la historia propiamente dicha para entrar en el dominio de la leyenda o de la protohistoria cuyas fechas son muy inciertas y su mentalidad difícil de comprender. Para poder establecer la cronología de las diferentes fases o Edades sucesivas de este gran ciclo de veintiséis siglos bastaría con fijar su punto de partida (evidentemente, es inútil hablar de su final, el cual, situándose en el futuro, permanece desconocido). Ahora bien, hay que reconocer que no disponemos aquí de ninguna indicación fija, de ningún acontecimiento destacado, y sin duda es totalmente necesario que así sea, sin lo cual el cálculo de la cronología de los "Ultimos Tiempos" no sería más que un juego de niños. Esta dificultad proviene quizás de la existencia de fases de transición o "crepúsculos" que unen y separan a la vez las Edades de la Historia. Los ciclos se superponen durante toda la duración de estos periodos crepusculares, de manera que ya no se sabe muy bien en qué era, antigua o moderna, se encuentra uno en realidad. No obstante, y dado que el estudio del Movimiento de la Historia se haría extremadamente fastidioso a falta de una cronología por lo menos aproximada, deberemos adoptar una, pero con la restricción fundamental de que, en la realidad, la fecha de inicio del ciclo, y por consiguiente la de su final, son totalmente inciertas. De hecho, deberemos contentarnos con "periodos" iniciales y terminales en vez de fechas precisas, y de ello nos será fácil encontrar un caso parecido en el Libro de Daniel. En el capítulo IX, versículo 25, la muerte de Cristo (un ungido, un jefe) se sitúa en el curso de la septuagésima semana de años después del edicto ordenando reconstruir Jerusalén, y no en tal o cual fecha precisa. Son igualmente válidas las mismas reservas en lo que concierne al segundo de los grandes periodos de la Historia que estudiaremos a continuación, a saber, la propia era cristiana, a la cual un cálculo basado en los datos escriturarios nos conduciría a atribuir una duración teórica de dos mil años. Admitiendo este cálculo, la incertidumbre comienza cuando se trata de determinar el punto de partida: ¿es el nacimiento de Cristo, es decir, su Epifanía? ¿O es su muerte, puesto que la Iglesia data de Pentecostés? He aquí ya una primera cuestión a la cual es imposible dar una respuesta cierta si no es acaso que el intervalo entre esos dos acontecimientos extremos, la Epifanía y Pentecostés, es decir, la duración de la vida terrestre de Jesús, constituye el periodo inicial de transición entre el mundo pagano y el mundo cristiano, o bien entre la Antigua y la Nueva Alianza. En este caso, para ser precisos, nos basta partir de una u otra de esas dos fechas extremas para fijar nuestra cronología de la Era crística. Desgraciadamente surge una nueva dificultad aquí, en el sentido de que no conocemos con certeza ni la fecha de la Encarnación ni la de la Crucifixión. Para la primera se han propuesto los años 7, 5 o 4 de la era antigua, y para la segunda, los años 27 o 30 de la era cristiana, según se interprete el texto de Lucas "El decimoquinto año de Tiberio César" en un sentido o en otro: sea desde la sucesión de Augusto o sea desde la asociación al Imperio, lo que nos traslada a tres años antes. No obstante, y ya que hay que adoptar una u otra de estas fechas aunque no sea más que a título de hipótesis de trabajo, escogeremos junto al canónigo Crampon el año 30 de nuestra era como fecha de la Crucifixión, con la reserva de que se trata de una fecha aproximada y no cierta. Resulta de ello la fecha -aproximada- del 2030 para el fin de ciclo (suponiendo que los dos mil años se inician en Pentecostés). Por contra, si hubiese que partir de la Encarnación y no de Pentecostés, los 2000 años se hubieran acabado en el 1993 de nuestra era, lo que concuerda, por una parte, con las enseñanzas de los libros sagrados de la India, y por otra, con el fin del ciclo de 26 siglos de Daniel puesto que el sueño del rey de Babilonia tuvo lugar hacia el 601 a. C. Además, el intervalo 1993-2030 incluye la fecha de 1999 indicada por Nostradamus para la invasión de "Israel", es decir, de la Cristiandad, por las armas de Gog venidas del país de Magog (Ezequiel, capítulo 38). Podemos concluir de ello que el periodo 1993-2030 representa la fase terminal del ciclo crístico de 2000 años al igual que del ciclo de Daniel, de unos 2600 años. Una vez fijado este punto de la cronología, deberemos volver a encontrar, y reencontraremos en el curso de esos 2000 años de vida de la Iglesia, en primer lugar, el Milenio cristiano anunciado en el Apocalipsis, y a continuación un periodo más corto durante el cual Satán será "desencadenado por poco tiempo" para seducir a todas las naciones de la Tierra. Veremos además que este periodo se identifica exactamente con el mismo Ciclo moderno, cuya futura "Nueva Era" representa su última fase. Hechas estas observaciones, podemos volver ahora al ciclo de Daniel para estudiar sus diferentes Edades, en el bien entendido que la fecha del 2030 que hemos adoptado para el fin del ciclo no es más que aproximada y que de ningún modo se tratará aquí de determinar el día, la hora o el año exacto del segundo Advenimiento. Se ha visto anteriormente que eso es imposible en razón de la incertidumbre que reina sobre fechas tan importantes como las de la Epifanía y Pentecostés. Por otra parte, es sabido, desde el punto de vista metafísico, que en el final del ciclo "la Carrera Cósmica" se detiene, la "Rueda del Devenir" cesa de girar y "ya no hay Tiempo". Luego si este instante terminal de la historia humana se sitúa fuera del Tiempo -o más exactamente, en el "Centro de los tiempos"-, ¿cómo puede atribuírsele una fecha cualquiera? En verdad, ya no es de fecha de lo que conviene hablar en este caso, sino, por emplear el lenguaje matemático, de "paso al límite"; en términos metafísicos, se hablaría de "retorno al Principio", y ello porque esta fase última está descrita como un "Juicio" del cual sólo el Padre conoce el Día y la Hora. Traducción: A. Guri y M. García |
NOTAS | |
16 | Traducción Crampon. Daniel, capítulo II (notas). |
17 | El valor numérico exacto del número de oro viene dado por la ecuación de segundo grado: f 2 = f + 1, de donde f = (1 + raíz cuadrada de 5) / 2, es decir, en primera aproximación, f = 1,6. |
18 | Daniel, II, 28 |
19 | R. Guénon: La Crisis del Mundo Moderno. Cap. I. |
20 | Les Quatre Ages de l´Humanité Cap. VIII y cap. IX, p. 156. |
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