|
||||
a) El momento crucial
de la cuarta Edad Tras la desaparición, debido al descenso cíclico, de las tres primeras razas de nuestra humanidad, Zeus, prosigue Hesiodo, "creó todavía una cuarta (…), raza divina de los héroes llamados semi-dioses". Ellos perecieron a su vez, "unos frente a los muros de Tebas de las siete puertas (…), otros (…) en Troya". Y, se lamenta entonces el poeta griego, "quiera el cielo que no tenga yo que vivir en medio de los de la quinta raza,43 y que pueda o morir antes o nacer más tarde. Porque es ahora la raza de hierro. Durante el día no dejarán de sufrir fatigas y miserias, y durante la noche serán consumidos por las duras angustias que les enviarán los dioses. Por lo menos todavía encontrarán los bienes mezclados con los males. Pero vendrá el tiempo en que Zeus aniquilará esta raza de hombres perecederos: será el momento en que nacerán con las sienes blancas. El padre entonces no se parecerá a sus hijos, ni los hijos a su padre; el huésped no será querido por su huésped, el amigo por su amigo, el hermano por su hermano, como en los antiguos días. A sus parientes, tan pronto como envejezcan, no les mostrarán sino desprecio; para consolarlos, emplearán rudas palabras, ¡los miserables!, y no conocerán tampoco el temor del cielo. A los ancianos que les alimentaron les negarán los alimentos.44 Ningún premio se dará ya al juramento obligado, a lo justo, al bien: es hacia el artesano de crímenes que irán dirigidos todos los respetos del hombre desmesurado; el único derecho será la fuerza, la consciencia no existirá más. El vil atacará al honrado con palabras enrevesadas, apoyándolas en falso juramento. A los pasos de todos los miserables humanos se incorporarán la envidia, el lenguaje amargo, el descaro vengativo, que se complace en el mal. Entonces, abandonando la tierra de amplios caminos, se dirigirán al Olimpo la Consciencia y la Vergüenza, ocultando sus bellos cuerpos bajo blancos velos, dejarán a los hombres y subirán hacia los Eternos. Tristes sufrimientos quedarán únicamente a los mortales: contra el mal no habrá salida".
2. Ante todo, hay un aspecto que conviene descartar. Aunque Paul Mazon, en su traducción, utiliza la expresión de "quinta raza", no trata, como podría creerse, de la quinta y última gran Raza de la que nos habla Hesiodo. Esta corresponde, en efecto, al quinto y último Gran Año, y se desarrolla no solamente durante la cuarta Edad, sino también durante la segunda mitad de la tercera Edad. Ella ocupa la escena del mundo inmediatamente después del cataclismo atlante, es decir desde 10960,23 antes de nuestra era hasta el fin de los tiempos. De hecho, estas cinco grandes Razas humanas, recordémoslo, se suceden en el curso del Manvantara en cada uno de sus cinco Grandes Años; y no deberían confundirse estos Grandes Años, todos de la misma duración, con las cuatro Edades que los Antiguos asignaban a la humanidad y cuyas duraciones decrecientes corresponden a los números 4, 3, 2 y 1.45 Es evidente que cuando Hesiodo habla de sus tres primeras "razas", se refiere a las generaciones que vivieron durante las Edades de Oro, de Plata y de Bronce. En cuanto a las generaciones de la cuarta Edad, tradicionalmente llamada en el Occidente antiguo "Edad de Hierro", Hesiodo distingue dos grupos: la "raza divina de los héroes" y la "raza de hierro", a la que designa como la quinta. Ahora bien, según el texto, solamente son creadas cuatro "razas", pues el poeta no habla de creación en cuanto a la quinta "raza". ¿No querrá esto decir que esta última "raza" no es en realidad sino el resultado de una degradación en el seno mismo de la cuarta "raza", de una caída que condujo de la "raza divina de los héroes" a la "raza de hierro"? Esta nueva generación, a la cual Hesiodo lamenta pertenecer, parece estar señalando la degradación progresiva por el empleo de los verbos en futuro. Esto confirmaría que a pesar de su dureza de hierro, los hombres, en tiempos de Hesiodo, no hacían sino comenzar la curva de su decadencia. Será posteriormente, cuando "nazcan con las sienes blancas", que Zeus aniquilará a los hombres de esta quinta "raza", de igual modo que Poseidón aniquiló a los Atlantes 12960 años antes.
3. De todo esto se deduce que las dos últimas "razas" a las que se refiere Hesiodo, intervienen conjuntamente, según sus propias explicaciones, en la duración de la cuarta Edad, y no representan sino la porción final de la quinta gran Raza, y consecuentemente serán sus últimos representantes antes del fin de los tiempos.46 Explicado este primer punto, sería interesante precisar, en esta cuarta Edad, el momento en que la "raza divina de los héroes" desaparece para ceder el lugar a la "raza de hierro". Ahora bien, la primera encuentra su fin ante los muros de Tebas y de Troya. Indudablemente lo que nos propone Hesiodo no es sino una imagen y una datación aproximativas, porque si bien la "raza divina de los héroes" no es totalmente aniquilada en Tebas y en Troya, no es menos cierto que muchos guerreros serán inmolados, sobre todo en las guerras fratricidas.47 Al menos este es el caso de Tebas y, como se le supone ejemplar, es sin duda también el de otras muchas ciudades de la época. En cuanto a la guerra de Troya, es sabido que se desencadena por la conducta aberrante del Troyano Paris, que no teme violar la hospitalidad de Menelao, rey de Esparta, raptando a su mujer Helena. Si a los diversos aspectos de esta brumosa "historia" añadimos las exacciones llevadas a cabo por los Griegos en Tróade, y más tarde entre ellos mismos, ¿no parece que todas estas desgracias y fechorías, que muchos nos quieren presentar como fábulas puramente imaginarias, podrían no ser otra cosa en realidad que una síntesis muy significativa, así como el rasgo de una singular degradación de las costumbres, degradación que siempre se produce de manera más o menos señalada en algún punto crucial de un ciclo, ya sea grande o pequeño? ¿No reconocemos con la lectura de estos relatos, ya sean homéricos o no, muchas de las taras que Hesiodo atribuye a la "raza de hierro"? ¿Y no vemos, entre los héroes que él glorifica, la dureza del metal que designa la última Edad? ¿Acaso no es ésta la dureza de Aquiles con su cruel inflexibilidad? "Tu corazón es de hierro", le dice Héctor moribundo. ¿Qué pensar asimismo del odio fratricida, de la violación y del crimen delante de los altares? ¿No son los signos de esta terrible "desmesura" los que condena el poeta, y en los que ve la causa del fin de las razas?48 Así pues, si se cree en estos testimonios "literarios", es bastante probable que la famosa guerra de Troya señale el punto crítico de esta época, certificando, no sólo en las circunstancias de su desarrollo sino también en las de la inmediata posguerra, fértil en crueldades, la decadencia de esta raza "heroica" exaltada por Hesiodo. Puede ser que todo esto no sea sino leyendas, lo cual no ha impedido que nosotros siempre les hayamos prestado la mayor atención, tanto más cuanto que la Historia y la Arqueología las han negado sistemáticamente antes de rendirse a la evidencia de su realidad. Más tarde volveremos sobre estos relatos, considerados durante mucho tiempo por las personas "creíbles" como simples fantasías poéticas, limitándonos por ahora a una simple constatación: al parecer hoy en día se tiene por cierto que esta guerra que tanto eco ha tenido en la literatura griega, no puede ser otra que la que emprendieron los Micénicos, finalizando con la destrucción de la célebre ciudad de Príamo.49 La Historia y la Arqueología mismas fechan la caída en el año 1240 antes de J. C. Resulta entonces muy significativo constatar que, en el esquema cíclico adoptado en nuestro estudio, la fecha correspondiente a la mitad de la cuarta Edad es la de 1240,23 antes de nuestra era. b) Los "héroes" y la "raza de hierro"
Dicho esto, ¿qué sabía Hesiodo de estos movimientos de la Historia, y qué iba a decirnos que no estuviera ya más o menos envuelto de aureola mítica? Los acontecimientos que relata lo precedieron medio milenio, y muchas precisiones debieron perderse. Podríamos entonces preguntarnos, como lo hicimos anteriormente, si las dos "razas" de las que nos habla, idealizando manifiestamente la primera y despreciando severamente a la segunda, se presentaban en el momento de su encuentro bajo unos tintes tan contrastados. Esta "raza de hierro" que Hesiodo critica en sus excesos, y que por ello distingue de la raza de los "héroes", quizás no fuera más dura o bárbara que esta última durante el periodo de transición del que estamos hablando, y del cual ambas sufrirían la influencia "fatídica". ¿No pertenecen las dos a esa edad que toda la Antigüedad denominó "Edad de Hierro"? Incluso teniendo en cuenta la degeneración acelerada de esta Edad terminal, ¿creeríamos acaso que una de estas "razas", en su crepúsculo, haya sido más "caballeresca", más "delicada" que la otra en su aurora? Sus costumbres, ¿no eran simplemente las de la época? Como se ve claramente en el cuadro propuesto más arriba, la raza "heroica" cuyas hazañas son cantadas por Hesiodo, apareció en escena al comienzo de la cuarta Edad, y es evidente que al cabo de más de 3000 años, cuando caían sus descendientes, "los unos frente a los muros de Tebas (…), los otros (…) en Troya", se trataba de guerreros cuyas tradiciones y comportamientos estaban ya relativamente degenerados. La rudeza y los salvajes desórdenes de estos años de transición no podían ser patrimonio de un solo pueblo o de una sola raza.52 Las impresiones de los Troyanos, que desde sus murallas asistían al espectáculo profanador de Aquiles, arrastrando detrás de su carro el cadáver de Héctor con el fin de desgarrarlo; los sentimientos de los Troyanos, que durante el asedio de su ciudad veían precipitarse sobre ellos a los Dánaos ensangrentados por la masacre;53 los impactos, en fin, de todas estas "hazañas", ¿eran diferentes a los que algunas décadas más tarde experimentaron las poblaciones micénicas cuando se precipitaron sobre ellas los invasores dorios entre otros? Por supuesto que la guerra nunca tiene demasiados miramientos, pero, dejando a un lado las despreciables groserías modernas, en el transcurso del tiempo siempre hay un momento en que incluso el pueblo más pacífico ha de tomar las armas para defender su integridad. Así pues, existen formas de combatir que son más lícitas que otras por comportamientos de mayor dignidad, y es por eso por lo que en otro tiempo existían códigos, más o menos respetados es cierto, pero que hoy en día son pura y simplemente rechazados en nombre de un confusionismo criminal.54 Todos los auténticos guerreros saben,55 como lo han sabido desde siempre, que existen diversas maneras de conducir la guerra: unas son respetables, gloriosas a veces, incluso heroicas, mientras que otras son indignas, despreciables y deshonrosas.56 Es solamente en los períodos de decadencia que se pone fin a cualquier regla. Y es sin duda por esta razón que la guerra de Troya, en más de una de sus peripecias, inauguró, o al menos ilustró, no pocas bajezas. Homero, que cantó las dudosas glorias unos 400 años después, tenía tal vez un conocimiento mucho más profundo de lo que sugieren sus "cantos". ¿Un aedo historiador? ¿Por qué no? ¿No fue gracias a él que Schliemann, pese a las advertencias y sarcasmos de todos los especialistas, descubrió la ubicación de Troya? Además de la Historia tal y como se practicaba entonces, además incluso de un buen número de poemas precursores,57 ¿no disponía Homero en su tiempo de ciertos conocimientos tradicionales normalmente transmitidos en lugares apropiados? Advertido de las leyes cíclicas y sabiendo perfectamente que hablaba del fin de una "raza", ¿no expuso, con conocimiento de causa, los jalones más característicos? Ahora bien, si el fin de los "héroes" aqueos, en ciertos episodios de la guerra de Troya, apenas se adornó con los tintes mucho más edificantes revestidos por el recuerdo de la invasión doria algunas décadas más tarde, ¿por qué Hesiodo distingue tanto entre los primeros, a los que considera una "raza divina", y los que le siguieron después, desgraciados y despreciables según él? ¿En qué esos tumultuosos tiempos pueden considerarse no como un simple estadio en la degradación de las cosas, sino como un jalón determinante de la historia de Grecia, así como el límite separador de dos categorías humanas, y en las que hasta Hesiodo vio dos "razas" diferentes? Es cierto que en aquellos tiempos cualquier hombre concebía el remoto pasado bajo una aureola de grandeza, poblado de semi-dioses, de quienes se cantaban las gloriosas hazañas.58 Y estamos tentados de creer que, más allá de la guerra de Troya (hecho histórico del que Homero nos ofrece una gesta poética, trágica, enriquecida a veces con lo legendario, tachonada de sacrílegos y crueles excesos), Hesiodo se refería no tanto a los hechos fijados en la Historia como a las tradiciones inmemoriales, que aunque para algunos sean bastante brumosas, desde luego son más auténticamente gloriosas. Esto permitiría pensar que el poeta, aun deplorando el haber nacido en la "raza de hierro", sabía al mismo tiempo que por sus venas corría la sangre de los primeros Aqueos. Sin embargo, a pesar de haber situado con tanta seguridad (en una época tan turbulenta como la de los grandes acontecimientos de Tebas y Troya) el fin de su "raza" heroica, ¿no es posible que después del "hiato" histórico del siglo XI, Hesiodo tuviera también alguna fuente más fidedigna que sus propias reflexiones, y más fundada que los ecos recogidos en la plaza pública de boca de amodorrados ancianos, ecos reproducidos y deformados de generación en generación a partir del testimonio de los supervivientes de lo que fue un verdadero cataclismo? Al igual que Homero, ¿no tenía Hesiodo acceso a la fuente de determinados Misterios cuya verdad, fielmente memorizada, era en cierto modo más auténticamente "histórica" que la misma Historia? En fin, cualesquiera fuesen los motivos que llevaron a Hesiodo a proceder con tal dicotomía, nosotros hemos encontrado una confirmación en lo siguiente: de una y otra parte de 1240,23, fecha de transición que hemos determinado en el Kali-Yuga, se desarrollaron efectivamente dos "razas", como dice el poeta, o al menos dos civilizaciones, incluso dos fases de una misma civilización, cuyos caracteres difieren sensiblemente, al menos en cuanto a los resultados respectivamente obtenidos.
2. Ya que el hierro imprime a todo el conjunto de la cuarta Edad una huella bastante desagradable, es probable que algunas leyes cíclicas hayan querido, hacia la mitad de esa Edad, exagerar la violencia para dar a entender con mayor claridad el carácter deplorable de este metal, hasta entonces subyacente y, por así decir, aún no desarrollado. Fue como la señal de una crisis, y si la violencia no se vio acrecentada, sí se impuso al menos una violencia más perniciosa, de una creciente perfidia y maldad. Por todo ello, no sería sorprendente que para restituir el clima decadente y salvaje de esos tiempos periclitados, Hesiodo mezclara en los repliegues de las almas gloriosas que estaba describiendo, algunos de los trazos groseros, brutales o malsanos que posiblemente percibiera59 a su alrededor, en algunos ejemplos cotidianos, trescientos años después de la invasión doria. Por lo demás, Hesiodo sabía que dichos ejemplos eran, en tiempos de paz, una señal todavía más evidente de la decadencia que los excesos de que se acompaña siempre, por la fuerza de las cosas, una campaña militar. Aún más que en las proezas exteriores, que en esos tiempos de transición y de guerras debían ser más o menos semejantes entre un pueblo y otro, es sin duda en la esencia misma de la naturaleza de esos hombres, en una cierta manera de ser más que de hacer, donde radicaba en realidad la diferencia, diferencia que desde luego era más difícil de percibir en ese periodo transitorio. El paso de una a otra de estas dos "razas", de estas dos épocas, que se producía hacia la mitad de la Edad de Hierro, no fue tan súbito en cuanto a sus efectos inmediatamente visibles. Toda esta crisis impregnaba a la cuarta Edad de una violencia generalizada, que continuó, en unas regiones más que en otras, durante varias décadas, y que apenas varió de un bando a otro. Por otra parte, como decimos, de una "raza" a otra no es el carácter exterior de los actos perpetrados el que cambia, sino la razón, el espíritu, la naturaleza, la regla que los inspiran. Se puede masacrar bajo el efecto del puro odio surgido de una sensibilidad injuriada, o por grosera y tosca brutalidad, lo mismo que por indiferencia y descarada frialdad. Añadiremos que toda esta violencia, que según la Historia se extendió por el mundo egeo durante más de un siglo, testimonia un estado de cosas que durante el transcurso de seis milenios se ha producido tanto en el Egeo como en otros muchos lugares, sin que, por lo general, los historiadores hayan percibido sus líneas fundamentales. Fue únicamente después de restablecerse el orden cuando algunos hombres ilustres pudieron valorar la notable decadencia cultural que sobrevino entre la "raza" anterior y la nueva. Aunque en verdad no creemos que tales constataciones surgieran pura y simplemente de la comparación de un presente, más bien mediocre, con el recuerdo vívido de un pasado más o menos glorioso. Ya sabemos que Hesiodo y Homero no hablan de este pasado por experiencia directa, sino de oídas, y posiblemente teniendo en cuenta el legado que pudieron dejar ciertas tradiciones, y no sólo en cuanto al asunto de la guerra de Troya se refiere, allí donde la "raza" gloriosa dejó prácticamente de existir, sino sobre todo a propósito de los orígenes de esta "raza", sin duda más auténticamente gloriosos. En efecto, es cierto que al comienzo de un nuevo periodo cíclico (aunque fuese el del Kali-Yuga) se produce siempre una especie de enderezamiento, por aparente y engañoso que éste pudiera parecer. Posteriormente, en el transcurso del tiempo, las cosas se deterioran y agravan, como han acabado por admitir algunos de nuestros contemporáneos. Hablábamos anteriormente del carácter más o menos profundo cuyo conocimiento permitiría distinguir a las dos "razas" que Hesiodo opone entre sí. En realidad, dicho carácter es el que comunica a cada una de ellas el "clima" de la época por donde transcurre su existencia. Y de hecho estas dos "razas" no son sino una sola, a la cual la historia misma confiere dos caracteres sucesivos a lo largo de un movimiento general de decadencia que divide por tanto, en dos fases distintas, el tiempo que estamos estudiando. Todo sucede como si, de alguna manera, la segunda "raza" recogiera de manos de la primera, aunque teniendo en cuenta su lógico desgaste, la antorcha de una cultura cuyo humo ahogara cada vez más la llama. Es debido a un cierto grado de decadencia de la primera "raza", que se advierte la entrada en escena de la segunda: por así decir, el crepúsculo de aquella señala la aurora de ésta, hasta que ambas se confunden. Por tanto, se trata de dos mentalidades que durante el transcurso de un movimiento uniformemente acelerado se suceden y finalmente se mezclan, representando el punto medio de su historia el instante en que tal orientación del pensamiento, ya prácticamente agotado, asume una nueva dirección, como ocurre con la solidificación del mundo, que en determinado momento puede convertirse en una disolución. Hemos visto que el paso de una a otra de estas mentalidades indudablemente se deja sentir en la historia europea, pues dicho paso corresponde a la transición que religa y separa dos oleadas sucesivas de la raza indoeuropea, la de los Aqueos y los Dorios. Pero otra cosa distinta es cuando se quiere averiguar las particularidades respectivas de estos dos pueblos. Nos podemos formar una cierta opinión sobre los Dorios, facilitada por nuestro conocimiento de los Espartanos, sus descendientes más puros. En cambio, los Aqueos son bastante más misteriosos. Sus últimos representantes, los Micénicos, pronto fueron penetrados por la cultura cretense, de la que como bien saben los especialistas tan sólo quedan vestigios arqueológicos. Que la micénica fue una gran y rica civilización es incuestionable, pero ¿qué sabemos de su ética? Por otro lado, esto poco nos enseñaría acerca de cómo eran sus ancestros aqueos, menos refinados sin duda, pero seguramente bastante más auténticamente ejemplares. ¿Cuál podía haber sido entre ellos el carácter profundo de la cultura? Su religión nos hubiera brindado alguna luz. ¿Pero qué nos ha llegado? La edad de bronce, en el mundo egeo, rendía culto por doquier a la Gran Diosa, como bien lo indican las estatuas encontradas en las ruinas de los santuarios. Se trata de una información muy general, pero al menos confirmaría un predominio de la casta guerrera en esas lejanas épocas, lo cual estaría en conformidad con algunos de los descubrimientos o suposiciones de los historiadores. Tratándose de pueblos que vivían ya en el Kali-Yuga, nos guardaremos mucho de exaltar ingenuamente sus hipotéticos méritos. En verdad, ¿no es todo necesariamente cada vez más relativo a medida que se aleja del único y Absoluto?60 Es muy posible que Hesiodo se refiriera a los primeros Aqueos, e incluso a sus predecesores, cuando evocaba, lleno de reverencia, la "raza divina de los héroes que llaman semi-dioses". En cuanto a aquellos que, a su manera, ilustraron en Troya el periodo inmediatamente pre-dorio, no eran sino los últimos de su "raza", como lo da a entender claramente el poeta, y no estaban desprovistos de esa dureza de hierro que se le imputa a su Edad. Si se deja a un lado el énfasis poético, los relatos homéricos (que no son pura ficción como hemos visto) están ciertamente repletos de rudeza heroica, aunque en ocasiones también lo están de un salvajismo vengativo. ¿Eran los Micénicos más civilizados, más "aristocráticos" que los Dorios? Parece bastante probable, pero, una vez más, ¿qué decir de sus costumbres? Si después de la guerra de Troya pensamos en el fin trágico de los Atridas, es evidente que sus concepciones del honor se habían convertido en poco menos que sangrientas y desnaturalizadas, y algo de esta violencia, a través de lo legendario, correspondería con el momento cíclico desastroso del que estamos hablando. Por otra parte, la Tradición que asocia el hierro al color negro, ¿no previó, en la cuarta Edad, un oscurecimiento cada vez más siniestro a medida que transcurría el tiempo y que la humanidad se alejaba de la luz original? De los Dorios, que son con toda verosimilitud "la raza de hierro" de Hesiodo, se nos dice que eran bárbaros terriblemente devastadores, de cultura y costumbres inferiores. Queremos creerlo en razón de la decadencia que reina entre una época y la que la sigue. Mas todos los invasores, ¿no son considerados por los pueblos invadidos como bárbaros, en el sentido peyorativo que se le da actualmente al término? ¿Qué invasión, a lo largo de la Historia, se ha producido sin ninguna destrucción? Es verdad que en el activo de los Dorios, se ha hablado de una detención pura y simple de toda civilización, de una especie de vida cultural prolongada de manera inhabitual: más adelante veremos lo que conviene pensar de todo esto. Hay todavía un hecho significativo a observar aquí: las tristes taras con las que Hesiodo descalifica a su "raza de hierro" las menciona casi exclusivamente en futuro. Podrían comparárselas con las que para los últimos tiempos predicen los antiguos textos hindúes. El futuro que dibuja Hesiodo deja entender que sus contemporáneos, de los que se lamenta amargamente, todavía no habían alcanzado el grado de degeneración que la Tradición prevé para los días del Fin. A pesar de su mediocridad, los Dorios, y sus descendientes en tiempos de Hesiodo, no llegaron hasta tal punto, lo que es lógico si se tienen en cuenta las reglas ineluctables del descenso cíclico. La "raza de hierro", que ocupa la última mitad del Kali-Yuga, era evidentemente mucho menos calamitosa en su origen que lo que ha llegado a ser en nuestros días, en su fin, tras más de tres mil años de decadencia. Se dice que por sus frutos se reconoce el valor del árbol. Si rememoramos las hazañas aqueas, más o menos legendarias, durante y después de la guerra de Troya, como asimismo las proezas dorias durante la invasión que se produce a continuación, no resulta difícil compararlas con las hazañas de hoy en día, frutos de una brillante civilización, de la que tan orgullosos se muestran nuestros contemporáneos, y cuyos orígenes se atribuyen en parte a la cultura doria, naturalmente tras muchos "mejoramientos". Ateniéndonos al dominio técnico, piedra de toque con la que se juzga en nuestros días el desarrollo de los pueblos de la Historia, es cierto que la "raza de hierro" ha sabido multiplicar y afinar sus talentos. Para medir el progreso de su carácter letal, es suficiente, por ejemplo, con comparar los resultados de las guerras antiguas con los de las guerras modernas. La potencia destructora del hierro ha crecido prodigiosamente, como no ha cesado de crecer, en sectores distintos a los de la guerra, la eficacia industrial.61 Y lo cuantitativo, aquí, es ciertamente menos significante que lo cualitativo. Sin duda, los Antiguos han destruido, pero, hablando con propiedad, sin hipotecar el futuro y sin arruinar la naturaleza en sus fuerzas vivas. Después de sus guerras, esa naturaleza incansable retomaba su obra. Ahora bien, en conformidad sin duda con nuestra mentalidad, nosotros destruimos no sólo con prodigalidad, sino también de manera sucia: en tiempos de guerra, con nuestras bombas atómicas, y en tiempos de "paz" con todas nuestras industrias polucionantes y devastadoras, ya se trate de centrales nucleares o de laboratorios químicos, responsables todos, con sus accidentes y premeditaciones, de la muerte más o menos lenta del planeta. Como si la secreción de venenos espirituales, mentales y físicos, fuera la esencial razón de ser de la Civilización moderna. Así pues, ésta, como la mayor parte de los envenenadores de ayer, morirá quemada viva. Si son fundadas las predicciones de las tradiciones antiguas. Después de estas últimas observaciones, y sin querer minimizar la triste significación de los defectos y crueldades antiguas, ¿no tendríamos que admitir que los frutos más amargos nos vienen de nuestra civilización moderna, heredera parcial de los primeros Dorios y término siniestro de esta "raza de hierro" tan vergonzosa para Hesiodo? Esta amargura ¿no es el primer síntoma de una acción tóxica mortal ejercida sobre el hombre y su medio ambiente? Veneno al que las ciencias encontrarán sin tardanza su contraveneno, según intentan convencernos los que sin vergüenza alguna quieren hacer naufragar a la humanidad. c) Historia y Arqueología
Dicho esto, ¿qué representaba para Hesiodo la guerra de Troya? Como hemos visto, cinco siglos lo separaban de ella: duración bastante menor que la que nos separa actualmente de nuestra agonizante Edad Media, y cuyo verdadero espíritu es orgullosamente ignorado en las obras de quienes se han dedicado a su estudio. En la época de Hesiodo, ¿la memoria humana era más fiel que en nuestros días? ¿Más apta para transmitir el alma del pasado o recogía tan sólo las cortezas? En todo caso, repetimos, pensamos que aparte de los relatos más o menos fieles referidos por las generaciones, Hesiodo tenía a su disposición conocimientos más seguros. ¿Acaso no pertenecía a la élite de sus contemporáneos, que en aquellos tiempos todavía guardaban, de manera secreta pero eficaz, la luz de los Misterios sagrados? Hesiodo siempre nos presenta la guerra de Troya como el último jalón de los bellos días extintos, justo antes del lastimoso episodio dorio. No obstante, a su manera, la Historia confirma esta fractura en la evolución cultural de la época. El paso de la edad de bronce a la edad de hierro, que tan claramente inscribe en la trama de los acontecimientos la invasión doria, dejó al parecer alguna significativa nostalgia en el corazón de las gentes, algún extraño desarraigo. "Las murallas de las ciudades micénicas eran consideradas como la obra de gigantes, los Cíclopes". Estos recuerdos de la arquitectura antigua, al igual que los poemas que exaltan el pasado, "eran la prueba manifiesta de una edad de oro, largo tiempo desaparecida y reemplazada por una edad de hierro".65 En el siglo XIII, la civilización micénica estaba todavía floreciente sobre el continente, mientras que Creta ya había sido devastada. Bien pronto, por tanto, y a la espera de los enemigos del norte, se construyeron masivas murallas defensivas en torno a las ciudades y a través de todo el istmo de Corinto. En el Oriente mediterráneo por todas partes se elevan poderosas fortificaciones, o bien se las mejora: en Atenas, en Micenas, en Tirinto, entre los Hititas y hasta en Egipto. Era una movilización general contra un azote ya conocido y temido. Ello no impidió que hacia el final del siglo, los principales centros del Peloponeso fueran destruidos por el fuego. Mucho más, esta fue la señal del hundimiento de toda civilización en la región egea, al parecer con una importante mortalidad. Los cambios fueron tan desastrosos que se ha llegado incluso a cuestionar si éstos no se debieron a alguna grave alteración del clima.66 Los mismos trastornos se observaron en Anatolia: después de las invasiones frigias en el siglo XIII y de la caída del Imperio hitita hacia el 1180, siguió un eclipse bastante extenso que se prolongó hasta el 950, el cual ha sido llamado "la Edad Sombría".67 Una despoblación tan considerable y una desaparición tan marcada de la cultura en los países egeos ha impresionado a los historiadores y arqueólogos; se ha llegado a pensar que semejante catástrofe es difícil "de atribuir sólo a la mano del hombre". Se cree, pues, en una alteración del clima lo suficientemente importante como para acarrear graves sequías y severas hambrunas. Desde luego esto explicaría tan repentino trastorno después de tantos años de prosperidad.68 ¿Habría que atribuir a los Dorios, y también a los Aqueos, estragos que en realidad se debieron principalmente a violentos sobresaltos de la naturaleza? Algunos investigadores y hombres de ciencia piensan que los invasores indoeuropeos serían los principales responsables de las ruinas acumuladas en aquellas lejanas épocas, y al igual que los Dorios destruían por el simple y salvaje placer de destruir. Otros investigadores, sin embargo, lo han visto de otra manera. Así, sir Arthur Evans ha descubierto, en sus excavaciones de Creta, indicios que tienden a demostrar que la muerte de sus habitantes fue brutal y súbita, como bajo el efecto de una imprevisible catástrofe natural. No podemos extendernos aquí sobre cuestiones tan controvertidas, no solamente en cuanto a la naturaleza real de los acontecimientos que se produjeron, sino sobre todo en cuanto a su datación. Los testimonios no escasean en realidad, ya estén en las inscripciones de Egipto o en los escritos de los diversos pueblos antiguos, todos aparentemente contemporáneos de estos desastres. Pero los especialistas no se ponen de acuerdo, ni sobre la significación verdadera de estos testimonios, ni sobre la época a la que éstos se refieren. Aunque ello no nos impedirá poner de relieve ciertos "encuentros". Aquello que el Egipcio Ipouwer describe en el papiro que lleva su nombre, parece aludir a las mismas circunstancias relatadas en el libro bíblico del Exodo. Los documentos antiguos y la Arqueología conducen al "historiador atento" a situar el éxodo de los Judíos hacia el 1250-1200.69 También parece cierto, si se tiene en cuenta el texto del Exodo, que la marcha de los Judíos debió efectuarse tras la muerte de Ramsés II.70 Por otro lado, es bajo el reinado de su sucesor que las cosas se agravan. El faraón Meneptah71 rechaza a los Libios, a quienes se habían unido los "Pueblos del Mar". Posteriormente, bajo Ramsés III, la invasión se hace catastrófica, participando en ella las "fuerzas" terrestres, e incluso celestes diríamos. Las inscripciones de Medinet Abu describen tales fenómenos que se hace difícil no ver en ellos calamidades naturales: incendios, seísmos, inundaciones. Al igual que los hechos relatados por el papiro de Ipouwer, todo esto recuerda a las "plagas de Egipto". Asimismo, es en esta época, hacia el 1200 antes de nuestra era que, según las constataciones arqueológicas, el Sahara y la Libia fueron transformados en desiertos. Según el testimonio de numerosas pinturas rupestres y de las interpretaciones que se les han dado, durante la edad de bronce estos eran países fértiles que nutrían a importantes rebaños. Las catástrofes no afectaron tan sólo a Africa. También hacia el 1200, asolan las regiones del Norte europeo: sequedad, incendios destructores de toda vegetación, seísmos que agotan las fuentes y destruyen las edificaciones, lluvias torrenciales e inundaciones, y el hambre que sobreviene a continuación impele a los hombres a la práctica de la antropofagia. Según los especialistas son estas catástrofes las que están en el origen de las invasiones de que hemos hablado. Falta decir que las invasiones surgidas en el curso de la Historia, y a las que se tiene tendencia a ver tan sólo como empresas agresivas, son con frecuencia huidas hacia adelante, retiradas provocadas por algún peligro que amenaza la retaguardia de los invasores. Invasiones por la fuerza de las cosas que de hecho son tribulaciones, forma que toma a veces el castigo cósmico. Semejantes tribulaciones, así como los diversos cataclismos más o menos graves, señalan en general el fin de los ciclos, como enseñan la mayor parte de las tradiciones.
2. De lo que se lamenta muy explícitamente Hesiodo es de no haber "muerto antes o nacido más tarde". Naciendo y muriendo antes habría pertenecido a la "raza" de los "héroes", cuyos últimos representantes cayeron en Troya. Naciendo más tarde, hubiera escapado a una vida condenada a transcurrir en medio de la "raza de hierro". ¿Esperaba algún "enderezamiento" después de esta "raza"? ¿Habría deseado un "nacimiento" más allá de nuestro Manvantara? Lo que está claro en cualquier caso, y limitándonos al aspecto que particularmente más nos interesa aquí, es la designación de las dos "razas" sucesivas, en que la segunda de ellas es presentada como bastante calamitosa comparada con los "héroes" de la primera.72 Clara es también la elección de la guerra de Troya como uno de los signos del momento crítico de la historia griega. Ya hemos visto que algunas de las "hazañas" de los "héroes" de Hesiodo, antes de la invasión de la "raza de hierro", eran sin duda comparables a las "proezas" de esta última desde su tumultuosa llegada, y no es estableciendo precisamente una comparación entre ambos ejemplos, tomados en caliente, como se puede establecer una distinción profunda entre los primeros guerreros, ya en decadencia, y los de la "raza" que estaba llamada a suplantarlos. Tal incertidumbre es natural en un periodo de transición, que siempre es confuso. Esto refuerza la idea de que Hesiodo, para ser categórico en la distinción de dos "razas", no se fiaba de los acontecimientos relativamente próximos, y en cambio sí lo hiciera de algunos elementos tradicionales que se remontaban a una época muy anterior a la de la guerra de Troya, y que se referían a dos categorías humanas sucesivas, que aun mezclándose en el momento del relevo, eran visiblemente diferentes en su carácter y su destino. Bien cierto es que si no se tiene como guía un conocimiento transcendente de la Historia, es muy difícil, por no decir imposible, comprender la verdadera significación de las circunstancias del pasado, del presente y del futuro. En el periodo que estamos estudiando, los historiadores han determinado un cambio de civilización que sitúan hacia el 1200 antes de nuestra era, en el momento de la desintegración de la edad de bronce,73 constatando ciertos rasgos que evidencian la separación de la nueva cultura con la anterior, como es el caso del tratamiento que le daban a los difuntos, a los que tenían costumbre de incinerar en lugar de enterrar; en las armas, al emplearse el hierro en lugar del bronce; en el arte de la alfarería, más refinado en las formas y en los elementos decorativos, y cuya precisión anunciaba el arte clásico. En lo referente a la evolución en el arte, se cree que no se trata tanto de una ruptura propiamente dicha como de una nueva forma de trabajar partiendo de los modelos de la antigua cultura.74 Esta relativa continuidad puede tener su explicación en el hecho de que los recién llegados pertenecían a la misma familia indoeuropea que los invadidos: por lo demás, si en ese momento estos últimos hacía ya tiempo que se encontraban fuertemente influidos por la cultura cretense, y, por ello mismo, aparentemente más "civilizados" que sus invasores, es bastante natural, pues, que éstos, en el siglo siguiente a su llegada, adoptasen, aunque añadiéndoles un toque personal, algunos de los elementos de la cultura local. Ciertamente ha de reconocerse en la Historia una evidente continuidad, incluso en períodos de transición como éstos, continuidad que, por el hecho mismo de estar constituida por el espacio y el tiempo, caracteriza a cualquier "tejido" vivo, ya sea cósmico o humano. Cuando se encuentra en medio de un ciclo como es el caso aquí, dicha continuidad puede atribuirse a las influencias cualitativas propias de ese punto medio, influencias que se ejercen a la vez sobre los acontecimientos relativamente próximos del pasado y sobre los del futuro, sobre todos los seres y sobre todas las cosas, facilitando, en un punto crítico invisible, el paso de una forma de vivir a otra, de una mentalidad antigua a otra nueva, tal y como hemos dicho anteriormente. Esto no quita que se trate también de una influencia que, aun reuniendo divida, y que incluso conservando el "tejido" del tiempo, cambie "insensiblemente" determinados hilos. De aquí resulta que cuando se es arrastrado por la corriente de las cosas, puede uno darse cuenta, si está lo suficientemente atento, que el tono de la época ha sido modificado, aunque esto no sea en verdad suficiente ayuda para fijar en el tiempo el instante de la modificación. Es por ello que la época de transición de que hablamos, constituida en ese momento histórico del encuentro y equilibrio efímero de dos influencias sucesivas, esconde en su continuidad un "hiato" del cual ningún ojo ni oído humano sabrían atrapar el instante preciso en el encadenamiento de los eventos, instante misterioso en que la época antigua se funde en la nueva, en que las influencias de una obra pasan a otra, en que la Historia bascula de una visión "perimida" a otra nueva que la reemplaza, en una precariedad que no cesa de agrandarse, portadora de turbación e ignorancia. Tales son también la servidumbre y la ironía de cualquier investigación en los ciclos de la humanidad: las cifras obtenidas utilizando algunas reglas suministran datos precisos, pero no siempre se descubre sin dificultad su significación en la trama confusa de los acontecimientos en curso. En fin, en cuanto a las previsiones que hemos escogido, éstas se basan, repetimos, en una fecha fijada a partir de una hipótesis, sólida sin duda, pero a la que no se recurre sino a falta de conocer con seguridad el desarrollo exacto de los movimientos humanos, y sobre todo por no saber con plena certeza el Origen y el Fin. d) ¿Somos los herederos de los Dorios?
"La austeridad de la vida doria, el espíritu estrechamente utilitario de los nuevos dueños de Grecia, eran incompatibles no sólo con el lujo y el bienestar que la influencia cretense había desarrollado con tanto gusto, sino con toda clase de sentimiento artístico. Por eso, después de haberlo arrasado todo, no supieron reconstruirlo (…). Fue -la expresión se ha hecho clásica- una larga 'edad media' la que se abatió sobre la Hélade y sobre todo el mundo egeo (…). Esta 'edad media' debía ser seguida, mucho más tarde, de un brillante renacimiento, al cual contribuyeron en gran medida la energía viril, el marcado buen sentido, el espíritu de orden de los Dorios y sus descendientes (…). No deja de ser un espectáculo paradójico y algo desconcertante ver a la nación que habría de ser la gran civilizadora del género humano entrar en la historia suprimiendo brutalmente todo lo que existía de bello y bueno sobre el terreno mismo donde su genio habría de formarse y expandirse".76 ¿Los Dorios grandes civilizadores del género humano? ¿Por qué no? A menos que con ello no se quiera decir que los pueblos occidentales, después de recibir, entre sus diversas herencias, la de la cultura doria (cualquiera que haya sido en aquel momento) no hayan aprehendido y guardado sino los aspectos más mediocres de la misma, precisamente los que son más conformes a su naturaleza. Según su costumbre, esos pueblos simplificaron algunas significaciones para adaptarlas a la mediocridad de su propio clima mental y psíquico. De ello resultan diversos hábitos, cada vez más rutinarios, cuyo culto han sistematizado a lo largo de los siglos, esforzándose por expandirlos e imponerlos al mundo entero. Este proselitismo ha dado sus frutos, como puede uno comprobar mirando a su alrededor. Al menos se han puesto de relieve algunas de aquellas taras en la cultura doria que denuncia el texto que hemos citado: utilitarismo, negación creciente de todo arte verdadero, uniformidad generalizada. En cuanto al "marcado buen sentido" y al "espíritu de orden" que habrían representado la contribución doria al "brillante renacimiento" cultural de la región después de la larga "edad media" post-egea, no parece que haya quedado gran cosa en el estado actual de la civilización sin precedentes con la que finalmente ha conseguido dotarnos, a costa de gran esfuerzo, nuestro desafortunado "género humano". El "marcado buen sentido", en efecto, está poco patente, por decir lo mínimo, en las doctrinas, las tesis, las ideologías, que han hecho posible la organización de nuestras sociedades, con los resultados ya conocidos. Y en lo que concierne al "espíritu de orden" que obra en el mundo, sería un despropósito, un amago injurioso, pretender buscar sus huellas en la confusión, la turbación, el fraude, las exacciones, la corrupción que reina por todos lados. A menos, evidentemente, que no reconozcamos este "espíritu de orden" en los métodos que han adoptado los gobiernos para poner en vereda a las masas que les son sumisas. El "orden" y el "buen sentido", ya sean dorios o tomados en sí mismos, está claro que los hemos perdido. En otro tiempo, los hombres tenían deberes que les incumbían dentro de su papel en la sociedad. Eran estos deberes los que una vez cumplidos justificaban ciertos privilegios, por la sencilla razón de que sin dichos privilegios los deberes en cuestión no se hubieran cumplido. Hoy en día, no se puede hablar de deberes sin suscitar la risa o la burla. El deber, en efecto, es una noción constreñidora comparándola con la libertad tal y como ésta es entendida en la actualidad. Pero si en nuestras sociedades el término deber es raramente empleado, en cambio se nos machaca constantemente con el de libertad en frases cada vez más vacuas. Ahora los hombres no tiene más que derechos, bastante peculiares por cierto: los de "manifestarse", vociferar, después de someterse.77 El "marcado buen sentido" y el "espíritu de orden" decididamente ya no son de este mundo. La pérdida ha sido consumada, junto con otros valores, pensamos, el día en que el "género humano", tras numerosas vicisitudes, se halló lo suficientemente embrutecido para que sus nuevos pastores pudieran arrojarle a la cara impunemente la hipócrita proclamación de los "derechos humanos", maniobrando con el fin de privar a ese hombre de su derecho más imprescriptible al castrar su alma de la posibilidad misma de una divinización que antaño le fue prometida. |
|
NOTAS | |
42 | Estos pasajes y los siguientes han sido tomados de la traducción que Paul Mazon hace de la obra de Hesiodo Los trabajos y los días. |
43 | Leconte de Lisle traduce: "en esta quinta generación de los hombres". El griego genos, del que provienen las palabras "generación" o "raza", conlleva muchas acepciones. Designa el origen, la especie (ya se trate de dioses, de hombres o de animales), la familia, un niño, una patria, una casta, una corporación, una nación, una tribu, un sexo, significaciones todas ellas que da Bailly además de las de "raza" y "generación". Para A. K. Coomaraswamy, genos, es lo mismo que el sánscrito jâti (Autorité spirituelle et Pouvoir temporel, p. 10, nota), el cual, según Guénon, "designa la naturaleza individual del ser", resultando esta naturaleza "ante todo de lo que el ser es en sí mismo y sólo secundariamente de las influencias del medio". Al igual que varna (color), jâti (nacimiento, especie) designa lo que justifica la pertenencia a una casta (Etudes sur l'Hindouisme, p. 76-77). |
44 | Aquí el verso 189 del texto griego está puesto entre corchetes. Mazon traduce en nota: "supeditando el derecho a la fuerza; ellos devastarán las ciudades de unos y otros". |
45 | En varias ocasiones R. Guénon ha observado la equivalencia de las 4 Edades de la humanidad, de la que hablan las tradiciones griegas y romanas, con los 4 Yugas del Manvantara hindú. También admite la igualdad en lo que respecta a la duración, lo que va de suyo, pues estas tradiciones de Occidente y de Oriente tienen evidentemente su fuente común en la tradición primordial. El esquema de la página 59 aclarará las observaciones anteriores y las que vendrán a continuación. |
46 | " 'La edad de los Héroes' no es ninguna de las 4 edades" del Manvantara, "sino más bien una simple subdivisión; habría que acudir a lo que a este respecto dice Hesiodo, y que yo no tengo aquí; pero (...) parece muy probable que él la sitúe en la misma 'edad de hierro', de la que puede ser como la primera fase". Esto es lo que escribía René Guénon a Gaston Georgel en su carta del 28 de enero de 1946 (revista "Etudes Traditionnelles", 1968, p. 241). En cuanto al Veda, enumera cinco Grandes Razas humanas que se suceden en el curso de nuestro Manvantara, pero es muy probable que cada una de estas Razas, sobre todo entre las últimas, tenga varias ramas y ramificaciones diferentes. |
47 | Eteocles y Polinice, hermanos nacidos del desafortunado himeneo de Edipo y Yocasta, se matan entre sí frente a los muros de Tebas. |
48 | Aquellos que se entregan a la desmesura, o hubris, sufrirán las calamidades y la destrucción, que le vendrán del Cielo (versos 238-247). Según Bailly, hubris, es "todo aquello que sobrepasa la desmesura": orgullo, insolencia, ira, violencia, efervescencia, exceso, injuria, malos tratos (en particular a una mujer o un niño). Todo esto ocurre durante el asedio y el saqueo de Troya, pero también en otros lugares durante la misma época. |
49 | Recordemos que se han contado al menos nueve ciudades superpuestas en el lugar descubierto por Heinrich Schliemann. A propósito de este descubrimiento, Immanuel Velikovsky, en Les grands bouleversements terrestres (Librería Stock) señala (p. 211, nota) que ya desde el fin del siglo XVIII, "Le Chevalier admite la hipótesis de que Hissatlik era el lugar de la Troya homérica o Ilión. Desde entonces no se tiene ninguna duda de esta identificación". Para Velikovsky (Worlds in collision, V. Gollancz Ltd. Londres 1954, p. 239), Troya habría sido destruida alrededor de los siglos IX y VIII, y apoya esta precisión sobre la base de la huida de Eneas y de su fundación de Roma a mediados del siglo VIII. |
50 | Sin hablar de las terribles destrucciones materiales que redujeron prácticamente a nada la cultura precedente y sus refinamientos, las ciudades griegas, con el establecimiento de los Dorios, renunciaron al régimen monárquico para adoptar el régimen oligárquico. El acento que se ponía sobre el "honor", según la terminología platónica, pasó desde entonces a situarse sobre la riqueza material. |
51 | El mundo egeo antes de los Griegos (colección Armand Colin, 1947), p. 95. |
52 | No olvidemos que la crisis cíclica de la que estamos hablando es lo suficientemente importante como para pensar que esta debió afectar a más de una raza en uno u otro punto de la tierra. |
53 | Entre otros ejemplos se podría citar el de Pirro, que tras la toma de Troya, obrada con perfidia, mata a Polixeno, hijo de Príamo, ante los ojos de su padre, a quien posteriormente asesina también tras arrancarlo del altar de Júpiter-Protector al que estaba abrazado. Insaciable en su odio, lanza desde lo alto de las murallas al joven Astianax, hijo de Héctor y de Andrómaca. Se reconocerá en él la agitada sangre de Aquiles, su padre. Finalmente, por una, por así decir, justa vuelta de las cosas, Pirro, en un idéntico sacrilegio, será matado por los de Delfosal pie del altar de Apolo. Otro ejemplo de profanación es el que ofrece Ajax: no teme violar a la profetisa Casandra refugiada en el templo de Atenea. ¿No se esboza ya aquí el desprecio moderno por los lugares sagrados, y también el desprecio hacia el hombre, templo e imagen de la Divinidad? |
54 | No hace falta reglamentar las guerras, dicen los buenos apóstoles de la modernidad, ¡es necesario suprimirlas! Se deja así todo espacio para cometer las peores vilezas. |
55 | No confundamos a los guerreros con los soldados o soldadetes. ¿Pero cómo se reconocen hoy en día? Hace mucho tiempo que la auténtica especie guerrera ha desaparecido, y si aún quedan algunos raros descendientes, estos han perdido hasta la posibilidad misma de dar libre curso a su naturaleza heroica. Mientras que los primeros Kshatriyas no dependían más que de la autoridad espiritual de los Brahmanes, actualmente los soldados han de obedecer mecánicamente a jefes sometidos a un poder temporal que los nombra, los paga, los manda, les retiene, para servir los intereses inconfesables de lo que se denomina "la Política" y "los secretos de Estado". |
56 | Pero, evidentemente, en nuestra época de crecimiento y de eficacia, el honor ha perdido toda significación: ¡a nada se refiere ya! ¡Incluso ni a los "honores"! |
57 | "Muchos poetas han contribuido al desarrollo literario de la leyenda de Troya o de la de Ulises, bastante antes incluso de que nuestra Ilíada y nuestra Odisea se constituyeran" tal y como las conocemos (Fernand Robert: La Littérature grecque, colección "Que sais-je?", p. 13). |
58 | La humanidad debía esperar todavía mucho tiempo al apogeo de la Civilización, y a que los grandes sabios le descubriesen por fin, en la maravilla de los orígenes, su parentesco simiesco. |
59 | La tradición quiere que el célebre aedo fuera ciego, lo cual, como se sabe, es un homenaje a sus dones de videncia, o a su conocimiento espiritual. |
60 | Durante una emisión de radio (12 de enero de 1981), oímos decir que, en la época de la guerra de Troya, los Griegos vivían prácticamente bajo un régimen de castas: a la cabeza una casta guerrera, los Aqueos; seguidamente venían los sacerdotes, que exigían sacrificios; después los propietarios terratenientes; y finalmente los artesanos, especialmente los herreros, bien considerados como fabricantes de armas. No es menos cierto, por ejemplo, que los jefes Aqueos seguían los consejos, incluso las órdenes, del gran sacerdote Calchas. |
61 | En Maratón, famosa batalla entre los Griegos y los Persas: alrededor de 7.000 muertos. Gran Guerra (1914-1918): 8 millones de muertos sobre los campos de batalla. Ultima guerra (1939-1945): 17 millones de muertos y alrededor de 30 millones de víctimas diversas, ya se trate de civiles, de prisioneros en los campos de concentración o de personas eliminadas por las purgas soviéticas, etc. Aún habría que verificar la significación de estas cifras a la luz de diversos parámetros (porcentaje con respecto a cada población antes de las hostilidades). Así, en el siglo XVII, la Guerra de los Treinta Años eliminó en Alemania a la mitad de la población. |
62 | Para nuestros sabios y para aquellos que se esfuerzan en imitarlos, los relatos acerca de los infortunios de Troya han sido durante mucho tiempo elucubraciones poéticas atribuidas a un aedo que jamás existió. No más que Ilión. Al menos hasta que un aficionado descubre, a partir del texto homérico, la ubicación de la ciudad "imaginaria" y de otras más, y el testimonio de las destrucciones y los incendios. Desde Schliemann se sabe, también en los medios especializados, que la guerra de Troya existió de verdad. |
63 | Etimológicamente, la leyenda es "lo que debe ser leído", pero también, en uno de sus primeros sentidos, "lo que debe ser reunido". Es decir, que se trata de cosas "dispersas" que hemos de religar entre sí, hasta formar un todo. |
64 | Pierre Waltz: Le monde égéen avant les Grecs, p. 90-91. |
65 | The New Encyclopaedia Britannica, tomo 8, p. 329. |
66 | Ibid., tomo 1, p. 121. |
67 | Ibid., tomo 1, p. 819-820. |
68 | Ibid., tomo 1, p. 326. En el Norte, donde hicieron estragos, estas catástrofes han sido atribuidas por historiadores y hombres de ciencia, a la caída de un meteoro. ¡En este caso debía ser de un buen tamaño! |
69 | Biblia Osty, p. 141. |
70 | Es en efecto bajo el reinado de Ramsés II (1290-1224, según la Biblia Osty) que los hijos de Israel construyeron las ciudades de Pitom y Ramsés (Exodo I, 11), como refiere la Historia. Es bajo este mismo reinado, o más tarde, que al parecer nace Moisés según el Exodo, y en él se hace adulto y padre de familia (II, 21-22). Durante su estancia en el país de Madián, un faraón muere (II, 23): Ramsés II o un sucesor de él. |
71 | Meneptah reina de 1224 a 1214, según la Biblia Osty. |
72 | Lo que Hesiodo escribe sobre las Edades de Oro, de Plata y de Bronce, es con frecuencia extraño, oscuro, y el descenso progresivo del ciclo nos parece muy enigmáticamente expuesto, mientras que el pasaje de la "raza divina de los héroes" a la "del hierro" lo presenta con toda claridad. |
73 | The New Encyclopaedia Britannica, tomo 8, p. 326. |
74 | Ibid., p. 324. |
75 | En efecto, se trata de Pierre Waltz quien, en 1906, realizó su tesis doctoral sobre Hesiodo, y seguidamente publicó varias obras sobre la Grecia antigua. |
76 | Pierre Waltz: Le monde égéen avant les Grecs (1947), p. 96. Tal vez fuera de interés anotar la primera fecha de aparición de este libro, en 1934, para situar esa particular mentalidad, aunque ésta no sea nueva. Por otro lado, en los ciclos considerados en nuestro estudio, el año 1934 señala el momento del pasaje a la era proletaria, es decir a la fase terminal de la Edad negra, que evidentemente es la más tenebrosa. Es en esta fase terminal que nuestra humanidad ha recolectado y recolectará todo lo que ella misma ha sembrado desde el Renacimiento, tanto en modo "negativista" como "positivista". En el corto extracto que hemos citado, nuestros lectores habrán reconocido tales conceptos, que si ya son sospechosos en el contexto europeo, lo son todavía más en el pasado brumoso de una Grecia tan antigua. |
77 | Hablamos naturalmente de militantes de base, y no sobre aquellos que procuran por sus intereses. |
|
|