Hermes Moneda cretense, Sybritta |
|
||||||||||||||
René Guénon:
El Reino de la Cantidad y lo Signos de los Tiempos,
Cap. II
Jean-Pierre Sironneau
en: ¿Quelle humanité? Demain... (actas
del III coloquio de Reims, 31 de agosto - 2 de septiembre de 1991)
bajo los auspicios de la revista Vers la Tradition.
a) El presente y el futuro Sin embargo, la eventualidad de un fin "próximo, si no inminente", lejos de llevarnos a un fatalismo pasivo, nos debe incitar, al contrario, "a preparar la salida de esta edad sombría" en que languidece la humanidad desde hace ya mucho tiempo. En efecto, "la doctrina hindú enseña que la duración de un ciclo humano, al que da el nombre de Manvantara, se divide en cuatro edades que señalan otras tantas fases de un oscurecimiento gradual de la espiritualidad primordial; se tratan de los mismos periodos que, por su lado, las tradiciones de la antigüedad occidental designaban como las edades de oro, de plata, de bronce y de hierro. Actualmente estamos en la cuarta edad, el Kali-Yuga o 'edad sombría', en la que, según se dice, permanecemos desde hace ya más de seis mil años". Asimismo, es importante añadir que es posible, "en el interior de cada uno de los grandes periodos de los que hemos hablado, distinguir aún diferentes fases secundarias, que constituyen otras tantas subdivisiones; teniendo en cuenta que cada parte es en cierto modo análoga al todo, dichas subdivisiones reproducen, por así decir, y en una escala más reducida, la marcha general del gran ciclo dentro del cual están integradas". Estas observaciones de René Guénon nos introducen, mucho mejor de lo que nosotros lo haríamos, en el estudio que nos proponemos someter a la atención de nuestros lectores. En efecto, tras examinar diversos procesos del descenso cíclico y su repercusión sobre los hombres en determinados momentos cruciales de nuestro Manvantara, y próximos ya a los "últimos tiempos", deberemos ocuparnos de los ciclos relativamente cortos de estas "subdivisiones" que acaban de mencionarse, y que son como los reflejos de los grandes ciclos tradicionales. Por otra parte, también es conveniente prestar atención al punto siguiente: aunque las observaciones de René Guénon fueron hechas hace ya bastantes años, pues datan de 1927,1 es evidente que hoy en día tienen una acuciante actualidad, pues de hecho parece que no estamos muy alejados del "fin de los tiempos", como tendremos ocasión de ver después de las consideraciones que expondremos a continuación. Es evidente que cada minuto que pasa abrevia el tiempo que queda por transcurrir, aunque semejantes apreciaciones de la duración son naturalmente muy relativas, y, bien entendido, nulas con respecto a la Eternidad. No obstante, si hemos hablado de urgencia a propósito de las observaciones que hizo René Guénon hace más de setenta años, es sobre todo porque nos ha parecido útil, al abrigo de la Historia, recordar este encadenamiento de errores cometidos por los hombres de forma tan obstinada y fatal. Una cierta toma de conciencia puede que permita a algunos, mientras aún sea posible, rectificar las tendencias malsanas responsables de las "caídas", inevitablemente seguidas de los correspondientes "castigos", evitando de ese modo su perniciosa repetición en el futuro. Igualmente, no dejaremos de recordar, aunque esto parezca un misterio, que en todo momento nos hallamos muy cerca del "fin de los tiempos". ¿Acaso no se dice en el Islam que Dios se encuentra en realidad más cerca del hombre que su propia vena yugular? 2. Siempre se ha hablado del "fin del mundo". A veces prestándole una gran atención, como fue el caso, según nos dicen, de los años que precedieron al Año Mil. En los tiempos modernos con frecuencia se le ha puesto fecha, como continúan haciéndolo los Testigos de Jehová, pero en general nadie, salvo para mofarse, se lo toma demasiado en serio. Actualmente los "milagros" científicos satisfacen plenamente al hombre, aturdiéndolo con una embriaguez muy sintomática, debido a la cual se muestra incapacitado para poder medir la velocidad, constantemente acrecentada, de los acontecimientos. Helo aquí como nunca librado a sus instintos de conquista, que en el mundo entero, bajo la influencia occidental, se traducen sobre todo por la obsesión del crecimiento a cualquier precio, acompañado del olvido de una regla bien conocida: el crecimiento exagerado de los imperios siempre ha sido el anuncio de su inminente aniquilación. Ciertamente, el optimismo acompaña hoy en día a cualquier expansionismo, y por lo tanto frente al espectáculo cotidiano que se desarrolla ante nuestros ojos, sería más justo ver en esta ingenua y temible autoconfianza una especie de ebriedad ciega del pensamiento; como si por algún subterfugio se hubieran destruido indispensables centros inhibitorios en el cerebro del hombre, es decir, en la sede misma de sus actividades mentales, de las que tan orgulloso se muestra, y que le hacen creer a rajatabla en su perpetuidad material, carnal, tan falazmente tranquilizadora. El mundo, al igual que las ínfimas criaturas que lo pueblan, no es inmortal. Por otra parte, algunos científicos no dejan de alertar a los poderes y a la opinión pública: nuestro planeta está enfermo, y si continuamos por el mismo camino, nuestra vida se hará precaria, si no es que llegará definitivamente a su fin. Pero como nadie renuncia al lucro, y como este renunciamiento no está exento de grandes dificultades, pues conllevaría adoptar un género de vida que únicamente podría complacer a raros sabios, nos encontramos ante el comportamiento habitual de los avestruces2: la Ciencia, deus ex machina, encontrará sin duda las soluciones salvadoras. Y todos, o casi todos, avanzan a pie firme, confiando en los métodos que les han permitido alcanzar semejantes "niveles de vida", en medio de tantas "maravillas" como aún promete, bajo la protección del Progreso, nuestra sorprendente y mirífica tecnología. Mas, como es sabido, a quien Júpiter quiere perder, primero comienza por volverlo loco.3 Vemos, como si de una pesadilla se tratase, sobre un camino ya trillado, hordas de contribuyentes avanzando diligentemente, de crecimiento en crecimiento, de miseria en miseria, solícitos (si bien poco convencidos en el fondo) ante la presencia impresionante de las dos grandes realidades de la vida social contemporánea: a su derecha, la causa, a su izquierda, la consecuencia, lo cual los deja particularmente perplejos. A derecha, el alboroto y los aullidos de los mercachifles, más o menos mediocres, más o menos atrevidos, alineados en fila gritando sus dudosas mercancías. A izquierda, la hediondez y fealdad de los vertederos, cuyo gigantismo y constante multiplicación se extiende impunemente, mancillando el hábitat humano, desagradables réplicas terrestres de la polución celeste destructora de ozono, ya grave de por sí. Sin embargo, impávida y resuelta, una tecnología que en su optimismo de ninguna manera atiende las voces de alarma de ciertos investigadores, conduce ineluctablemente a la humanidad hacia el crecimiento y el suicidio.
3. Por dudosas que pudieran parecernos determinadas reflexiones "alarmistas", a veces voluntariamente exageradas y "negativas", y, por otro lado, por complacientes y tranquilizadoras que se presenten para los ingenuos las grandes exploraciones de la investigación moderna, "positivas" en el más amplio sentido del término, no estaría mal, decimos, que observemos ante todo ello una atenta y prudente reserva. En cualquier caso, nuestra vigilancia debería ser todavía más estricta ante todo aquello que se presenta como predicciones, "profecías", vaticinios y oráculos diversos. Pero de lo que hay que desconfiar sobre todo es de las interpretaciones que nos quieren dar algunos. En efecto, dichas interpretaciones son con frecuencia "erróneas" o "tendenciosas", cualquiera que sea, por otra parte, la naturaleza de los documentos sobre los que se fundamentan, porque los mejores de entre ellos podrían no ser los menos oscuros. Además, es necesario "añadir que todas estas cosas, que por lo general provienen de las regiones más bajas del dominio psíquico, conllevan influencias desequilibrantes y disolventes que aumentan considerablemente el peligro".4 A fin de cuentas ¿no ha sido el porvenir siempre considerado exclusividad de los Dioses? Junto a esta corriente "profética", tras la cual se ocultan intenciones bastante sospechosas, existe otra que, aunque esté menos cargada de "intenciones", no por ello deja de ser menos nociva al inspirarse igualmente en las regiones más bajas del psiquismo. Su influencia, además, se extiende a un público mucho más numeroso, satisfaciendo las supersticiones, las curiosidades y los gustos humanos más mediocres, y en los que están implicados en mayor o menor medida todos los ámbitos de la sociedad, desde los más pobres a los más ricos, desde los iletrados a los letrados, desde los ignorantes a los doctos. Esta corriente particularmente lucrativa, representa una "adivinación" dirigida a los que esperan y desesperan, que es la clientela habitual de las "ciencias ocultas". Es cierto que se condenan y denuncian sus prácticas como una explotación desvergonzada de la credulidad pública, lo que no impide que en todo el mundo, y desde hace bastante tiempo, determinadas fortunas se hayan edificado sobre las divagaciones de las "magias" más groseras, pues están al alcance de todos los bolsillos sin distinción. Podría uno sorprenderse de que los Estados modernos, enemigos de las "supersticiones", no protejan con mayor eficacia a las innumerables víctimas consentidoras: aunque no ignoramos los increíbles torrentes de impuestos que los gobiernos extraen de ello.5 Bien lejos, aparentemente, de estos mercadeos, de estos negocios y de estas supersticiones, existe todavía una corriente de pensamiento orientada a dilucidar el futuro. Pero esta corriente, aunque sufra algunas críticas, parece que está menos expuesta a las mofas que el ocultismo. Resulta que es más científica, y la fuente que regula sus misterios lleva el nombre de Futurología. No es menos cierto que también en este género de empresa, es necesario, como escribe Paul Corentin,6 "evitar la tentación milenarista, la verborrea de las grandes profecías, la evocación de las utopías maravillosas o catastróficas. Se cambia de siglo, lo cual hace época, pero he ahí todo." Nosotros no compartimos esta hastiada indiferencia. Suponiendo, por ejemplo, que este fin de siglo coincida con el fin del Manvantara, ello ciertamente haría época, pero eso no sería "todo", y el acontecimiento merecería algún interés suplementario. Paul Corentin observa todavía que "mucho se ha criticado, y con razón, el trabajo de los futurólogos. Una buena higiene del espíritu exigiría que regularmente se publicasen los proyectos que los sabios, los politólogos, los filósofos, los economistas hicieron veinte años atrás para diseñar el mundo en el que hoy en día vivimos. Semejantes simplezas, adornadas con los tintes de la arrogancia y lo perentorio, servirían al menos para recordarnos constantemente la modestia y la prudencia intelectual7 (…). Pero la modestia no implica el renunciamiento, ni el escepticismo abandonarse a la ignorancia", y se encuentran por otra parte, entre ciertos futurólogos, propuestas y razonamientos bastante sensatos. En este sentido, pensamos que sería útil estudiar cómo funciona la lógica del poder científico y las consecuencias que esto pudiera tener sobre las sociedades humanas "si los demás poderes, y sobre todo el político, no aplicaran correctivos". Nos preguntamos, a la luz del pasado y del presente, si no habría que dudar de la garantía que ofrecen estos poderes y sobre la naturaleza de sus "correctivos". Actualmente, se emplea esta palabra en el sentido de moderar, de dulcificar, pues la moda impuesta es el optimismo. Sin embargo, si juzgamos por el espectáculo de las costumbres, la moderación no está entre los verdaderos gustos del momento, y no habría que fiarse demasiado de los remilgos de los pacifistas. A nadie debe extrañar que los políticos sigan, alienten y, si es necesario, dirijan la investigación científica. Ahora bien, un descubrimiento científico puede aplicarse tanto para el bienestar de los hombres como ser empleado para su destrucción, según lo que exija y obtenga de los investigadores el Poder dominante. Los recursos de que dispone la Ciencia van multiplicándose, pero estamos completamente seguros que por sí solos ni pueden amenazar ni garantizar la paz y el bienestar de los hombres. Unicamente el Poder político y aquello que lo "inspira", puede presionar en un sentido o en otro. Pese a que hoy en día se considere una "victoria" el hecho de que la ciencia ofrezca tantas posibilidades, sin embargo se trata de una "victoria" que por desgracia se presta a todo cúmulo de errores. "Ciencia sin consciencia es la ruina del alma", y, en consecuencia, la ruina de todo lo demás8. A veces, prosigue Paul Corentin, se intenta "atrapar el sentido de lo que ha acontecido y de lo que acontecerá (…) Todo puede darse, incluso lo peor, si esa victoria la hace suya el poder con su vertiginoso sentido de la posesión". Este es el verdadero problema, ante el que nos preguntamos si todavía hay tiempo, o incluso si es posible, tomar y aplicar las medidas pertinentes. Lo que viene a continuación ilustra perfectamente lo que queremos decir. Un libro que trate del siglo XXI, "se presentará como una enciclopedia del mundo futuro, y no le faltarán las fotografías de lo que dentro de poco será nuestro universo en asuntos tan variados como la alimentación, las ciudades, los objetos de uso cotidiano, la medicina, la información, el trabajo, los viajes, la enseñanza, la cultura". ¡Que hermosas perspectivas esconden estas lindas palabras dichas hoy en día! ¿No es aleccionadora esta prolija enumeración, sin hablar del "cebo" que representan las fotografías que la ilustran, y cuyo color nos imaginamos? ¿No es fácil reconocer, en tan pocas palabras, las obsesiones incorregibles y nefastas de nuestros contemporáneos? ¿Acaso no sufrimos ya sus excesos, que ciertamente se acrecentarán entre sus más inmediatos descendientes, si Dios les da vida? De todas estas especulaciones, lo que realmente nos llama la atención es que no exista, como realmente parece, ninguna preocupación por lo que el hombre ha llegado a ser mediante sus acciones cada vez más destructoras para con sus semejantes y su medio ambiente. Los autores citados no dicen ni una palabra, a menos que Paul Corentin lo hubiera silenciado, lo cual ciertamente nos sorprendería. En cualquier caso, está claro que el conjunto de sus consideraciones están impregnadas de un cierto escepticismo. En cuanto a nosotros, sabemos, sin necesidad de ordenador, que el hombre de mañana se modela actualmente en la calle, en las escuelas y en las familias, pero, sobre todo, en los medios y en los espectáculos, que fabrican la mentalidad del rebaño humano. Observamos a los "héroes" expuestos a la admiración de todos, y las imitaciones que de ellos hacen los "jóvenes" en la vida cotidiana. Conocemos también el espíritu de las reformas escolares desde hace más de cuarenta años. Ellas son el fiel reflejo de la mentalidad general, caracterizada por hacer y deshacer al antojo de unas naturalezas cuya indecisión e imprevisibilidad siempre propende, cuando son abandonadas a sí mismas, como es el caso que nos ocupa, a la satisfacción inmediata de su egoísmo y de sus instintos más groseros. En fin, no es difícil prever lo que será nuestra sociedad el día de mañana a la luz de lo que ella es actualmente, y que no es sino la consecuencia natural de lo que fue ayer. Sería suficiente con seguir la curva trazada desde hace ya muchas décadas. Esta no sólo no ha cambiado, sino que nada hace suponer que cambie alguna vez, teniendo en cuenta cuáles son las principales preocupaciones del poder político. Al menos no cambiará sino porque se aproximará cada día más a la vertical, siendo así su caída cada vez más veloz, lo que no deja de ser bastante significativo. ¿Pero acaso no sabemos desde hace mucho tiempo que las civilizaciones son mortales? b) El empleo de los ciclos "Las divergencias del Occidente con respecto al Oriente" no han dejado de acentuarse, pero a pesar de esta aparente ineluctabilidad, René Guénon, en 1920, no cree que esto pueda "continuar así indefinidamente". Ve difícil "que no se produzca más tarde o más temprano una reacción", un "cambio de dirección (…), una fractura más o menos brusca, una verdadera solución de continuidad con relación al estado anterior". Más tarde indicará las diversas circunstancias que podrían acompañar dicho cambio. Pero hasta entonces, con toda prudencia advierte que las explicaciones que propone "no corresponden enteramente" a todo lo que él piensa a este respecto. Además, "expresamente" declara que no pretende "formular nada que se parezca lo más mínimo a las 'profecías' ". No piensa "que un conocimiento detallado del porvenir fuera ventajoso para el hombre", y estima "perfectamente legítimo el descrédito que, en Oriente, ha llegado a tener la práctica de las artes adivinatorias". Posteriormente volverá a hacer estas reservas. Por lo tanto, se entiende que lo que Guénon pone en duda no es la validez de ciertos pronósticos: es lo oportuno que sería el hacerlos públicos. En efecto, precisa que "ciñéndonos a la verdad podemos decir que quienes tienen algún conocimiento de las leyes cíclicas y de sus aplicaciones a los periodos históricos, podrían al menos permitirse algunas previsiones y determinar las épocas comprendidas entre ciertos límites; pero nos abstendremos aquí completamente de tales consideraciones". Así, quien tenga "algún conocimiento" de los ciclos podría, en cierto modo, prever. Pero René Guénon, al menos "aquí", se abstendrá.11 ¿No es todo esto terriblemente evasivo? ¿No habría que recordar también que no siempre es conveniente decir la verdad? Algunas precisiones se ofrecerán en El Esoterismo de Dante (1925), y posteriormente en El Rey del Mundo (1927), pero no será hasta antes de 1937, en el Journal of the Indian Society of Oriental Art, que R. Guénon proporcionará a sus lectores substanciales revelaciones sobre los ciclos y sobre su relación con las diferentes "Tierras" o "localizaciones". No parece que sobre estas cuestiones se haya dado en Occidente un tratado lo bastante claro y completo, y en tan poco número de páginas, sin hablar de la competencia y la maestría con que fueron expuestas nociones tan delicadas.12 Sin embargo, incluso aquí se manifiestan nuevas reticencias. En primer lugar, ya desde el comienzo del artículo, R. Guénon indica que, en su opinión, "lo que realmente puede hacerse es intentar aclarar algunos puntos mediante observaciones (…) que no pueden, en definitiva, tener otra pretensión que la de aportar simples sugerencias13 sobre el sentido de la doctrina de que se trata, más bien que explicarla verdaderamente". Y el autor, concluyendo, expresa su reserva relativa a los datos demasiado precisos. "En cuanto al comienzo de nuestro Manvantara, y, por consiguiente, al punto exacto de su curso en el que nos encontramos actualmente, no nos arriesgaremos a intentar determinarlos. Sabemos, por todos los datos tradicionales, que estamos desde hace ya mucho tiempo en el Kali-Yuga; podemos decir, sin temor a equivocarnos, que incluso estamos en una fase avanzada del mismo, fase cuyas descripciones dadas en los Purânas responden además, sorprendentemente, a las características de la época actual; ¿pero no sería imprudente querer precisar más, y, además, no llevaría ello inevitablemente a ese tipo de predicciones a las que la doctrina tradicional ha opuesto, no sin graves razones, tantos obstáculos?"14 No obstante, en 1931, en Le Voile d'Isis, a propósito del "Lugar de la tradición atlante en el Manvantara", R. Guénon confió a la discreción de una nota, sin duda intencionadamente, la revelación de una "clave" preciosa. y tentadora. ¿Era acaso, como lo cree Jean Robin, "para que pudiera tomarse clara conciencia de la inminencia del fin del ciclo. y para que se sacaran todas las conclusiones necesarias?" Sea como sea, he aquí la nota reveladora: "Pensamos que la duración de la civilización atlante debió ser igual a la de un 'gran año', entendido en el sentido de un semiperiodo de la precesión de los equinoccios; en cuanto al cataclismo que le puso fin, algunos datos concordantes parecen indicar que tuvo lugar siete mil doscientos años antes del año 720 del Kali-Yuga, año que es también el comienzo de una era conocida, aunque quienes la emplean todavía hoy parecen desconocer el origen y la significación".15 Frente a tan sugerentes precisiones, es natural que algunos curiosos, más decididos que otros, hayan descubierto una "era conocida" respondiendo plausiblemente a estas precisiones. "Si se sabe, escribe Jean Robin, que la era de que se trata no es otra que la era judía, cuyo comienzo está situado tradicionalmente 3761 años antes de la era cristiana, es fácil deducir, con Michel de Socoa (Luc Benoist) por ejemplo, el dato 'teórico' del fin del ciclo. El comienzo del Kali-Yuga se situaría, en efecto, en el año 4481 (3761 + 720) antes J. C., y su fin debería entonces ocurrir 6480 años después, o sea en el año 1999 (6480 - 4481)".16 De hecho, puesto que es exactamente el 7 de octubre del año 3761 antes de Cristo que comienza la era judía, habría que admitir, ateniéndose a la letra, que el fin del Manvantara, en 1999, debe en todo rigor producirse también el 7 de Octubre,* a menos que no ocurra durante la víspera o al día siguiente.17 Lo admitimos en nuestra hipótesis. Y para llevar más lejos la fantasía de una precisión medianamente ilusoria, y dándole generosamente un giro matemático, lo traduciremos de manera decimal: el 7 de octubre de 1999 deviene más o menos así, 1999,77. Esta fantasía, al menos, deriva en una cierta ventaja práctica: en lo que sigue de este estudio todos los números decimales designarán, de forma perfectamente explícita, los datos calculados en función de las leyes cíclicas y a partir de la fecha precisa que la tradición judía nos proporciona acerca de su origen. Estos datos teóricos constituirán así puntos de referencia útiles en torno a los cuales se ordenarán, con mayor o menor diferencia, los datos prácticos de la Historia. Todo esto, claro está, con la condición de que sea efectivamente la era judía la que R. Guénon tenía en mente. Lo que es muy posible además de verosímil.18 Pero, aun así, ¿no sigue quedando alguna duda? Al parecer, una famosa cuarteta de Nostradamus daría
soporte a esta fecha "fatídica" de 1999,77. Hela aquí
en su totalidad para que cada uno pueda degustar y temer el misterio:
Muchos han visto en esta cuarteta la predicción de un eclipse solar. Creemos que no han sido demasiado perspicaces. Es cierto que un eclipse total de sol, según los cálculos, será visible muy cerca de París en 1999, y más precisamente el 11 de agosto. Además, también es verdad que ese 11 de agosto de nuestro calendario gregoriano correspondería, con una diferencia de 13 días, al 29 de julio del calendario juliano en vigor en la época de Nostradamus. Observemos hasta qué punto había sido precisada, varios siglos antes, la determinación de esta fecha. En cambio, no se entiende muy bien qué interés podía tener el célebre astrólogo en fijar la fecha de este eclipse en particular, y no el de 1961, también total en el Mediodía de Francia, sin hablar de decenas de otros, parciales, y esto tan sólo durante el siglo XX. A menos, bien entendido, que este eclipse de 1999 no se acompañe de notables acontecimientos, mucho más importantes para el mundo que el espectáculo parisino del eclipse en sí. ¿Qué trae consigo entonces el "gran Rey de espanto"? No está nada claro. Algunos, por ejemplo, creen ver la entronización del famoso "Gran Monarca". Pero no se adelanta demasiado cuando cada cual interpreta a su manera ese "Gran Monarca". Por otra parte, sabemos cuántas deformaciones y aminoramientos ha debido sufrir lo que puede haber de auténtico en el tema del Gran Monarca, y R. Guénon consideraba todas estas maniobras como particularmente sospechosas y peligrosas. En fin, aparte de estas rarezas, no resulta extraño encontrar divergencias de forma entre lo que escribe Nostradamus y las observaciones de todos aquellos que según parece no lo han leído siempre con la misma atención, ni sin duda, con el mismo método. Vemos, por ejemplo, que según Jean-Charles de Fontbrune, las profecías se detienen en la fecha de 1999. Ahora bien, Nostradamus mismo declara, en su Carta a César, que sus "vaticinios" se extienden "desde la actualidad hasta el año 3797". ¿Qué creer de todo esto? Teniendo en cuenta, además, que Jean-Charles Pichon niega la realidad de 1999 (fecha crítica suministrada por Nostradamus en su cuarteta), haciéndola corresponder más bien a 1316, comienzo de las grandes epidemias, calamidad que se referiría al "gran Rey de espanto". Ello, claro está, si es que hemos comprendido bien al "exégeta",19 de lo cual no estamos demasiado seguros. Frente a estos ejemplos, comprobamos que Nostradamus, ya sea por sus oscuridades o por las interpretaciones que se le han hecho, apenas sostiene la hipótesis de un fin del ciclo en 1999.20 Estas últimas consideraciones, al menos, ilustran adecuadamente las observaciones hechas anteriormente acerca de la vanidad de determinados comentarios de los textos proféticos, o que se pretenden tales.
Examinaremos ahora un testimonio célebre que sin duda no se nos perdonaría el silenciarlo, pues "data" con bastante exactitud un acontecimiento sonado cuyo conocimiento ha sido transmitido desde la antigüedad hasta nuestros días, y que puede esclarecer algo el tema que nos ocupa. Se trata de la catástrofe que puso fin al reino de los Atlantes, sumergiendo su maravillosa isla. La fuente que nos informa de ello está considerada actualmente como un relato legendario por la gran mayoría de los "especialistas" habituales. Pero el fin relativamente próximo de nuestro mundo ¿no es considerado también como puramente imaginario? Sucede que hoy en día, los que forman opinión, los que sostienen y dirigen ciertas "corrientes mentales", no admiten diferencia alguna entre lo legendario y lo imaginario, puesto que lo legendario no es otra cosa que lo imaginario consagrado por viejas supersticiones.21 Entremos, pues, en el legendario tradicional, y veremos después en qué medida se aproxima o se aleja del legendario platónico que ha tratado de la Atlántida. Si continuamos considerando la fecha hipotética de 1999,77 como la que designa el fin de nuestra civilización, ésta señalará también el fin de la Quinta y última gran Raza, de la que según todas las apariencias somos los últimos representantes, muy decaídos desgraciadamente. Esta Raza, como cada una de las cuatro Razas restantes del Manvantara, debería tener una duración de 12960 años, correspondiendo ésta a lo que los Antiguos llamaban un Gran Año. Si todas las hipótesis que hemos admitido son exactas, la cuarta Raza habría sido destruida 12960 años antes de 1999,77, es decir en 10960,23 antes de nuestra era. Ahora bien, según el relato que Platón concede a Critias, Solón habría aprendido de un viejo sacerdote egipcio de Sais, que la Atlántida se hundió bajo el océano 9000 años antes.22 Este diálogo se sitúa, de manera aproximada pero suficiente para nosotros, al comienzo del siglo 6 antes J. C., lo que situaría el fin de los Atlantes, y por tanto de la cuarta Raza, hacia el 9600 antes de nuestra era. Esto representaría un poco menos de un milenio y medio de diferencia con respecto a los resultados obtenidos cuando se tienen en cuenta las enseñanzas suministradas por René Guénon y las precisiones aportadas por Michel de Socoa. Esta diferencia ¿sería debida a una imprecisión de Solón o a una distracción del anciano sacerdote de Sais? ¿Acaso a Critias le falla la memoria, a pesar de haber pedido ayuda a la diosa Mnémosyne antes de empezar su relato? ¿O es que se vanagloria de haber aprendido de memoria, "ya que es un niño", los manuscritos de Solón?23 Recordemos también que según lo dicho por Platón en el Timeo y el Critias, la enseñanza en cuestión, partiendo de los archivos egipcios, parece ser que fue de quinta mano.24 Si, pese a esta incertidumbre, se quisiera aceptar los 9000 años exactos del relato platónico, teniendo en cuenta las duraciones cíclicas transmitidas por René Guénon, el fin de nuestro Manvantara, o ciclo humano, debería aplazarse de 1999 a (12960 - 9600 =) 3360 aproximadamente, esto es, casi hasta la mitad del cuarto milenio después de J. C., ¡lo cual todavía daría a la especie humana más de un milenio de vida y de continuos "progresos"! Ciertamente esta prolongación nos parece poco verosímil. Los hombres, nuestros contemporáneos, si se les juzga según los talentos que exhiben sin vergüenza, no han de estar muy lejos de su desaparición. Se parecen mucho al retrato que diversas tradiciones se han forjado para los días del fin, que ha de estar ya muy próximo. Otorgar todavía a seres tan nocivos, tan resueltamente homicidas, más de un milenio para saquear el mundo, sería dar prueba de un optimismo verdaderamente excesivo. Y sus actitudes actuales, sus comportamientos, nos recuerdan aquella parábola de las Escrituras según la cual los últimos tiempos serán abreviados, porque sin esa decisión misericordiosa, nadie, a causa del mal en el ambiente, podría salvarse. Ya sea a propósito de la Atlántida o de otras cuestiones, los textos de Platón han sido bastante discutidos. Con razón o sin ella, indudablemente: depende del punto de vista en el que uno se sitúe. Es cierto que para nuestra impaciente raza el filósofo no siempre es claro, ya que a veces se extiende en detalles muy concretos que parecen fuera de contexto, o se lanza a largas consideraciones que se toman por digresiones. También es verdad que en muchos casos se ha subestimado e incluso censurado su sentido del humor. Ahora bien, el humor es una cierta disposición del espíritu que tan sólo aparentemente podría quitarle su seriedad, pero que en cualquier caso siempre desconcierta. Y cuando se trata de los mitos, es comprensible que hayan sido inducidos al error sus lectores modernos, refractarios a cualquier simbolismo, y por consiguiente prontos a creer que Platón se burla o se divierte. En efecto, es posible que a veces se divierta por el tono que emplea, pero sin duda, y ante todo, también quiere instruir divirtiendo, lo que no es lo mismo. Nosotros pensamos, sin pretender mayor crédito que el que merece nuestra mediocre competencia, que Platón, esencialmente filósofo en sus escritos,25 y el cual no nos parece haya querido hacer obra de "historiador" como algunos se imaginan, ha aprovechado sobre todo el mito atlante para hacer de la isla misteriosa la sede de un pueblo cuyo proceder presenta como un modelo considerándolo bajo las relaciones más dispares, y donde el contraste es particularmente sobrecogedor. "En la medida en que estuvo sobre ellos la naturaleza del dios, atendieron a las leyes y permanecieron ligados al principio divino, con el que estaban emparentados. Sus pensamientos eran verdaderos y grandes en todo, y ellos se comportaban con bondad y sabiduría (…). Despegados de todo aquello que no fuera la virtud (…), sin dejarse embriagar por los placeres de su fortuna, no perdían el dominio de sí mismos, cumpliendo siempre con su deber". También su prosperidad no dejaba de crecer. Pero finalmente, de edificante como era, su comportamiento devino odiosamente ejemplar. En efecto, "cuando la porción divina que estaba en ellos comenzó a alterarse como consecuencia del cruce repetido con numerosos elementos mortales, comenzando a dominar en ellos el carácter humano (…), cayeron en la indecencia (…), poseídos como estaban de una avidez injusta y de un poder sin límites. Entonces el dios de los dioses, Zeus (…), quiso castigarlos para hacerlos más moderados y sabios".26 Este relato está en total conformidad con lo que se encuentra en otras tradiciones en cuanto a la degeneración fatal que acecha a los hombres, consumiéndolos, y cuya consecuencia es siempre, según la amplitud del ciclo en cuestión, el fin de un pueblo, o el de su Raza y, finalmente, el de toda su especie. Semejante estado de cosas, lejos de ser optimista, como sin duda lo desearían nuestros modernos contemporáneos,27 muestra al menos que Platón, según los términos y las imágenes que aquí y en otras partes utiliza, no ignora los caracteres fundamentales de la doctrina cíclica y todo lo que a ésta se refiere. Esto es suficiente para prestar atención a "su" mito, y no creer, como otros, que pura y simplemente lo haya inventado todo con la única intención de exponer una vez más sus teorías sociales. Todavía hay algo que nos mueve a pensar que Platón, lejos de inventar, se ha limitado a transmitir. La fuente egipcia nos parece totalmente admisible, e incluso si Proclo28 no hubiese aportado su testimonio, persistiríamos en no considerarla imposible. Pero pensamos que Platón, como otros Griegos instruidos, debía, en lo que concierne a los ciclos, disponer de fuentes geográficamente mucho más cercanas que Egipto. En ambos casos, no tenía ninguna necesidad, en lo que se refiere al fondo del asunto, de recurrir a su imaginación. En cualquier caso, estamos seguros que su "datación" del cataclismo no la ha inventado, aunque pueda haber más de una duda respecto a su exactitud. Es cierto que esta datación la encontramos "incierta". ¿Pero qué fecha no lo es cuando se trata de épocas tan remotas? En verdad, la diferencia de más de un milenio con nuestra propia "datación", más certera creemos, no es para dejarnos perplejos. Con todo, podríamos correr el riesgo de dar una explicación para atenuar esa perplejidad. Para Platón,29 cuyas explicaciones, por otro lado, nos parece que se corresponden con las realidades geográficas actuales, la isla de la Atlántida era verdaderamente inmensa. "Más grande que la Libia y el Asia juntas" (en el sentido como éstas se consideraban en aquella época), ella constituía, en el Atlántico, un continente de importancia equivalente, o incluso superior, a la del actual continente australiano. Su hundimiento, brutalmente repentino, "en el espacio de un solo día y una sola noche nefastos", debió marcar los espíritus durante largo tiempo. Pero semejante catástrofe ¿ha podido ser fechada con toda precisión en el curso del periodo de turbación e incertidumbre que sigue siempre al fin de un ciclo, por parcial que fuese? ¿No resulta de ello una cierta obscuridad, una cierta pérdida de conciencia que, aun en su menor grado de importancia cósmica, es no obstante imagen del sandhya, de ese intervalo entre dos grandes ciclos, que es "un pasaje por lo no-manifestado" como escribía René Guénon? Por último, y según el uso que hemos hecho del relato de Platón, el "error" de un milenio sobre un periodo de cerca de 11000 años no es lo suficientemente importante para desecharlo y descartarlo sin más. Todo lo que hemos examinado de dicho relato, en sus líneas esenciales, parece corresponder a los datos tradicionales. Como en otros lugares de sus diálogos, es más que probable que el filósofo quiso, sin necesidad de sacrificar el tema que trataba y sin abandonar totalmente el humor y cierta malicia, recordar de pasada una antigua civilización de la que tenía conocimiento, pero sin poder, o sin querer, precisar más, especialmente en cuanto a la fecha que señala su fin.30 Recurriendo a lo que se ha llamado la "utopía platónica", a la cual, por cierto, en una emisión de los "Lunes de la Historia" de "France Culture", el 6 de mayo de 1985, Emmanuel Le Roy Ladurie calificaba, seguramente de forma burlona, de "utopía comunista", nos parece evidente, por el contrario, que se nos ha transmitido diversos elementos de una doctrina antigua y respetable. La forma "utópica" ¿ha sido deliberadamente escogida por el filósofo porque es más atractiva y más propicia a la chanza? A su vez, algunos comentadores ¿no ven y no quieren ver en esta "utopía" sino un simple tejido de ensoñaciones irrealizables? Pero ¿no serán más bien las utopías modernas los verdaderos espejismos? ¿Por qué no admitir que este término, como lo indica su etimología, designa algo que no está en ningún lugar, que no estaba en ningún lugar ya en tiempos de Platón, pero cuya realidad, a su manera, se afirmó en alguna parte en una época muy lejana? François Châtelet, al final de su Platón, se pregunta si el filósofo tenía la esperanza de influir a través de su obra, "de manera efectiva sobre el destino de sus contemporáneos". La respuesta, prosigue el autor, se encuentra en La República, en donde Sócrates "declara que de todas formas si el modelo de la Calípolis no es aplicable políticamente, al menos cualquiera tiene la posibilidad de aplicárselo para ordenar su conducta personal". Ahora bien, creemos que el mito de Er, que viene a continuación, y que François Châtelet interpreta a su manera, podría dar a entender que toda adquisición de la doctrina es susceptible de ofrecer una ayuda inestimable, si no para todos en aquellos tiempos de decadencia ateniense, sí al menos para algunos, sobre todo en una existencia posterior. De ahí que se diga que es mejor no beber demasiado del agua del Leteo. c) Una ciclología salutífera A propósito de los ciclos y de las consideraciones que entrañan, se han criticado algunas actitudes más o menos fatalistas.31 Entendemos que con ello se quiere denunciar una tendencia a la fatalidad dispuesta a aceptar cualquier cosa, sin recurrir a ningún discernimiento ni a la más mínima reacción de orden mental o psíquico. Esto es, en efecto, lo propio del fatalismo, disimulado a veces tras un optimismo beato, otras bajo una silenciosa resignación, y cuyos nocivos efectos nunca se denuncian lo suficiente. Y cuando es así desdichadamente con muy pocas posibilidades de éxito, pues se trata de una actitud de espíritu muy enraizada desde hace bastante tiempo, y que en nuestra época, debido a la indolencia afectiva, al embotamiento cerebral y a la deformación generalizada que la aqueja, no deja de desarrollarse y expandirse victoriosamente entre todas las capas de la sociedad, incluso en los medios en que, como es el caso de la enseñanza, la cultura y la reflexión, todas estas cosas no deberían considerarse vana palabrería. ¡Curiosos individuos nuestros contemporáneos, más o menos convencidos de disponer a voluntad de su persona y destino! Cierto, se desplazan por todas partes a su antojo y sin traba alguna, y aunque sepan, de manera confusa, lo cercenadas que están sus libertades y lo reducido de sus recursos, sin embargo desconocen por completo que no hacen otra cosa, ya sea en el trabajo o en el ocio, que lo que otros han decidido que hagan. Ahora bien, las manipulaciones de que son víctimas a escala planetaria, no se detienen ante las diversas estrategias económicas o las maniobras de sometimiento. De hecho se les conduce hacia el genocidio generalizado y definitivo, sin que al parecer el crimen beneficie verdaderamente a nadie.32 Los pocos contemporáneos a los que no se ha logrado "lavar el cerebro" permanecen impertérritos pero impotentes ante semejante ausencia de espíritu crítico, ante esta servidumbre y gregarismo que explota, y explica, en nuestro mundo imbuido de igualitarismo, la casta "señorial" esquiladora de los rebaños. ¿Cómo entender esta inercia del alma, esta profunda apatía, este renunciamiento al menor sobresalto, esta extraña letargia sólo interrumpida de vez en cuando para satisfacer las necesidades más desagradables y vulgares? ¿Cómo admitir, incluso sobre el plano social más elemental, estos retiros en cadena de desgraciados apaleados a impuestos, vergonzosamente asistidos, timados? ¿No pinta todo esto un cuadro muy poco halagüeño del pretencioso hombre moderno, un cuadro bastante lúgubre en verdad? Evidentemente no nos olvidamos de las malicias de la nueva casta "señorial", en la que más de uno, escapado del sumiso rebaño, ha seguido conservando la mentalidad envidiosa, codiciosa, y completamente servil siempre que acude al electorado. Así pues, ¿cómo de semejantes masas, explotadoras o explotadas, y se diría que totalmente hipnotizadas, no iban a salir la negación o el fatalismo, los cuales, y a pesar de las advertencias, parecen ser los únicos resultados tras la intrusión más o menos profana en la cuestión de los ciclos? No intentaremos explicar aquí en qué puede intervenir la fatalidad en la vida humana, sin llegar a ser fatal. No pocos antes de nosotros lo han hecho ya.33 Nos contentaremos con repetir lo que hemos dicho un poco más arriba. La fatalidad no golpea a los hombres sino en la medida en que éstos se prestan a ello por su pasividad y docilidad en seguir los mandatos del Destino, sin atender a la voz interior que les dice que no hagan nada de eso. Es muy fácil dejarse llevar por la torpeza, por la indolencia y el embotamiento que poco a poco van aniquilando la voluntad íntima y personal. Por el contrario, hay que sublevarse, violentar nuestros instintos más primarios que nos empujan hacia abajo, pues se nos ha dicho que es mediante la violencia como se conquistan los cielos. ¿No es éste el auténtico significado de la "gran guerra santa"? ¿Pero qué es lo que podría animar o simplemente interesar, a una raza materialista cuyos apetitos la llevan a satisfacer sobre todo las necesidades y caprichos del cuerpo, este conglomerado de átomos pronto llamado a desaparecer? La actitud fatalista, despreocupada o pasiva, con la que muchos enfrentan la vida corriente, también se observa ante las revelaciones de la ciclología, en la que el encadenamiento de las épocas y de los hechos puede parecer ineluctable.34 Aun así, aunque pueda haber una cierta ineluctabilidad de las cosas, no obstante los hombres disponen de un amplio margen de libertad. Si renuncian a ella, bien sea por despreocupación o bien por apatía, tan sólo ellos serán responsables cuando caigan bajo el yugo del destino. Es imprescindible aprender de los movimientos y sobresaltos de la Historia, y modelar nuestra actitud interior según esa enseñanza, en lugar de dejarlo a las circunstancias. Otra cosa, en fin, hay que tomar en consideración, y es que detrás de aquello que en ocasiones nos parece un mal, puede ocultarse también un bien, y desde luego sería una torpeza por nuestra parte si no extrajéramos un beneficio de ello. Asimismo hemos de permanecer atentos ante el "doble aspecto 'benéfico' y 'maléfico' bajo el cual se presenta la marcha misma del mundo, considerado como manifestación cíclica (…). Por una parte, si se toma simplemente esta manifestación en sí misma, sin relacionarla con un conjunto más amplio, toda su marcha, de principio a fin, aparece efectivamente como un 'descenso' o una progresiva 'degradación', siendo aquí donde reside su sentido 'maléfico'; pero, cuando esta misma manifestación se considera situada en el conjunto del que forma parte, produce resultados que tienen un valor realmente 'positivo' en la existencia universal, y es necesario que su desarrollo prosiga hasta el fin, comprendidas las posibilidades inferiores de la 'edad sombría', de manera que sea posible la 'integración' de esos resultados y se convierta en el principio inmediato de otro ciclo de manifestación, siendo esto precisamente lo que constituye su sentido 'benéfico' ". No obstante, no creamos que estos dos puntos de vista son "de alguna manera simétricos", pues en realidad lo "maléfico" no es sino "transitorio", mientras que lo "benéfico" posee un "carácter permanente y definitivo". De hecho, no existe aquí ninguna correlación posible, ya que sólo permanece "lo que es y no puede dejar de ser, ni ser diferente de lo que es".35
Aunque hayamos advertido contra algunos excesos en la credulidad y aceptación pasiva de todo lo que se dice o escribe, sin embargo no hemos negado la realidad de muchas cosas, ni tampoco su interés. Si, por ejemplo, la doctrina de los ciclos resultara perjudicial, ésta no se hubiese dado a conocer en los tiempos antiguos, pues, muy al contrario de los nuestros, en aquellos tiempos existía un respeto hacia la salud mental y espiritual de los hombres. Si el dar a conocer ciertas dataciones fuera algo nefasto, dudamos mucho que un hombre como René Guénon tomara la responsabilidad de suministrar alguna indicación que pudiera conducir al descubrimiento de una fecha concreta, siempre hipotética por otro lado, pero indicativa al menos de un presumible "fin de los tiempos". Como hemos visto, esto es precisamente lo que ha hecho Michel de Socoa proponiendo 1999. Sin pretender datar los acontecimientos con precisión, lo cual no presenta ningún interés histórico, existen hombres "que junto al depósito de ciertos conocimientos tradicionales, han conservado las nociones que permiten reconstruir la imagen de un 'mundo perdido', y que pueden prever lo que habrá de ser un mundo futuro, al menos en sus rasgos generales". Efectivamente, "en virtud misma de las leyes cíclicas que rigen la manifestación, el pasado y el porvenir se corresponden analógicamente, si bien, sea cual sea la opinión de la mayoría, tales previsiones carecen en realidad de todo carácter 'adivinatorio', pues reposan enteramente sobre cuanto hemos llamado las determinaciones cualitativas del tiempo".36 No dudamos que estos conocimientos estuviesen, o estén todavía, a disposición de quienes son dignos de ellos. Si no fuera así, ¿cómo explicar que se encuentre en los textos relativamente antiguos, como por ejemplo los Puranas, un retrato tan sorprendentemente exacto de las costumbres y la civilización de nuestros contemporáneos? Por otro lado, y sobre una escala más amplia, creemos que aún existen yogîs cuyo espíritu "viaja" a otros "mundos planetarios" pasados y futuros. Existen determinadas leyes cíclicas, sin duda las más interesantes bajo el punto de vista de la sucesión y el "color" de las diversas fases del tiempo, que nos permiten comprender la doctrina en lo que ésta tiene de más esencial. Igualmente, existen otras en que las precisiones numéricas permiten proyectar los resultados previamente obtenidos en los diversos periodos de la Historia, y cuya aplicación ofrece numerosas e instructivas vinculaciones entre sí, ya sea porque se descubren semejanzas entre ciclos cualitativamente similares, ya sea que presenten, por el contrario, diferencias debidas a la progresión irreversible del tiempo, ilustrando así el dicho según el cual nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Sea como sea, hemos visto que René Guénon, antes de suministrar en 1937 sus primeras informaciones detalladas sobre "la doctrina de los ciclos cósmicos", ya había dado en 1931, en una simple nota, la precisión que permitiría a Michel de Socoa adelantar la fecha "fatídica" a 1999. Es cierto que dicha precisión tan sólo designaba el "comienzo de una era conocida", sin añadir nada más sobre dicha "era". En cualquier caso es evidente que ésta permite realizar investigaciones más selectivas, y la elección de Michel de Socoa, lejos de parecer improbable, es al contrario bastante factible. ¿Acaso no podemos suponer, e incluso admitir también, que René Guénon tenía en 1931, y posteriormente en 1937, poderosas razones para abandonar ciertas reservas que hasta entonces tenía? ¿Y no debemos interrogarnos igualmente acerca de la naturaleza de esas razones? Como observa Jean Robin, es muy probable que fuera para responder a las peticiones de Ananda K. Coomaraswamy que en 1937 "Guénon se decidió a tratar la cuestión de los ciclos cósmicos". En 1936 exponía ya las dificultades en una carta enviada a su corresponsal de América, carta cuyo contenido muestra detalles muy interesantes al respecto.37 ¿Mas, no habría que pensar que fueron motivos menos personales los que le empujaron finalmente a pronunciarse de forma más explícita sobre esta importante cuestión? ¿Y no fueron también estos motivos los que le dictaron su breve pero capital revelación de 1931? Pero es indudable que la crisis de los años 30 se mostró particularmente siniestra.38 Desde 1929, la crisis estalla casi simultáneamente en Europa y América. De hecho se generaliza, afectando a los sectores económico, social, político, diplomático, pudiéndose hablar, por tanto, de una auténtica crisis de nuestra civilización, crisis que conduciría a la Segunda Guerra mundial.39 Es suficiente con leer la historia de la época en cuestión para darse cuenta de que el epíteto de siniestro se aplica muy bien al conjunto de esas masas aborregadas cuyos amodorrados rebaños son empujados hacia el matadero. Podemos ver aquí el modelo de una decadencia de la que actualmente sufrimos su reflejo amplificado, no ciertamente en su duración, que ha de ser necesariamente reducida, sino en cuanto a la intensidad y densidad de los acontecimientos.40 Esta degradación de las cosas ¿hay que contarla entre las razones que llevaron a Guénon a trazar en 1937 el cuadro del descenso cíclico, y a explicar las causas y el mecanismo que lo impulsan, e incluso a "fechar", en 1931, uno de sus más grandes cataclismos, aunque fuese con prudente discreción? Estas revelaciones, ¿no se dirigían a aquellos que, animados de un legítimo deseo de comprender, se veían por ello provistos de elementos susceptibles de facilitarles la interpretación de las circunstancias que les aprisionaban? ¿Habría que ver también en estas revelaciones una intención de alertar a los pocos espíritus capaces todavía de reaccionar con prontitud? Pero, ¿qué clase de reacción? Sin querer hablar de inevitabilidad absoluta, el descenso cíclico, para quienes lo comprenden y lo admiten, ¿no está terriblemente determinado? Sin embargo, como decíamos anteriormente, conviene desprenderse de cualquier actitud fatalista, y no abandonarse tampoco a un optimismo ciego ni a una sombría resignación. Es cierto que existe un cierto determinismo de las cosas, pero al hombre le está permitido, dentro de ese determinismo, recurrir a su libre albedrío. Nadie está obligado a ceder a los acontecimientos ni a las "corrientes mentales" que suscitan las "potencias infernales". Sin duda no es para alegrarse el espectáculo de un mundo que se muere entre horribles convulsiones, pero ¿no tiene acaso interés tomar conciencia de lo que ocurre para limitar su incidencia, o al menos para transformar el impacto sobre nosotros mismos y los que nos rodean? Cuando una civilización se descompone, ¿qué se ganaría con cerrar los ojos? Una detallada y calma observación de las situaciones permite apreciarlas en su justo valor, comprendiendo las causas, y si bien es muy tarde para remediar estas situaciones y modificarlas de una manera apreciable, al menos todavía es posible reformar una mentalidad equivocada, responsable de nuestra decadencia, y avanzar un poco más, a fuerza de vigilancia y contrición verídica, hacia una espiritualidad cuyos frutos se encontrarán más tarde, "en otra parte", en los "futuros", de insospechados misterios. Desde 1927, René Guénon no cesó de advertirnos acerca de las dificultades que encontraríamos. "Entramos, decía, en un tiempo en que será particularmente difícil 'distinguir la cizaña del buen grano' ", y no serán precisamente las ayudas ilusorias de los "saberes" modernos las que nos sacarán del apuro. Ni las "sutilezas dialécticas" de cualquier filósofo, ni las "verdades" científicas caras a los cientistas traerán otra cosa que no sean "causas de extravío" y "esfuerzos estériles", reduciendo a nada todo deseo sano y sincero de reacción. "Quienes lleguen a vencer todos estos obstáculos, y a triunfar sobre la hostilidad de un medio opuesto a toda espiritualidad, serán indudablemente poco numerosos; pero (…) no es el número lo que importa, porque aquí estamos en un dominio cuyas leyes son muy distintas de las de la materia. No se debe, pues, desesperar; y aunque no hubiese ninguna esperanza de alcanzar un resultado sensible antes de que el mundo moderno sea destruido por alguna catástrofe, no habría una razón válida para no emprender una obra cuyo alcance real va mucho más allá de la época actual", porque "nada de lo que es realizado en este orden puede perderse jamás".41 En esta "obra", en esta "reacción", a las que nos invita René Guénon, todos podemos participar en la medida de nuestras fuerzas, de nuestros medios, de nuestras aptitudes, y por irrisoria que pudiera parecernos la más mínima victoria interior sobre el "enemigo", no por eso dejará de ser un paso adelante, que otros completarán muy pronto, en la vía universalmente redentora de la "gran guerra santa". |
|
NOTAS | |
1 | La Crise du Monde moderne, p. 12, 13, 15, 17-18. |
2 | Quizás no todo el mundo sepa que los avestruces, estas criaturas tan ingeniosas, han encontrado un método para escapar a todos los peligros: ocultan su cabeza bajo la arena. |
3 | Por otra parte, el optimismo es propio de aquellos que encuentran provecho material de la desastrosa situación y que cegados por su materialismo, dormitan en las delicias relativas de esta nueva Capua con que sueñan, se preocupan y se guarecen los tecnócratas. Sin duda, el optimismo es la "coartada solapada de los egoístas" de que hablaba Bernanos, si bien no está tampoco desposeído de cierta ingenuidad, razón por la cual los Estados se esmeran por fomentarlo entre los pueblos. |
4 | R. Guénon, Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, p. 247-248. |
5 | Hay que decir que la credulidad pública nunca ha decepcionado a la hora de tributar. En nuestros días se la explota a través de la publicidad abusiva, las encuestas de todo tipo, y por otros medios perfectamente admitidos y extensamente aplicados en la carrera comercial y política. |
6 | Revista Télérama, 27 marzo de 1991. |
7 | No carecería de interés, ni de humor, comparar estas "simplezas", modernas si no científicas, con las previsiones que formulaban, sin arrogancia ni tampoco ilusión, ciertos textos muy antiguos, como el Vishnu Purana por ejemplo, y que conciernen, desde su apogeo hasta el momento de su fin, ¡a esta Civilización única de la que tan orgullosos están los Occidentales! |
8 | "El eslogan de la 'objetividad científica' no es otro que un argumento inventado por los queridos profesores que desearían sustraerse al control del Poder, cuando este control es indispensable". Tal es la declaración que hacía Adolf Hitler y que recuerda Hermann Rauschning (Hitler m'a dit, p. 299, Livre de Poche). Recordemos, en este sentido, las febriles investigaciones emprendidas por los científicos e ingenieros alemanes ante la presión del odioso poder nazi, investigaciones que fomentó posteriormente, en USA, el amable poder democrático. Los japoneses experimentaron su resultado en Hiroshima, pero los anglosajones habrían podido degustar los mismos efectos en Londres o en Washington. Faltó poco, por otro lado. |
9 | A propósito de la palabra "crisis", R. Guénon ha observado que "su etimología (…) la convierte parcialmente en sinónimo de 'juicio' y de 'discriminación' " (La Crise du Monde moderne, p. 9). En la raíz indoeuropea de la palabra, se encuentran también las significaciones de "cena", de "tría", de "purificación". |
10 | Estas tendencias encuentran una satisfacción mórbida, vengativa a veces, en la visión de algunos films de violencia; pero también un alimento peligroso. "Le Quotidien de Paris", en su número del 6 de febrero de 1992, p. 16, titula: "¡Socorro, vuelve el catastrofismo!" Sin duda el tono quiere ser burlón, pero el texto que sigue a lo largo de dos páginas ofrece más de una razón para temperar ese buen humor, pues proporciona suficiente materia de reflexión a quienes todavía son capaces de ello. |
11 | Introduction générale à l'étude des doctrines hindoues (1921), p. 303-307. |
12 | Bajo el título "Quelques remarques sur la doctrine des cycles cosmiques" [ver: "Algunas observaciones sobre la doctrina de los ciclos cósmicos", n. ed.], el artículo se encuentra en la obra Formes traditionnelles et Cycles cosmiques (Gallimard, 1970). Jean Robin ha realizado un resumen muy completo en su libro René Guénon, Témoin de la Tradition (Guy Trédaniel, 1978), p. 342-347.. |
13 | El subrayado es nuestro. |
14 | Formes traditionnelles et Cycles cosmiques, págs. 13-14 y 24. Todavía en 1937, en otro artículo, el autor justifica la oscuridad con que "determinados aspectos de la doctrina de los ciclos han estado siempre envueltos" (ibid., p. 30). Vuelve a hacer estas reservas en 1945 en Le Règne de la Quantité., p. 257. |
15 | Formes traditionnelles et Cycles cosmiques, p. 48, nota 2. |
16 | René Guénon, Témoin de la Tradition, p. 348. |
* | Este texto fue recibido en abril de 1999. (N. ed.). |
17 | ¡No insistiremos en este negro sentido del humor hasta llegar a calcular las revoluciones solares! |
18 | Sobre esta era designada por R. Guénon, Michel de Socoa parece no tener ninguna duda. Se trata de una "era muy conocida", dice, "que no puede ser otra que la era judía" (Les grandes conjonctions, p. 8). Por su parte, Gaston Georgel considera esta datación de la era judía con bastante escepticismo, al no haber podido obtener su justificación (sic). Asimismo prefiere fiarse de ciertas profecías (Vers la Tradition, nºs 13 y 14, p. 4). Dicho esto, aunque no estemos conformes con ciertas dataciones de G. Georgel, es necesario reconocerle el mérito de haber llamado la atención, a través de sus libros, sobre la importancia de los ciclos para una sana comprensión de la Historia.. |
19 | Le dieu du futur, p. 158-160. |
20 | Traemos aquí el testimonio de Michel de Socoa, que encontraba "fantasiosa" la cronología de Nostradamus, y que, al igual que R. Guénon, consideraba que en su arte había quizá más magia que astrología, no siendo ésta última sino una "máscara" para disimular aquella, saludable prudencia en esa época. Sea como sea, el mago, por su parte, se decía originario de una tribu judía "famosa por sus dones de profecía" (Les grands conjoctions p. 14). |
21 | Los "partidarios" de la Atlántida han observado a su vez que las investigaciones submarinas han hallado puntos que estarían recubiertos de lava cuando aún no estaban sumergidos. Tal parece ser el caso de una zona situada alrededor de unos 900 km al norte de las Azores. Pero evidentemente esto es sostener la tesis del tan temido "catastrofismo". |
22 | Platón: Timeo, 23e; Critias, 108e. |
23 | Critias, 108d y 113b. |
24 | A este respecto, el contenido de los archivos egipcios es comunicado por un anciano sacerdote de Sais a Solón, que a su vez comunica el relato al abuelo de Critias, el cual lo cuenta de nuevo a Critias, que lo habría referido a Platón. En cuanto al hecho de que Critias pretenda conservar los manuscritos de Solón, hoy en día esto no es una prueba suficiente para garantizar su autenticidad (Critias, 113b). |
25 | "Existe una preparación a la sabiduría más elevada que la filosofía, pues no se dirige a la razón, sino al alma y al espíritu, y a la que podríamos llamar preparación interior; éste parece haber sido el carácter de los más altos grados de la escuela de Pitágoras. Su influencia se extendió a través de la escuela de Platón hasta el neoplatonismo y la escuela de Alejandría" (R. Guénon: Mélanges, p. 51). Pero en cuanto a los escritos mismos, ¿no es Platón quien, en el Fedro, los critica severamente hasta no ver en ellos sino "mementos" que con frecuencia se reducen, por la fuerza de las cosas, a un "jugueteo" (277e-278a)? Para él, sólo la palabra es susceptible de esparcir los gérmenes de la espiritualidad (276e-277a). |
26 | Critias, 120e-121c. Parece que haya sido siempre este crecimiento el que se constata en el fin de ciclo: crecimiento de los apetitos vulgares, cualesquiera que sean, crecimiento de la vanidad de existir que empuja hacia el fetichismo antropólatra, el cual, por otra parte, se complace sobre todo en el culto de sí. ¿No son hoy en día así la mayor parte de los pueblos y los hombres? ¿No se limita su vida a codiciar riquezas exclusivamente materiales, a la obsesión de dominar para apropiárselas, o incluso, síntoma de la inminencia del fin, por el solo y mórbido placer de destruir y matar? |
27 | El pesimismo de los Antiguos es la tara indeleble con la que se indignan persistentemente los campeones de la modernidad. Resulta que desde sus orígenes de parentesco simiesco, los modernos se han dado cuenta que no cesan de caminar en la vía del Progreso, y son lo bastante ambiciosos para creer que se "convertirán en Dios", principio que ellos han "inventado". Pero como nos enseña el "Creativismo", ¿no es suficiente con quererlo para conseguir todo lo que deseamos? |
28 | "Proclo, autor de un célebre comentario sobre el Timeo, refiere que los sacerdotes de Sais mostraron a Crantor de Soloi, primer comentador de Platón, los mismos papiros y escritos que a Solón". Esto lo escribe Jürgen Spanuth en L'Atlantide retrouvée (Plon, 1954, p. 13). Nos abstendremos de referirnos a él al no tener a nuestra disposición el famoso comentario. Jürgen Spanuth sería un teólogo alemán que habría recibido su formación en las universidades de Tubinga, Berlín y Viena hacia 1930. De hecho, su relato concierne a los acontecimientos que precedieron y siguieron a la fecha del 1200 antes de nuestra era: catástrofes naturales, migraciones, enfrentamientos guerreros. Intenta aplicar a los pueblos del Norte el mito atlante de Platón. Para justificar esta importante distancia en el tiempo, se apoya en una explicación del sabio erudito Olaf Rudbeck (1630-1703): "una falta de traducción; en lugar de ocho mil años, ocho mil meses separarían el hundimiento de la Atlántida de la llegada de Solón a Egipto" (p. 17 de la obra). ¿Por qué pasar de los 9000 años indicados por Platón, a 8000 años, es decir, y según la hipótesis propuesta, a 8000 meses? Sin duda para obtener finalmente una fecha que corresponda mejor a los cataclismos del Norte durante el siglo XIII. En efecto, si se añade 8000 meses a 560 (supuesta fecha de la visita de Solón a Egipto), se obtiene: 560 + 666 años (= 8000 meses) = 1226 antes J. C. Seiscientos sesenta y seis años. ¡Curiosa coincidencia! |
29 | Timeo, 24e-25a |
30 | Es posible, en efecto, que estos 9000 años "litigiosos", todo y situando satisfactoriamente la antigüedad del cataclismo, hayan sido evaluados en números redondos por simple discreción. Se trata, por lo demás, de un número cíclico, cuya elección, con su alusión simbólica, podría ser muy bien un guiño cómplice de Platón, y no una simple datación histórica, por aproximativa que fuera. Por ejemplo, Platón cita en otro lugar, con un propósito diferente y en un sentido puramente simbólico, una misma duración de "nueve mil años" (Fedro, 257a). |
31 | Es sabido que el fatalismo es una "doctrina" falsa, hasta el punto de que tal vez fuera conveniente designarla de una manera menos equívoca. No se cesa de acreditársela a los musulmanes, injustamente como se sabe, ni de atribuírsela a los antiguos Griegos, sin razón alguna sin duda, si es que se quieren superar realmente ciertas concepciones muy sucintas sobre su Destino. |
32 | El indefinido se no designa aquí a los políticos, los cuales, grandes y magníficos engañados, no son, después de todo, sino los perros de un temible Cazador. |
33 | Recomendamos a los lectores interesados la obra de 'Abd ar-Razzâq Al-Qâshânî: Traité sur la Prédestination et le libre arbitre (ed. Sindbad). |
34 | Observamos la misma actitud frente a la Astrología, a la que se acusa de determinismo sin querer ver nada más allá, a pesar de las afirmaciones tantas veces repetidas desde la Edad Media: Astra inclinant, non necessitant. |
35 | R. Guénon, Le Règne de la Quantité., p. 271-272. |
36 | Ibid., p. 47-48. |
37 | René Guénon, Témoin de la Tradition, p. 340-342. |
38 | El término nos parece totalmente adecuado para designar la mentalidad general de la época. En primer lugar etimológicamente, porque la "izquierda" (en latín sinistra) y la moda izquierdista parecen llevarse a partir de entonces todos los sufragios (votos). Así pues, el conjunto del mundo blande el estandarte del socialismo, esta doctrina acomodaticia y camaleónica: con toda seguridad en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, pero también en su enemigo mortal, el Tercer Reich, nazi, es decir nacional-socialista, y, a su manera, en el fascismo italiano, obra del militante socialista Benito Mussolini, sin hablar de las innumerables democracias occidentales, senilmente aferradas a los "principios" socializantes que se afirmaron de modo efectivo desde el comienzo del siglo XIX, con el romanticismo y el "ideal" republicano, para verterse finalmente en la afectación y el fingimiento. |
39 | Como veremos a continuación, este periodo de turbaciones constituye la transición entre una época de mercantilismo burgués y aquella otra en que reinará la mascarada proletaria y en donde la criminalidad acabará por tomar la calle en razón misma de sus crímenes. |
40 | No resulta difícil realizar la siguiente observación: vemos que, en nuestros ciclos, la época 1993,29-1999,77, se presenta como la imagen agravada del periodo 1934,97-1999,77, del que es como una especie de minúsculo Kali-Yuga, aunque fuertemente "concentrado" por el hecho mismo del amontonamiento excesivo de los acontecimientos. |
41 | La Crise du Monde moderne, p. 133-134. |
|
|