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Los fenómenos celestes, con su armoniosa y disciplinada periodicidad, muestran a todo aquel que desee y sepa observarlos e interpretarlos, la existencia de un Universo que escapa al capricho y arbitrariedad de los hombres y de las concepciones religiosas que éstos hubieren elaborado sobre la base de la tradición primigenia, reestructurada según los particulares puntos de vista o conveniencias de cada vertiente cultural o confesional. Sin embargo de ello, existen en la Tierra variadas concepciones religiosas basadas innegablemente en "revelaciones" efectuadas por Dios –en Todos Sus Nombres– o bien, entre los "paganos" y aún entre los "agnósticos", en indicios o señales que sostienen que el Universo se halla sujeto a períodos que siguen un orden determinado, después del cual o de los cuales se repiten análogos fenómenos en el mismo o similar orden o secuencia. Tal periodicidad o calidad de periódico se refiere –en general– al tiempo humano en que tarda en repetirse un acontecer tangible u observable, o en retornar al estado o condición que dicho suceso, hecho o cosa, tenía al principio del período. Cronológicamente, periodicidad equivale a "calidad de cíclico", o sea a la repetición de los mismos fenómenos en el mismo orden y en el transcurso de un período análogo, o si se prefiere, "período después del cual se repiten los mismos fenómenos en el mismo orden". El componente inicial y esencial, y materia prima del Universo, es el hidrógeno neutro y frío. Este elemento no emite ninguna radiación, excepto cuando su único electrón –que es levógiro– cambia su sentido de rotación y se hace dextrógiro. Dicho fenómeno periódico, cíclico, se produce cada once millones de años y se manifiesta por una radioemisión en una longitud de onda de 21 centímetros, o sea 1.420 Megahertz por segundo. Otros fenómenos celestes –por no citar sino una ínfima parte de ellos– son el ciclo de nacimiento, desarrollo y muerte de las estrellas, el de la luminosidad variable de las estrellas "cefeidas", el de rotación de las estrellas binarias, el de la periodicidad de las explosiones de novas y supernovas en una galaxia dada, el ritmo de irradiación de los "púlsares", la rotación del Sol sobre su eje en 25 días y su ciclo de manchas cada once años en promedio, el ciclo lunar promedio de 29,5 días, y –ya en nuestro planeta, y entre otros cual las mareas– el ciclo de precesión de los equinoccios, cuya duración es de 25.920 años, con pequeñas alteraciones en más o en menos, que paulatinamente se compensan. El sustantivo griego "KIKLOS" (círculo, o también ciclo) señala que el vocablo significa: "Serie de fenómenos que se siguen en un orden determinado", o "Período después del cual se repiten los mismo fenómenos en el mismo orden", o bien, "Conjunto de operaciones que concurren a un mismo fin". Son ejemplos contundentes los que siguen: CICLO LUNAR:
período de diecinueve años después del cual vuelven
a repetirse en el mismo orden todas las fases de la Luna. CICLO
SOLAR: período de veintiocho años, a cuya expiración
vuelve
a comenzar con el mismo día.
El Tiempo Cósmico Al presentarse dicha ley como una relación entre el espacio y el tiempo, es posible, cuando se conoce la magnitud del espacio recorrido, deducir la del tiempo empleado para recorrerlo. De tal manera, sean cuales fueren los artificios que se utilizaren, no existe en definitiva otro medio para determinar las magnitudes temporales. Podemos aceptar en consecuencia que a nivel de la humanidad terrestre, el "tiempo cósmico" está dado por el espacio recorrido por el movimiento precesional en uno o más ciclos durante los cuales, y en cada uno de ellos, la prolongación del eje polar de nuestro planeta describe un círculo proyectado sobre la esfera celeste (boreal y austral), y el punto vernal –equinoccio de primavera– retrocede lenta e incesantemente "barriendo" cual un haz de rayo láser las doce constelaciones de la corona esférica zodiacal. La magnitud temporal de este tiempo cósmico se mide por la cantidad de traslaciones sucesivas de nuestro planeta sobre su órbita alrededor del Sol, cada una de las cuales se denomina "año". Así, cada "ciclo precesional" es un "momento cósmico" de 25.920 años trópicos terrestres. "No veo por qué –ha escrito Mircea Eliade– la humanidad pretende no pocas veces excluir el tiempo cósmico, que no es irreversible sino cíclico y tan importante para la especie humana, de la que se tiende a olvidar que forma parte, también, del cosmos. Quiero decir simplemente que no se puede hacer abstracción de eso que todo el mundo vive y conoce: la sucesión acompasada del día y de la noche, el retorno incesantemente reiterado de las estaciones. Son experiencias de tipo cosmológico, en las cuales el tiempo, justamente, es cíclico. Tomar en cuenta esto no comporta una evasión de la Historia, sino una apertura hacia una admirable trascendencia, perfectamente palpable". El tiempo cíclico es aquel que se regenera
periódicamente. Por su parte, solamente existe un infinito,
pues la infinitud –al no tener fin en ningún sentido– carece
de límites de cualquier naturaleza. Si existiere más
de un infinito se limitarían recíprocamente,
perdiendo así la calidad básica que le define. Todo
lo demás es indefinido, cuyos límites el hombre puede
a
veces no conocerlos ni mensurarlos–pero sí estimarlos–
puesto que por naturaleza el tiempo indefinido los posee.
Solamente existe un infinito: Dios, en Todos Sus Nombres.
El resto –incluso el tiempo cíclico– es indefinido.
"El infinito es metafísico; el indefinido es matemático"
(René Guénon).
La Concepción Islámica de los Ciclos
Cósmicos Sin embargo –pese a la opinión islámica– los ciclos cósmicos de la tradición hindú no tienen nada de "mecánico", pues se basan exclusivamente en el fenómeno astronómico de la "precesión de los equinoccios", redescubierto por Hiparco de Rodas hacia el 150 a.C. y confirmado por Tolomeo hacia el Siglo II antes de Cristo. La inquietud islámica es sumamente interesante pues ella no cuestiona la realidad astronómica del fenómeno, pero si su calidad aparentemente mecánica, razón por la cual trataremos de clarificar el tema al máximo, sin entrar por supuesto en excesivos tecnicismos de mecánica celeste, pero sí observando lo esencial, pues ello aportará al lector no especializado una dosis considerable de confianza en la credibilidad de nuestro trabajo. En primer término debemos dejar firmemente establecido
que el planeta Tierra cumple en el espacio cinco movimientos principales
simultáneos, cuales son:
Hemos citado precedentemente algunos vocablos de orden
técnico–astronómico, que consideramos indispensable definir
en la forma más sencilla que estuviere a nuestro alcance, y si cometemos
alguna herejía técnica más o menos leve, valga nuestra
intención de ubicar dichos vocablos a "distancia de tiro"
del lector que solamente poseyere conocimientos básicos de astronomía.
Nuestra galaxia –"Vía Láctea"– y con ella todo el Sistema Solar, gira en torno a su núcleo central a una velocidad de 225 kilómetros por segundo, o sea unos 810 mil kilómetros por hora. Una vuelta completa del Sistema Solar (y con él nuestro planeta) alrededor del núcleo central galáctico se realiza en forma de un gigantesco movimiento helicoidal en aproximadamente unos doscientos cincuenta millones de años, y con un "paso de espiral" orientado hacia el "Apex", el cual –como sabemos– es un punto imaginario ubicado en las proximidades de la estrella cuádruple ("doble–doble") Vega ("alpha" de la constelación de Lira), situada en el hemisferio celeste boreal a unos 27 años–luz de la Tierra. El período de 250 millones de años citado más arriba es llamado por los astrónomos "gran año" o "año cósmico", el que no debe ser confundido con el "gran año" de las tradiciones védica, caldea, persa pre-islámica, y griega –entre otras– al que se atribuía una duración de 12.000 a 13.000 años terrestres en cada una (exactamente 12.960 años, o sea medio ciclo precesional de 25.920 años). Además del precitado movimiento helicoidal conjunto con todo el Sistema Solar, la Tierra cumple cuatro movimientos principales: 1) El de rotación diaria sobre su eje polar; 2) El de traslación anual sobre su órbita alrededor del Sol; 3) El de precesión de los equinoccios; 4) El de nutación. Todos estos movimientos se realizan por supuesto simultáneamente,
pero su análisis es conveniente realizarlo por separado, en forma
independiente e individual.
El Movimiento de Rotación El movimiento de rotación se realiza alrededor del eje polar terrestre Norte–Sud, eje éste que forma con el plano de la eclíptica (que contiene la totalidad de la órbita terrestre) un ángulo promedio de 23º 27' –o sea la cifra de 23,44229 grados– lo cual explica la desigualdad de la duración de los días y las noches según la latitud geográfica y la estación del año. La oblicuidad media del eje polar terrestre varía en 3.000 años entre 21º 59' y 24º 36', o sea un promedio de 52', 33 cada mil años; el proceso se repite luego a la inversa entre los 24º 36' y los 21º 59' (estas variaciones son independientes del movimiento de nutación). El geofísico ruso–americano Georges Gamow señalaba
que además de la precesión ordinaria existen otras
perturbaciones del movimiento de la Tierra, causadas por la acción
de otros planetas, en particular Júpiter que –orgulloso de
su gran masa– forcejea con casi todos los planetas del Sistema Solar. El
estudio de estas perturbaciones es el principal objeto de la Mecánica
Celeste, " . . . la que enseña que la inclinación
del eje de rotación de la Tierra respecto al plano de su órbita
(que no está afectada por la precesión ordinaria), se
halla sometida a variaciones con períodos de unos 40.000 años.
Puesto que la existencia misma de los inviernos y veranos se debe a esta
inclinación, debemos deducir que las inclinaciones mayores aumentan
las diferencias de temperaturas entre los dos hemisferios, y conducen
–cuando alcanzan su máxima o su mínima inclinación–
a veranos más cálidos y a inviernos más
fríos".
El Movimiento de Traslación Cuando la Tierra se halla en el extremo del eje mayor de su órbita que está del mismo lado que el foco de la elipse donde se ubica el Sol, nuestro planeta está a la distancia mínima del astro (147 millones de kilómetros): se encuentra entonces en el "perihelio". Medio año más tarde, la Tierra está en el otro extremo del eje mayor, es decir, en el punto más alejado del Sol, o "afelio" (152 millones de kilómetros). La diferencia es de un 3,3%, "lo que en verdad –dice Asimov– no es mucho". En el curso de la mitad de la órbita terrestre que está más cerca del Sol, la Tierra sufre una atracción gravitatoria mayor, desplazándose un poco más rápido que en la otra mitad. Esto significa que a la Tierra le lleva unos 186 días y 9 horas el pasar de un extremo del eje menor de la elipse –a través del "afelio"– hasta el otro extremo del eje menor en cuestión, mientras que para pasar de este extremo del eje menor –a través del "perihelio"– hasta el punto inicial, le insume aproximadamente 178 días y 19 horas. Esto provoca la desigualdad de la duración de las cuatro estaciones, cosa que hemos mencionado antes. Durante el movimiento de traslación el eje de la Tierra permanece sensiblemente paralelo consigo mismo, con una inclinación promedio de 23º 27' con respecto al plano eclíptico por donde discurre la órbita. En los equinoccios de primavera y de otoño los rayos solares inciden perpendicularmente sobre el ecuador terrestre, en cambio, en los solsticios lo hacen sobre los trópicos (de Cáncer, en Junio, y de Capricornio, en Diciembre), pues la inclinación del eje terrestre hace que en Junio el Hemisferio Norte esté inclinado hacia el Sol, mientras que en Diciembre es el Hemisferio Sud el que se inclina hacia el Sol. La regularidad, a nuestra escala humana, de los
fenómenos astronómicos nos lleva –a veces– a medir
el tiempo refiriéndolo al movimiento "aparente del Sol",
esto es, el que realizaría suponiéndolo en desplazamiento
sobre la órbita terrestre, y a la Tierra fija en el foco
de la elipse más próximo al "perihelio", o sea en
el lugar que realmente ocupa el Sol. En esta forma se determina:
Pero las características de la órbita terrestre y la inclinación del eje polar Norte–Sud no se mantienen permanentemente y sin variaciones. En este sentido, "tanto la órbita como la inclinación serían fijas si la Tierra y el Sol estuvieren solos en el Universo", lo que en realidad no ocurre, puesto que es innegable la presencia de la Luna, de los planetas, y de las estrellas cercanas y distantes. Cada uno de estos objetos celestes posee un campo gravitacional, con capacidad para influir en los movimientos de la Tierra. "Todos ellos –dice Isaac Asimov– son mucho más pequeños que el Sol, o están mucho más lejos que el Sol, o ambas cosas, de modo que ninguno puede competir con el abrumador efecto gravitacional del Sol sobre la Tierra. Pese a todas las fuerzas del Universo, pues, la Tierra continúa su majestuosa trayectoria alrededor del Sol, casi sin ser afectada por los otros objetos existentes". "Casi sin ser afectada". Pero sólo "casi". "Las fuerzas ajenas a que la Tierra está sujeta producen cambios menores en la órbita terrestre (perturbaciones), todos ellos de tan escasa magnitud en períodos de tiempo ortodoxos que no afectan los asuntos humanos en el espacio de una vida y no molestan a nadie, salvo a los astrónomos". Sin embargo, Asimov aclara que "aun perturbaciones muy pequeñas pueden producir a la larga efectos desproporcionados con su magnitud". Y agregamos nosotros: por ejemplo, luego de un número incierto de milenios, cuando al sumarse natural y paulatinamente los efectos de múltiples y muy pequeñas perturbaciones que no se compensaren recíprocamente, se llegare eventualmente a un punto de inflexión donde el equilibrio –en su más amplia acepción– sufriere una ruptura más o menos brusca y más o menos violenta.
El tercer movimiento de la Tierra lo consideramos apasionante. Y lo es por su complejidad cósmica, por su plasticidad y armonía, por el desconocimiento casi total que se tiene de él fuera de los ámbitos científicos de índole astronómica, y también por qué no decirlo aquí, por la conspiración del silencio urdida en torno a la "precesión" desde fines del Siglo IV después de Cristo, luego del Primer Concilio de Nicea –en el año 325 de nuestra Era– que repudió el "tiempo cíclico" e impuso al Cristianismo la doctrina del "tiempo lineal", vulnerando así el orden natural de los fenómenos celestes. Históricamente, el movimiento astronómico de la precesión de los equinoccios fue "redescubierto" por Hiparco de Rodas (nacido en Nicea) en el año 125 antes de Cristo, y decimos "redescubierto" por cuanto el fenómeno era conocido desde no pocos milenios antes por los pueblos hiperbóreos védicos y avésticos, por los "kaldes" (celtas y caldeos), los egipcios (de quienes lo aprendió Hiparco), y los toltecas y mayas entre otros. Al tratar en capítulos anteriores los "puntos equinocciales" y los "puntos solsticiales" expresamos que, en el Hemisferio Norte, el punto vernal o equinoccio de primavera –que marca el momento en que la Tierra pasa del semiplano eclíptico austral al semiplano eclíptico boreal, es un punto variable, pues anualmente se desplaza en sentido retrógrado a lo largo de la eclíptica. Esta retrogradación es del orden de los 50,27 segundos de arco por año trópico, lo cual implica en forma muy aproximada una variación de 1º de arco en 72 años, 30º de arco en 2.160 años, y 360º en 25.920 años, lapso este último en el cual la proyección del punto vernal sobre la corona esférica o banda de constelaciones zodiacales, efectúa una vuelta completa en la eclíptica, recorriendo las doce constelaciones para regresar muy aproximadamente a su punto de partida. Además, en dicho período de 25.920 años las estrellas polares Norte y Sud se modifican varias veces, sin repetirse en el lapso indicado. Esta es una descripción muy simplificada del movimiento de precesión de los equinoccios, o simplemente "precesión". La "precesión" se desarrolla con una lentitud tal que, en el lapso de una razonable vida humana no se percibe sensación alguna de que "algo está ocurriendo". La rotación diaria y la traslación anual nos son "astronómicamente" suficientes. Pero hemos dicho que el fenómeno es apasionante, y para corroborarlo debemos analizar sus características con algún detalle, pues su comprensión acabada es la que da sentido y razón al objeto del presente ensayo. Al tratar el movimiento de rotación expresamos que la Tierra gira sobre su eje polar Norte–Sud. Debemos agregar ahora que, al igual que cualquier objeto que gira, y como consecuencia de su inercia, nuestro planeta sufre un efecto centrífugo que tiende a alejar todas y cada una de sus partes del eje de rotación. Dado que la Tierra es una esfera que rota en su totalidad al mismo tiempo, sus diferentes partes giran a velocidades desiguales. Así, en los polos Norte y Sud, la superficie terrestre está ubicada sobre el mismísimo eje, y por lo tanto el movimiento rotatorio es prácticamente nulo. Pero si nos alejamos de los polos, y cuanto más nos acercamos al ecuador, más rápido es el movimiento en la superficie, y por supuesto también en el interior del globo terráqueo, hasta que llegados al propio ecuador el movimiento alcanza su máxima velocidad: unos 28 kilómetros por minuto, que equivale a 1.680 kilómetros por hora, esto es, 40.320 kilómetros en veinticuatro horas. Consecuentemente, el efecto centrífugo se incrementa desde un mínimo en cada uno de los polos hasta un máximo en el ecuador. La corteza terrestre, los mantos del núcleo y el mismo núcleo, se alejan del eje de rotación polar siguiendo una curva que tiende a hacerse cada vez más pronunciada a medida que se aleja de los polos y se aproxima al ecuador. Dicha curva, que Asimov llama "comba ecuatorial" alcanza unos 21,5 kilómetros de altura en el ecuador (con relación a una esfera terrestre perfecta), o sea comparable con el doble de las más altas montañas del planeta, o también más. El elipsoide de revolución cuya forma adopta aproximadamente la Tierra tiene –según Hayford– un diámetro ecuatorial de 12.756,776 kilómetros, en tanto el diámetro polar es de 12.713,818 kilómetros, lo cual brinda una diferencia de 21,479 kilómetros en cada extremo de un diámetro ecuatorial cualquiera, o sea, redondeando, 21,5 kilómetros en los puntos máximos de la comba. Las cifras calculadas por diversos autores e instituciones pueden variar ligeramente con respecto a las consignadas. En la suposición de que la Tierra fuere una esfera perfecta, la atracción gravitacional conjunta del Sol, la Luna, y los restantes planetas, se ejercería enteramente sobre el centro de nuestro planeta. Pero al no ser la Tierra exactamente esférica, se produce una tracción gravitacional adicional sobre los centros gravitatorios de la comba, permanentes alrededor de la periferia de la Tierra, sin perjuicio de la que se ejerce sobre el centro del planeta. Nuestro satélite merece un par de párrafos especiales. Si la Luna girara alrededor de la Tierra a nivel del plano ecuatorial no provocaría importantes perturbaciones. El centro gravitacional de nuestro planeta y los de la comba (permanente), tanto del lado donde en ese instante está la Luna como del lado diametralmente opuesto, se encontrarían en una misma línea: la comba no introduciría posiblemente una perturbación precesional demasiado notoria. Pero la luna gira en torno de la Tierra sobre una órbita elíptica de excentricidad 0,0549 –inclinada 5º 8' con respecto a la eclíptica. Y si recordamos que el eje polar terrestre está a su vez inclinado un promedio de 23º 27' sobre su órbita –que discurre sobre la eclíptica– comprobamos que el plano orbital lunar está muy inclinado respecto al plano ecuatorial terrestre, de donde se desprende entonces que la Luna ejerce atracción sobre los tres centros gravitacionales terrestres ("combas" permanentes diametralmente opuestas, y sobre el centro del planeta). El fenómeno de la precesión se debe pues: 1) a la acción conjunta del Sol y la Luna; 2) a la variación de la oblicuidad de la eclíptica, la que –aparte de las alteraciones debidas a la precesión y la nutación– sufre una variación importante, ya que en aproximadamente 3.000 años oscila su valor (oblicuidad) entre 21º 59' y 24º 36' –o sea un promedio de 52',33 cada 1.000 años– tal como lo hemos expresado antes. El día 1 de enero del año 1968, la oblicuidad media (excluída la nutación) era igual a 23º 26' 36",4. Esquemáticamente, y en función del principio de atracción universal, las cosas pueden presentarse en la siguiente forma.
Explicación del movimiento cíclico de la precesión de los equinoccios, por aplicación del principio de atracción universal de los cuerpos. La fuerza F es mayor que F' en virtud de la ley de gravitación universal, según cuyos términos las intensidades de las fuerzas son directamente proporcionales a las masas respectivas de los cuerpos, e inversamente proporcionales al cuadrado de las distancias que los separan. La fuerza de la atracción lunar sobre la dilatación ecuatorial de la Tierra tiene por efecto hacer variar el ángulo de oblicuidad de la eclíptica en 9",21 de arco a una y otra parte de un valor medio de 23º 27' de arco. Este "temblequeo" del eje de rotación de la Tierra se denomina "nutación", y es debido a ello que el polo de la eclíptica no describa un círculo paralelo a éste, sino una oscilación con respecto a dicho círculo. Cada 18,6 años el polo aludido vuelve a encontrarse en su posición promedio. Las fuerzas F y F' tienen entonces por efecto hacer balancear la comba y llevarla al plano de la eclíptica, o sea hacer bascular el plano del ecuador terrestre por encima y por debajo del plano eclíptico. Este movimiento basculante del plano del ecuador terrestre hace que el eje polar, prolongado indefinidamente tanto hacia el cielo boreal cuanto hacia el austral, describa un círculo de unos 47º de diámetro alrededor del eje de la eclíptica, completando en sentido directo una vuelta completa en 25.920 años. Obviamente, al girar el planeta, el movimiento basculante del ecuador terrestre se realiza sobre los 360º de su perímetro, única manera de que el eje polar describa el ya citado círculo en torno al eje eclíptico, y no realice sólo un movimiento pendular. Es por demás frecuente hallar en textos y tratados de astronomía comparaciones entre el movimiento precesional del eje polar y el que ejecuta el eje de un trompo en rotación ligeramente inclinada. Pero no es común que en tales textos hallemos el "símil del trompo" explicado con la claridad y la sencillez propia de Isaac Asimov. Dice al respecto este notable autor que "podemos presenciar esto (los círculos que describe el eje polar) cuando gira un trompo. Si está inclinado al rotar, la atracción terrestre lo hace vacilar de tal manera que la inclinación gira alrededor del punto sobre el que rota. Desde luego, la Tierra no está girando apoyada sobre un punto, de modo que ambos extremos del eje (polar) oscilan alrededor de un punto fijo en el centro de la Tierra". La analogía puede ser completada imaginando dos trompos en vez de uno, firmemente unidos en una misma línea recta por las puntas (púas) opuestas de sus respectivos ejes, girando al unísono inclinados en el espacio. El eje común a los dos trompos es el eje polar inclinado; la vertical que pasa por el punto de unión de las púas de los dos trompos es el eje de la eclíptica a cuyo alrededor gira el eje polar; y la levísima oscilación de los extremos del eje polar, o sea las respectivas cabezas de los dos trompos, es la nutación, movimiento que analizaremos algo más adelante. Los efectos combinados de los movimientos de rotación y de traslación, así como de las fuerzas gravitacionales luni–solares e interplanetarias que hemos analizado, tienen dos consecuencias primordiales: La primera consecuencia consiste en que si "Polaris"
("alpha" de Osa Menor) es actualmente nuestra estrella polar
Norte,
y "sigma" de "Octante" la estrella polar Sud, no lo
han sido siempre, y dejarán de serlo dentro de uno
o dos milenios. En la hipótesis de que este fenómeno sea
constante –y todo indica que lo es, por lo menos desde hace muchísimos
milenios– la estrella "alpha" de "Dragón" fue estrella
polar Norte 3.000 años antes de Cristo, y "alpha" de "Lira"
lo fue entre 12.200 y 8.700 años antes de nuestra Era, y lo volverá
a ser dentro de unos 13.000 a 14.000 años, luego que la tarea de
ser estrella polar Norte haya sido cubierta por algunas estrellas de las
constelaciones de Cefeo y de Cisne.
En el Hemisferio Sud hemos tenido como estrella polar a "épsilon" (Avior) y a "alpha" (Canopus) de Carina alrededor de los años 4.000 a 10.000 antes de Cristo, respectivamente. Para el futuro, serán estrellas polares Sud algunas estrellas de la constelación "Serpiente Macho de agua" ("Hydrus") y, dentro de unos 5.000 años, "alpha" de "Eridano" ("Achernar"). "Canopus" ("alpha") de "Carina" volverá a ser estrella polar Sud dentro de unos 15.000 años. La segunda consecuencia es un continuado y lento desplazamiento del plano del ecuador terrestre con relación a la eclíptica, es decir, de la "línea de los equinoccios" que une el "punto vernal", o "punto Aries", o "equinoccio de primavera" (del Hemisferio Boreal), con el "punto otoñal", o "punto Balanza" o "punto Libra", o "equinoccio de otoño" del mismo hemisferio. Recordaremos que en un mismo hemisferio, el "punto otoñal" o "punto Balanza", o "punto Libra", suele ser llamado "segundo punto Aries" en razón de que allí se inicia la primavera correspondiente al otro hemisferio, en este caso el Hemisferio Austral. La "línea de los nodos" señala los dos puntos en los cuales el plano de la eclíptica corta el plano del ecuador celeste, determinando dichos puntos los supuestos extremos de la línea de los equinoccios de primavera y de otoño, los cuales –tal como hemos visto oportunamente– se corresponden inversamente según el hemisferio de que se trate. Hemos expresado con antelación que el "punto vernal" se va desplazando a lo largo de la eclíptica en sentido retrógrado, a razón de 50",27 de arco por año trópico, o sea un grado (de arco) cada 72 años, 30º en 2.160 años, y 360º en 25.920 años, lapso este último en el cual el "punto vernal" regresa aproximadamente al punto de partida, luego de conformar una vuelta completa alrededor de la eclíptica. En otras palabras, en el Hemisferio Norte, en el día del equinoccio de primavera (aproximadamente el 21 de marzo), el Sol –visto desde la Tierra– no aparenta levantarse siempre en el mismo punto del horizonte. Por ejemplo, si el 21 de marzo del año 212 antes de Cristo hubiésemos podido proyectar el punto vernal sobre la corona esférica zodiacal, habríamos comprobado que el Sol de primavera se levantaba justamente sobre la estrella "El-Rischa" (El Nudo), o sea "alpha" de la constelación de Piscis, que es la estrella donde se inicia la constelación. De repetirse la observación 72 años más tarde, comprobaríamos que el Sol del primer día de primavera aparentaría levantarse en esta ocasión un grado de arco antes del punto en que lo había hecho el 21 de marzo del año 212 antes de Cristo. Y en el año 1948 de nuestra Era, el equinoccio de primavera del Hemisferio Norte mostró al Sol levantándose 30º de arco antes del lugar en que lo hiciera inicialmente, frente a la estrella "alpha" de Piscis. Pero entre la primera y la última observación han transcurrido 2.160 años, y en todo ese lapso el Sol de primavera en el Hemisferio Norte tuvo como "telón de fondo" la constelación zodiacal de Piscis. El "punto vernal" recorrió la constelación a razón de 50",27 de arco por año trópico, 1º de arco en 72 años, y 30º de arco en 2.160 años. Y a partir de la salida del Sol del primer día de primavera del año 1948 de nuestra Era, el astro aparentó levantarse en el Hemisferio Norte inmediatamente al Oeste de la estrella "omega" del asterismo "Pequeño Círculo", que algunos astrónomos persisten en asignarlo a la constelación de Piscis, pese a que las fotografías celestes lo ubican nítidamente al Este del meridiano del "punto vernal", en el territorio celeste natural que en la ocasión correspondía a la constelación zodiacal de Acuario. El período durante el cual la constelación que oficia el telón de fondo se encuentra al Este del "punto vernal" a partir de la cual se inició permanece sin cambio, suele llamarse "era zodiacal", nombre que se complementa habitualmente con el nombre de la referida constelación. El período delimitado por los equinoccios de primavera en el Hemisferio Norte, correspondiente a los años 212 a.C. y 1948 d.C., podría llamarse "era zodiacal de Pisces" o "era de Pisces" a secas, así como la actual –en el mismo hemisferio– es susceptible de llamarse "era zodiacal de Acuario", o lisa y llanamente "era de Acuario". Varias o muchas eras zodiacales han sido y son agrupadas para constituir "edades", "manvántaras", "shemittas", "soles", etcétera, nombres que varían según la tradición de que se trate. En tiempos de Susa I –entre 6.000 y 5.500 años antes de Cristo– y antes de las invasiones elamitas, la ornamentación y los decorados geométricos en busca de una cierta simetría, comprobados en la cerámica y en objetos de cobre, denotan una característica típica del arte de la era zodiacal de Gémini ("Gemelos"), desarrollada entre los años 6.692 y 4.532 antes de Cristo. A su vez, en Sumeria y en otros lugares, entre 4.500 y 2.000 años antes de Cristo, y tal como lo atestiguan innumerables representaciones táuricas de la época, el Sol de primavera aparentaba levantarse frente a la constelación de Tauro (4.532 a 2.372 a.C.). Fue por entonces que se desarrolló la era zodiacal de Tauro. Hacia el año 2.000 a.C. aparecen en Egipto los primeros indicios firmes de la nueva era zodiacal en desarrollo (Aries, el Carnero: entre los años 2.372 y 212 antes de Cristo) que se materializan alrededor del 1.500 al 1.400 antes de nuestra Era con la Dinastía XVIII y el culto a Amón-Rá, al que se representaba con cuerpo humano y cabeza de carnero, o simplemente con cornamenta de carnero y el disco solar sobre la cabeza. Moisés sanciona hacia los años 1.300 a 1.250 antes de Cristo la "era zodiacal de Aries", al destruir el "becerro de oro", símbolo de la era –Taurus– ya finalizada. Y a partir del año 1.532 antes de Cristo el punto vernal se proyectó sobre la constelación de Aries luego de abandonar precesionalmente la de Tauro, hasta que hacia el año 212 antes de Cristo comenzó la era zodiacal de Pisces". Estas brevísimas notas históricas insertas
en este lugar no persiguen otra finalidad que la de atestiguar el conocimiento
de la precesión de los equinoccios no pocos milenios antes
de Hiparco de Rodas.
El Movimiento de Nutación Estas alteraciones en la posición de la Luna y de su órbita, y por consiguiente de la atracción lunar sobre la dilatación ecuatorial ("comba") de la Tierra, más la gravitación solar, tiene por efecto hacer variar el ángulo E, oblicuidad del eje polar, que oscila 9",21 alrededor del valor medio de 23º 27' conocido, variación que se traduce en un pequeño movimiento de cabeceo del eje polar terrestre, denominado "nutación". Este cuarto movimiento, que es reducido, superpone pequeñas "rosetas" sobre el círculo precesional del eje polar. La nutación es una pequeña elipse con ejes de 18",5 y 13",7. Los extremos del eje polar completan un solo movimiento de cabeceo cada 18,5 años, coincidentemente con la retrogradación de los nodos lunares, de donde surge que en un ciclo precesional de 25.920 años se producen unas 1.400 "rosetas". Cada 18,5 años el eje polar terrestre vuelve a encontrarse en su posición media. No obstante que nuestro planeta cumple en forma individual
o en conjunto con el Sistema Solar (o con partes de él) alrededor
de diez movimientos distintos y simultáneos, nos hemos limitado
hasta aquí a tratar con cierto detalle solamente cinco de
ellos, es decir, los de rotación, traslación, precesión,
nutación, y el de rotación en torno al centro galáctico.
Pero existen otros –vinculados a los anteriores– que no podemos ignorar.
Variaciones de la Orbita y del Eje de Rotación
Terrestre Evidentemente, la rotación de la órbita alrededor del Sol produce los mismos efectos que la precesión del eje de la Tierra, y los dos fenómenos –sostiene Gamow– deben sencillamente superponerse. Los cambios periódicos en la excentricidad son de gran importancia para las condiciones climáticas de ambos hemisferios. Durante las épocas de órbita muy alargada, la Tierra está especialmente alejada del Sol cuando pasa por el punto más alejado de su trayectoria, y la cantidad de calor que ambos hemisferios reciben es excepcionalmente baja. Por ejemplo –dice Gamow– según cálculos exactos la excentricidad de la órbita terrestre hace 180.000 años era 2,5 veces mayor que en la actualidad, de donde se deduce que las diferencias de temperaturas entre los hemisferios Norte y Sud deben de haber sido de unos 8º a 9º centígrados, aproximadamente. Basándose en los elementos del movimiento de la Tierra que se obtienen por los métodos de la Mecánica Celeste, el geofísico y astrónomo serbio Milutin Milankovitch construyó diagramas que representaban las variaciones climáticas de los hemisferios Norte y Sud, producidas por causas exclusivamente astronómicas. Una de sus curvas para el Hemisferio Norte, que representa la cantidad de calor solar recibido a los 65º de latitud Norte durante los últimos 650.000 veranos analizados, demuestra que la acción convergente de las tres causas estudiadas (inclinación del eje terrestre; cambios en la excentricidad de la órbita; rotación de la órbita alrededor del Sol) deben haberse producido en los años 25.000, 70.000, 115.000, 190.000, 230.000, 475.000, 550.000, y 590.000, todos antes de Cristo, naturalmente. Comparada esta curva –obtenida teóricamente por los astrónomos– con la curva empírica de los geólogos –en las que se representan las máximas avenidas de los glaciares de la Era Cuaternaria (Período Pleistoceno) –se encuentra que la coincidencia es incluso mejor de lo que se podía esperar. Esto prueba que las variaciones de la órbita de la Tierra y del eje de rotación tienen que haber jugado un papel importante en los períodos glaciales, o sea en su comienzo y en su terminación. Para el Hemisferio Sud se obtienen resultados análogos, pero en este hemisferio es mucho menos decisiva la comparación de la teoría con las observaciones, en razón de que nuestros conocimientos sobre los avances y retrocesos glaciales en dicho hemisferio no son tan firmes. |
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