CICLOS COSMICOS DE LA HUMANIDAD (Cont.)
MANRIQUE MIGUEL MOM (†)
SEGUNDA PARTE
I

Las especulaciones acerca del influjo de las emanaciones de la divinidad sobre la astronomía antigua 
Para comprender adecuadamente el pasado hemos de olvidar transitoriamente el presente, recomendación que es sencillo formular, pero complicado cumplir. Hay que resistir la tentación de tratar los problemas antiguos como si exigieran nuestras modernas respuestas. Para comprender plenamente lo que dejaba atónitos a los antiguos debemos obligarnos a planteárnoslo nosotros mismos, y así –sólo así– se tornará claro por qué las viejas respuestas les parecían a ellos plausibles y razonables; después de todo, aquellos hombres no eran menos inteligentes ni menos perspicaces que nosotros. Imaginémonos entonces a nosotros mismos en el mar hace unos milenios, cuatro, cinco, seis, o más. Con una buena carga a bordo, nuestro barco se desliza lentamente hacia la costa, que comienza a ser invadida por las tinieblas: ¡un raro momento de la lucha por la vida! Es la hora de contemplar los titilantes cielos, donde las estrellas constituyen para nosotros un importante hecho natural. La aurora, el arco circular del vuelo del Sol a mediodía y, luego, su inmersión de fuego en el mar occidental es algo familiar, así como el giro nocturno de las estrellas –excepto una: la estrella polar– en torno al polo celeste. Estas serían las experiencias seguras de nuestra vida. Lo eran para los pre–socráticos, esto es, los filósofos anteriores a Sócrates (470 a 399 a.C.) que integraron –agrupados en varias escuelas– el período llamado "cosmológico". 

Los Griegos 
Todos los observadores antiguos se sentían justamente impresionados por la contemplación del Sol, las estrellas y la Luna moviéndose en círculos perfectos, obviamente en torno a un eje celeste. Así pues, la observación atenta de los cielos constituye un trabajo de gran antigüedad. En los primeros momentos de nuestra historia –¿o prehistoria?– el cielo se dividió en áreas arbitrarias, cada una de las cuales abarcaba una "aglomeración natural" de luces celestes. Pronto se comprobó que cada "aglomeración natural" de dichas luces celestes no se mantenía absolutamente constante y entonces, para facilitar la identificación y observación de tales agrupamientos, se dividió el horizonte celeste en doce sectores iguales de treinta grados de arco cada uno y se les llamó "signos", así como "constelaciones" a cada una de las "aglomeraciones naturales" de luces celestes incluídas en cada sector, cualesquiera que fueren los componentes agrupados en cada "signo". Así, una aglomeración natural de luces celestes o "constelación" podía a veces ocupar más o menos cómodamente el espacio de un "signo", o bien –otras veces– desbordar el sector tanto hacia el Este, cuanto hacia el Oeste, o en ambos sentidos. 

Con el correr de los siglos se comprobó que las salidas y puestas del Sol no se producían siempre frente al mismo telón de fondo de estrellas, sino que más bien se deslizaban lentamente hacia el Este a lo largo de la banda de los doce sectores trazados sobre las "aglomeraciones naturales". Esta banda se denominó "eclíptica" ("ekleiptiké"), porque sólo se observaban eclipses ("ekleipsis") cuando la Luna la cruzaba. Cada una de las "aglomeraciones naturales" que se encontraba a lo largo de la eclíptica estaba animada, representándose mitológicamente como uno de los doce obstáculos o trabajos que había superado el dios solar en su ronda anual. La totalidad de las criaturas representadas por las "aglomeraciones naturales" se llamó "zodíaco" (de "zoodiakós", "figura de animal"). Una de las figuras mitológicas asociadas con el Sol era "Heraklés" (Hércules), cuyos doce trabajos posiblemente deriven de los acontecimientos zodiacales a que hemos aludido, como el parecer ocurre con Tauro, Géminis, Cáncer (Cangrejo), Leo y Sagitario, por lo menos. 

Cerca del Eúfrates se han descubierto tablillas caldeas que datan del Siglo VI a.C., en las que se nombran las constelaciones de un modo muy semejante al de los griegos del mismo período. Con todo, las ideas que se esconden tras esos nombres son mucho más antiguas que las propias tablillas, según se desprende de un hecho sorprendente. La constelación, o bien el signo que llamamos Tauro se denomina –en las tablillas del Eúfrates– "Toro–de–frente". El comienzo del año en aquella época se determinaba por el equinoccio de primavera. Hoy en día, como es sabido, el punto vernal en el Hemisferio Norte se halla en la constelación de Acuario, luego de haber recorrido los últimos tramos de la constelación de Piscis. Este es un ejemplo típico que ilustra el desbordamiento hacia el Este de un signo por una constelación (PiscisAcuario) por no haberse respetado los límites reales de las "aglomeraciones naturales", es decir, "constelaciones". 

Un siglo antes de Hiparco de Rodas (150-85 a.C.) el punto vernal (equinoccio de primavera) transitaba en el Hemisferio Norte los finales de la constelación de Aries (1.532-212 a.C.) del actual ciclo precesional, que coincidía cómodamente con el signo análogo, para ingresar en la constelación de Piscis en 212 a.C., que abandonó en 1.948 d.C. para penetrar en la constelación de Acuario que hoy en día nos cobija (Nota: Leo, en el Hemisferio Sud). De esta manera, "Toro–de–frente" sugiere que cuando se le dio ese nombre, la constelación de Tauro contenía el equinoccio de primavera en el Hemisferio Norte, lo que ocurrió entre 4.532 y 1.532 a.C., o sea cuatro mil quinientos años antes que en las tablillas caldeas. No puede caber duda que las tablillas del Eúfrates registraban más bien una tradición, que observaciones del año 600 a.C. 

La geometría de los cielos era conocida en tiempos de Homero (900-800 a.C.) y Hesíodo (850-750 a.C.), y ello desde varios milenios antes. Y por supuesto, la conciencia del primer gran hecho que son los cielos tiene un origen realmente pretérito. Muchos de los antiguos se apercibieron de que podían dar explicaciones alternativas: el movimiento diurno del Sol y los nocturnos de las estrellas se podrían explicar suponiendo que la Tierra rotare alrededor de su eje polar, en lugar de suponer que eran los cielos los que giraban en torno a nosotros, como era usual en la Era Cristiana. Así hace mucho tiempo se sabía la existencia de al menos dos explicaciones posibles de la revolución nocturna de las estrellas circumpolares boreales y del arqueado vuelo del Sol sobre nosotros. La segunda explicación consistía, naturalmente, en suponer que la Tierra giraba en torno de su propio eje. 

Entre los presocráticos, Heráclito de Efeso (576-480 a.C.), Filolao (500-420 a.C.), Hicetas de Siracusa y Ectanto de Siracusa, son los filósofos que se erigen entre aquellos que optaron por la segunda explicación, pero la audacia de una Tierra girando aparecía ante la mayoría como algo intelectualmente intrincado y observacionalmente sin fundamento. La alternativa giratoria sugerida por Heráclito, Filolao, Hicetas y Ectanto, se oponía a los hechos, tal como se estudiaban hace 2.500 años. 

Heráclides de Ponto (Siglo IV a.C.), Aristarco de Samos (Siglo III a.C.), y Seleuco de Seleucia (Siglo II a.C.) proponen también los tres que la Tierra gira sobre su eje polar, y los dos últimos que también lo hace en torno al Sol. Pero sus ideas fueron rechazadas. Aunque los pitagóricos creían en un cierto heliocentrismo, los filósofos griegos tuvieron en general una concepción geocéntrica del mundo. Esta concepción se concretó en el sistema de esferas homocéntricas de Eudoxio de Cnido (408-355 a.C.), a la que adhirió Aristóteles (384-322 a.C.) con argumentos ingeniosos. Las ideas de Eudoxio de Cnido, recogidas por Aristóteles, unidas a las que desarrolló Claudio Tolomeo (Siglo II a.C.) en su "Syntaxis Mathemática", más conocida por su nombre árabe "Almagesto", permanecerán vigentes hasta el Siglo XVII. El universo de Tolomeo tenía a la Tierra como centro, y ocho esferas concéntricas: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, la esfera del Zodíaco y las estrellas fijas, con un total de 1.022 estrellas, y –por últimonada en absoluto. 

La obra de Tolomeo, vista en retrospectiva, parece un monumento a la obstinación en el error al propugnar un geocentrismo absurdo que, sin embargo, al igual que Aristóteles, se impuso en la Europa cristiana como la última palabra en el campo científico. Los griegos, en conjunto, no comprendieron el mundo avizorado por Aristarco de Samos: lo observaron y sistematizaron sus observaciones, y nada más. 

La historia de la Astronomía se atascó en Aristarco de Samos e Hiparco de Rodas, y con Tolomeo sus ruedas comenzaron a girar hacia atrás durante unos 1.500 años (Siglos II al XVII). Este es el aporte griego. 

Los Romanos 
Los pensadores de los comienzos del Imperio Romano hicieron muy pocas contribuciones, sea a la ciencia astronómica, sea a la cosmología. Plinio, el Viejo (23 ó 24-79 d.C.) llevó a cabo una influyente compilación de todos los descubrimientos, artes y ciencias de la humanidad, a modo de libro de texto, titulado "Historia Natural". su obra se convirtió en fuente común de todos los escritores de cosmología y astronomía posteriores. El Imperio y la civilización romana, contribuyó apenas al avance de la astronomía, y si bien estudió las estrellas con vistas a la predicción del futuro, sus navegantes las usaron para conocer su situación en el mar, pues Tolomeo había compuesto en su tiempo una tabla estelar muy amplia sobre la base de los estudios de Hiparco de Rodas, realizados en 140 d.C. 

En 410 los vándalos tomaron Roma y la saquearon. En el nuevo orden había considerable hostilidad contra el saber derivado del mundo greco–romano. La preservación del considerable caudal del conocimiento antiguo se debió al surgimiento de los monasterios y escuelas asociadas. En el Oeste europeo, el primero de ellos fue el de Monte Cassino, erigido por San Benito en 529. Pero entre los propios cristianos había tanta enemistad y salvaje hostilidad hacia la ciencia astronómica como en los peores tiempos del paganismo. Los escritos de Clemente Romano (96 d.C.), Clemente de Alejandría (200 d.C.) y Orígenes (254 d.C.), eran más alegoría que astronomía, y los de Diodoro (394), Teodoro (428), Filopón, y especialmente San Gerónimo (347-420) contra la "estúpida sabiduría de los filósofos", palidecen ante la atroz masacre de Hipatia, astrónoma y directora de la reconstruida biblioteca de Alejandría. Es cierto que Ambrosio de Milán (397) escribió con algo de moderación sobre la ciencia astronómica greco–romana, pero en Africa, Agustín, obispo de Hipona la condenó severamente. La actitud de San Agustín y su desorbitado dogmatismo tuvo importancia porque sus obras fueron "éxitos de copistas" en la Edad Media, y se conservan de ellas más ejemplares manuscritos que de cualquier otra obra, exceptuando la Biblia. 

Los Arabes 
A principios del Siglo VII, el Profeta Mahoma (570-631) predicó el Islam y los pueblos árabes, prontamente unidos, partieron para convertir el mundo. En 640, Alejandría y los restos de su biblioteca cayeron en sus manos, y un siglo más tarde el Gran Califa Abú-Cháfar al-Mansur, segundo califa de la dinastía Abbassí, constructor de Bagdad, supo por una feliz casualidad que en el monasterio cristiano de Jundishapur, distante 250 kilómetros de Bagdad, existía una biblioteca en la que abundaban los clásicos griegos, y entre ellos los clásicos de astronomía. Desde muy antiguo los pueblos árabes preislámicos, por influjo de sumerios y babilonios, creían en la astrología por entender que los hombres están sujetos a la influencia de los cielos y de los astros. Pero ahora, los musulmanes tenían además motivos piadosos y prácticos para interesarse en la astronomía. En efecto, el Corán contiene repetidas referencias cosmológicas y astronómicas geocentristas, entre las cuales se destacan netamente: 

a) Sura 2.– Vers. 27: "El (Allah) es quien, ocupándose también de los cielos, los dividió en siete. Porque es sabio en todas las cosas". 

b) Sura 71.– Vers. 14: "¿No véis cómo Allah ha creado los siete cielos en forma de capas superpuestas sucesivamente unas sobre otras?" 

c) Sura 71.– Vers. 15: "El ha colocado la Luna como luz, y El ha colocado al Sol como una gran antorcha". 

d) Sura 85.– "El Sura de los signos del Zodíaco", Vers. 1: "Por el cielo, poseedor de los signos del Zodíaco, juro".

El Califa Al-Mansur ordenó entonces la traducción de los textos astronómicos al árabe y, de ser necesario, su puesta al día. Unos años más tarde, en 773, un viajero hindú apareció en la corte de Bagdad con varios manuscritos: el saber astronómico, en su versión griega, había entrado en la India y Persia con Alejandro Magno en 331 y 327 a.C., donde se unió con otros manuscritos –muchísimo más antiguos– provenientes de China, y con las tradiciones astronómicas caldeas y las indoiranias –védicas y avésticas– anteriores y posteriores al fin de la glaciación "Würm", hacia el 8.500 a 9.500 a.C. El viajero llegado a Bagdad era portador del equivalente hindú de la "Sintaxis Matemática" de Tolomeo, que incluía un libro de tablas estelares titulado "Siddharta". Además, el hindú enseñó a los musulmanes a escribir con cifras menos engorrosas que en los sistemas latino y árabe, lo que hizo más fáciles las matemáticas, y simplificó las cartas de las estrellas. 

Ya en el año 711 los árabes habían conquistado España, y los tesoros del saber greco–romano que habían sobrevivido en la Roma de los Antoninos (96 a 192), navegaron hacia el Próximo Oriente en los barcos de los mercaderes y soldados a partir del 800, ya que Venecia, Nápoles, Bari, Amalfi, Pisa y Génova reiniciaban el comercio con los árabes del Mediterráneo Oriental. De este modo, poco a poco, el conocimiento de las matemáticas árabes comenzó a distinguir a los estudiosos serios de los monasterios análogos al de Monte Cassino. 

Alfonso X, el Sabio, transformó a Toledo en centro de irradiación del saber y de la traducción del árabe al latín, entre otros, de los "Libros del Saber de Astronomía", y las "Tablas Alfonsinas" (de Alfonso el Sabio) en 1272 –según la tradición tolemaica a través de astrónomos árabes– entre otras. 

Mediante estas y otras influencias la astronomía se enriqueció con las joyas del lenguaje árabe: "Aldebarán", "Altair", "Deneb", "Betelgeuse", "Nadir", "Cenit", "Algebra", "Algoritmo", entre muchas otras. Estas palabras abundaban en los cargamentos de manuscritos griegos que los barcos transportaban durante el siglo XII, desde el Próximo Oriente al Mediterráneo Norte. En el Siglo IV Calcido había traducido al latín el "Timeo" de Platón, lo que explica por qué su influencia fue la primera en dejarse sentir como traductor. Más tarde, a comienzos del Siglo XII, Adelardo trasladó al latín las tablas astronómicas del árabe Al-Khwarismi (Siglo IX d.C.), y el importantísimo "Liber Astronomiæ" se virtió al árabe (en Toledo) en el año 1.217 gracias a Miguel Escoto. Se trataba de la primera traducción realmente comprensible del sistema geocéntrico de Aristóteles, pero no tenía conexión alguna con la "Sintaxis Matemática" de Tolomeo. Entonces, Miguel Escoto tradujo los "Comentarios" del árabe Averroes sobre "De Coelo", de Aristóteles. 

Pero el mayor logro de todos tuvo lugar a fines del Siglo XII cuando el "Almagesto" ("La Mayor Obra") de Tolomeo se tradujo al griego (en Sicilia) y del árabe, por empeño y dedicación de Gerardo de Cremona. 

Los Cristianos 
A través de todas estas obras, y en particular del análisis de la cosmología aristotélica, los cristianos doctos eclesiásticos fueron demasiado lejos inaugurando "la creación" de un cosmos que combinaba en uno solo las joyas del saber antiguo y la estructura y finalidad global de la doctrina y sino cristianos. Así pues, las especulaciones cosmológicas de los comienzos de la Edad Media no estaban informadas de los minuciosos análisis ni de la precisión computacional que habían sido la gloria de Grecia, de Eudoxo a Tolomeo. 

La cosmología aristotélica fue la que por desgracia determinó la resurgente mentalidad europea del Siglo XIII, reemplazada felizmente por la de Tolomeo antes del Siglo XIV. Y a partir de la invención de la imprenta en 1.456, con la difusión de las "discrepancias" entre Aristóteles y Tolomeo en algunos puntos esenciales de la astronomía, se inició la conmoción del geocentrismo. Y con Copérnico (1.473-1.543) el geocentrismo comenzó a trastabillar, para derrumbarse y desaparecer paulatinamente con Tycho Brahe (1.546-1.601), y con Newton (1.643 -1.727).

 
Athanasius Kircher, Musurgua Universalis, 1650
Athanasius Kircher,
Musurgia universalis
Roma 1650
 
 
Tercera Parte


Estudios Publicados

Home Page