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Durante las excavaciones que se realizaron en Pompeya desde 1750 se halló, hace hoy en día algo más de 60 años, una extraña inscripción fechada con certeza por la destrucción de la ciudad en el año 79 d.C., y que los arquitectos cristianos reprodujeron profusamente más tarde en diversos monumentos en Italia, Francia, en la iglesia de Pievi Iersagui, cerca de Cremona, en el castillo de Carnac, sobre la bahía de Quiberon (Morhiban, Bretaña), zona famosa por sus monumentos megalíticos, dólmenes y menhires extrañamente alineados, y en el templo de Saint-Laurent de Rochemaure. Así también, la inscripción fue descubierta en ruinas romanas situadas en Cirencester (Inglaterra), a 55 kilómetros al Noreste de Bristol, y en Doura Europos, antigua ciudad siria sobre la margen derecha del Eúfrates, donde actualmente se eleva la localidad de Qalat es Salihiya, unos 440 kilómetros al Nor–noreste de Damasco, y en otros lugares. Apodada el "cuadrado mágico" –o con más propiedad el cuadrado SATOR– la inscripción se presenta en la siguiente forma: Este palíndromo1 latino es con toda seguridad una inscripción paleocristiana. En efecto, las veinticinco letras que lo forman permiten escribir –sin repeticiones– dos veces la palabra PATERNOSTER, y dos veces también las letras A y O, el alpha y el omega –el Principioy el Fin– que relata el Apocalipsis del apóstol Juan (IV-21-6), tal como se puede comprobar seguidamente: El vocablo SATOR, en la traducción que mejor responde al mensaje del palíndromo, significa creador; AREPO carece de sentido en latín, pero debemos señalar que es la inversa de OPERA; TENET, en las aceptaciones que pueden interesar, distingue a mantener, ocupar, dirigir, gobernar; OPERA nos indica los sentidos acto, trabajo, o proceso; ROTAS puede ser rueda, círculo, ciclo, o también disco del Sol. En nuestra opinión –eliminando transitoriamente AREPO– el palíndromo debe interpretarse así: "El Creador gobierna los procesos cíclicos"…, y lo realiza con AREPO, o sea con trabajo, acto o proceso (OPERA) inverso del que ejecuta con otro u otros fines. De esta manera obtenemos provisionalmente el siguiente resultado parcial: "El Creador gobierna los procesos cíclicos con un trabajo inverso…" ("SATOR – AREPO – TENET – OPERA – ROTAS"). Pero todo palíndromo se caracteriza por leerse igual desde arriba hacia abajo que a la inversa, o de izquierda a derecha y recíprocamente. En consecuencia, si el palíndromo SATOR se lee desde arriba hacia abajo, y de inmediato desde abajo hacia arriba, pero partiendo siempre desde la izquierda, tal como se escribe y se lee en latín, encontramos la clave y el mensaje del palíndromo, ya que si bien es cierto que SATOR – AREPO – TENET – OPERA – ROTAS significa "El Creador gobierna los procesos cíclicos con un trabajo inverso", no lo es menos que "ROTAS – OPERA – TENET – AREPO – SATOR" expresa sin la más leve duda que El Sol se ocupa de los trabajos inversos del Creador. Ambas lecturas son absoluta y necesariamente complementarias para descriptar el mensaje puesto en el palíndromo, pero a la vez confirman el desconocimiento –todavía existente en los tiempos inmediatamente anteriores y posteriores a la Era Cristiana– de los descubrimientos de Aristarco de Samos (hacia 310-230 a.C.) referidos a la rotación de la Tierra sobre su eje polar y en torno al Sol (heliocentrismo), y los de Hiparco de Rodas (hacia 150 a.C.), relacionados con el fenómeno astronómico de la precesión de los equinoccios, que constituye una de las resultantes de los diversos movimientos simultáneos y combinados que, por los efectos gravitacionales conjuntos del Sol, la Luna, y otros cuerpos celestes, realizan nuestro planeta –y su órbita– en torno al Sol. El desconocido autor del palíndromo SATOR –aferrado todavía al geocentrismo anterior a Aristarco de Samos, y desconociendo sin duda los descubrimientos de Hiparco de Rodas, atribuyó directamente al Sol la función de ejecutor de los "trabajos inversos del Creador", o sea de los efectos emergentes de la precesión de los equinoccios, los cuales regulan "Nolens Volens" el ritmo y la duración de los ciclos cósmicos de la humanidad. En efecto –y para el Hemisferio Norte– el equinoccio de primavera marca el punto en el que la Tierra, en su movimiento anual de traslación alrededor del Sol, pasa del semiplano eclíptico austral a su homólogo boreal, punto que es variable pues anualmente se desplaza en sentido retrógrado a lo largo de su órbita sobre la eclíptica. Esta retrogradación o precesión es de 50,27 segundos de arco por año trópico (365,242 días solares medios), lo que implica en forma poco menos que exacta una variación de 1º de arco en 72 años, 30º en 2160 años, y 360º en la cantidad de 25.920 años, lapso este último durante el cual una hipotética proyección del punto vernal (del latín ver: primavera) sobre la corona de constelaciones zodiacales efectuaría una vuelta completa para regresar aproximadamente al punto de partida. Además, en dicho ciclo precesional de 25.920 años, las estrellas polares Norte y Sud se modifican varias veces, sin repetirse en el lapso indicado. El período cíclico–cósmico que con mayor frecuencia aparece en casi todas las grandes tradiciones, no es tanto el de la precesión de los equinoccios, cuanto su mitad. Es este período el que corresponde notoriamente a aquel denominado gran año por los pueblos hiperbóreos, los caldeos, los persas preislámicos, los griegos y los atlantes, evaluado en 12.960 años. Fuentes de origen hindú y caldeo –entre otras– señalan en 5 (cinco), o sea el mismo número de los elementos del mundo sensible (éter, aire, fuego, agua, tierra), la cantidad de grandes años que incluye nuestro actual ciclo cósmico, lo que hace un total de 64.800 años a contar desde su ya lejano comienzo, hasta su culminación luego de un crepúsculo final, para reiniciarse un nuevo ciclo de la cadena de mundos.
El conjunto de la manifestación universal comporta una cantidad indefinida de ciclos, o sea de estados y grados de existencia, cuyo encadenamiento es en realidad de orden causal y no sucesivo, y las expresiones utilizadas al respecto por analogía con el orden temporal deben considerarse como exclusivamente simbólicas. Cada mundo o cada estado de existencia puede ser representado por una esfera atravesada diametralmente por un hilo, de modo de constituir el eje que une los dos polos opuestos de dicha esfera. Se observa así que el eje de este mundo no es, hablando en propiedad, sino un segmento del eje de la manifestación universal íntegra, y –de ese modo– se establece la continuidad efectiva de todos los mundos incluídos en la manifestación. La cadena de mundos se representa generalmente en forma circular, pues si cada mundo se considera como un ciclo y se simboliza como tal por una figura circular o esférica, la manifestación íntegra, que es el conjunto de todos los mundos, aparece en cierto modo a su vez como un "ciclo de ciclos". Así, la cadena no sólo podrá ser recorrida de un modo contínuo desde su origen hasta su fin, sino también podrá ser recorrida siguiendo nuevamenteel mismo sentido, lo cual corresponde –en el despliegue de la manifestación– a otro nivel distinto a aquel en el cual se sitúa el simple paso de un mundo a otro, y como ese recorrido puede prolongarse indefinidamente, la indefinitud de la manifestación misma está así representada de un modo más sensible. Empero, es esencial agregar que si la cadena en cierto modo parece cerrarse, ello se justifica a fin de no dar pie a la suposición de que un nuevo recorrido de esa cadena pudiera no ser sino una especie de repetición del recorrido precedente (un "eterno retorno"), lo cual es una imposibilidad por constituir algo netamente contrario a la verdadera noción tradicional de los ciclos, según la cual solamente hay correspondencia y no identidad; además, un tal supuesto "eterno retorno" implicaría confundir "eternidad" con "duración indefinida". Las doctrinas de los ciclos cósmicos de la humanidad han sufrido desde el Siglo IV un embate tan encarnizado como injusto, cuya base finca en un importantísimo desconocimiento del Universo y de la mecánica celeste, así como en una concepción lineal del tiempo histórico, que algunos autores contemporáneos han rotulado como una conquista fundamental del proceso humano. Las concepciones cíclicas –dice René Guénon– "no se oponen en forma alguna a la historia, ya que ésta, por el contrario, no puede tener realmente un sentido sino el de expresar el desarrollo de los acontecimientos en el transcurso del ciclo humano, aunque los historiadores profanos no sean con seguridad absolutamente capaces de darse cuenta de ello". El tiempo cósmico no es lineal sino cíclico y la humanidad no debe olvidar que también forma parte del cosmos. Mircea Eliade lo dijo así, justamente cuando el hombre occidental, en una nostalgia de eternidad, evidencia su anhelo por un paraíso concreto, y cree que ese paraíso es realizable aquí abajo, en la Tierra, y ahora, en el instante presente, en una especie de eternidad experimental a la que piensa que todavía puede aspirar. En casi todas las grandes tradiciones monoteístas el símbolo más corriente de la cadena de mundos es el "rosario". El elemento esencial del símbolo es el hilo que une las cuentas, pues no puede haber rosario si no existe primero ese hilo en el cual las cuentas vienen después a ensartarse "como las cuentas de un collar". Es necesario, empero, llamar la atención sobre ello debido a que desde el punto de vista externo, se ven más las cuentas que el hilo, y esto mismo es muy significativo, puesto que las cuentas representan a la manifestación sensible, mientras el hilo simboliza el Espíritu puro universal, identificado con Dios, en todos Sus Nombres. El número de cuentas del rosario varía según las tradiciones, e incluso puede modificarse en función de ciertas aplicaciones especiales, pero al menos en las formas orientales es siempre un número cíclico, por su relación con la división geométrica del círculo y con el período astronómico de la precesión de los equinoccios. Así, particularmente en la India y el Tibet, dicho número es por lo común el 108. En realidad, los estados que constituyen la manifestación son una multitud indefinida, pero es evidente que esta multitud no podría representarse adecuadamente en un símbolo de orden sensible como aquel que aquí se trata, y es forzoso entonces que las cuentas tengan un número definido. Siendo así, un número cíclico conviene naturalmnte para una figura circular como la considerada, la cual representa por sí misma un ciclo, o –más bien– un "ciclo de ciclos". En la tradición islámica, el número de cuentas del rosario es de 99, número también cíclico por su factor 9., y el rosario se divide en tres series de 33 cuentas, cada una de las cuales representa un mundo. La esfera faltante para completar el centenar equivale a reducir la multiplicidad a la unidad, ya que 99 es igual a 100 menos 1. La cuenta ausente sólo se encuentra en el Paraíso. Por su parte, en la tradición cristiana, el rosario, cuyo origen se atribuye a Santo Domingo de Guzmán (1.170-1.221), posee 50 cuentas separadas de diez en diez por otra de mayor tamaño, y sus extremos se unen en una cruz; totaliza así 54 cuentas (la mitad del rosario oriental de 108 cuentas), número cíclico submúltiplo de 12.960. |
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NOTAS | |
1 | Palíndromo (de origen griego "palíndromos"): "que desanda lo andado": de palín: de nuevo; y drómos: carrera. Palabra o frase que se lee igual de izquierda a derecha o inversamente, o bien, si la palabra o frase está escrita verticalmente, se lee igual de arriba hacia abajo, o en sentido contrario: ejemplos: "anilina"; "amor a Roma". |
2 | El autor hace a continuación una larga cita de Guénon, sin entrecomillar, como en varias ocasiones más adelante: especialmente en "El manvantara y sus yugas" cuyas citas pertenecen al artículo de R. Guénon reproducido aquí ( "Algunas observaciones sobre la doctrina de los ciclos cósmicos", en web SYMBOLOS), y también en "Melquisedek", pertenecientes éstas a El Rey del Mundo. En ellas la mayoría de los subrayados (letras en itálicas) pertenecen al autor del presente artículo, quien indica a cambio, en la bibliografía correspondiente, los libros y páginas respectivos. Hemos preferido dejarlo como lo hizo el autor y no entrecomillarlas. (N. e.). |
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