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Luego de haberse publicado en la página Fin de Ciclo el capítulo anterior, cayó en nuestras manos una pieza lírica perteneciente a la cultura nahuatl que no vendría sino a confirmar –en líneas generales y con las diferencias propias que un punto de vista sobre un mismo tema desarrollado desde tradiciones enteramente distintas presupone– muchos de los asuntos que allí tratábamos. Aclaramos que en la traducción del poema que poseemos saltan a la vista algunas incongruencias. A fin de paliarlas, colocamos entre corchetes y antecedidas de un asterisco nuestras propias glosas. Entre corchetes y sin asterisco consignamos, en cambio, las aclaraciones del traductor (Ángel María Garibay K.). La pieza se titula "Rito de los cinco soles" y expresa:
Esta estrofa inicial ya nos ubica con claridad en el aspecto bajo el cual se encara la concepción cíclica del tiempo en la obra. En efecto, no se trata aquí de dividir el Manvántara, o ciclo completo de una humanidad,en cuatro edades de duración decreciente sino en cinco de idéntica longitud, ello es, según múltiples datos tradicionales, cinco Grandes Años considerados en tanto semiperíodo de la precesión de los equinoccios.
Esta problemática segunda estrofa, referida evidentemente a la creación de nuestro mundo, vale decir, al punto de partida del presente ciclo, debe ser por eso revisada. La otra lectura posible, respetando la traducción original, sugeriría que esas cuatro humanidades previas aludan a otros tantos ciclos de humanidad anteriores equivalentes al nuestro. De ser así, a dicho número no habría que tomarlo literalmente, ya que diversas noticias tradicionales coinciden en que los manvántaras precedentes fueron seis y no cuatro. Como sea, y a fin de no tergiversar el valor que la expresión 'un sol' posee a lo largo del poema es que preferimos la primera interpretación a la segunda.
Uno de los aportes más interesantes de este texto radica en que cada 'edad' finaliza con un cataclismo. El pasaje de un 'Gran Año' a otro, así, se halla obligatoriamente delimitado por un evento catastrófico, esto es, por una 'caída' (otra no es la significación etimológica de 'cataclismo' y 'catástrofe'). Dichas caídas, puestas en serie dentro de la unidad mayor que presupone el Manvántara, o ciclo humano completo, nos van pautando con toda precisión los 'escalones' del progresivo descenso cíclico de una humanidad. Los paralelos con otras tradiciones son de fácil cotejo.
Las veladas alusiones de estos versos a una 'inclinación' del sol hacia el mediodía, esto es, hacia el sur, quizá nos informen acerca de las consecuencias de una conmoción ocurrida durante este período, concordante en líneas generales con la Edad de Plata hesiódica. En efecto, el hecho de 'oprimirse el cielo', seguido de una 'desviación' del sol en su camino, bien puede aludir a dos cosas: primero, al evento, sea cual haya sido, que determinó la inclinación del eje terrestre, acontecimiento estrechamente vinculado, según diferentes testimonios, a lo que la tradición judeocristiana designa 'caída del hombre'. En segundo término, parece manifiesto que la situación geográfica descripta en esta estrofa debe ser francamente boreal, si no nítidamente polar, aludiéndose así al inicio de los meses de sombra en esas lejanas latitudes justo cuando 'el sol llega a mediodía', esto es, cuando por la eclíptica 'se inclina' hacia el sur dando paso a los meses de oscuridad. Piénsese que, por el contrario, antes de haberse producido la inclinación del eje terrestre, las regiones polares habrán sido las únicas del globo en gozar a perpetuidad de la luz solar. A partir de esta comprobación se entiende la denominación de Tierra del Sol, o Siria, para la primigenia Varahi, la tierra del Jabalí Blanco de la tradición hindú, o Hiperbórea, según la denominación dada por el mundo clásico. Otro dato importante a tener en cuenta en esta riquísima estrofa radica en las alusiones a los Tigres y a los Gigantes que, desde el punto de vista tradicional, no vienen a figurar sino una y la misma cosa. En efecto, suelen ser ellos netas figuraciones de los Kshatriyas, vale decir, de los 'guerreros' representantes del 'poder temporal'. Esto nos lleva a conjeturar que en esa segunda edad acaso se haya producido, por vez primera, una alteración del orden natural de las castas, lo que constituiría una efectiva desviación que bien pudo haber sido causa de la precitada 'caída'. Esta cuestión, sumamente delicada para ser tratada en una nota tan breve, encuentra sin embargo paralelos en otras tradiciones. Sin ir más lejos, Hesíodo sugiere que en la segunda humanidad existió un predominio Kshatriya acompañado, por ende, de un necesario eclipse de la autoridad espiritual:
Otros mitos referentes a 'Gigantes' que se rebelaron contra los dioses podrían ser situados temporalmente, aunque con todas las reservas del caso, en esta fase inmediatamente posterior a la 'Edad de Oro primigenia'. Como sea, nótese que en la tradición hebrea este lapso correspondería al del predominio de Caín, personaje que, bajo algunos aspectos, se liga visiblemente a la segunda casta siempre y cuando se la considere sólo bajo sus aspectos 'maléficos'. Asimismo, la 'potencia' encarnada en el Shet egipcio y su acción disolvente tampoco parecería ser del todo ajena al asunto. No obstante, creemos haber dicho lo suficiente por ahora sobre este oscuro punto y, radicando como radica en el mismo el origen de una aberración que llega incluso hasta nuestros días, juzgamos prudente no dar más precisiones en torno a una cuestión sobre la que tenemos planeado ocuparnos específicamente en breve.
Las 'lluvias de fuego' o conflagraciones constituyen, igual que los diluvios, un punto reiterado en distintos mitos. En la Biblia contamos con el relato de la destrucción de Sodoma que, sin ser un acontecimiento situado en una época tan distante como la aludida en esta estrofa y sin duda de carácter mucho más 'local', bien pudiera ubicarse en un tiempo bastante anterior al que se piensa y, además, como reproduciendo a menor escala el recuerdo de un evento previo de alcances masivos. Según es nuestra costumbre, nos cuidaremos mucho de intentar 'precisar', sea cronológica, sea geográficamente, datos como el presente. No obstante, remarquemos solamente lo siguiente: la catástrofe de que aquí se trata tuvo por fuerza que haber sido anterior a la que puso fin al continente atlántico, del cual los habitantes del México antiguo procedían. Muy por el contrario, se habla acá puntualmente del cataclismo que 'marcó el comienzo', si así puede expresarse, del Gran Año donde habría de desarrollarse el predominio de la civilización Atlante. Antes de proseguir con los restantes versos, cabe preguntarse si en otras tradiciones hallamos un equivalente a este mito. La respuesta no será de ninguna manera fácil, pero según algunas concordancias de peso no resultaría arriesgado postular que el relato griego de Faetón pueda ser análogo. Sin intentar embarcarnos en el análisis de esta antiquísima historia, anotemos simplemente que la misma no debe entrañar otra cosa que un lejano recuerdo acerca de la caída de un cuerpo celeste (un 'hijo' del sol) en algún punto del sector noroeste del Océano Atlántico.
El destino de la humanidad inmediatamente anterior a la nuestra no deja de ser altamente sugestivo. Se indica de ella que fue 'llevada por el viento', esto es, esparcida, dispersada. Y en efecto, si confrontamos este dato con lo apuntado en el Génesis bíblico para la etapa correspondiente, vale decir, el extenso período de tiempo que, a partir del Diluvio, culmina con el relato de la Torre de Babel, tenemos que también allí la 'marca de pasaje' de una humanidad a otra está dada por una 'dispersión a gran escala'. Y por cierto, poseemos profundas razones para afirmar que durante los milenios que median entre el cataclismo que puso fin a la Atlántida –que no fue otro que el Diluvio bíblico– y el nacimiento de los tiempos llamados 'históricos', el orbe terrestre fue testigo de lentas pero sostenidas migraciones de pueblos. Estas migraciones, por lo demás, no fueron producto inmediato del hundimiento de aquella gran civilización, sino que dicha desaparición vino a ahondar rutas de colonización que ya existían desde las épocas de apogeo de la isla-continente. La direcciones que tales migraciones desarrollaron ya es una cuestión mucho más difícil de establecer. Mencionemos solamente, y a título puramente hipotético, tres corrientes procedentes del Atlántico con dirección este: meridional la primera, central la segunda y una tercera septentrional. No sería imposible, además, que esta última pueda haberse 'reabsorbido', en cierto momento, con una cuarta corriente procedente del Norte, deudora directa de Hiperbórea. Y por último, al menos un cuarto contingente pudo haber tomado una dirección contraria, esto es, hacia el oeste, constituyéndose en los antepasados de las civilizaciones mal llamadas 'precolombinas' del área mesoamericana. Una última acotación: la cuarta humanidad, al alejarse del Principio, o sea, de la Unidad, no sólo padece una 'dispersión', sino que de sus hombres se dice que se volvieron 'como monos'. Evidentemente, para el pensamiento de una cultura genuinamente tradicional el 'tornarse como mono' no puede ser otra cosa que figura de algún tipo de degeneración causada por la marcha descendente del ciclo. Compárese la justeza de esta imagen con la absurda hipótesis evolucionista propia de la época moderna; hipótesis que necesariamente debía hallar su lugar en nuestro tiempo funcionando como lo que es: otro de los signos de la reversión paródica, y hasta ominosa, respecto de lo que fue la genuina situación del hombre primordial. El quinto Sol: No nos extenderemos demasiado acerca al tramo final del poema. A todas luces incumbe a la fase terminal del Manvántara, período en el que nos encontramos actualmente desde hace milenios y correspondiente, en términos generales, a la que Hesíodo caracterizó como Edad de Hierro y el pensamiento hindú llamó Kali Yuga. Nótese que el rasgo predominante de este último sol tiene que ver con 'el movimiento', esto es, con el estado de cosas que carece de un fundamento 'estable' y por ello se encuentra sometido a la permanente oscilación y al perpetuo cambio. Además, las alusiones a la situación de la humanidad en el curso de este sol, si bien que escuetas, no desmienten en nada todo lo expuesto por nosotros en el estudio anterior. Para terminar, no estará de más aclarar que la mención final a Tula no alude a la Tula hiperbórea, sede de la Tradición Primordial y, por ello, patria originaria de la humanidad del presente ciclo en su conjunto, sino a la Tula atlante, ya un centro espiritual secundario, alejado de los orígenes aunque lugar de arranque, eso sí, de la primitiva tradición tolteca. * REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS El poema aquí reproducido puede hallarse en Josefina Delgado y Alberto Perrone (Comps.): Antología precolombina. Bs. As., Centro Editor de América Latina, 1970. No obstante, y a fin de que el lector profundice en las consideraciones arriba vertidas, lo remitimos a un valioso texto de Federico González que obraría de perfecta introducción a la cuestión: "Algunos temas relacionados con los calendarios" [en la página del autor]. Luego, del mismo González, será inevitable consultar la rigurosa y prolija exposición titulada "Los calendarios mesoamericanos" (sobre todo in fine y nota 13) incluida en el sitio de internet América indígena. Por lo demás, los fundamentos de la doctrina de los ciclos podrán encontrarse nítidamente expuestos en el ya clásico estudio de René Guénon "Algunas observaciones sobre la doctrina de los ciclos cósmicos" [en Formas tradicionales y ciclos cósmicos, Barcelona, Obelisco, 1984]. En cuanto a la concepción más particular tocante a una subdivisión del Manvántara (o ciclo integral de una humanidad) en cinco partes equivalentes o Grandes Años, véase, en cambio, Gastón Georgel: "Definición tradicional del movimiento de la historia" (in fine), [también en el sitio de la página Fin de Ciclo]. Respecto de las consideraciones vinculadas a la simbólica polar desarrolladas en relación al segundo sol, puede examinarse el sugestivo libro de Christophe Levalois, La tierra de la luz. Simbolismo del Norte y del Origen [Barcelona, Obelisco, 1989], sobre todo el Capítulo II, titulado "El continente ártico", donde, a la luz de los aportes del tradicionalista hindú Bal Gangadhar Tilak, se restablece la geografía correcta para numerosos mitos en base a datos astronómicos precisos por ellos aportados. Para finalizar, los vínculos entre los primitivos pueblos mesoamericanos y la Atlántida han sido señalados por Guénon en más de una ocasión. Puntualmente en el ensayo titulado "Atlántida e Hiperbóreas" [Op. Cit., pp. 29-37 y, sobre todo, n. 4]; anotemos también de pasada que la n. 2 del citado estudio constituye una inestimable referencia en lo concerniente a la inclinación del eje terrestre tratada en relación a la finalización del primer Yuga y que en nuestro estudio se correspondería con el 'segundo sol'. Asimismo alude al rol de los toltecas en tanto transmisores del legado atlante en El Rey del Mundo, Cap. X, [Madrid, Luis Cárcamo Editor, 1987]. |
NOTA | |
* | Del mismo autor ver otros textos en la misma Sección, y en SYMBOLOS Telemática: "Algunas consideraciones acerca del simbolismo arbóreo (A propósito de Juan 1, 43-51)", "El nacimiento de Zeus" y "La Tierra Blanca". |
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