HESIODO Y LA INDOLE DEL TIEMPO EN EL FINAL DEL CICLO
GUILLERMO GARCIA FERREIRA *

La mera intención de las siguientes líneas consiste en echar alguna luz sobre una enigmática expresión vertida por Hesíodo en Trabajos y días, más precisamente en el inicio del tramo final del denominado "Mito de las Edades". Motivo de perplejidad y encontradas interpretaciones por parte de los eruditos, dicha declaración viene a caracterizar a la perfección, apelando a la síntesis y contundencia significativa propias de las imágenes genuinamente simbólicas, el estado de cosas imperante al final de cualquier ciclo cósmico, en este caso puntual, el de la actual humanidad.

Es de notar que cuando Hesíodo habla de los estadios finales de la Edad de Hierro, la última y peor etapa de la manifestación cíclica en su conjunto, adopta para su relato el tiempo futuro. Va de suyo que no podría hacerlo de otra manera, hallándose como se halla, en tanto relator, situado en el mismo período aunque en una fase mucho menos avanzada; no obstante, ese simple hecho confiere al fragmento un invalorable 'espesor profético' acerca de uno de los signos –acaso el más relevante– de los muchos que habrán de caracterizar el 'fin de los tiempos'.

Concretamente, el griego escribe que "Zeus destruirá igualmente esta estirpe de hombres de voz articulada, cuando al nacer sean de blancas sienes" [vínculoTrabajos y días, 180]. Precisamente es esta última referencia la que tan encontradas interpretaciones ha padecido (¡hasta se la llegó a vincular con hipotéticas noticias recabadas por este poeta acerca del color claro del cabello de los niños celtas!). En primer lugar y a propósito de esa manera tan singular de prefigurar los sucesos, cabe subrayar que, a fin de evitar esas apetencias de 'cálculo' a las que son tan afectos los profanos, toda genuina profecía pareciera rechazar de plano cualquier intento de 'datación' temporal más o menos exacta acerca de aquellos eventos que anuncia. Actitud, no casualmente, del todo opuesta a la obsesión típicamente moderna por las 'fechas'; hecho este último que, por lo demás, no responde a otra cosa que a una marcada preeminencia de lo cuantitativo en la concepción del devenir temporal.

No obstante, para quien se halle medianamente familiarizado con los modos propios de la representación simbólica, de la cual los mitos vienen a ser su manifestación eminentemente verbal, la mención no encierra en sí misma ningún enigma. En efecto, Hesíodo señala con sumo rigor que el fin de nuestro mundo tendrá lugar justamente cuando los hombres "al nacer sean de blancas sienes". Y ello está indicando una singularísima relación entre el transcurrir del tiempo, por un lado, y la duración de la vida humana, por otro. Bien mirada, la situación del hombre de las postrimerías será, a este respecto, plenamente opuesta a la de aquellos que habitaron la tierra en la Edad de Oro, cuando "no se cernía sobre ellos la vejez despreciable" y "morían como sumidos en un sueño" [Trabajos..., 110-115]. Por otro lado, cabe contraponer también la 'comprimida' situación vital de esos paradójicos 'ancianos recién nacidos' con el dilatado tiempo de vida de los patriarcas antediluvianos de la tradición hebrea.

Y precisamente el 'dato' tradicional del que Hesíodo se hace eco básicamente apunta a describir de manera cabal la condición del tiempo en el final de todo ciclo humano, esto es, su creciente aceleración o, mejor expresado, su progresiva compresión merced al paulatino predominio del polo cuantitativo de la manifestación por sobre el cualitativo. Y ello porque, al prevalecer en el tiempo el componente esencial por constituir aquél el ámbito privativo donde los fenómenos de carácter mental –o sea, los referidos a la manifestación sutil–, se desarrollan, bien se podría argüir que lo que se acelera es, en verdad, la percepción cualitativa del mismo. No obstante, y a fin de profundizar en este complejísimo asunto, clave para tomar clara conciencia de la situación actual de la manifestación cíclica, remitimos a GUÉNON: El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, V y XIII.

Desde el punto de vista arriba esbozado, las palabras del griego en nada diferirían del siguiente anuncio evangélico:

Porque en aquellos días habrá una angustia como no hubo otra igual desde el principio de la creación hasta los días presentes, ni la habrá en el futuro. Tanto que si el Señor no acortara esos días, nadie se salvaría. Pero Él ha decidido acortar esos días en consideración a sus elegidos. [Marcos, 13, 19-20].

También Mateo 24, 22: "Y si esos momentos no se acortaran, nadie se salvaría".

A propósito, los paralelos entre los datos proporcionados por Hesíodo acerca del fin del ciclo y los aportados por Jesús en el llamado 'sermón profético' no se detienen ahí. Basten a modo de ejemplo las siguientes comparaciones:

El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses –no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos aquellos [cuya justicia es la violencia–, (...). [Trabajos y días, 180, 185].

El hermano entregará a muerte al hermano y el padre al hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y les darán muerte. [Marcos, 13, 12].

(...) y unos saquearán las ciudades de los otros]. [Trabajos..., 185].

Se levantará una nación contra otra, y una raza contra otra. [Lucas, 21, 10. Cf. también Marcos 13,8 y Mateo 24, 7].

No obstante, cabe aclarar que el poeta beocio pareciera preferir subrayar primariamente aquellos desórdenes concernientes al ámbito específicamente humano antes que los atinentes al cósmico, como, por el contrario, tiende a hacer Jesús. Así es como aquél remata:

Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables. [Trabajos..., 190-195].

Cabría aclarar aquí que esa mención a los "retorcidos discursos" de los malvados podría apuntar a caracterizar el final de los tiempos como a un momento de hegemonía de las argumentaciones sustentadas en la lógica racional, las cuales, llegado el caso, todo logran explicarlo por medio de rebuscados silogismos. Ello condice, además, con cierta tradición mencionada por Guénon según la cual las obras de Aristóteles, maestro indiscutido de la dialéctica, poseen un sentido oculto que sólo el Anticristo será capaz de descifrar, notable figuración acerca de una incomparable 'habilidad' vinculada a estrategias puramente discursivas, esto es, sustentadas en la razón.

Pero volviendo a la cuestión del tiempo y su progresiva compresión cualitativa, lo arriba expuesto se homologa a la perfección con lo enunciado en un famosísimo soneto de Luis de Góngora, aquel titulado "De la brevedad engañosa de la vida" y que en su segunda estrofa dice:

que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda
(fiera que sea de razón desnuda)
cada sol repetido es un cometa.


Demás está aclarar que con "nuestra edad" no se alude aquí a la vida del hombre considerado en cuanto individuo sino a un lapso mucho mayor, el de una humanidad en su conjunto. Y esto tanto más cuanto que los versos previos ("agonal carro por la arena muda / no coronó con más silencio meta"), se refieren al carro de Agonio, es decir, Jano, la divinidad que presidía la apertura y el cierre del ciclo anual. En otras palabras, que el cordobés sugiere cifradamente la creciente celeridad del transcurrir en los tramos finales de "nuestra edad", hecho este que, por lo demás, sólo podría ser puesto en duda siempre y cuando se 'carezca de razón' o, según otra interpretación de esa ambigua expresión, se lo observe a través del prisma de la "razón desnuda", esto es, desde un punto de vista marcadamente cuantitativo ya que no cualitativo de nuestro entendimiento.

Rasgos estos que además nos llevan a evidenciar, a modo de conclusión suplementaria, que todavía en el siglo XVII la literatura podía ser una cosa muy distinta de lo que actualmente ha llegado a ser.

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ADENDA

A propósito de los signos propios del 'fin de los tiempos' y, también, de la perfecta concordancia existente entre distintas tradiciones legítimamente ortodoxas, cabe consignar aquí los datos aportados al respecto por la 'épica' de la Edda Mayor islandesa. Así:

Surgirán entre hermanos // luchas y muertes,
cercanos parientes // discordias tendrán;
un tiempo de horrores, // de mucho adulterio,
de hachas, de espadas // –escudos se rajan–,
de vientos, de lobos // anuncio será
del derrumbe del mundo; // todos se matan.

[Völuspá, 45]

Datos que, acaso desde una perspectiva ya cristianizada, retomará en el siglo XIII Snorri Sturluson en el primer libro de la Edda Menor:

Vendrá aquel invierno que se llama el Terrible Invierno. Nevará desde todos los rumbos. Grande será la escarcha y fuertes los vientos, no habrá virtud alguna en el sol. Tres inviernos se sucederán y no habrá estío entre ellos. Antes habrá otros tres inviernos y en toda la tierra habrá grandes batallas. En aquel tiempo el hermano, movido por la codicia, dará muerte al hermano y los nombres de padre y de hijo se olvidarán en la matanza y en el incesto.

[...]

No quedarán estrellas en el cielo. Se cumplirán también estas nuevas: toda la tierra temblará y los peñascos, de tal manera que los árboles se desarraigarán de la tierra y caerán los peñascos, y se romperán todas las ataduras y cadenas. [...]. [La alucinación de Gylfi, 51].

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REFERENCIAS

ANÓNIMO: Edda Mayor. Traducción del islandés y edición de Luis Lerate. Madrid, Alianza, 2000.

GÓNGORA, Luis de: Antología poética. Edición, introducción y notas de Ana Suárez Miramón. Barcelona, RBA Editores, 1994.

GUÉNON, René: El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. Traducción de Ramón García Fernández, revisión técnica de Agustín López Tobajas. Barcelona, Paidós, 1997.

HESÍODO: Obras y fragmentos. Introducción general de Aurelio Pérez Jiménez. Traducción y notas de A. P. J. y Alfonso Martínez Díez. Madrid, Gredos, 2000.

LA BIBLIA. San Pablo (Madrid) y Editorial Verbo Divino (Navarra) [Coeditores], 1995.

STURLUSON, Snorri: La alucinación de Gylfi. Prólogo y traducción de Jorge Luis Borges y María Kodama. Bs. As., Alianza, 1984.


 
NOTA
* G. G. Ferreira nació en la ciudad de Banfield, Provincia de Buenos Aires (Argentina), lugar en el que actualmente reside. Ha publicado diversos trabajos de crítica literaria en medios nacionales y extranjeros. Y además de las colaboraciones en esta página, en SYMBOLOS Telemática: "Algunas consideraciones acerca del simbolismo arbóreo (A propósito de Juan 1, 43-51)", "El nacimiento de Zeus",  "La Tierra Blanca".

 

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