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El fin de ciclo
Una encuesta callejera acerca del anuncio del fin del ciclo cósmico al que pertenece la humanidad presente revelaría que éste es merecedor de una casi absoluta incredulidad por parte de la población. La propaganda acerca del quimérico progreso imparable (que además va a ser respetuoso con la naturaleza y por lo tanto "sostenible", según profetizan los políticos) alimenta la concepción de una vida siempre ascendente en el seno de un tiempo lineal. Si todo avanza, si todo es progresión, ¿cómo va a haber ciclos? Y si, según nos repiten constantemente, España va bien y al resto del mundo parece irle de igual manera, ¿cómo va a tener esta fiesta continua un final? Además, hay vacunas para los días en que alcanzamos a contemplar lo que nos rodea con una chispa de lucidez y nos preguntamos si todo esto que nos explican no será un gran camelo. Así, por ejemplo, podemos inyectarnos un programa de amenidades apretando el "on" del televisor y quizás sentiremos cómo al poco se disipan las sombras de nuestra mente y se proyecta sobre nosotros de nuevo la luz del optimismo social... si no es que pertenezcamos a esa categoría de espíritus recalcitrantes que, tocados por alguna extraña gracia o locura, rechazan entrar en la vereda de lo que advierten se trata de una trampa. La Tradición sale al encuentro de quienes entrevén que el rollo que se difunde en el mundo profano es un anecdotario en el que se escamotea el verdadero Conocimiento. En circunstancias inesperadas y por vías que siempre son sorprendentes, los maestros depositarios del Conocimiento tradicional entran en contacto con quien es libre y limpio de corazón y lo invitan a integrarse a la Cadena de los Iniciados cuyo primer eslabón se remonta al origen de la Tradición Unánime y Primordial, y a alcanzar, por medio de su trabajo interior, niveles superiores de conciencia de su ser íntimo. La enseñanza iniciática que recibe el adepto se vehicula mediante símbolos, cifrado cuya descodificación en clave de analogía se opera mediante el ejercicio de la intuición intelectual, esto es, la facultad sobrehumana de conocimiento que reside en el corazón y que se despierta por medio de operaciones de alquimia espiritual. La contemplación de los símbolos que se someten a la consideración del iniciado va desvelando en él lecturas cada vez más elevadas de su realidad interior. Estos símbolos son adecuados a la "edad" del adepto, quien en una primera etapa de su recorrido por los misterios menores será enseñado a reconocer las letras del Libro de la Vida, posteriormente a leer en él y por último, a escribir en sus páginas. En el Hermetismo, los símbolos que se presentan al postulante durante su muerte iniciática y sus viajes de instrucción son, ante todo, los de los tres principios que rigen las transmutaciones alquímicas -el azufre, el mercurio y la sal- y los cuatro elementos de que se compone la materia de la Gran Obra -el fuego, el aire, el agua y la tierra. Cada uno de estos elementos se sitúa en el extremo de una cruz que cuadricula la rueda cósmica, pudiéndose contemplar las revoluciones de ésta en torno al Motor inmóvil ubicado en su centro como ciclos de un elemento en particular, que circula y se transmuta dando curso a la Cosmogonía y estableciendo todo lo manifestado. Así, en el Fausto de Goethe, el griego Tales exclama:
La meditación de los ciclos del agua, o mejor dicho, su contemplación con los ojos del corazón puede proporcionar la intelección de los procederes de la Naturaleza que el adepto está llamado a imitar en sus operaciones a fin de alcanzar la posesión del secreto iniciático. Es este un trabajo interno que poco tiene que ver con los discursos explicativos. Por ello, aquí huiremos tanto como nos sea posible del glosado racionalista que, además de ser un estorbo, resulta totalmente estéril, y dejaremos (o al menos, intentaremos no impedir) que sea el Maestro interior que mora en nuestro corazón quien nos ilumine ¿quién si no podría hacerlo? Incluso pensamos si no sería mejor que simplemente nos callásemos en este momento y nos entregásemos a orar incesantemente, junto al Rey Salomón, para alcanzar la Sabiduría: "Dios de los Padres, Señor de la misericordia,El caos primordial y el Paraíso El océano evoca la idea del origen del mundo, del caos primigenio que describe el Génesis de la tradición hebrea con estas palabras: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas." (Gn 1, 1-2)La divinidad edifica el cosmos iluminando el caos y produciendo un orden que está signado por el número seis, tal como sugiere que el mito hebreo de la Creación transcurra a lo largo de seis días, o que sean seis las direcciones del espacio que contiene a lo manifestado en forma corporal -arriba, abajo, delante, detrás, izquierda, derecha. También lo evoca el arco iris y sus seis colores, producidos por la refracción de la luz blanca del sol al atravesar gotas de agua suspendidas en el aire: violeta, azul, verde, amarillo, naranja, rojo. A decir verdad, se puede contemplar el arco iris como una imagen sintética del acto creador, del Fiat Lux al que sucede la separación de "las aguas de por encima del firmamento" de "las aguas de por debajo del firmamento" (Gn 1, 7) y la acumulación de "las aguas de debajo del firmamento en un solo conjunto" (Gn 1, 9), todo ello en los tres días en los que se edifica el templo de todo lo viviente.1 Así como surgen los colores en el arco iris, la refracción de la luz creadora en un espacio sagrado envuelto por el agua crea la multiplicidad de lo manifestado en los días cuarto, quinto y sexto del Génesis, día este último en el cual el hombre ingresa al jardín plantado por Yahveh en Edén. El Paraíso terrenal, la morada simbólica del hombre, se ubica en la cima de una montaña mítica que alberga al centro de la tradición judía. En el segundo relato bíblico de la Creación podemos leer: "El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahveh Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra, y regaba toda la superficie del suelo." (Gn 2, 4b-7)Y también: "De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos. El uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro. El oro de aquel país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice. El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Kus. El tercer río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asur. Y el cuarto río es el Eufrates." (Gn 2, 10-14)En la cumbre de la montaña, bañada por el rocío celeste, brota la fuente que riega el Arbol de la Vida y el Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal, ambos situados, según la Tradición, en el centro del jardín paradisíaco. Se dice del Arbol de la Vida que sus raíces -las cuales se corresponden con la sephirah primera del Arbol de la Vida cabalístico, Kether- se encuentran en los cielos y su copa (Malkhuth) en la tierra; que su tronco es un eje que vincula a todos los estados del ser; y que su contemplación opera la conciencia permanente de la Unidad. A su lado, el Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal produce unos frutos que, al ser ingeridos por el hombre, oscurecen su intuición intelectual y lo arrastran a la ilusión de la dualidad, al olvido de su identidad y a la creencia de que es distinto de Sí Mismo, lo que hace que se sienta desnudo. El hombre así caído queda excluído de un Paraíso que, sin saberlo, no abandona, y sólo puede volver a él regenerando su corazón por la memoria del Conocimiento. El fértil jardín ubicado en la cumbre de la montaña santa se torna para el hombre caído un suelo maldito, que produce espinas y abrojos y del que debe extraer el alimento con fatiga (Gn 3, 17-19); en definitiva, un desierto del que parece haberse ausentado la Divinidad. Ello se corresponde simbólicamente con la descripción del ocultamiento subterráneo de los centros sagrados de distintas tradiciones, tales como Luz en la tradición hebrea o Agartha en la tradición hindú. Respecto a este último, leemos en El Rey del Mundo de René Guénon: "Agartha, se dice, no siempre fue subterránea, y no permanecerá siempre; vendrá un tiempo en el que (...) los 'pueblos de Agartha saldrán de sus cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra. Antes de su desaparición del mundo visible, este centro llevaba otro nombre, pues el de Agartha, que significa 'inalcanzable' o 'inaccesible' (y también 'inviolable', pues es la morada de la Paz, Salem), no habría sido el más conveniente; (...) se hizo subterráneo 'hace más de seis mil años', y ocurre que esta fecha corresponde, con una muy suficiente aproximación, al comienzo del Kali-Yuga, o 'época negra', la 'edad de hierro' de los antiguos occidentales, el último de los cuatro periodos en los cuales se divide el Manvantara; su reaparición debe coincidir con el fin del mismo periodo (...) Pero a medida que se avanza en el Kali-Yuga, la unión con este centro, cada vez más cerrado y oculto, se hace más difícil, al mismo tiempo que se hacen más raros los centros secundarios que le representan exteriormente; y sin embargo, cuando acabe este periodo, la tradición deberá manifestarse de nuevo en su integridad, ya que el comienzo de cada Manvantara, coincidiendo con el final del precedente, implica necesariamente, para la humanidad terrena, la vuelta al 'estado primordial'." (René Guénon, El Rey del Mundo, cap. VIII).El ocultamiento del centro paradisíaco en la caverna interior de la montaña sagrada es análogo a la desecación de una laguna durante una época sin lluvias. Las aguas desaparecen de la superficie de la tierra pero a menudo se las puede reencontrar, visitando el interior de la tierra, replegadas en el seno de un sustrato poroso que se extiende bajo el lecho lacustre. La aparente desaparición de un lago no conlleva necesariamente la del río o torrente que se alimenta de él; el acuífero subterráneo asegura, de una manera sutil, la continuidad de la escorrentía. El hombre caído se aleja del Paraíso siguiendo el curso descendente de los ríos que riegan los cuatro puntos cardinales. Dicho curso simboliza el de su propio devenir y el del ciclo cósmico en el que vive. En ambos ciclos ocurren aceleraciones como las que tienen lugar en los rápidos, tramos de gran pendiente en los que el régimen fluvial se vuelve turbulento; "caídas dentro de la caída", como las del agua al precipitarse por una cascada;2 pero también, aquietamientos como los que suceden en los remansos, zonas donde la velocidad de la corriente se reduce y el régimen del río recupera su laminaridad.3 Tales lugares privilegiados donde se aminora la turbulencia se relacionan simbólicamente con etapas de la vida del hombre en las que se opera una disolución parcial de las espesuras del alma y se comienza a reconstruir, por obra de la Luz, la memoria del Origen. Así, es en Ur de Caldea, ciudad próxima a una zona de marismas situada a las orillas de uno de los cuatro ríos que nacen en el Paraíso -el Eufrates-, donde Abraham inicia su viaje río arriba a contracorriente para dirigirse a Canaán; allí recibirá la bendición de Melquisedec y reestablecerá la Alianza con Yahveh (Gn 11, 31 - 17, 27).4 Los ciclos del mar
"Nuestras vidas son los ríosLos ríos, cuyo fluir espeja el devenir del ciclo cósmico, que es análogo a la vida del hombre, mueren en su desembocadura. Esta muerte coincide con la detención del descenso de las aguas al perder éstas la pendiente que impulsaba su declive, y se suele producir tras una aceleración final debida a la presencia de sedimentos acumulados en la desembocadura, los cuales reducen la profundidad -y por tanto, la sección transversal- del valle fluvial. Esta constricción fuerza el apresuramiento del desagüe. El agua de un río alcanza la desembocadura cargada de lodos, luego con una cualidad distinta a la que poseía en el manantial, donde era pura y transparentaba la luz. Este enturbiamiento del agua se corresponde con la merma de las facultades de conocimiento del hombre, las cuales le abocan a una muerte oscura de la cual sólo otra muerte, la muerte iniciática -de la que se dice que es una muerte mucho más real que la muerte del cuerpo- puede librarlo. El contacto de la corriente fluvial con las aguas marinas provoca la floculación de las partículas de materia turbia y su decantación, lo que señala el inicio de la depuración en el mismo instante de la muerte. Esta depuración, o recorrido ascendente que debe conducir de vuelta al origen, se opera a través de ciclos en el mar, que pueden ser más o menos dilatados, y cuya primera etapa es una disolución por medio de la cual el agua del río adopta la temperatura, la salinidad y los ritmos del agua marina que la acoge en su seno. Esta disolución es una imagen alquímica, análoga a la imbibición de la Materia prima de los Filósofos: "Has de considerar también que nuestra Tierra virginal, las simientes metálicas y el Azufre de Naturaleza, están como muertos después de la calcinación y que no tendrán ninguna virtud ni vida alguna hasta que no hayan resucitado. En verdad, no pueden resucitar sin haber sido lavados con frecuencia en las llamas de nuestra Agua de vida celeste, es decir, de nuestro Fuego celeste, que es el padre vivificante y generador de las cosas del mundo entero. Sólo entonces cuando habrás lavado físicamente, a menudo, nuestra preciosa Materia en los rayos vivificantes de nuestro fuego acuoso y de nuestra agua ígnea, podrás decir con certeza que el cuerpo muerto ha resucitado, se ha regenerado y se ha convertido en cuerpo glorificado por la unión a ese espíritu." (Anónimo, Instrucción de un padre a un hijo acerca del árbol solar, cap. VIII).Los ciclos del mar son como una música pulsada por el cielo que se desarrolla en frecuencias y escalas diversas. Las frecuencias más altas corresponden a las olas producidas por el viento, y las más bajas a las corrientes cuasi-permanentes producidas por la variación espacial de la densidad del agua. Unas y otras son fruto de la acción solar, que calienta el aire y provoca su movimiento sobre la superficie del océano y que, traspasando la atmósfera, transmite calor a las aguas y las aligera; pero quizás no haya ningún ciclo marino que exprese la acción motora de los influjos celestes con mayor belleza que la marea astronómica. Se denomina así a las variaciones del nivel del mar que son debidas a la acción gravitatoria conjunta del Sol y la Luna sobre la Tierra. Se trata de ciclos precisos de carácter predominantemente semidiurno resultantes de la superposición de diversas ondas cuyos periodos vienen dados por la posición relativa de los tres astros y que configuran una verdadera respiración de las cuencas marinas -auténticos athanores en los que se produce la depuración de todo lo que en ellas se vierte-, que se expanden y se contraen al ritmo del paso del Sol y la Luna por el meridiano de cada lugar ya sea de manera casi imperceptible, como en el Mediterráneo, o bien vigorosamente, como en el Atlántico. Por otra parte, los mapas de cada una de las ondas constituyentes de la marea astronómica revelan la presencia de puntos en cada cuenca oceánica en los que el nivel del mar no oscila. Son los denominados puntos anfidrómicos, lugares privilegiados en los que las aguas alcanzan una quietud relativa y que evocan la salida del tiempo cíclico. El agua de río que se vierte al mar es entregada a una circulación póstuma tras la cual se evaporará y regresará, en forma de lluvia, a la montaña sagrada en la que se inició el ciclo, quedando éste cerrado. La reabsorción en el principio se efectuará de manera inmediata -es el caso de las aguas más ligeras que se evaporan en las inmediaciones de la desembocadura- o bien diferidamente, debiendo mediar otros ciclos de transmutación antes de consumarse el retorno. Puede que antes de evaporarse, el agua sea transportada hacia una región fría y que allí se hiele y luego se sublime; o puede que, debido a la sal que otras aguas suprayacentes expulsen al congelarse, se vuelva densa y se hunda hasta los grandes fondos abisales permaneciendo en ellos durante décadas o centurias hasta volver a la superficie. Todo ello es análogo a los estados póstumos que puede recorrer la individualidad humana en una modalidad sutil tras la muerte corporal, en su camino de retorno a la Unidad.5 El Diluvio "... el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas." (Mt 24, 29)Será el momento de un nuevo Diluvio universal, en el que todas las aguas de los océanos serán elevadas a lo alto para ser arrojadas como una inmensa cascada sobre la Tierra devolviéndola a su estado caótico primordial. Nada quedará de nuestro tiempo oscuro; nada, salvo el germen del nuevo mundo, salvaguardado otra vez por Noé en su arca. En palabras de Jesús de Galilea: "Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo; uno será llevado y otro dejado; dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será llevada y otra dejada.Será la restauración de la Creación al final de los tiempos, el advenimiento de una nueva edad de oro que la visionaria Hildegarda de Bingen describió de esta manera: "Una vez terminado el juicio, el espanto deja de agitar los elementos: relámpagos, truenos y tempestades se calman; todo lo que era caduco y perecedero desaparece y ya no volverá, como la nieve fundida por el sol. La calma absoluta y la tranquilidad reinan por decreto divino.Más sobre los ciclos del agua I Un ciclo hidrológico, esto es, la circulación del agua desde su manantial hasta el mar a lo largo de un curso fluvial, su evaporación y su posterior precipitación sobre la tierra es una imagen del devenir cósmico. Dicho ciclo puede ser contemplado como una gran rueda que gira contenida en el plano vertical; en el giro existe una fase descendente -el recorrido hasta el mar- en la que el agua se enturbia progresivamente por efecto de los vertidos que la contaminan, pero también a causa de los sedimentos que la propia corriente fluvial, por su vigor, arranca del lecho del río y transporta aguas abajo en suspensión. El punto en el que culmina el descenso es la desembocadura, el lugar al que llega el agua en su máximo nivel de embrutecimiento y en el que, a la vez, comienza su transmutación en un fluido sin impurezas. Esta transmutación se opera durante la fase ascendente del ciclo, en la cual, tras un periodo más o menos dilatado en el que lo desembocado circula en el seno del mar expulsando de sí lo que no tiene la naturaleza de agua, lo efluido se convierte, por efecto de la radiación solar, en vapor de agua puro y asciende a la atmósfera. Allí, a miles de metros de altura sobre el nivel del mar, sufrirá una condensación debido a las bajas temperaturas reinantes y precipitará sobre un continente o una isla iniciándose, de este modo, un nuevo ciclo6. Éste será distinto del anterior (no podría haber dos producciones idénticas en la Manifestación) por cuanto la lluvia, la nieve o el granizo caerán, por lo general, sobre otras fuentes distintas de las que parieron las aguas en el ciclo anterior. Por obra de la economía universal, otras lluvias vendrán a alimentar aquellas fuentes, o por el contrario quedarán secas por espacio de años, siglos o milenios hasta completarse un ciclo climático. El verdadero centro del ciclo hidrológico es el
sol, que rige los flujos de calor que determinan las tasas de evaporación
y precipitación y gobierna la circulación atmosférica
-esto es, el viento- que desplaza las nubes que transportan la
lluvia de un lado a otro. Así como la rueda es una expresión
móvil de su propio eje o centro inmutable gracias al cual esa rueda
existe y puede girar7,
el ciclo hidrológico revela la acción
solar en el ámbito físico. En la medida en que nos es dado
inteligir al sol como un símbolo del Centro del Mundo y un reflejo
de la Unidad principial8,
podemos contemplar los ciclos del agua de la tierra al cielo y del cielo a la
tierra como una imagen simbólica
de la Manifestación universal.
El sol es, en el plano físico, el origen -y
por lo tanto, el centro- de muchos otros ciclos de la naturaleza que
traducen simbólicamente la realidad interior de lo manifestado.
La contemplación de éstos por medio de una intuición
intelectual despierta permite al hombre entrar en contacto con dicha realidad
de un modo directo, más allá de las limitaciones impuestas
por lo sensorial y lo mental. Uno de tales ciclos naturales son los grandes
sistemas de corrientes oceánicas permanentes, fantásticos
carruseles que están impulsados, en última instancia, por
la acción del sol. Además de la Corriente Antártica
Circumpolar, única corriente que rodea completamente el planeta,
todas las corrientes de gran escala que fluyen en las distintas cuencas
oceánicas tienen la estructura de un giro o vórtice horizontal,
horario en unos casos -como, por ejemplo, el giro subtropical del Atlántico
Norte- y antihorario en otros, tal cual sucede en el Mediterráneo
Occidental. El sol es, en efecto, el motor de estas grandes corrientes
geostróficas: la radiación solar, que varía
según la latitud terrestre y el grado de nubosidad, calienta el
agua del mar diferencialmente y ello hace que las aguas sean relativamente
cálidas y ligeras en unas regiones, y en otras, más frías
y densas. En las zonas ocupadas por aguas ligeras, por poseer éstas
una menor densidad (esto es, por ocupar más volumen para una misma
cantidad de masa), la topografía de la superficie marina
es ligeramente más elevada -apenas unos centímetros-
que en las zonas adyacentes de aguas más densas, lo cual produce
una fuerza de presión que actúa acelerando las partículas
fluidas hacia la región de aguas de mayor densidad9.
La trayectoria
de las partículas, no obstante, se desvía por efecto de la
rotación terrestre (hacia la derecha en el hemisferio norte y hacia
la izquierda en el hemisferio sur) de manera que, en la situación
de equilibrio, la corriente geostrófica fluye dejando las aguas
ligeras a la derecha (a la izquierda en el hemisferio sur) y las densas
a su izquierda (a la derecha en el hemisferio sur). Así, la Corriente
Antártica Circumpolar fluye continuamente hacia el este en sentido
horario dejando las aguas frías de la región polar austral
a su derecha. En el Mediterráneo sucede que las zonas litorales
están ocupadas por aguas de baja salinidad por efecto de los aportes
fluviales mientras que en la zona central de la cuenca, sometida a una
intensa evaporación, se encuentran aguas más densas; ello
determina que la circulación general mediterránea deje las
costas a su derecha y que, en el Mediterráneo Occidental, el flujo
se organice a gran escala como un gran giro antihorario.
De la gran variedad de movimientos cíclicos que se producen en el océano, las olas de viento son los más fácilmente observables al no ser necesario interponer ningún instrumento de registro entre el observador y el fenómeno. El oleaje está compuesto por ciclos de alta frecuencia (las olas de viento poseen, típicamente, frecuencias entre 3 y 30 revoluciones por minuto) que, como tal, son análogos a tonos musicales agudos que contrastan con las corrientes oceánicas de baja frecuencia, auténticos tonos graves de la sinfonía marina. Las olas nacen en alta mar, crecen, se propagan hacia la costa y, rompiendo al llegar a ella, mueren. El nacimiento o generación de un tren de olas de viento se produce por efecto de rápidas variaciones de la presión atmosférica aplicada sobre la superficie marina10, y el viento amplifica las pequeñas oscilaciones iniciales, privilegiadamente en direcciones de propagación semejantes a aquélla hacia la que el viento sopla. Cada ola posee una longitud y una velocidad de avance que, en alta mar, es función sólo de su frecuencia o periodo (las olas de mayor periodo son las más largas y también las más rápidas). En el transcurso de un periodo de ola, todas las partículas de agua sometidas a la influencia de la oscilación describen trayectorias elípticas aproximadamente cerradas en un plano vertical sin que sufran ningún desplazamiento neto perceptible. Podría decirse que las olas de viento son, en sí, ilusiones producidas por el desfase temporal de los movimientos cíclicos de todas las gotas de agua que se hallan distribuidas a lo largo de una longitud de onda11. Este carácter, no obstante, se modifica cuando las olas se propagan y alcanzan profundidades someras: las olas se frenan, se 'apuntan' y pierden su simetría, lo que produce la apertura de las órbitas de las partículas. Éstas adquieren un desplazamiento neto hacia la costa por encima del nivel de los senos de las olas y hacia mar abierto por debajo de éste. La etapa final en la vida de una ola es su rotura, el colapso de su forma geométrica cuando alcanza profundidades demasiado pequeñas en comparación con su altura. La rotura puede ser enérgica, como en el caso de la rotura en voluta o de surfista, o bien más sutil como la rotura por derramamiento. En cualquier caso, la rotura se produce físicamente porque la velocidad de avance de la ola, por efecto de la reducción de la profundidad, se reduce y llega a hacerse menor que la velocidad a la que orbitan las partículas de agua bajo la ola, que 'escapan' del perfil de la ola y provocan, de este modo, su destrucción. En la revolución final, el agua es proyectada hacia la costa en un movimiento de flujo y es devuelta al mar pendiente abajo durante el reflujo. Al cabo de unos segundos, una nueva ola rompe, y unos segundos después, otra más, y otra, y otra más aún, culminándose así un ciclo de ciclos, y otro, y otro más y todos los que se han venido sucediendo desde su producción en alta mar. A ellos les sucederán nuevos ciclos regenerados en una rueda que sólo se detendrá cuando el mar se extinga. Cada ola nos brinda la oportunidad de reconocer una imagen
simbólica del ciclo de nuestra existencia en el estado corporal
humano y de adentrarnos en su conocimiento. Nacemos a este estado cuando,
habiéndose concretado una posibilidad de manifestación en
el vientre de una mujer, éste vibra y nos aflora. Bajo los efluvios
celestes y nutridos con los frutos de la tierra, crecemos y alcanzamos
la madurez; y cuando nuestro cuerpo envejece y se lentifica, lo dejamos
atrás, como el agua a la ola, y transitamos a otro estado del ser
universal.
Si se mide con mucha resolución temporal la velocidad de desplazamiento de un cuerpo de agua en el océano, siempre obtendremos un registro de velocidad errático y aleatorio en el que la velocidad medida en un instante es totalmente distinta y aparentemente independiente de la que se obtiene una fracción de segundo después, y ésta de la que se registra un instante más tarde. Sólo filtrando o promediando el registro de datos conseguiremos reconocer, en el registro filtrado, patrones de variabilidad cadenciada característicos de los movimientos oscilatorios periódicos, tales como la marea o las olas de viento, o bien una velocidad media constante propia de las corrientes permanentes o cuasi-permanentes. De alguna manera, el orden cíclico está envuelto por un ruido turbulento que lo vela, y resulta necesario despojarlo de éste para que su belleza se manifieste12; pero desde otro punto de vista, el movimiento aparentemente desordenado debe concurrir imprescindiblemente para el establecimiento del orden13. La generación de corrientes por el viento es una
imagen clarísima de cómo la armonía de los movimientos
cíclicos se edifica sobre un desorden. A diferencia de las corrientes
geostróficas, las corrientes inducidas por el viento son flujos
cuya fuerza generadora es el esfuerzo tangencial que el movimiento del
aire ejerce sobre la superficie del océano. Dado el carácter
de fuerza de contacto superficial de la tensión de viento,
las corrientes inducidas por éste se manifiestan principalmente
en los niveles superiores de la columna de agua. La movilización
de las capas de fluido de profundidades intermedias se produce por un efecto
de fricción: el esfuerzo aplicado sobre la superficie libre
moviliza las partículas de la interficie mar-atmósfera y
el movimiento de éstas produce, a su vez, el arrastre de la capa
subyacente, y el de ésta, el de la capa inferior y así sucesivamente.
Si el océano se encontrase en régimen laminar como
los ríos de poca pendiente en los que el agua fluye apaciblemente
a velocidad lenta, la fricción entre capas del fluido se ejercería
por medio de fuerzas viscosas de tipo molecular y resultaría muy
débil, por lo que las corrientes inducidas por el viento quedarían
circunscritas a una delgada capa superficial y apenas serían perceptibles
en la columna de agua. Ahora bien, en el océano está instalado
permanentemente un régimen turbulento en el que las partículas
de agua se mueven como bolas lanzadas al azar sobre una mesa de billar,
chocando entre ellas repetidamente. Si aceleramos una de las bolas impulsándola,
al cabo de un cierto tiempo todas las bolas de la mesa habrán incrementado,
en promedio, su velocidad; de manera análoga, cuando el viento acelera
las partículas de agua que se encuentran en la superficie marina
se produce una difusión turbulenta vertical de la cantidad
de movimiento, gracias a la existencia de un régimen de golpetazos
continuados entre partículas de fluido situadas a distintos niveles,
que es mucho más eficaz que la difusión viscosa y que llega
a movilizar láminas de agua con espesores de hasta un centenar de
metros. Así, para contemplar el orden y la belleza de la obra del
viento14 -en este caso, de la corriente inducida por éste- deberemos
eliminar del registro de velocidades la variabilidad turbulenta; pero sin la
existencia de la turbulencia, la corriente no se hubiese podido
producir en toda su envergadura.
Existen ciclos en el océano de los que se podría decir que poseen una dimensión que excede a la de la cuenca que los contiene y que provocan, por ello, su desbordamiento y la destrucción del territorio circundante. Son ciclos del agua que determinan el fin de un ciclo en la tierra, y por consiguiente, una posibilidad de regeneración. Unos de tales ciclos son los tsunamis. Reciben este nombre las ondas de periodo en torno a la decena de minutos y altura de escasamente un metro que se generan en mar abierto debido a dislocaciones del fondo marino. Tales dislocaciones, asociadas a sismos, provocan un descenso repentino del nivel del mar en la zona donde se producen y una rápida confluencia de las aguas situadas en la periferia, las cuales 'caen' hacia el centro del área en la que se deprime el nivel. Las aguas que convergen chocan y rebotan (en inglés, este proceso recibe el expresivo nombre de overshooting), dando lugar a una onda que se propaga radialmente lejos de la zona de generación. Debido al fenómeno de la refracción hidrodinámica, la altura del tsunami puede amplificarse mucho si éste se propaga hacia un litoral de forma convexa (un cabo) y la onda puede arrasar las construcciones existentes en la línea de orilla y aun tierra dentro. De otro lado, cabe que en una región próxima pero de costa cóncava (golfo) el tsunami pase desapercibido porque la refracción tienda a reducir la altura de ola incidente. En litorales como el del norte de Chile, accidentados y situados frente a fallas submarinas con gran actividad sísmica, los tsunamis han producido destrucciones cualificadas, trayendo la ruina a algunos puertos y poblaciones y dejando a otros intactos. En el otro extremo de la gama de periodos de oscilación encontramos los ciclos de descenso y ascenso del nivel del mar vinculados a la sucesión de glaciaciones y épocas interglaciales. Tras cada glaciación ha existido un periodo cálido en el que se ha producido un ascenso del nivel del mar por efecto de la fusión de los casquetes polares. Actualmente vivimos en un periodo interglacial en el que, contrariamente al paradigma que se sostenía hasta hace unas décadas, se está registrando un aumento medio del nivel del mar por efecto de un incremento de la temperatura del planeta, el cual favorece la fusión de los hielos polares. Se ha estimado que si se licuase la totalidad del hielo continental antártico, el nivel medio de los mares del planeta se elevaría en unos 60 metros. Este ascenso sería distinto en las diversas cuencas oceánicas y según la latitud debido a las razones semejantes a las que determinan que la forma de la superficie terrestre no sea perfectamente esférica; así, podría haber regiones enteras del planeta que desaparecerían bajo las aguas mientras que otras apenas se verían afectadas -incluso en algunas zonas se podría producir el efecto opuesto, un descenso del nivel del mar. De mantenerse las actuales tasas de variación del nivel del mar, países enteros como Mauricio o las Maldivas quedarán anegados en pocos siglos, como lo quedó la Atlántida en un tiempo mítico. |
NOTAS | |
1 | En el simbolismo masónico, la iluminación de la Logia a imagen de la construcción cósmica se realiza también según un ritmo ternario encendiéndose sucesivamente las estrellas situadas sobre los pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza. |
2 | Curiosamente, los viajes correspondientes a las Pruebas del Aire y del Agua de la iniciación masónica se efectúan sobre un recorrido plagado de obstáculos que pueden provocar la caída del candidato. |
3 | Los remansos a pie de cascada son lugares simbólicos frecuentados por deidades que se bañan en sus aguas. A veces se los denomina "ollas", lo que evoca la idea de que se trata de espacios en los que se vierten influencias celestiales. |
4 | Por otra parte, la etimología del
nombre Ur sugiere que se trata de un punto de la geografía sagrada
que alberga un centro oculto de la Tradición:
"Estas palabras [varuna, ouranos, var, ur] pueden significar, por consiguiente, 'lo que cubre', 'lo que oculta', pero también 'lo que está oculto', y este último sentido es doble: es lo que está oculto a los sentidos, el mundo suprasensible; y también es, en los periodos de ocultamiento u oscuración, la tradición que deja de manifestarse exterior y abiertamente, 'el mundo celestial' que se vuelve entonces 'el mundo subterráneo'." (René Guénon, El Rey del Mundo, cap. VII). |
5 | Cf. René Guénon, El hombre y su devenir según el Vedanta. |
6 | En muchas ocasiones, la precipitación sobre la tierra estará precedida de numerosos ciclos de evaporación y precipitación sobre el océano, al igual que en la obra alquímica median múltiples ciclos de disolución y coagulación en el athanor antes de que culmine la Gran Obra. |
7 | Ver Federico González, La Rueda. Una imagen simbólica del cosmos. Ed. Symbolos, Barcelona, 1986. |
8 | Ver René Guénon, "La idea del centro en las tradiciones antiguas". En: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. VIII. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1988. |
9 | Se trata de un fenómeno parecido al que sucede con un objeto sólido en un plano inclinado: el objeto -en este caso, por efecto de su peso- tiende a deslizarse pendiente abajo hacia una posición de menor altura. |
10 | Estas variaciones de presión son 'golpes' que producen efectos análogos a los de piedras arrojadas a un estanque. Por otra parte, las principales variaciones de la presión atmosférica son debidas al sol: allí donde la tierra o el mar están cálidos, el aire en contacto con ellos se calienta, se hace liviano y tiende a ascender provocando un descenso de la presión. Por el contrario, si la tierra o el mar están fríos, el aire se densifica y desciende, lo que contribuye al aumento de la presión atmosférica. |
11 | De igual manera, en las retransmisiones de encuentros deportivos en que los asistentes 'hacen la ola' levantando las manos y bajándolas sincronizadamente, vemos cómo los gestos de éstos producen una oscilación que se propaga en torno al terreno de juego sin que ninguno de ellos se mueva de su localidad. |
12 | De modo análogo, sólo si se desbastan las irregularidades de una piedra bruta puede llegar a emerger el cubo geométricamente perfecto que la piedra contiene en sí. |
13 | ¿Podría producirse un cosmos si no fuera a partir de un caos? |
14 | No nos parece exagerado hablar de la "belleza" de las corrientes inducidas por el viento cuando es posible demostrar que en alta mar y bajo la acción de un viento permanente, la velocidad de dichas corrientes debe variar con la profundidad describiendo una hélice de amplitud decreciente cuya proyección sobre un plano horizontal es una espiral logarítmica. |
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