RENE GUENON
HERMES
  Artículo IV,2 de Formes traditionnelles et cycles cosmiques, Gallimard, París 1970

Al hablar anteriormente de la tradición hermética, decíamos que ésta se refiere propiamente a un conocimiento no de orden metafísico, sino solamente cosmológico, entendiendo esto por otra parte en su doble aplicación "macrocósmica" y "microcósmica". Esta afirmación, aunque no es sino la expresión de la estricta verdad, no ha tenido la fortuna de complacer a algunos, que, viendo el hermetismo a través de su propia fantasía, querrían hacer entrar en él todo indistintamente; cierto es que apenas saben lo que puede ser la metafísica pura. Sea como fuere, debe de quedar bien claro que de ninguna manera hemos querido despreciar con ello las ciencias tradicionales que pertenecen al hermetismo, ni las que les corresponden en otras formas doctrinales de Oriente u Occidente; pero hay que saber poner cada cosa en su lugar, y estas ciencias, como todo conocimiento especializado, no son a pesar de todo más que secundarias y derivadas en relación con los principios, al no ser sino la aplicación de estos en un orden inferior de realidad. Sólo pueden pretender lo contrario aquéllos que quisieran atribuir al "Arte real" la preeminencia sobre el "Arte sacerdotal";1 y quizá justamente sea esta, en el fondo, la razón más o menos consciente de esas protestas a las que acabamos de aludir. 

Sin preocuparnos mucho más de lo que cada cual pueda pensar o decir, pues no es nuestra costumbre tener en cuenta esas opiniones individuales que no existen desde el punto de vista de la tradición, no nos parece inútil aportar algunas nuevas precisiones que confirman lo que ya hemos dicho, y esto refiriéndonos más particularmente a lo que respecta a Hermes, pues al menos nadie puede discutir que es de éste de quien el hermetismo toma su nombre.2 El Hermes griego posee efectivamente unas características que responden muy exactamente a aquello de lo que se trata, y que están expresadas especialmente por su principal atributo, el caduceo, cuyo simbolismo sin duda tendremos que examinar más completamente en alguna otra ocasión; por el momento, nos bastará con decir que este simbolismo se relaciona esencial y directamente con lo que podemos llamar la "alquimia humana",3 y que concierne a las posibilidades del estado sutil, incluso si estas no han de tomarse más que como el medio preparatorio de una realización superior, tal como lo son, en la tradición hindú, las prácticas equivalentes que pertenecen al Hatha-Yoga. Por otra parte, podría transferirse esto al orden cósmico, ya que todo lo que está en el hombre tiene su correspondencia en el mundo, e inversamente;4 aquí también, y en razón de esta misma correspondencia, se tratará propiamente del "mundo intermediario", en el que se ponen en ejecución fuerzas cuya naturaleza dual está muy claramente figurada por las dos serpientes del caduceo. Recordemos también, en relación con esto, que a Hermes se le representa como mensajero de los Dioses y como su intérprete (herméneutès), papel que desde luego es el de un intermediario entre los mundos celeste y terrestre, y que además tiene la función de "psicopompo", la que, en un orden inferior, también se relaciona evidentemente con el dominio de las posibilidades sutiles.5 

Quizá podría objetarse, cuando se trata de hermetismo, que Hermes ocupa aquí el lugar del Thoth egipcio con el cual se le ha identificado, y que Thoth representa propiamente la Sabiduría, relacionada con el sacerdocio en tanto que conservador y transmisor de la tradición; esto es verdad, pero, como esa asimilación no ha podido hacerse sin una razón, hay que admitir que en este caso ha de considerarse más especialmente cierto aspecto de Thoth, correspondiente a determinada parte de la tradición, la que comprende los conocimientos relacionados con el "mundo intermediario"; y, de hecho, todo lo que podemos saber de la antigua civilización egipcia, a partir de los vestigios que ha dejado, muestra precisamente que los conocimientos de este orden estaban en ella mucho más desarrollados y habían adquirido una importancia mucho más considerable que en cualquier otra parte. Hay además otra similitud, podríamos incluso formular otra equivalencia, que muestra claramente que esa objeción carecería de efectivo alcance: en la India, el planeta Mercurio (o Hermes) se llama Budha, nombre cuya raíz significa propiamente la Sabiduría; aquí también, es suficiente con determinar el orden en el cual esta Sabiduría, que en su esencia es el principio inspirador de todo conocimiento, debe encontrar su aplicación más particular cuando se relaciona con esta función especializada.6 

Con respecto a este nombre, Budha, hay un hecho curioso que señalar: y es que en realidad es idéntico al del Odín escandinavo, Woden o Wotan;7 no es pues arbitrariamente que los romanos asimilaron éste a su Mercurio, y por otra parte, en las lenguas germánicas, el miércoles o día de Mercurio todavía se designa actualmente como el día de Odín. Lo que quizá es aún más notable, es que el mismo nombre se vuelve a encontrar exactamente en el Votan de las antiguas tradiciones de América Central, el cual posee además los atributos de Hermes, pues él es Quetzalcohuatl, el "pájaro-serpiente", y la unión de estos dos animales simbólicos (que corresponden respectivamente a los elementos aire y fuego) está representada también por las alas y las serpientes del caduceo.8 Habría que estar ciego para no ver, en hechos de este tipo, una señal de la unidad fundamental de todas las doctrinas tradicionales; desgraciadamente, esta ceguera no es sino demasiado común en nuestra época, en la que aquéllos que verdaderamente saben leer los símbolos sólo son ya una ínfima minoría, y en donde, por el contrario, no se encuentran sino demasiados "profanos" que se creen cualificados para interpretar la "ciencia sagrada", a la que acomodan según el gusto de su imaginación más o menos desordenada. 

Otro punto no menos interesante es el siguiente: en la tradición islámica, a Seyidna Idris se le identifica a la vez con Hermes y con Henoch; esta doble asimilación parece indicar una continuidad de tradición que remontaría más allá del sacerdocio egipcio, el cual solamente habría recogido la herencia de lo que Henoch representa, que se relaciona evidentemente con una época anterior.9 Al mismo tiempo, las ciencias atribuidas a Seyidna Idris y colocadas bajo su especial influencia no son las ciencias puramente espirituales, relacionadas con Seyidna Aissa, es decir con el Cristo: son las ciencias que pueden calificarse de "intermediarias", entre las que figuran en primer lugar la alquimia y la astrología; y son estas, en efecto, las ciencias que pueden llamarse propiamente "herméticas". Pero aquí aparece otra consideración que, al menos a primera vista, podría verse como una bastante extraña inversión en relación con las correspondencias habituales: entre los principales profetas, siempre hay uno, como veremos en un próximo estudio, que preside cada uno de los siete cielos planetarios, y que es su "Polo" (El-Qutb); ahora bien, no es Seyidna Idris quien preside así en el cielo de Mercurio, sino Seyidna Aissa, y es en el cielo del Sol en el que preside Seyidna Idris; y, naturalmente, eso entraña la misma transposición en las correspondencias astrológicas de las ciencias que respectivamente se les atribuyen. Esto plantea una cuestión muy compleja, que no podríamos tener la pretensión de tratar aquí por entero; puede que tengamos ocasión de volver a ella, pero, por el momento, nos limitaremos a algunas observaciones que quizá permitan dar a entrever su solución, y que, en cualquier caso, por lo menos mostrarán que hay ahí muy otra cosa que una simple confusión, y que lo que podría pasar por tal a los ojos de un observador superficial y "exterior" reposa por el contrario sobre razones en realidad muy profundas.  

Para comenzar, no se trata de un caso aislado en el conjunto de las doctrinas tradicionales, pues es posible hallar algo totalmente similar en la angeología hebrea: en general, Mikael es el ángel del Sol y Rafael el ángel de Mercurio, pero ocurre a veces que estos papeles se invierten. Por otra parte, si a Mikael, en tanto que representa al Metatron solar, se lo asimila esotéricamente al Cristo,10 Rafael es, según el significado de su nombre, el "curandero divino", y el Cristo aparece también como "sanador espiritual" y como "reparador"; además, podrían encontrarse aún otras relaciones entre el Cristo y el principio representado por Mercurio entre las esferas planetarias.11 Es cierto que, entre los griegos, la medicina se atribuía a Apolo, es decir al principio solar, y a su hijo Asklêpios (de quien los latinos hicieron Esculapio); pero, en los "libros herméticos", Asklêpios se convierte en el hijo de Hermes, y también es de señalar que el bastón que es su atributo tiene estrechas relaciones simbólicas con el caduceo.12 Este ejemplo de la medicina permite por otra parte comprender cómo una misma ciencia puede tener aspectos que se refieren en realidad a órdenes distintos, de donde correspondencias igualmente diferentes, incluso si los efectos exteriores que se obtienen son aparentemente semejantes, pues hay la medicina puramente espiritual o "teúrgica", y también la medicina hermética o "espagírica"; esto está en directa relación con la cuestión que estamos considerando y quizá explicaremos algún día por qué la medicina, desde el punto de vista tradicional, estaba considerada esencialmente como una ciencia sacerdotal. 

Por otro lado, casi siempre se encuentra establecida una estrecha conexión entre Henoch (Seyidna Idris) y Elías (Seyidna Dhûl-Kifl), llevados uno y otro al cielo sin haber pasado por la muerte corporal,13 y la tradición islámica los sitúa a ambos en la esfera solar. Igualmente, según la tradición rosacruciana, Elías Artista, que preside la "Gran Obra" hermética,14 reside en la "Ciudadela solar", que por otra parte es propiamente la residencia de los "Inmortales" (en el sentido de los Chirajîvîs de la tradición hindú, es decir, de los seres "dotados de longevidad", o cuya vida se perpetúa a través de toda la duración del ciclo),15 y que representa uno de los aspectos del "Centro del Mundo". Todo esto es seguramente muy digno de reflexión, y, si además se le añaden las tradiciones que, un poco por todas partes, asimilan simbólicamente al Sol mismo con el fruto del "Arbol de la Vida",16 quizá se comprenda la relación especial que tiene la influencia solar con el hermetismo, en tanto que éste, como los "pequeños misterios" de la antigüedad, tiene como fin esencial la restauración del "estado primordial" humano: ¿no es la "Ciudadela solar" de los Rosa-Cruz la que debe "descender del cielo a la tierra", al final del ciclo, bajo la forma de la "Jerusalén celeste", realizando la "cuadratura del círculo" según la medida perfecta de la "caña de oro"? Traducción: J. M. R. 
 

 
NOTAS
* Publicado originalmente en la revista Voile d'Isis, abril 1932.
1 Hemos tratado esta cuestión en Autorité spirituelle et pouvoir temporel. - A propósito de la expresión "Arte Real" que se ha conservado en la Masonería, podrá observarse la curiosa semejanza que existe entre los nombres de Hermes e Hiram; no quiere decir esto, evidentemente, que ambos tengan un origen lingüístico común, pero su constitución no deja de ser idéntica, y el conjunto HRM del que esencialmente están formados podría dar lugar aún a otras relaciones.
2 Debemos mantener que el hermetismo es sin duda de procedencia heleno-egipcia, y que no se puede extender sin abuso esta denominación a lo que, bajo formas diversas, le corresponde en otras tradiciones, como tampoco se puede, por ejemplo, llamar "Kábala" a una doctrina que no fuera específicamente hebraica. Si escribiésemos en hebreo, sin duda diríamos qabbalah para designar la tradición en general, igual que, escribiendo en árabe, llamaríamos taçawwuf a la iniciación bajo cualquier forma que fuere: pero, transportadas a otra lengua, las palabras hebreas, árabes, etc. deben reservarse para aquellas formas tradicionales de las cuales sus lenguas de origen son la expresión respectiva, cualesquiera que sean por otra parte las comparaciones e incluso las asimilaciones a las que puedan dar lugar legítimamente; y no hay que confundir en ningún caso un cierto orden de conocimiento, considerado en sí mismo, con tal o cual forma especial de la que se ha revestido en unas circunstancias históricas determinadas.
3 Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XXI.
4 Como se dice en las Rasâil Ikhwân es-Safâ, "el mundo es un gran hombre, y el hombre es un pequeño mundo" (el-âlam insân kabir, wa el insân âlam seguir). - Por otra parte es en virtud de esta correspondencia que una cierta realización en el orden "microcósmico" puede acarrear, como consecuencia accidental para el ser que ha llegado a ella, una realización exterior relacionada con el orden "macrocósmico", sin que esta última se haya perseguido especialmente por ella misma, tal y como hemos indicado al referirnos a ciertos casos de transmutaciones metálicas en nuestro anterior artículo sobre La Tradición hermética.
5 Astrológicamente, estas dos funciones de mensajero de los Dioses y de "psicopompo" podrían relacionarse respectivamente con un aspecto diurno y otro nocturno; por otra parte, también puede encontrarse en ello la correspondencia de las dos corrientes descendente y ascendente que simbolizan las dos serpientes del caduceo.
6 No hay que confundir este nombre Budha con el de Buddha, designación de Shâkya-Muni, aunque uno y otro tengan evidentemente el mismo significado radical, y aunque por otra parte ciertos atributos del Budha planetario se hayan transferido ulteriormente al Buddha histórico, siendo éste representado como "iluminado" por la irradiación de este astro, cuya esencia habría así absorbido de alguna manera en sí mismo. - Notemos con respecto a esto que la madre de Buddha se llama Mâyâ-Dêvî y que, entre los griegos y los latinos, Maia era también la madre de Hermes o de Mercurio.
7 Se sabe que el cambio de la b en v o w es un fenómeno lingüístico extremadamente frecuente.
8 Ver respecto a este tema nuestro estudio sobre La Lengua de los pájaros, (capítulo VII de Símbolos fundamentales de la Ciencia sagrada), en el que hicimos notar que la serpiente se opone o se asocia al ave dependiendo de si se la considera bajo su aspecto maléfico o benéfico. Añadamos que una figura como la del águila teniendo una serpiente entre sus garras (que se encuentra precisamente en México) no evoca exclusivamente la idea de antagonismo representada, en la tradición hindú, por el combate del Gáruda contra el Nâga; ocurre, en el simbolismo heráldico, que la serpiente se reemplaza por la espada (sustitución particularmente sorprendente cuando ésta tiene la forma de la espada flamígera, lo cual puede compararse por otra parte con los rayos que porta el águila de Júpiter), y la espada, en su significado más elevado, representa la Sabiduría y el poder del Verbo (ver por ejemplo Apocalipsis I, 16). - Es de notar que uno de los principales símbolos del Thoth egipcio era el ibis, destructor de reptiles, devenido en este sentido símbolo del Cristo; sin embargo, en el caduceo de Hermes, tenemos la serpiente bajo sus dos aspectos contrarios, como en la figura de la "anfisbena" de la Edad Media (ver El Rey del Mundo, cap. III, in fine, en nota).
9 ¿No habría que concluir de esta misma asimilación que el Libro de Henoch, o por lo menos lo que se conoce con este título, debe considerarse como constituyendo parte integrante del conjunto de los "libros herméticos"? - Por otra parte, hay quien dice además que el profeta Idris es el mismo que Buddha; lo que se ha indicado más arriba muestra suficientemente en qué sentido ha de entenderse esta afirmación, que se refiere en realidad a Budha, el equivalente hindú de Hermes. En efecto, no podría tratarse aquí del Buddha histórico, cuya muerte es un acontecimiento conocido, mientras que de Idris se dice expresamente que fue transportado vivo al cielo, lo que responde bien al Henoch bíblico. 
10 Ver El Rey del Mundo, cap. III.
11 Quizá haya que ver ahí el origen del error que cometen algunos al considerar a Buddha como el noveno avatâra de Vishnú; se trataría en realidad de una manifestación relacionada con el principio designado como el Budha planetario; en este último caso el Cristo solar sería propiamente el Cristo glorioso, es decir el décimo avatâra, aquél que ha de venir al fin del ciclo. - Recordemos, como curiosidad, que el mes de mayo recibe su nombre de Maia, madre de Mercurio –de la que se dice que es una de las Pléyades–, a la cual estaba consagrado antiguamente; pues bien, en el Cristianismo, se ha convertido en el "mes de María", por una asimilación, que sin duda no es únicamente fonética, entre María y Maia.
12 Alrededor del bastón de Esculapio se enrolla una sola serpiente, la que representa la fuerza benéfica, pues la maléfica debe desaparecer dado que se trata del genio de la medicina. - Observemos igualmente la relación de este mismo bastón de Esculapio, en tanto que signo de curación, con el símbolo bíblico de la "serpiente de bronce" (ver al respecto nuestro estudio sobre Sheth, capítulo XX de Símbolos fundamentales de la Ciencia sagrada).
13 Se dice de ellos que han de manifestarse de nuevo sobre la tierra al final del ciclo: son los dos "testigos" de los que se habla en el capítulo XI del Apocalipsis.
14 Él encarna en cierto modo la naturaleza del "fuego filosófico", y se sabe que, según la narración bíblica, el profeta Elías fué arrebatado al cielo sobre un "carro de fuego"; esto se refiere al vehículo ígneo (taijasa en la tradición hindú) que, en el ser humano, corresponde al estado sutil (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIV).
15 Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. I. - Recordemos también, desde el punto de vista alquímico, la correspondencia del Sol con el oro, designado por la tradición hindú como la "luz mineral"; el "oro potable" de los hermetistas es por otra parte lo mismo que el "brebaje de inmortalidad", al que también se llama "licor de oro" en el Taoísmo.
16 Ver El Simbolismo de la cruz, cap. IX.
 
 

Estudios Publicados

Home Page