CONTRIBUCIONES AL ORIGEN HIPERBOREO DE AFRODITA
GUILLERMO GARCIA FERREIRA *

Consideraciones generales
Las cuestiones acerca de la génesis geográfica e histórica de las divinidades del panteón griego distan de hallarse plenamente despejadas. Así, por ejemplo, respecto de la procedencia de Afrodita es de común toparse con aserciones como la que a continuación consignamos:

Afrodita, la diosa del amor, es una divinidad cuyo nombre no aparece en las tabillas micénicas. Los mismos griegos eran concientes de su origen oriental. Según Heródoto (I, 105), su culto original se encontraba en Fenicia, en el santuario de Ascalón, de donde los fenicios lo habrían llevado hasta Citera y Pafos, en Chipre, según atestiguaban los mismos chipriotas. Desde la época de Homero y Hesíodo lleva los sobrenombres de Cipria (Kupris), y 'nacida en Chipre' (Kuprogeneia), recordando esa procedencia. Según la Teogonía de Hesíodo, la diosa surgió recién nacida de las olas marinas ante la isla de Citera y luego llegó a su santuario famoso en Pafos de Chipre.1

No obstante, es algo por nosotros sabido lo engañosas que suelen resultar ciertas denominaciones topográficas cuando de geografía sagrada se trata. En efecto, y en relación a casos como el presente, podemos alegar sin temor a equivocarnos el hecho para nada extraño de que ciertos lugares, estrechamente ligados al establecimiento de un 'Centro Espiritual', hayan tomado para sí la denominación de otros, quizá muy anteriores en el tiempo y alejados en el espacio, de los cuales, además, vendrían a ser como 'emanaciones' de carácter secundario.

A lo largo de su obra, la autorizada voz de René Guénon ha estipulado repetidas veces tales equívocos. Verbigracia, cuando registra estas valiosísimas observaciones en relación a la designación de 'Tula', sede de la Tradición Primordial y ámbito que, como luego se verá, se halla íntimamente conectado al objeto de nuestro estudio.

Escribe Guénon:

Podríamos citar una vez más, en lo que se refiere a la 'Región Suprema', muchas otras tradiciones concordantes; tienen especialmente, para designarla, otro nombre probablemente más antiguo que el de Paradesha, el cual es Tula, del que los griegos hicieron Thulé, y como acabamos de comentar este Thulé era verosímilmente idéntico a la isla de los cuatro Maestros. Hay que advertir, además, que el mismo nombre de Tula se dio a regiones muy diversas, ya que, todavía hoy, se le puede encontrar tanto en Rusia como en América Central; sin duda debemos pensar que cada una de esas regiones fue, en una época más o menos lejana, la sede de un poder espiritual que era como una emanación del de la Tula primitiva. Se sabe que la Tula mejicana debe su origen a los toltecas; éstos, se dice, venían de Aztlán, 'la tierra del medio de las aguas' que, evidentemente, no es otra que la Atlántida, y habían llevado este nombre de Tula desde su país de origen; el centro al cual se lo dieron debió reemplazar probablemente, en cierta medida, al del continente desaparecido. Pero por otro lado, hay que distinguir la Tula atlante de la Tula hiperbórea, y es esta última la que, en realidad, representa el centro primero y supremo para el conjunto del Manvantara actual; es ella la que fue la isla sagrada por excelencia, y así como lo dijimos anteriormente su situación era literalmente polar en su origen. Todas las demás 'islas sagradas' que se designan en todas partes con nombres de significados idénticos no fueron más que imágenes de ésta, y esto se aplica incluso al centro espiritual de la tradición atlante, que no rigió más que un ciclo histórico secundario subordinado del Manvántara.2

Repasaremos a continuación, entonces, algunos aspectos concernientes a la diosa helénica Afrodita que, lejos de emplazar su origen en lugares del Oriente Próximo o territorios del Asia mesopotámica en etapas poco más o menos históricas, lo retrotraerían a épocas muy anteriores y a aquellos vagos territorios que, de manera general y un tanto ambigua, los antiguos griegos denominaban 'Hiperbórea', indicios estos que remiten de inmediato a la figuración tradicional de la isla sagrada primigenia situada literalmente 'más allá de Bóreas', el viento norte, esto es, en el 'Polo del Mundo' o 'Región Suprema', punto más elevado del orbe terrestre donde las influencias espirituales, por fuerza, se hallarán intrínsecamente próximas al estadio humano; espacio del cual perviven vestigios innumerables en tradiciones diversas y donde la Tradición Primordial se hubo originado en el remoto tramo inicial del presente ciclo.

Primordialidad de la diosa
En primer lugar, se impone destacar el sesgo eminentemente arcaico de esta divinidad. Anterior incluso al mismísimo Zeus, Afrodita nace, según la tradición estipulada por Hesíodo (Teogonía, 155-210), de la espuma del mar formada alrededor de los genitales caídos de Urano luego de ser castrado por su hijo Crono. De ese hecho, además, se deriva la etimología de su nombre: afrew, 'llenar o cubrir de espuma'; afrixw, 'echar espuma'; frix, 'encrespamiento de las olas' y, también, resulta sugerente la conexión con afrosiow, purificar.

La condición primordial de la diosa se desprende del hecho de haber sido generada, directamente y sin mediación de ninguna entidad subalterna, del contacto de los dos principios cosmogónicos fundamentales, masculino y femenino, de los cuales habrá de surgir la manifestación universal y cuyas figuraciones más recurrentes en el simbolismo tradicional son, precisamente, la bóveda celeste (Ouranos, en este caso) y las aguas inferiores.

Por otra parte, y ya hablando en términos estrictamente metafísicos, resulta por demás claro que el principio que la diosa encarna surge a la existencia manifestada a partir del contacto de la esencia celeste con la sustancia plástica universal figurada en casi todas las tradiciones por medio de las aguas profundas, ámbito por excelencia de lo preformal, o de aquello que se halla en germen. Dicho en expresiones propias de la metafísica india, entonces, Afrodita se generaría a partir de la directa unión de Purusha y Prakriti. O, según la terminología extremo oriental, de Yang y Ying, respectivamente.

A propósito, también en la tradición judeo-cristiana se dice de los instantes previos a la Creación que:

(…) las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.3

Siendo aquí el 'Espíritu de Dios' homologable a 'Purusha', 'Yang' o Urano, según los casos y la faz del abismo a 'Prakriti', 'Ying' o la substantia universalis, ambos principios necesarios para que la 'Creación', o mundo manifestado en el plano de reflexión de 'la faz de las aguas', pueda tener lugar.

Tampoco debemos perder de vista, además, que la noción de blancura, indisolublemente asociada a la génesis de la diosa a través de la figuración de la espuma, no deja de ser otro dato de peso en cuanto a subrayar su mentada primordialidad. Señalamos esto en tanto y en cuanto es sabido que el blanco suele ser el color propio del Principio considerado en su aspecto externo, esto es, como manifestado 4.

A causa de este rasgo de 'blancura', Afrodita se acercaría a ciertas figuraciones de suyo ligadas al Apolo Hiperbóreo, al que en otro momento habremos de referirnos más detenidamente pero del cual dicho color es innegablemente uno de sus principales atributos; el cisne blanco, por ejemplo, o incluso el lobo de pelaje blanco, constituyen elementos estrechamente asociados a su figura 5.

El polo y los fenicios
Ahora, y en lo que estrictamente atañe al origen nórdico de la diosa, es que repasaremos algunos aspectos relacionados con sus actuaciones míticas.

Un primer haz de notas significativas alude al estrecho vínculo existente entre Afrodita y la isla de Chipre, lugar a donde, según se dice, la diosa arribó luego de ser generada y del que, además, tomaría el apelativo de 'Cipria'. La etimología de la palabra griega que designa este lugar –Kupri– parece harto problemática, de ahí que sea lícito pensarla en tanto préstamo de otra lengua, lo cual, a juzgar por el carácter 'extranjero' de la diosa, puede ser altamente posible. A este respecto, resulta bastante sugestivo marcar la patente similitud del topónimo 'Chipre' con 'Chepri', una de las denominaciones en lengua egipcia de la ciudad santuario de Heliópolis, la 'Ciudad del Sol', así rebautizada por los griegos.

El dato adquiere mayor relevancia pues permitiría asimilar nuestra divinidad a formas primigenias del culto solar y también, por ello mismo, al simbolismo del ave Fénix, el cual, según es notorio, resulta inherente a la representación del movimiento del sol en torno al polo e, incluso, íntimamente ligado al culto de aquella ciudad del Bajo Egipto.

Además, y a propósito de lo arriba expuesto acerca de la innegable trabazón existente entre la idea de primordialidad y el simbolismo insular, es de remarcar la intensa asociación entre el relato del nacimiento de la diosa y la presencia de una isla, tal como ocurría con la pareja de gemelos Apolo-Ártemis, vinculados, también ellos, al sol y al Norte.

Asimismo de la Heliópolis egipcia o, mejor sería decir, del lugar que dicha ciudad encarnaba, se dijo que había sido construida precisamente en el primer sitio –un montículo de arena– emergido de las aguas primigenias. Y esto porque las islas vienen a representar a la perfección el lugar estable, fijo, consolidado, en relación a la oscilación y desequilibrio permanente propios del mar que las rodea.

Incluso, si antes se dijo que era el agua la figuración del Principio pasivo, plástico, sustancial, o bien de todo aquello aún en estado germinal, preformado; entonces, al hallarse emplazada en el 'plano de reflexión' de las aguas, toda isla configuraría en términos metafísicos la acabada manifestación formal de la substantia universalis al ser afectada por la instancia esencial, de común representada por el cielo luminoso. En consecuencia, será a causa de este carácter mediador entre esencia y sustancia que las islas bien podrían obrar como otras tantas representaciones del Axis Mundi en el imaginario tradicional.

Esto permite comprender más claramente que, en su relación con el Polo Absoluto, geográficamente simbolizado en Hiperbórea, el 'itinerario' del sol 'a su alrededor' también pueda representar el constante acontecer del mundo manifestado en torno al Eje del Mundo, exteriorizado, según los casos, a través de una isla o, en otros, por un árbol, un pilar o una montaña.

Lo cierto es que, efectivamente, en las regiones polares el sol 'nunca se pone' durante períodos más o menos largos según la menor o mayor latitud en que un observador se ubique, limitándose, a lo sumo, a efectuar un dilatado giro 'circumpolar'.

Ello cobrará una relevancia mucho mayor si nos remontamos a épocas en las que el eje terrestre aún no había sufrido ningún tipo de 'inclinación', esto es, anteriores a la fase del ciclo que la tradición judeo-cristiana designa como 'caída', las cuales se corresponden muy bien con los eventos transmitidos por los mitos de los que nos ocupamos. Fue entonces cuando el sol, literalmente, pudo haber rondado el polo durante la totalidad del ciclo anual sin haberse velado nunca.

Aunque sin necesidad de remontarnos a cuestiones del todo ajenas a nuestro tema y que en otra oportunidad desarrollaremos, lo que sí podemos decir es que a la luz de todo lo apuntado representan estos lugares insulares, asiento del nacimiento de dioses y diosas, otras tantas expresiones de la primitiva Isla del Sol, sede de la Tradición Primordial en el tiempo de los orígenes de la presente humanidad y que, por este vínculo estrecho con el sol en tanto y en cuanto fue el lugar donde dicho astro nunca se ocultaba, ha recibido nombres que de común subrayan ese lazo: Surya, Siria, Hiria, Asiria e, incluso, Fenicia, vale decir, la tierra del Fénix.

Precisamente ha de originarse aquí la mención reiterada a los fenicios en mitos de la más variada índole; mención que asocia a este misterioso pueblo con las acciones más diversas, aunque siempre de sesgo 'civilizatorio'. Y decimos misterioso porque, sin duda, relatos tan antiguos no pueden referirse a los fenicios históricos que, si bien fueron igualmente notables viajeros, debieron haber tomado su nombre de los primeros como así también el del lugar donde se asentaban, casualmente 'Siria'.

'Fenicio' es, en griego, una palabra derivada del verbo fainw –resplandecer, iluminar–, y es por aquí que esta relación con la luz ha de tornarse patente: nada mejor que denominar 'fenicios' a los habitantes de la 'tierra de la luz', Siria. Por ahí, también, se devela el significado del vocablo 'fénix', portador de idéntico sentido. Entonces, si fueron ellos 'los brillantes' o 'los iluminados', esto es, los detentadores primeros de la Tradición, resulta comprensible que siempre aparezcan asociados a la función de 'transmisores', sea de un saber, sea de la escritura o el alfabeto, órgano indispensable de difusión en la parte final del ciclo, sea incluso de denominaciones geográficas relevantísimas, tal el caso de 'Europa'. 6

Después de las consideraciones anteriores, un testimonio como el que a continuación transcribimos ha de recuperar su verdadero sentido toda vez que lo interpretemos a la luz del origen propiamente nórdico, sino polar, de la divinidad que nos ocupa:

Se cree que esta [la Corona Boreal] fue de Ariadna, colocada por el padre Líber entre las estrellas. En efecto, se dice que cuando Ariadna se casó con Líber en la isla de Día, recibió en primer lugar como regalo esta corona de Venus y de las Horas, cuando todos los dioses aportaban sus regalos de bodas. [HIGINO, Astronómicas II 5,1]. 7

La trascendencia que en los mitos griegos poseen las referencias astronómicas cuando de ubicar el momento y el lugar aproximado de los hechos en ellos narrados se trata es algo a lo que, lamentablemente, no se le ha prestado la merecida atención. Aquí, en efecto, la situación eminentemente circumpolar de la constelación de la cual la divinidad es primero poseedora y luego dadora, vendría a dar por tierra con todas aquellas teorías que le asignan una procedencia oriental.

Apelando a idéntica transposición de nombres, pues, debiera ser leída la siguiente noticia recogida por Heródoto:

Pero, en su retirada, cuando se encontraban en la ciudad siria de Escalón, mientras el grueso de los escitas seguía adelante sin causar daños, unos pocos rezagados saquearon el santuario de Afrodita Urania (por cierto que este santuario, según he podido saber por mis averiguaciones, es el más antiguo de todos los santuarios consagrados a esa diosa, pues incluso el de Chipre, al decir de los propios chipriotas, tuvo en él su origen y fueron unos fenicios procedentes de esa parte de Siria quienes fundaron el de Citera). Historia, I, 105, 2. 8

A la par, la subsiguiente anotación Pausanias:

Cerca hay un santuario de Afrodita Urania. Los primeros hombres que veneraron a Urania fueron los asirios, y después de los asirios los de Pafos en Chipre, y los fenicios que habitan Escalón en Palestina, y los de Citera la veneran por haberlo aprendido de los fenicios. (Descripción de Grecia, I, 14,7).

Como sea, se torna mucho más comprensible ahora por qué variadas tradiciones le asignan a Afrodita un origen sirio, asirio o fenicio y por qué, en épocas ya históricas, fue en esas regiones donde se le erigieron importantísimos santuarios. Corroboramos así nuevamente, por lo demás, cómo los estudiosos modernos parecen tomar la consecuencia por la causa, invirtiendo de manera harto perturbadora procesos que de tal modo se vuelven poco menos que incomprensibles y que, una vez restituida su primera significación, se tornan transparentes.


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BIBLIOGRAFIA

La Santa Biblia. Antiguo y Nuevo Testamento. Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569). Revisada por Cipriano de Valera (1602). Otras revisiones: 1862, 1909 y 1960. Sociedad Bíblica Argentina, 1960.

CHARBONNEAU-LASSAY, L., El Bestiario de Cristo. Barcelona, José J. de Olañeta Editor, 1997.

ERATÓSTENES, Mitología del firmamento. Madrid, Alianza, 1999.

GARCÍA GUAL, Carlos: Introducción a la mitología griega. Madrid, Alianza, 1999.

GRUPO TEMPE, Los dioses del Olimpo. Madrid, Alianza, 1998.

GUÉNON, René, El Rey del Mundo. Madrid, Luis Cárcamo Editor, 1987.

_____________, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Bs. As., Eudeba, 1988.

HERÓDOTO, Historia. Introducción general, traducción y notas de Carlos Schrader. Madrid, Gredos, 2000.

HESÍODO, Obras y fragmentos. Traducción y notas de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez. Madrid, Gredos, 2000.

PAUSANIAS, Descripción de Grecia. Barcelona, Planeta-Agostini, 1998.

PLUTARCO, Isis y Osiris. Edición de Alberto Vásquez-Prego. Bs. As., Lidium, 1986.


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NOTAS
* Del mismo autor ver aquí: "Hesíodo y la índole del tiempo en el Final del Ciclo" y otros en la misma sección, y en SYMBOLOS Telemática: "Algunas consideraciones acerca del simbolismo arbóreo (A propósito de Juan 1, 43-51)", "El nacimiento de Zeus" y "La Tierra Blanca".
1 GARCÍA GUAL, 1999, pp. 115-116. [ver Bibliografía]
2 GUÉNON, René: El Rey del Mundo, X, ab initium. (1987, pp. 99-100).
3 Génesis, I, 2.
4

En El Rey del Mundo hace Guénon valiosas aportaciones al respecto:

"A la designación de centros espirituales como 'la isla blanca' (designación que, lo recordamos otra vez, ha podido aplicarse igual que las demás a centros secundarios, y no únicamente al centro supremo, al cual le correspondería en primer lugar), hay que relacionar los nombres de lugares, regiones o ciudades, que expresen igualmente la idea de blancura. Existen un gran número de ellas, Albión, Albania, pasando por Alba la Longa, la ciudad madre de Roma, y las otras ciudades antiguas que han podido llevar el mismo nombre; entre los griegos, el nombre de la ciudad de Argos tiene el mismo significado (…)". GUÉNON, Op. Cit., XI, in fine, (1987, p. 103).

Incluso antes había escrito:

"A Tula se le llama de nuevo la 'isla blanca' y hemos dicho que este color representa la autoridad espiritual", y agrega que "en las tradiciones americanas, Aztlan tiene por símbolo una montaña blanca, pero esta figura se aplica ante todo a la Tula hiperbórea y a la 'montaña polar'". Por último, anota que "en la India, la 'isla blanca' (Shweta-dwipa) (…) se sitúa generalmente en las regiones lejanas del Norte" (1987, pp. 101-102).

5

Según el mito, Cicno, hijo de Apolo e Hiria –otro de los aspectos del sol y cuyo nombre se halla notoriamente cercano al de Siria, la primitiva 'tierra del sol'–, se suicidó arrojándose a un lago que desde entonces se llamó Cicneo. Luego su madre hizo otro tanto. Ambos fueron transformados en cisnes. Para el vínculo del Apolo Hiperbóreo con los lobos blancos, cf. CHARBONNEAU-LASSAY, 1997, p. 303 y ss. Volviendo a las aves de plumaje blanco, es de notar la importancia de algunas de ellas asociadas al origen. Guénon informa que

"el signo ideográfico de Aztlan o de Tula era la garza blanca",

y explica:

"la garza y la cigüeña juegan en Occidente el mismo papel que el ibis en Oriente, y estos tres pájaros figuran entre los emblemas de Cristo; el Ibis era entre los egipcios uno de los símbolos de Thoth, o sea de la sabiduría". Ibid., p. 100, n. 1.

Este ibis sagrado, encarnación del citado dios y que los egipcios llamaban hibi, tenía, en realidad, plumaje blanco y negro, siendo las plumas negras de sus alas asociadas a la palabra no pronunciada y guardada en nuestro interior y las blancas, al discurso emitido, revelación del anterior. Tenemos, pues, simbolizados a través de los colores del plumaje del ave los dos aspectos del Centro principial, según sea o no manifestado. Al respecto, cuando el ibis guarda su cabeza debajo del ala adquiere una forma que era homologada por los antiguos egipcios al corazón, precisamente el jeroglífico que representaba su país y, por ende, a la idea de 'centro'. Cf. para este importantísimo punto GUÉNON, René: "Los 'Cabezas Negras'", in fine, (1988, pp. 100 y ss.). Y para la pureza y perfección del ibis, cf. PLUTARCO, Isis y Osiris, 75. Recomendamos la edición de Alberto Vásquez-Prego (Bs. As., Lidium, 1986), que a una excelente traducción une un extenso glosario notable por su inteligente erudición y del cual nos hemos servido para las indicaciones anteriores.

6

A Guénon tampoco se le escapó esta cuestión. Al hablar sobre el zodíaco de Glastonbury, cuya construcción la tradición imputa a los fenicios, escribe:

"verdad es que se acostumbra a atribuir a ese pueblo muchas cosas más o menos hipotéticas, pero la afirmación misma de su existencia en una época tan remota nos parece aún más cuestionable. Sólo que debe notarse que los fenicios habitaban la Siria 'histórica'; ¿habría sido el nombre del pueblo objeto de la misma transferencia que el del país mismo?". Cf. "La tierra del sol" (1988, p. 84).

7

De manera análoga, informa Eratóstenes acerca de la misma constelación:

"Se dice que es la corona de Ariadna; fue el dios Dioniso quien la instaló en el cielo. Cuando los dioses festejaban la boda de Dioniso y Ariadna en la isla de Día, la novia se coronó con ella tras haberla recibido como regalos de las Horas y de Afrodita". Catasterismos, 5 (Cf. 1999, p. 41).

En cuanto a la isla de la que aquí se trata, nótese que su nombre griego, Dia, es también el acusativo del sustantivo Zeus, de ahí su relación con la luz 'esencial'.

8

Cf. también 131, 3.


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