LA TRADICION Y EL MICO DE DIOS
JOSE Mª CONDE IGELMO
Introducción
U
n autor decía que la belleza es un estado, indicando que, esencialmente, se relaciona con el sabor, es decir con la experiencia directa, más que con la visión, y en tal sentido intentamos retomar el tema aunque actualmente aparece como falto de lugar, incluso se puede afirmar que no es costumbre entre los humanos dedicarse a tan menesterosa reflexión, lo que produce una sensación ajena a nuestro modo de movernos en el mundo, porque ya pasó a la historia. En una época en que la tecnificación y el automatismo son los puntales por los que se mueve el común de la gente, puede parecer anacrónico que se hable de la belleza esencial. La verdadera belleza, reza otro dicho, es la que procede del interior, y no es otra que aquella de la espiritualidad, porque esta sí es la condición esencial del hombre. De ahí la importancia que adquiere la reflexión, y aún más la comprehensión, en el sentido etimológico del término, de lo que hoy día aparece como caduco. 
 
E. Schön, La Esfera Celeste
Alemania 1515

En el umbral del fin del milenio se abren las puertas a las nuevas-viejas preguntas que siempre incitaron al hombre, y el actual no es ajeno a ello, aunque su existencia se desarrolle en plena época oscura, como todas las tradiciones la denominan. Dicen, que cuando la luz del Intelecto ha dejado de brillar, la norma es que sea la luz de la razón, embebida en su orgullo, quien tome el mando. Ahora bien, la claridad que ésta proyecta sobre las cosas o los entes se manifiesta como una parodia de la realidad, desprovistos de lo que les da su razón de ser. Entonces, bajo las garras de las más frías abstracciones, se desarrolla en la humanidad de este final de ciclo un ámbito descarnado y ajeno, que es el Reino del Hombre.
 

La etapa de fines del segundo milenio de nuestra era está plagada por la idea de la desaparición de principios universales, y la creencia en que todo es un mercado regido por la ley de la oferta y la demanda. No sólo hay ausencia de principios sino que, además, se une la falsificación derivada de cualquiera de ellos, primero como algo antitradicional, y lo que es más grave, posteriormente contratradicional. Finalmente se produce una visión alterada que hace pensar que tales parodias se asemejan en algo a la verdadera espiritualidad. Una vez inmersos en tal orden de cosas, sólo queda esperar los grandes prodigios y fabulosos fenómenos que nos tocará ver, bajo la careta del mico de Dios. 

Las ilusiones que se generan en el común de las personas son debidas al desconocimiento de la vertiente Metafísica y Doctrinal de las tradiciones, llevando a creer, como tónica general, que estamos ante una nueva era. Pero parece ser que nadie se pregunta de qué era se habla, porque si hay algo claro es que se concibe de un modo exclusivamente material. Como veremos, las asociaciones o grupos espiritualistas, o con epítetos similares, no tienen otra concepción que la material, con la diferencia que la han trastocado a otro ámbito, que sería más propicio denominar emocional o psicológico, pero que no tiene nada que ver con la verdadera espiritualidad. Uno de los puntos que las tradiciones apuntan como factor del fin de los tiempos es aquel de la resurrección de la Metafísica Tradicional, probablemente para restituir las cosas al lugar que les corresponde. 

Apuntemos que, en virtud de la ley de analogía el punto más alto se halla reflejado en el punto más bajo, al modo como en un espejo se halla la imagen invertida. En definitiva siempre es un reflejo, y como tal aparente, de la verdadera imagen. Esa es la función de Satán, el mico de Dios, de imita-monos, por eso toda la profusa manifestación y desarrollo del mundo actual, en busca de un igualitarismo a toda costa, negando las diferencias, que son las que aportan el sello cualitativo, viene a ratificarlo. Todo puede ser copiado, archivado,... e incluso dirigido, y si no ahí tenemos todo el desarrollo de la multimedia en el ámbito de la informática. Pero quizá convendría la pregunta: dirigido ¿por quién o qué?. 

Nos comentaba un hombre santo del Islam, concretamente en El Cairo, que si el hombre actual tuviera una pequeña noción de las doctrinas tradicionales, mínimamente realizada alguna de ellas, quedaría estupefacto de saber qué es lo que lo dirige y hacia qué punto. Supondría un instante, en el sentido literal, que de alguna manera reduciría todo este entramado a una nada, justamente porque habría una vuelta hacia el punto superior, que es la verdadera imagen, como principio rector. Esta ausencia de principios es la que provoca la confusión actual. 

En esta situación todo vale mientras motive la sensibilidad, en lenguaje moderno esto es una toma de conciencia, y cómo no, también lo que se refiera a la espiritualidad, sin tomarse la molestia de discriminar acerca de ella, pero con el afán de tener una especie de consuelo que haga más llevadero nuestro paso por este mundo. Así nacen opiniones que tienen como punto de partida la visión del mundo bajo una determinada categorización del mismo. Utilizan frecuentemente términos tales como evolucionismo, progreso, etc., sin preguntarse qué es lo que realmente esconden en sí mismos, y si son acordes con las visiones tradicionales, verdaderos testigos de la realización del ser. El juicio emitido acerca de tales temas se halla, por lo tanto, preso de unas determinadas gafas para ver el mundo, mientras que en el ámbito de la espiritualidad la verdad es como es, y sólo a través de la realización se la puede captar. 

El factor clave en esta visión se sustenta bajo la categoría de la cantidad, como señaló R. Guénon, verdadera conformadora de las más diversas funciones. En otras palabras, el referente de la realidad es el aspecto más bajo de la existencia, que tiene como punto común a la materia (phisys), reflejo de la verdadera imagen. Sobre ésta se construye cualquier concepción de las cosas. Cuando se refiere a las civilizaciones tradicionales se continúa utilizando esas categorías, y lo que en realidad se produce es el despojamiento de su verdadero sentido, para pasar a ser objeto de consumo y exotismo. Un ejemplo de ello es el denominado turismo para conocer otras culturas o países, que no respeta, por su ignorancia, primero lo que es diferente, y segundo porque necesita dar la imagen de quien tiene poder, conectado con el aspecto material, ya que su visión es justamente la de consumir.1 En tales circunstancias lo que demuestra la civilización moderna en su conjunto es el odio latente por cualquier diferencia, que se encarna en la idea de racismo hacia aquellas civilizaciones que no se hallan dentro de una identidad de piel, o lo que es igual, de nación. Por lo tanto, estamos ante el aspecto más bajo del ser humano, no ya animal, pues éste es respetuoso en su naturaleza, sino infrahumano, y en cierto modo infernal. La locura, o bien las tinieblas son el sello que dejan por doquier, y donde van, pasean sus propias miserias, fruto sin duda de la ignorancia. 

La belleza, como estado de la existencia, tiene unos principios universales, que facilitan el entendimiento de los, denominados, mundos antiguos, lo que sólo puede hacerse situándose en su misma perspectiva, en el mundo categorial que ellos tenían. Ciertamente las condiciones actuales de la existencia son distintas de las de aquellos, por lo que no se puede uno encasquillar bajo sus mismas formas exteriores, pero sí no perder la noción de las cosas que poseían. Por eso es importante saber qué nos cuentan las tradiciones, en sus textos, y los testimonios de aquellos que han alcanzado un grado de ser suficiente para gustarlos, sobre si es acertada nuestra visión de ellas, o bien hemos optado de antemano por un juicio ubicado en lo que hoy se conoce como la vida ordinaria. Situarse en la misma perspectiva categorial que tales mundos no significa exclusivamente leer sus textos sagrados, sino que previamente supone la fusión de sujeto y objeto, es decir captar la indivisibilidad del cosmos que nos rodea, sin establecer barreras con lo que vemos que está ahí fuera. La racionalidad es el sello distintivo de los humanos, por mucho que pese a más de uno, y es en la adecuación de esta racionalidad al entorno que le rodea como se establece un puente que permita fundir lo que está disperso. La sospecha cartesiana, que es fruto de cualquier racionalismo, tiene como fin la ausencia de cualquier principio, ya que su mente es incapaz de concentrarse en un punto durante mucho tiempo, tiene terror a ser absorbida por algo que la supera. El verdadero nómada espiritual acepta la absorción de su mente en algo que atrae inexorablemente, lo que le lleva a la humildad ante la existencia. El hecho de situarse en tal punto nos permite inmiscuirnos en lo que conocemos, puesto que sin inmiscuirse en el objeto, rezan las antiguas tradiciones, no hay verdadero conocimiento.2 

Que la belleza sea un estado significa que no cualquier cosa es bella, en virtud de nuestra limitación, pues sólo lo ilimitado puede acceder a cualquier forma, por lo tanto a cualquier belleza. Mientras nos hallemos en un estado, por definición, cercado por determinadas formas, unas cosas serán más apropiadas que otras para traducir aquello que nos supera, y esa apropiación ya es un modo de ser. 

El rescate de algunas nociones sobre aquellos mundos, permitirá una aproximación real a lo que han significado, y continúan haciéndolo. En muchas ocasiones las palabras nos engañan, lo que no quita para señalar los factores doctrinales que permitan inteligir qué es lo que significaban. Este es uno de los puntos en que se hallan desacreditados, porque supone descubrir la falacia en que vive el mundo moderno. 

Oímos hablar por doquier de la denominada Nueva Era, tan de moda en la actualidad, en opinión de muchos es un verdadero acontecimiento social o individual, y de la que dan cuenta las agencias de consumo. En realidad esto no tiene nada que ver con las civilizaciones tradicionales del mundo, tanto caducas como aún vivas. Su sofisma es el de aglutinar todo bajo una mezcla de términos, vendibles, pero que en ningún caso reporta operatividad acerca de la realización de la verdadera identidad. 

El eje central sobre el que gira una comunidad humana es el de unos principios, que son imágenes de la Tradición, bajo la que se agrupan las civilizaciones que han existido. Todas ellas han girado en torno a un punto que aglutina tanto este mundo como el de más allá, aspectos que parecen haber sido olvidados. Es obvio que en principio hay que desglosar este eje común bajo las diversas maneras en que se enmarca en este cuadro. Sólo así estaremos en condiciones de acercarnos a los textos sagrados, ya que estos únicamente traducen el Gran Eje. 

El hombre nunca puede dejar de manifestar lo que late en su interior, sea en uno u otro sentido. El deseo de alcanzar el sosiego y la comprensión de su vida no le abandona jamás, por eso tiene curiosidad, y necesidad, por todo lo que le proporcione la realización de tal deseo. La conciencia de que hemos progresado se oye con frecuencia, y la idea de que el conocimiento de otras tradiciones, sea a través de la sociología religiosa o de la historia de las religiones, por ejemplo, supone un conocimiento objetivo de éstas, es la norma. Fruto del subjetivismo moderno se intenta, desde algunos ámbitos, adaptar ciertos aspectos de las tradiciones, desvinculadas de toda operatividad, a la vida cotidiana, para chocar inmediatamente con las concepciones modernas. 

A menudo se oye hablar de la conveniencia de sacudirse los atavismos o aprioris, que tenemos por nuestra pertenencia a una tradición concreta, la cristiana, como si éstos fuesen una invención humana, generándose la idea de que es por un mero voluntarismo como se pueden superar. En cambio los mundos arcaicos sabían que el origen de tales nociones era no-humano, lo que el ávido nacionalismo humanista es incapaz de admitir. 

La no aceptación de tal presupuesto, se debe a la idea que tenemos del hombre como un ser abierto (veremos la falacia de esta afirmación), además de como "sujeto" -término por otro lado filosófico- dinámico que crea sus propias condiciones de existencia. Esta afirmación es fruto del estrecho cerco que se ha puesto durante dos mil años de pensamiento a saber qué era el ser, lo que está estrechamente ligado con el conocimiento.3 Ello lleva a la prepotencia que se une a un expansionismo en todas las áreas, desde la política, la cultura, el consumo,... creyéndose desgajado de la Existencia: algo así como extraño en un mundo de extraños a conquistar, para sacar el mejor partido, lo que acentúa la concepción mercantilista de las cosas. 

Pero como el hombre es, en cuanto tal, un ser insatisfecho, necesita algo que sustente su visión de las cosas, así como su acción sobre ellas. El hombre de hoy no es menos sensible a ese querer, pero las tendencias son de signo opuesto a las que dominaban en etapas pretéritas. Las nuevas ideas acerca del propio hombre han dado nacimiento a una amplia gama de grupos mesiánicos, en los que existe un acicate como alternativa al mundo moderno, trasunto de la utopía, es decir, la ingenuidad en todas sus formas, aludiendo a cualquier cosa que tenga un tinte extraño con el nombre de esotérico. Y ese acicate es una pretendida revolución social que mejore la calidad de vida y dé salida a la faceta emocional del individuo. 

Como los místicos, en algunos casos, son seres de rica expresividad oral, que hablan del desprendimiento y la superación del ego, la legión de estas personas intenta hacer lo que dicen, pero desconocen cualquier factor operativo, confundiendo de entrada lo psíquico con lo espiritual. y aquí es donde radica la negación de toda espiritualidad, en que lo que persiguen es un fenómeno de orden meramente psicológico u oculto. Este es otro de los equívocos a los que están habituados los modernos, en su afán de meter todo lo que suponga una explotación de fuerzas mágicas u ocultas, en un mismo saco, usurpando los términos que en otro tiempo tuvieron un significado preciso. 

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El milenio se acaba y un nuevo ciclo se halla latiendo en el horizonte, ya que no hay nada nuevo bajo el Sol, pero las verdaderas preguntas únicamente pueden tener su lugar dentro del ámbito tradicional, en su ser integral del que el esoterismo es parte como punto de cruce que alude al recuerdo Original, y único lugar que nos haga entender este final de los tiempos a la luz de la tradición, de manera que nos permita retomar la antorcha luminosa del olvido secular en que la mantiene el Reino del Hombre. 

Uno de los modos en que se puede dar es captando el significado de la tradición, y de las diferentes tradiciones, ya que todas tienen un origen no-humano, por lo tanto son upayas,4 o vehículos, que lo divino toma para manifestarse ante los seres. Los textos que nos han legado estas perspectivas divinas nos servirán para exponer las ideas que laten en su interior, y a la luz del esoterismo veremos que las contradicciones se dan sólo en su forma, nunca en su realización si son tomadas al más alto nivel. 

Las diferentes tradiciones recuerdan que los tiempos aún serán más oscuros, afirmándose que aunque es necesario que ocurra, Dios pedirá a cada uno en virtud de sus actos. No es casualidad que se palpe por doquier la existencia de crisis en todos los terrenos, sea moral, político, psicológico, etc., pero casi nunca se oyen voces que se pregunten el por qué radical de tal situación. ¿O es que no hay interés porque así sea? Si así fuere, entonces cabría interrogarse en qué se basa tal interés. 

Por lo general nos dicen que se debe a una situación coyuntural, si lo hacemos como economistas, a un momento en que nuevos valores culturales acceden al ámbito colectivo, etc... Sin embargo el punto crucial es el olvido por parte del hombre de su identidad esencial, ya que es mucho más de lo que a él mismo le parece, por lo tanto más que humano, y mucho menos de lo que cree, y por ello también humano. Su proyección espiritual es la base, aseguran los textos sagrados, y hasta que no recupere esa componente fundamental los artificios para solucionar la crisis serán parciales. 

Es muy instructivo lo que dice el shaykh al-'Arabí al-Darqâwî, acerca de todos aquellos en que está despierto el anhelo espiritual: "Si deseas que tu camino se acorte para llegar rápidamente a la realización, practica las obras de carácter necesario y las superrogatorias firmemente recomendadas; aprende de la ciencia exterior (la doctrina y los deberes religiosos) lo indispensable para servir a Dios; pero no te entretengas en ella, porque no se te pide que profundices por ahí; en lo que debes profundizar es en la ciencia interior; y combate a la codicia; entonces verás maravillas. El carácter noble no es otra cosa que el tasawwuf (sufismo) en los sufíes como es la religión en los hombres de religión;... Por otra parte no se alcanza el objetivo espiritual con muchas ni con pocas obras, sino únicamente por la gracia, pues como dice el santo Ibn 'Atâ-Llah en sus Hikam "Si sólo pudieras llegar a Él tras la extinción de tus defectos y la anulación de tus pretensiones (deseo de realización), nunca Le alcanzarías. Pero cuando Él quiere conducirte de nuevo hacia Sí, recubre tu cualidad con la Suya y tus atributos con los Suyos, y así te conduce hacia Sí, por lo que te llega de Su parte, no por lo que Le llega de la tuya". Lo que viene a indicar la necesidad de un apoyo exterior, para que dirija al hombre a un hábito certero, pero que estará cojo si no se sumerge en la verdadera búsqueda, la del que se siente enamorado y se convierte en un nómada en busca del objeto amado. 

Tanto lo espiritual como lo temporal se hallan fundamentados en el Principio, punto en el que todas las civilizaciones antiguas han tomado su razón de ser, aceptando el mandato suprasensible en el que radicaba el orden del cosmos, cuyo nombre más propio es el de Tradición, con mayúsculas. 

El Principio es el Dogma por antonomasia, expresado bajo diferentes maneras, y cuya función es la de religar al hombre con lo Divino. Por eso la importancia de las diferentes verdades que expresan las tradiciones radica en que todas apuntan en la misma dirección, aunque con diferente perspectiva, para que cada ser humano sea capaz de asimilarse a ella en virtud de su cualidad. 

En definitiva, se trata de saber que cualquier hombre, por el hecho de serlo, tiene en su alma un sentido de lo Absoluto o trascendente, que es tanto Principio como Fin, Alfa y Omega. Ese sentido sólo puede ser captado por la facultad del Intelecto, no la razón, que es esa luz que permite a cada tradición dar testimonio de que la iluminación es posible. Sin embargo en la Edad de las Sombras, el epíteto de iluminación se ha tomado abusivamente, desgajado del significado radical que tiene en los antiguos mundos. 

El anhelo de lo espiritual parece olvidarse, pero no desterrarse, de ahí la necesidad de su recuperación que permita a cada ser humano, si Dios quiere (Insa 'Allah), tomar la dirección adecuada para su propio desarrollo interior. Esa vuelta hacia la región que nos espera ineludiblemente a todos, siempre latente en el Corazón del hombre, que manifiesta el acercamiento hacia el Principio, y que paradójicamente para nuestra mente es también el Fin. Entraña la posibilidad de parar nuestro acelerado mundo, que es nuestra mente, y mirando hacia el interior reconocer la ignorancia y pretensión de dominio de las cosas, dejándose llevar por lo que Dios tiene dispuesto para tí. 

El maestro Ibn 'Abbâd de Ronda dijo que "nada era tan útil para el corazón como el retiro, por el cual penetra aquél en el hipódromo de la meditación". El verdadero reto es la toma de una dirección que posibilite al corazón sosiego, y que por ello sea capaz de allegarse a la verdadera medicina del alma, la meditación. Hasta que el corazón del hombre no se cure de la tensión a que está sometido por el deseo de posesión, el progreso espiritual será imposible, de ahí que el entendimiento de lo que ha significado, y significa la Tradición tanto en sus facetas externas como internas sea un referente adecuado que permita la concentración para el viaje interior hacia el espejo de nuestra alma. Este estudio se ha escrito con ese ánimo. 

El milenio se acaba y un nuevo ciclo se halla latiendo en el horizonte, de ahí la inquietud del hombre, que también es una constante en la historia de los siglos recientes, pues es algo así como un parto. La inquietud se basa en reconocer que, hoy, la humanidad no está segura de hacia dónde se dirige. Unos dirán que hacia un futuro idílico, otros hacia una catástrofe, pero la verdadera espiritualidad tradicional reconoce que no hay nada nuevo bajo el sol, y que todo pertenece a la naturaleza de las cosas, porque "todo perece salvo Su faz". También es cierto que la visión armónica de las cosas, propia del Hombre Superior, tiene su punto de cruce en el Esoterismo, puesto que nos lleva hacia el recuerdo Original, único lugar que nos permite entender, si Dios quiere, este final de los tiempos a la luz de la Tradición. 

Por todo ello se hace precisa una reflexión, bajo esa luz, de este fin de siglo XX en que la espiritualidad parece querer despuntar en varios ángulos, uno de ellos con la adquisición de las categorías metafísicas, que por serlo no pertenecen a ningún lugar, ya que es en nuestro interior donde tienen su asiento. 
 

La Tradición

"El verdadero buscador tiene un signo en el rostro"
Shayh al-'Alawi
Cualquier proceso vital comienza y acaba, nada escapa a este principio, aunque, depende del punto de vista que se enfoque, el comienzo será o no absoluto. Un ejemplo lo tenemos en el binomio vida-muerte, punto de partida y punto final, que otras civilizaciones ven como un tránsito conectado a un proceso más amplio. Lo mismo ocurre respecto al significado de civilizaciones antiguas y el vocabulario que de ellas se deriva. Es menester reconocer un deterioro en la visión de ambas cosas, porque como cualquier modo de ser tiene un principio y un final, con la diferencia de que nunca es absoluto. 

La comunicación entre los seres humanos siempre estuvo en su sitio, pero con el advenimiento de los tiempos modernos se produjo una mayor complicación en ella.5 De esta manera los términos que antaño significaban algo evidente, ahora se han vuelto más oscuros.6 La riqueza vital de la terminología decayó, al punto de reducirse a un significado academicista. Uno de esos vocablos tiene que ver con el sentido de la palabra Tradición. 

Por lo tanto, es importante saber a través de los textos de cada una de las civilizaciones tradicionales por excelencia, qué es lo que significó, y qué pueden aportarnos hoy día.7 De ahí que nos parece pertinente preguntarnos si: a) ¿Es como se nos cuenta por las diversas ciencias positivas todo lo que procede de las antiguas civilizaciones, o más bien se trata de una alteración bajo nuestro prisma categorial?; b) ¿Alguien se ha preguntado si la vulgarización de todos los saberes escritos no supone la decadencia intelectual cuando se intenta comprender qué es lo que movía y estructuraba tales mundos?; c) Poseer los textos de las civilizaciones antiguas, o bien de las diferentes religiones, sometidas a un análisis exclusivamente filológico, ¿supone comprenderlos?; d) Los mundos antiguos ¿han logrado mediante una progresiva ideación mental sus exposiciones de orden doctrinal y cosmológico, o más bien su derivación no tiene que ver con adquisiciones de orden racionalista? 

En primer lugar hay que decir que la metafísica no tiene el significado en que ha caído, derivado de la sistematización de ideas que cada vez han ido cerrándose más en el factor subjetivo del ser humano por las implicaciones de orden epistemológico o cognoscitivo que implicaban.8 En otras palabras, por la negación de apertura hacia lo trascendente, y una pobre visión del factor subjetivo. 

Uno de los factores claves de todo este confusionismo, deriva de la vulgarización de las doctrinas tradicionales, lo que provoca interpretaciones fantasiosas y sin ninguna base, ejemplo de ello lo tenemos en conceptos como reencarnación, espiritualidad, esoterismo, nueva era, y otros muchos.9 Es decir, ignorando el elemento doctrinal, que debe ser realizado en algún modo porque no se trata de algo meramente discursivo.10 

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Si lo tomamos en un sentido etimológico, el término tradición deriva del latín "tradere", que significa transmitir, captar, etc... Es decir, lo transmitido por algo o por alguien funda una tradición, y para ello tiene que haber un emisor y un receptor. Sin esa vía no es posible ninguna transmisión, del orden que sea. 

Esa capacidad receptiva es la aptitud platónica de que "lo semejante se une a lo semejante", porque es posible por naturaleza recibir el Mandamiento. Equivale a decir que las cosas son como son, o bien, que el Orden se instaura en el corazón, porque ambos provienen de la misma fuente. Para recibir, alguien tiene que dar, y sólo puede hacerlo aquél a quien le sobra, y que en su generosidad desborda la Dádiva. Cuando Jesús dice: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis", significa que la disposición del hombre es la que permite que las cosas tomen lugar en él como el asiento natural dispuesto de antemano; por eso su fin es saber dirigirse al punto adecuado. 

En sentido radical Tradición significa la aceptación de un orden inmutable del que la diversidad de los seres en la existencia sacan su razón de ser. En otras palabras, es la aceptación del orden meta-físico como ese ámbito no cambiable que pertenece a la región del Espíritu, y que no se puede expresar de otro modo que a través de la alusión por la limitación inherente del lenguaje. Su significado es que lo visible tiene su apoyo en lo invisible, el ser se ampara en el no-ser (supra-ser), día que es, porque la noche no-es, en definitiva es el hueco que posibilita la captación del ser. Si quisiéramos darle una definición, sería aquella de la cuerda o eje que nos mantiene ligados al Principio, esto es, a la Unidad. Hay un dicho árabe que reza como sigue: "Dios nos tiene agarrados por el cabello", afirmación que significa nuestra dependencia del Principio, lo queramos o no. 

Alguien se puede preguntar si la idea de Tradición es igual a la de Religión, tal y como se entiende en Occidente, hoy también en gran parte de Oriente. Responderíamos que no, puesto que la esencia de la Tradición se basta a sí misma, no necesita de nada para religar el hombre al cielo. La religión parte de un grupo de creencias a través de las cuales crea un dogma, y ambas se estructuran a través de los ritos consecuentes, mientras que la Tradición supone simplemente que el lazo que existe entre el hombre y el cielo es algo natural. 

En realidad el hombre está naturalmente enlazado con lo alto; sólo cuando, debido a la decadencia cíclica, priman las pasiones sobre la calma, la Tradición necesita de soportes que la recuerden en la mente del hombre.11 Pero eso es necesario, hablando estrictamente, porque las cosas son como son, y ninguna intervención humana es capaz de alterarlas. El hombre, aunque le pese, sigue en el fondo el curso de la Existencia. Como señala Matgioi, "la Humanidad nunca acabará de nacer, y si lo hiciera, devendría, precisamente entonces, Aquél que la hubo engendrado". Es decir, las leyes metacósmicas son inalterables, por eso dice el salmista que nunca hubo nada nuevo bajo el sol. 

La Tradición no es algo así como un cuerpo doctrinal que crea un dogma sino la fuerza o lazo unificador que permite al ser humano superar el estado individual en el que se halla de facto para acceder a otros estados. El medio por el que se logra la operatividad es la iniciación, única que permite la realización metafísica. En la visión tradicional, en sentido estricto, antes de que la decrepitud del mundo hiciera necesarias las diversas perspectivas religiosas, no hay creencia en Dios, al modo como existe entre nosotros, ya que creer en Dios es solamente creer en sí mismo.12 

Destaquemos que la Tradición no pertenece al orden humano, sino que apunta al elemento suprahumano. Efectivamente en este núcleo, que enlazará con el Sí, es donde fracasan todos los intentos por inteligir de qué se trata, para finalmente, agotados todos los esfuerzos, apuntar al término de mística, lo que también entraña múltiples confusiones.13 

Todo ello implica que el Ser Supremo (Supra-ser) no está interesado en el devenir humano, y en cierto modo Aristóteles dió en el clavo cuando dijo que al Motor inmóvil, esto es Dios, no le interesaban los asuntos humanos. Pero por otra parte cometió la equivocación de definir las cosas como cosas y no llevar sus afirmaciones sobre el intelecto hasta el final. Sin duda la afirmación de nuestra soledad en todo lo que somos, no únicamente de lo que ahora tenemos consciencia, es algo difícil de admitir desde una perspectiva sentimentalista. La angustia existencialista proviene de ese sentimentalismo prometeico. 

Para la Tradición, lo que llamamos mundo es una forma más entre una multitud de ellas, que en la tradición extremo oriental se denomina corriente de las formas. Todo evoluciona a través de este río cósmico en el que no es posible ver la idea de un Dios vengador y justiciero, que es sólo una muestra del deterioro cíclico, intelectual en el hombre porque interpreta las cosas desde una perspectiva extremadamente moralista. 

Quizá se deduzca de ésto que la religión no es necesaria al hombre, lo que no es correcto. Nosotros sólo afirmamos que en las condiciones cíclicas no deterioradas, la religión, como la concebimos, es algo impensable, porque el lazo entre el hombre y el Cielo se mantiene naturalmente. A medida que el ciclo avanza es cuando los seres humanos, por su decadencia intelectual, se hallan necesitados de un soporte que les amenace, porque van primando los elementos pasionales sobre los contemplativos. Entonces la religión establece diferencias entre los que son aptos para su realización y los que siguen estando ligados al Cielo por una mera creencia. La naturaleza de estos últimos se halla de tal modo centrada que siguen el curso de la Existencia sin posibilidades de superar el estado individual. 

En tales condiciones la religión se hace necesaria, por ser el único modo de enderezar las cosas, separando tajantemente la ley de su realización, o bien lo trascendente de lo inmanente. Por lo tanto, la humillación del hombre no significa necesariamente la omnipotencia del cielo, como su sufrimiento tampoco está ligado a su propia evolución. 

La Tradición, como todo lo que deriva de ella, se basa en el Orden real de las cosas, atendiendo a su naturaleza o modo de manifestación, ausente de un vago naturalismo. Parte de la base de que el mundo pertenece al orden de las formas, y como tal es limitado, de modo que establece una disposición en éste respecto de tal orden. 

La posibilidad de que esto sea así se debe a que la inteligencia del hombre es total, porque su deseo es lo Absoluto. La constitución como individuo, sea Pedro o Juan, no es más que una modalidad de lo que cada uno es en su integridad. No es algo que un cerebro captó un día, sino que en virtud del lazo existente entre el orden individual y el ámbito universal, la certidumbre es experiencia de ser. No queremos dejar pasar por alto esa idea del deseo hacia lo Absoluto, puesto que en realidad tiene que ver con lo que S. Juan de la Cruz denomina "notitia Dei". En otras palabras, es algo inherente a la Humanidad, no sólo a la presente, como un fuego que nos impele a superar las limitaciones, la primera de ellas es la de la individualidad, algo que nos llevaría a una ciencia de los estados, de lo que la tradición sufí puede ser un referente. 

No se puede entender la visión tradicional sin hacer mención a la doctrina de los estados múltiples del ser, de la que deriva la de los ciclos cósmicos. Aquella dice que la Existencia es un reflejo del ser, constituida por diferentes estados en multitud indefinida, que no es igual que infinita, y que el ser humano pertenece a uno de esos estados. Lo que denominamos ser humano es simplemente el lugar que ocupa un ser, que en su totalidad tiene estados por encima y por debajo del meramente humano. Este por encima y por debajo es un modo de hablar para entenderse, puesto que tales grados ahora mismo, ya son. Potencialmente, por lo tanto, un ser es más de lo que ahora cree ser, aunque sólo tenga conciencia de uno de ellos, pero para ser lo que es desde la eternidad, debe conocerlos todos instantáneamente, o lo que es igual, devenir Iluminado o Liberado, un Buddha, que es la verdadera realización metafísica. 

Nos hallamos al final de un ciclo cósmico a través del cual se fraguó la confusión del ámbito general con el universal, -recordemos que Aristóteles influyó en este sentido- surgiendo la dificultad para captar el verdadero orden meta-físico, y con ello la Tradición.14 La realidad no es sólo el pequeño meandro del gran río cósmico que percibimos en estado de vigilia o conciencia ordinaria, sino que abarca otros aspectos desconocidos en tal estado, y del que el orden sutil es su fuente en el estado individual, tal como acabamos de señalar. 

Por lo tanto la realidad es más de lo que podemos concebir en virtud de nuestra inteligencia, pues lo único capaz de llenarla es lo Absoluto. Ese impulso, que, bien entendido, los hindúes llaman Srâda, y los musulmanes 'Isq o Amor, hace que en las leyes de la inteligencia, e indirectamente en la razón, se den una serie de principios de los que la lógica intentará dar cuenta, y que será posible mientras sólo sea un instrumento. Siempre se dijo que las leyes lógicas se hallaban en el entendimiento divino, ya que reflejan en el ámbito individual los Mandamientos del Cielo (Intelecto divino). 

Las leyes de la lógica ayudan en la comprensión de las cosas hasta un punto en que pueden ser definidas, de ahí su instrumentalidad, pero sólo a título provisional, y no como se pretendió al comienzo de los tiempos modernos, hacer de ello el fin, léase el idealismo absoluto de Hegel. Esta utilización instrumental es la que permite que sólo el mito la sustituya, indicándonos la traza a seguir, y ese orden se halla en el corazón del propio hombre. No es raro que, aunque se acepte el razonamiento, sinónimo de análisis, en la búsqueda de lo absoluto, llegue un instante de incapacidad, puesto que la empresa en que está metido tal ser debe volverse hacia la inmanente trascendencia del ser, y en tal sentido la individualidad, o pertenencia a un estado del ser, debe ser superada. Como señala Ibn-'Arabi acerca del impulso que nos impele a una búsqueda sin descanso, "el amor es esa relación que concierne tanto al hombre como a Dios, aunque nuestra ciencia (el razonamiento) la ignora". 

Ese es el verdadero fin del hombre en cualquier civilización de orden tradicional, por eso conviene un entorno adecuado a aquél fin, y sólo un mundo tradicional puede proveer de la mercancía necesaria para tal viaje, de ahí que la Tradición, con mayúsculas, sea la fuente de donde los demás mundos tradicionales sacan su semilla. 

Por naturaleza cada tradición es diferente en su exterioridad, al conectar con el clima mental de determinada humanidad. Aquí interviene la recepción del Mandato celeste por un ser, que se convierte en portador de la Palabra, es el Profeta (Rasûl), el Enviado, el Rishi, el Pontífice, etc. Mientras el Orden no decae la humanidad no necesita intermediario exterior, puesto que el cordón umbilical con el cielo permanece inalterado. Una vez que los ciclos se cumplen el mediador se hace necesario, de ahí, dice el Corán, que "al enviado únicamente le incumbe el Mensaje". 

Por esa recepción el Mundo se establece en un orden que será traducido a través de la inmediatez espacial y temporal, diferenciando entre un arriba y un abajo, o entre un antes y un después. Esta imagen es apropiada para entender de qué se trata, pues como veremos el lenguaje natural es sintético y no analítico. 

La luz viene de lo alto (sol, luna, estrellas) y no de lo bajo, de manera que la vida se hace posible en tanto aquella ilumina, lo que posibilita de-finir y de-limitar a éste. Lo superior siempre da a lo inferior que lo recibe, pero no a la inversa porque "nadie ha subido al cielo sino el que ha bajado del cielo". Todo viaje de ida tiene un retorno, y si el Mensaje ha calado en el corazón humano, es para que éste retorne a su original naturaleza. Toda insatisfacción humana proviene de ese deseo, de esa noticia de Dios, y hasta que no descubra que el retorno, además de posible, es necesario, no se podrá arrancar la raíz de la ignorancia que cubre nuestro corazón, como las hierbas y rastrojos escondían a los ojos del príncipe el castillo de la bella Durmiente. 

Llega un momento que la Tradición, como todo lo que se manifiesta, empieza a deteriorarse porque la gradación existencial es necesaria, y el clima mental de los seres, como el entorno cósmico que los acoge, decae, y el lazo se percibe sin nitidez, comenzando un proceso de tinieblas. Entonces se manifiestan una serie de preceptos, que en el fondo son, si se nos permite la expresión, perspectivas divinas, dando lugar a una tradición concreta: el cielo toma asiento en el corazón de los hombres. 

La tradición que nace para un clima mental determinado, llegada a su apogeo, comienza a decaer, porque "de Allâh somos y a Allâh volvemos". No hay que olvidar que todas ellas dependen de lo que Matgioi y Guénon han denominado Tradición Primordial. Es decir, que en su necesidad de manifestarse totalmente, una forma se agota, y en el límite de su agotamiento toma la imagen de mero literalismo o puro fanatismo.15 

Esto quiere decir que sólo en una civilización en que las diversas individualidades estén protegidas contra todo afán de individualismo (egoísmo,...) puede tener vigencia una tradición concreta que tome cuerpo de la Gran Tradición. Por eso con-forma un mundo, consecuente con su aspecto formal, lo cerca, instaurando un tipo de sociedad en correspondencia con el orden cósmico e imagen del Modelo, pues como indica Platón, "si es bello este mundo, y su obrero bueno, consecuentemente es hacia el modelo que éste mira". 

Todo mundo tradicional provee de los medios necesarios, operativos y no sólo doctrinales, para que la individualidad que lo requiera y esté apta pueda acceder al estado que siempre fue. 

La transmisión no tiene como soporte la escritura mas que cuando se entra en la parte oscura del ciclo, y actualmente todas las tradiciones son unánimes en asegurar que nos hallamos en ella. La base de este proceso es la palabra viva, con el gesto correspondiente, y en rigor cualquier comunicación del mandato metafísico es de boca a oído, esto es, de corazón a corazón. Se piensa que la transmisión siempre fue a través del texto escrito, de donde se deduce que disponer de los textos tradicionales de una civilización es suficiente para entender lo que en realidad ha sido experiencia vivida, o hacer una crítica de tal religión o perspectiva tradicional. El medio oral fue en realidad la vertiente natural de toda verdadera transmisión, y la escritura se refiere a tiempos ya relativamente recientes, como por ejemplo las fechas en que se cifran los primeros textos sagrados escritos, como el Rig-Veda o el poema de Gilgamesh, o bien los trigramas del legendario rey Fo-Hi en la raza amarilla. 

Por eso el Cuento y la Leyenda, junto al Mito, han ocupado en todos los pueblos el cauce correcto para la donación de los principios, y no es broma cuando se dice que los cuentos sólo pueden entenderlos los niños, al ser únicamente aquellos que tengan una mente no contaminada e instruida con las leyes humanas, los que pueden acceder a su comprensión y realización. Conviene destacar que en la Edad Media, la transmisión en la Orden del Temple o Templarios, se hiciera de boca a oído, por eso no existen apenas fuentes documentadas que indiquen lo referente a su actividad tradicional. 

Decir que la tradición se halla vinculada a principios de orden meta-físico indica que el aspecto religioso es sólo un factor bajo el que se transmite aquella. Por eso decimos que no es necesaria la religión en condiciones normales. Igualmente lo meramente humano como tal (humanismo) no tiene cabida ya que se halla englobado como un elemento más, pues se trata de no olvidar lo Necesario. Lo esencial es la Verdad que lo queramos o no está ahí y no nos queda más remedio que aceptarla, por eso no puede ser sistematizada, al modo de un sistema filosófico, ya que pertenece al verdadero orden intelectual. 

Se dice que "no tiene acción ni figura. Es comunicable pero no puede ser aprehendido: puede ser poseído pero no puede ser visto"16 o "el conocimiento puede ser comunicado por un verdadero preceptor"17. Estos dos asertos vienen a indicar, con las salvedades correspondientes, que la Tradición en sí misma no tiene figura, al pertenecer al ámbito de lo Universal o sin forma, que adopta un recipiente que la pueda mediatizar como una forma inteligible, que será una tradición concreta, la cual habla en su nombre. 

Todas las tradiciones apuntan a la trascendencia de la individualidad humana, tomando asiento en el mundo sensible para escalar hacia lo suprasensible, y aceptando las cosas como son, porque el Conocimiento es el fin del hombre. 

El título de este trabajo hace referencia al Eje común de la humanidad, la Tradición, frente a las posibilidades del final de ciclo, que puede denominarse el mico de Dios, es decir, el agotamiento de un periodo de manifestación, que por serlo es una imagen del Principio, aunque sólo a título de reflejo. La imagen lleva en sí misma la posibilidad del Principio, puesto que el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.18 

 

Segunda Parte

 

NOTAS 
1 Tuvimos la oportunidad de presenciar a finales de la década de los 80, un grupo de turistas, entre los que se hallaban españoles y franceses, en Marruecos, concretamente en Rabat. El sonrojo que uno sintió de la pretensión de poder (y no respetando los usos y costumbres del país), sin duda fruto de ese igualitarismo predicado por doquier, y que admite como cosa normal que lo que es válido en la casa de uno sea válido en todas, tratando a los nativos como pobre gente, era tal que no pudimos menos que observar la escena estupefactos. De la misma manera podríamos contar experiencias similares en otros puntos del globo.
2 Es curiosa la idea que tenían los positivistas lógicos del Círculo de Viena, por ejemplo, en encontrar un grado de verificabilidad sobre el conocimiento que permitiera no errar en lo que se conoce. Es algo así a ver las cosas desde un punto de vista que no se inmiscuya en el objeto a conocer. Como se puede comprobar es una idea, mutatis mutandis, de la idea teológica de la omnisciencia divina, en este caso aplicada al sujeto humano.
3 Afirmación que se hace en un sentido absoluto, puesto que todo lo que acaece es asunto de los hombres. Los demás seres se hallan al margen de éste, y a lo sumo le sirven, en el sentido más utilitarista del término, para cubrir sus propias necesidades. Tal es el grado de racionalismo imperante en la organización social, económica, medio ambiental, etc., que la única salida es la de estructurar un entorno perfectamente lógico, en el sentido más fuerte del término, que dé solución a los caprichos más inverosímiles de la mente. 

El transcurrir de los últimos lustros va mostrando lo descabellado de esa idea, y ya no puede volverse atrás, aunque lo desconoce, en cuanto es producto de su propia ignorancia existencial, sin darse cuenta que como parte del cosmos las fuerzas que actúan en éste también tienen en el hombre su repercusión. Sin embargo continúa aventurando las más ingeniosas teorías para mantener un clima apropiado, y que la mentalidad pública sepa que los especialistas (es el moderno sacerdocio) siempre tienen soluciones. No se quiere concebir lo que las diferentes tradiciones indican que se debe a un proceso degenerativo, partícipe del ámbito cósmico. Es necesario que esto ocurra para que se cumplan los tiempos, de ahí que no haya que alarmarse, pues el escándalo se extenderá por toda la tierra como preludio de que los tiempos se hallan a punto. Como dijo Cristo, "es necesario que haya escándalo, pero...".

4 El término upaya está tomado del budismo, y lo utilizamos por ser adecuado a la idea que intentamos transmitir, que como veremos está ligada al clima mental de los seres humanos que lo reciben.
5 Tomamos moderno no en el sentido de negatividad, pues en realidad es parte del ciclo oscuro, sino como sinónimo de modernidad, es decir escindido de cualquier lazo con la Trascendente Inmanencia, y del que el único soporte es el yo individual, cuyo resultado es un pensamiento antropomórfico.
6 Así, por ejemplo, la civilización china manifiesta en su lenguaje una capacidad intuitiva para expresar los hechos cotidianos, más que para conceptualizar. Como dice M. Granet, "el lenguaje tiende sobre todo a obrar, pretende menos informar claramente que dirigir la conducta... La palabra, por lo mismo que no corresponde a un concepto, no es tampoco un simple signo". El pensamiento chino, p. 25.
7 Las civilizaciones tradicionales a las que aludimos, y que trataremos constantemente son, dentro de la rama semítica, la judía, la cristiana y la islámica; la aria de la India, junto al budismo; y la civilización china. En otras ocasiones nos serán útiles las diferentes mitologías, bien la griega, la egipcia, la germánica, u otras. Lo que importa realmente es que son representativas de la visión natural de las cosas.
8 El término metafísica lo utilizamos en su sentido etimológico, es decir, lo que está más allá de la physis, o bien lo que se halla más allá de lo físico, en sentido grosero, y de lo psíquico, sentimientos, etc... En otras palabras, lo que no pertenece al ámbito individual, y que por eso mismo es suprapersonal o impersonal.
9 Al respecto aconsejamos una atenta lectura de la obra de René Guénon, dentro de la cual nos parece importante sobre este tema, Aperçus sur l'initiation, así como Initiation et réalisation spirituelle.
10 Es muy interesante destacar lo que al respecto indica el Shayh Al-'Alawi, cuando tacha en uno de sus poemas de impostor a aquel que, pretendiendo conocer lo que predica, no ha hecho desaparecer el mundo con su mirada. He aquí unos párrafos al respecto: 

¿Te ha llamado El que llama, y a su orden te has levantado? ¿Te has quitado las sandalias como el que está versado en las cortesías de la Vía? ¿Se ha cerrado el Infinito a tu alrededor por todas partes?....Si no, estás entonces lejos de la Presencia del Señor. Mantente apartado de la ciencia del Pueblo; tú no eres de los suyos,.

11 Esto significa que la relación hombre-cosmos es un punto básico en el desarrollo del mundo. La historia tiene pendiente la aceptación de esto, puesto que sin ello se hallará ante un conglomerado de cifras y datos que encierran al ser humano en un pequeño coto. La importancia de ello estriba, como iremos viendo, en que el ser humano para serlo de verdad debe asumir su ser integral, que es más que humano.
12 Este punto es esencial, porque el problema radica en el significado de este sí mismo, que no tiene que ver con la porción de individualidad que manifestamos en el presente, y que está coligado al factor iniciático. Para entender qué es la metafísica, así como la posibilidad de la iluminación y las diferentes maneras tradicionales de captar el mundo, es una condición imprescindible captar la diferencia que hay entre el Yo y el yo.
13 Por mística se entienden un tipo de posturas, a menudo poéticas, que sólo se producen en un terreno exclusivamente religioso. Las experiencias que relatan tienen que ver, en la mayoría de los casos, con el ámbito de la psique, y no tienen nada de suprahumano. Cuando prima el factor individual o psicológico, como por ejemplo es el caso de la denominada psicología de las profundidades, que intenta analizar las experiencias místicas, se produce la imitación de las verdades bajo el velo de lo místico, para devenir enseguida una literatura especializada en estados personales, la mayoría de las veces psicológicos, sin ningún lazo operativo que los fundamente.
14 La perspectiva de todos los pueblos tradicionales, al estar basada en una visión cualitativa de las cosas, no separa el orden que podemos denominar del sujeto y del objeto. De tal manera que los seres que tienen lugar en un momento de la manifestación del cosmos no se diferencian de éste. Es decir, a cada tiempo corresponde una clase de seres. El ser humano no está exento de esta máxima, por lo que la idea de que el tiempo, como el espacio, es cualitativo, o dicho de otro modo, tiene diferencias esenciales con los demás tiempos, permite hablar en cada tradición, sobre todo en las extremo orientales, de la doctrina de los ciclos cósmicos. Esto tiene en cuenta el dicho hermético, igual es arriba que abajo, y así como el ser tiene diferentes grados, cualquier manifestación, que en el fondo es el ser mismo, tiene múltiples factores cualitativos. En el siguiente capítulo hablaremos sobre el tiempo, y expondremos ampliamente la doctrina de los ciclos cósmicos, así como su manifestación de la perspectiva metafísica.
15 Es curioso observar cómo las ideas de tipo revolucionario e igualitarias han tenido mucho eco entre las gentes formadas en facultades de teología o seminarios, convendría reflexionar sobre ello.
16 Chuang-Tzú VI, 6.
17 Katha Upanishad II, 7.
18 S. Mc 13, 31.
 
 
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