ESOTERISMO Y FIN DE CICLO (2) *
FEDERICO GONZALEZ
¿Qué es la Tradición? 
Así como puede decirse que es necesario que exista un desorden para que se cree un orden, un encuadre, podría afirmarse que la instauración de esos límites es lo que nos puede llevar a la idea de lo ilimitado. 

La sociedad contemporánea es pues el encuadre, la limitación, donde podemos ver acontecimientos de otro orden que han existido y existirán por siempre.  

El hombre contemporáneo ha creído que por el simple expediente de cerrar los ojos y negar lo que unánimemente ha sido llamado Conocimiento y Realidad, por todas las civilizaciones tradicionales y por todos los sabios dignos de ser designados como tales, el Conocimiento y la Realidad no existen. 

Exactamente lo mismo ha sucedido con el Espíritu que, como se lo niega, se supone es insignificante o sea prácticamente nada; sin embargo desde el punto de vista hermético, lo pequeño es lo más poderoso. 

El Espíritu, apenas virtual en cada hombre, es la energía más poderosa y la única que tiene realmente un poder transmutante.  

A esta transmutación está dirigido todo el trabajo hermético y esa obra no puede realizarse sino en el medio en que estamos insertados, con la "materia" que tenemos en nuestras manos. 

Como se sabe esta "transformación de la materia" no es sino la transformación de nosotros mismos, en el medio donde nos ha tocado vivir, del que no funcionamos independientemente, que incluye tanto a Europa como América, pues en cualquier tramo del ciclo está latente la posibilidad de la liberación. 

Viendo lo que somos en verdad y no suponiendo o imaginando lo que querríamos ser es que vamos a poder realizar nuestro trabajo. 

En este sentido ese medio es también un reflejo de nosotros mismos en que podemos vernos una y otra vez espejados; no somos ajenos a él sino por el contrario, semejantes, ya que siendo la vida un conjunto de relaciones en movimiento estamos íntimamente vinculados a la sociedad actual, puesto que hemos nacido en su seno, por lo cual nuestra relación con ella es mutua, como igual sucede entre el micro y el macrocosmos. 

El hecho de que nuestra vida individual se haya producido en la matriz, en el cuño de la sociedad contemporánea, no establece una diferencia esencial, sino secundaria, con respecto a otro hombre que hubiera nacido bajo el signo de otra sociedad cualquiera, es decir en un medio diferente, y en una época distinta, bajo otras estrellas. 

El cosmos entero es un inmenso conjunto de relaciones armónicas en movimiento y la tierra es parte constitutiva de ese conjunto. Y es sabido que la armonía se logra a través de la desarmonía, puesto que este primer concepto no podría existir sin el segundo. Por lo tanto las aparentes desarmonías parciales no son sino la expresión en un mundo, o plano u orden, de lo que es la armonía del conjunto. 

Asimismo la historia de las civilizaciones y las distintas etapas por las que ellas han atravesado son igualmente la expresión refleja de lo que les es inherente; en ese sentido es muy importante recalcar que el hombre actual se visualiza como histórico. De hecho no puede imaginar su existencia sin historia: los detalles anecdóticos de su personalidad prolongados en la cinta de la sucesión temporal constituyen lo que llama su ser, aquello con lo que se identifica. Siente lo mismo respecto al cuerpo social al que tiene que dotar de una historia, o un credo, para que sea "efectivo", "real".  

En contra, para las civilizaciones tradicionales o culturas arcaicas, es decir para aquellas que vivían el Conocimiento y que nos lo legaron como la expresión suprema de su propia esencia, –por sobre todas las cosas o detalles– la historia era secundaria. 

Al vivir el Eterno Presente, las dos caras de la sucesión –el pasado y el futuro– quedaban completamente anuladas. Sin la ilusoria ansiedad de venir de algún lado para dirigirse a algún otro, simplemente eran; realizaban en sí aquello para lo cual habían sido diseñadas. Respondiendo así el modelo social a su estructura interna, en íntima relación con el cosmos. Cada uno de los individuos que participaban en ese orden, estaban incluidos también en lo que había inspirado ese orden mismo, su razón de ser. Así el esquema social no era arbitrario ni casual, ni todo el aparato cultural, su Tradición, una mera suma de convenciones cualesquiera. Sino que simbolizaban otras realidades que se manifestaban por su intermedio a los efectos de establecer un enmarque, apto para vivenciar diversos niveles de conocimiento y para efectuar diferentes maneras de existencia; por ello es que se dice que los orígenes de cualquier cultura son sagrados. De más está subrayar que esta frase en nada se refiere a la concepción de lo sagrado que en general posee el hombre contemporáneo. El cual, por otra parte, no es enteramente responsable, ni culpable de sus propias concepciones. Heredero de una Tradición degradada, habitante de una ciudad profana, que ha perdido la memoria de todas las cosas, teniéndose que identificar con ella para poder subsistir, es inevitable que el sello de la ignorancia –y por lo tanto del sufrimiento– se halle marcado sobre su frente. Y es interesante destacar que aquél que lleva esa marca indeleble, que le condiciona constantemente y en toda ocasión, no es otro que uno mismo, expresándose en concepciones de tipo histórico –y aún geográfico. 

Aprendemos a comer, caminar, hablar. Aprendemos a simbolizar y a tener memoria. Y sin embargo olvidamos que absolutamente todo, en el hombre ordinario, es aprendido. Damos por supuestas todas esas cosas. Y como los demás hacen lo mismo, asistimos por un lado al espectáculo de la más increíble confusión de lenguas e incomunicación; por el otro al estallido de la violencia en todas sus formas y manifestaciones, directamente derivadas de esos supuestos, de esas valoraciones que juzgamos convenientes o inconvenientes, de acuerdo a personas, ideas, o cosas que aceptamos sin discusión, identificándonos con ellas por el hecho de que "son nuestras". 

No es de extrañar entonces que los conceptos en una sociedad como la que nos toca estén muy netamente adulterados al punto de aparecer invertidos con respecto a una auténtica civilización o a una cultura "primitiva", que es lo mismo que decir con respecto al Conocimiento y la Sabiduría. No podría caber otra suerte a las imágenes relacionadas con lo sagrado a las que inevitablemente se asocia con lo religioso. Esta concepción infantil está emparentada con cualquiera que se arrogue la posesión de tal o cual deidad. La Verdad es una, y sólo en sus estratos más bajos se divide dando lugar en nuestro orden al hecho de la multiplicidad institucional. Como es obvio, la Verdad, en sí, nada tiene que ver con ninguna institución. 

Por otra parte las diferentes iglesias, pseudoiglesias y sectas de hoy día– que cada vez serán más prolíferas, según se está viendo– no tienen un punto de vista, una visión diferente de la sociedad en que están insertadas (muchas de ellas son su producto), y más bien modifican todas sus ópticas –que en sus orígenes tuvieron un entorno sagrado– para subsistir en el medio actual. Esto se ha llevado a tales extremos que no es fácil distinguirlas, por una parte, de ciertas fraternidades o asociaciones de socorros mutuos, por otra, de las sociedades comerciales que se reparten la utilidad de diferentes balanzas de pagos y, últimamente, de bandas de simples forajidos. 

La institución visible, lleva en sí el germen de su propia decadencia y de la humanidad a la que pertenece. Cuando los templos y las culturas terminan de construirse, de solidificarse, comienzan en ese momento su lenta degradación. Tal es la ley del ciclo; cuando por fin se ha podido constituir la cultura o la ciudad, –creada por sus constructores– cuando por fin el inmenso esfuerzo de unos pocos ha dado lugar a una codificación, es decir, a un orden, adecuado para la realización de la vida humana, este orden comienza a decaer. Su época de mayor brillantez corresponde a la de su mejor funcionamiento. Pero es esa propia "función" la causa de su "caída". La organización viva se va convirtiendo en un modelo mecánico. Con el tiempo, los hombres alejados de sus orígenes tomarán literalmente al modelo mecánico como la "realidad". Dicho de otra manera: confundirán sus propias concepciones culturales con la vida misma. Hecho particularmente doloroso cuando estas concepciones han ido perdiendo verdad en virtud de un desgaste inherente a cualquier ciclo. 

En ese sentido es que se dice que en el ciclo solar el propio sol es el protagonista y la víctima del rito que simboliza a diario. En efecto, encerrado en su propia cárcel, no puede trascender los límites del amanecer, mediodía, atardecer y medianoche, o sea, de su "caída". Tampoco los topes que le imponen los solsticios y los equinoccios. En esa danza ritual, llegado al verano y al mediodía en su camino de ascenso, ya no puede sino descender hacia el otoño y el atardecer. 

Si tenemos en cuenta que el ciclo solar comienza en Oriente y se pone en Occidente y que a este punto cardinal corresponden el otoño, símbolo del decaimiento experimentado por la naturaleza en ese período, y el atardecer, momento del ciclo diario en que cae la noche y se producen las sombras que dificultan la visión, podemos inferir algunas cosas interesantes. 

Y no sólo aquellas que están relacionadas con el medio social actual, que se visualiza a sí mismo como occidental, sino también el hecho de que este mismo ciclo que vivimos tiene otro que le precede –en el que la sociedad y el ser humano individualizado pueden haber sido diferentes– y otro que le ha de seguir, es decir, otra humanidad; de ambos, lo ignoramos todo. 

Lo que no podemos permitirnos es no saber nada acerca de las circunstancias que nos han tocado vivir. Debemos conocerlas porque ellas son las formas, los símbolos, en que se ha manifestado a nosotros la vida, al ser partes integrantes de la misma. Si no conocemos nuestro medio y no nos sentimos partícipes en menor o mayor grado de él, no podremos salir del mismo. Y entonces no tendremos más remedio que intentar una fuga imaginativa que, por otra parte, es lo que estamos habituados a hacer cotidianamente. Por el contrario, la primera labor del aspirante al Conocimiento es enfrentar el mundo que le ha correspondido. Es decir, verlo y oírlo, aunque estemos en la fase final del Kali-Yuga. 

Para poder lograr este propósito, paradójicamente, es imprescindible que nos apartemos de él, pues estando confundidos en su devenir y habiendo extraído del mismo todas las valorizaciones que constituyen nuestro ser, debemos detenernos y observarlo desapasionadamente. 

Esto es evidentemente una labor muy ardua, puesto que nuestra misma programación –con la cual no se nos ocurriría dejar jamás de identificarnos–, no es otra cosa que un sentimiento prohijado y acunado por el propio medio al que intentamos observar. En efecto, cuando se nos dice que nuestras concepciones son extraídas del ambiente no se nos está diciendo que este hecho se refiere sólo al intelecto, sino a la totalidad del ser humano; a las más caras creencias, las más arraigadas convicciones, los más puros sentimientos, o sea a la identidad del hombre ordinario, que es una alternativa de lo que le ofrece el sistema socio-cultural vigente en un determinado tiempo cíclico y cósmico. Con respecto a ello es que juega sus diferentes roles o papeles. 

Va de suyo entonces, que lo que entendemos por Cultura no son las "artes" y las "letras" imperantes en uno u otro periodo, ni lo que comprendemos por Tradición son ciertos usos y costumbres válidos para un tiempo histórico. Ni siquiera es el catálogo de los detalles de esos diferentes pueblos. Una Cultura es la concepción internalizada de un modo coherente de ser, que vivencian todos los integrantes de la misma. Es un organismo vivo que a los efectos de su manifestación ha tomado una estructura determinada que la hace apta para la interrelación de sus distintos integrantes, cuyos canales se comunican entre sí con el objeto de satisfacer todas sus necesidades. 

Esta forma particular de ver la organización, cultural o social, tiene especial interés no bien se reflexiona en que todas las ciudades o civilizaciones tienen un Origen Mítico, vale decir, sagrado. En un medio de esa naturaleza, la Tradición, en sí, no es sino la imagen del Mundo Arquetípico, Atemporal, que se expresa cíclicamente en la cinta del tiempo. 

Y llama poderosamente la atención que todos los instrumentos culturales en donde se expresa en su función civilizadora, es decir, la Obra de sus dioses, semidioses, sabios o héroes, son unánimemente atribuidos a revelaciones supra-cósmicas, es decir supra-humanas. 

Igualmente no es propio suponer que hay varios cosmos. El cosmos es uno solo como bien se encarga Platón de explicarlo en el Timeo. La sucesión de mundos o de ciclos de dimensión o duración indefinida es lo que se entiende conceptualmente por Cosmos. El ciclo del electrón vivo, el ciclo atómico insertado en el ciclo molecular, el molecular navegando en el celular, el celular presente en el ciclo humano, el humano desplazándose en el ciclo de la naturaleza, el de la naturaleza coexistiendo con el de la Tierra, el de la Tierra en todo dependiente del ciclo solar, el ciclo solar circunscripto al orden de su centro galáctico, el centro galáxico determinado por otro centro galáctico y así sucesivamente, en forma indefinida, es lo que constituye el concepto de Cosmos. Fuera todo es imposible, puesto que no puede existir algo que sea exterior a él. Cualquier posibilidad, de cualquier tipo, está excluida, por lo que el Cosmos es uno solo y la idea de la pluralidad de Cosmos o de distintas metafísicas, es una pura contradicción a lo que el concepto de Cosmos y Ciencia Sagrada significan. 

El Cosmos no es la suma de sus partes, así como tampoco la Tradición es el conjunto de costumbres, morales y ortodoxias de un tiempo concreto, ya que su Origen está más allá de cualquier época o determinación. 

Por lo tanto cuando se nos dice que algo es supracósmico, o constituye la Tradición, debemos comprender que se nos está hablando de un concepto que está más allá de la comprensión ordinaria del hombre. De algo invisible que no es aprehendible por los canales del hombre común. Algo que sin embargo es tan auténtico y real que llega a decirse que es la vida misma. 

Este nivel de percepción (para llamarlo de algún modo) está íntimamente relacionado con el conocimiento directo de otras modalidades del tiempo y del espacio vulgares. Pues éste se halla aprisionado entre las paredes de su propio cosmos. Es decir, de todo aquello que ha sido capaz de concebir, ya que nada hay fuera del cosmos de nuestra conciencia. Estas concepciones se transmiten en el organismo humano –de ida y de vuelta– a través de los conductos del sistema nervioso, análogos a aquéllos por donde se revela la civilización, las calles por donde se comunica una ciudad. 

Y es bien sencillo entender que esta última no es la suma de sus habitantes, ni la de los ladrillos de sus casas, ni tampoco tal o cual accidente geográfico o particular, aunque todos ellos sean parte constitutiva de la misma.  

Sino que la Cultura que transmite la Tradición –no hay Tradición sin Cultura ni Cultura sin Tradición– es fundamentalmente un concepto, una idea, un espacio otro, para decirlo de alguna manera.  

Esta visión se hace más clara cuando tomamos una parte constitutiva del modelo de la ciudad o una tradición particular. El templo o la casa-hogar es una réplica en escala del modelo social y de la revelación que lo ha prohijado. Tanto la ciudad, como el templo o casa-hogar, son espacios construidos, significativos, con respecto a la aridez del espacio amorfo y desértico que los circunda.  

Estos espacios significativos, estos legados tradicionales, han sido creados a partir de materias preexistentes, indivisas, invisibles, y caóticas –en el más alto grado de esta expresión–, tal como se dice en todos los génesis; la obra de la creación es efectuada por el Demiurgo y sus auxiliares. 

Tanto en la ciudad, como en el cosmos, el creador (o creadores) está siempre presente pero no es ninguna de las partes de los mismos. Toda la construcción es el producto de una idea primigenia, de una concepción inteligente que se desarrolla a partir de un centro, de una síntesis conceptual, por intuición directa. 

Y así como nosotros no somos nuestro corazón o nuestros pulmones, ni nuestro hígado o pies o manos, sino que las relaciones entre todos constituyen un organismo vivo, así también las diversas relaciones reveladas conforman la Tradición y el Cosmos y sus ciclos. Sin embargo esta limitación impuesta por el cosmos mismo, del que dependemos en todo para vivir, del que somos hijos, es decir hechos a su imagen y semejanza, puede ser trascendida por su propio medio y el de la Tradición que ha prohijado. 

Efectivamente, las "vibraciones" del creador están siempre presentes en su obra aunque de modo inmanente.1 Es decir, ocultas bajo la forma de la idea o la inteligencia creadora. Esta idea o inteligencia es de otro orden con respecto a la construcción material a que da lugar. Es "anterior", en el tiempo sucesivo, a la construcción manifestada, pero coexiste perfectamente con ella. Es otra dimensión del tiempo lineal que se puede decir está "más allá" del mismo; que lo trasciende y le da su verdadero sentido. 

Así acontece con el mundo pues la idea que tenemos del mismo está relativizada por sus partes constitutivas; pero del mismo modo que un espacio cualquiera, una habitación por ejemplo, no es la suma de sus constituyentes2 sino que fundamentalmente conforma una idea "anterior" que la habitación o espacio simbolizan, y que está implícita en la habitación o el espacio mismo, así la Tradición no puede sujetarse a estas o aquellas normas…  

Lo que se trata de decir en definitiva es que tanto el cosmos, como la cultura, son limitados. Y que esa limitación es la que marca nuestro condicionamiento. Por otra parte son esas mismas estructuras las que permiten salir de ellas y exactamente para eso es que han sido diseñadas; tal el caso de la Tradición, pues así como el movimiento cósmico es el que nos da la idea de la inmovilidad, así también el límite es el que nos da la idea de lo ilimitado. 

La Cultura es entonces una ausencia que nada tiene que ver con la información o la historia, algo que no es la estadística del hecho cultural sino más bien su negación.3 Análogo es lo que sucede con la emanación cósmica. No es esta o aquella parte del cosmos, o su "energía" lo que interesa, sino comprobar que esta realidad es inexistente como tal, más allá de sus mismos límites. 

Ello se simboliza por la piedra que corona la obra constructiva y que es también el origen y la salida del cosmos, aquello que establece un contacto con "otros mundos", es decir con otras relaciones espacio-temporales, que como todas las cosas, sólo se perciben en la interioridad de la conciencia. 

Todo esto se encuentra en estricta relación con lo que es la Tradición, Unánime y Perenne, siempre presente y vertical, tan válida para hoy como lo ha sido siempre y lo será para cualquier otro manvantara, o humanidad, ya que es Eterna y simultánea, simbolizada por el Polo como puerta de entrada y salida a lo supracósmico, origen y fin de cualquier manifestación, en contra de la visión perpetuamente histórica de los que por sus limitaciones tradicionalistas sólo pueden imaginar sociedades ideales, tan confusas en su vaga imaginación como las proyecciones de sus frustrados anhelos. 

 
 
Algunas expresiones del esoterismo actual
 
NOTAS
* Ver "Esoterismo y Fin de Ciclo".
1 Estas vibraciones armónicas religan permanentemente la inmanencia y la trascendencia divina, tal cual el microcosmos o el macrocosmos son una misma cosa en el Eterno Presente, por lo que el ser humano puede acceder al Ser universal en cualquier segmento del tiempo sucesivo, lo que es lo mismo que encarnar la Tradición Primordial.
2 La resistencia que tienen al impacto las paredes, la capacidad en m2 o cúbicos, el peso de los materiales de la construcción, el tema acústico, etc., o cualquier "medición" con las que podrían llenarse expedientes enteros, innumerables códigos de información, que nada nos dirían de esa habitación en sí, y con los cuales no podríamos conocerla.
3 La historia es importante, pero no tanto cuando se trata de lo intemporal, y eso lo ha comprendido perfectamente Mircea Eliade. Otro de los errores "historicistas" occidentales es la asimilación, sin más, de la Tradición, que es polar y siempre actual, a las religiones del Libro, en detrimento de todas sus otras expresiones histórico-sociales, y sobre todo con respecto a su manifestación más allá de cualquier encuadre espacio-temporal.

 


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