LA EDAD SOMBRÍA
ERNESTO FERNANDO IANCILEVICH *

En una época como la nuestra, en que se ha perdido comunicación con lo sagrado, nos sale al encuentro la conexión con lo profano, en la sobreabundante diversidad de figuras sin forma, de cuerpos sin espíritu, de apariencias o imágenes sin esencia: el deslumbramiento de lo ilusorio nos mantiene en la ingravidez de un sueño, “presentes, aunque ausentes”1.

En aquel paisaje sembrado de espejismos, un factor predominante, que subsume y condensa la vanidad de lo superfluo, es la figura de la automatización, que la técnica enhebra como tapiz de la modernidad. Nada escapa a la red de su entramado, a su omnímoda mirada, que todo lo vigila y controla, de tal suerte que, en definitiva, logra vigilar y controlar más que las acciones, las conductas, más que los desplazamientos físicos, los emplazamientos mentales. En pocas palabras, la automatización de la técnica constituye el sitio mismo donde el hombre actual se anuncia y enuncia, no como homo sapiens sino como homo utilis; en estricto sentido, un sujeto que, entregado a la técnica, en cuanto fin de su realización mundana, se constituye así objeto de su señorío: un ser dominado por el automatismo de la obediente sujeción a un poder que lo subordina, sobrepasándolo, esto es, poniéndose por encima de él. No otro es el último propósito de la vigilancia y el control sino el dominio. Un hombre así ve a otros y a sí mismo como elemento de uso y descarte, deviene artefacto útil frente al aparataje sistémico.

El orden mundial ya no es de cuño político o económico, y menos intelectual o ideológico. Su cuna es la técnica, que construye y de-construye sociedades e individuos, sometidos éstos al mercadeo de lo factorial, al mercantilismo de la fabricación, al sistema de ensamblaje producción y consumo, en el que la utilidad de uso marca el ethos prevaleciente, que, con armamentos más poderosos que en ninguna otra época de la humanidad, tiende a imponerse como árbitro de la comunidad planetaria. Así entramada su hegemonía, lo sagrado deviene barniz opaco, cuyo desdoro acaba por manchar. A lo sumo, lo sagrado se adultera en el ámbito confuso del espiritualismo y sus visiones sentimentales, que, como un espejo deformante, no constituyen sino la contrahechura de la espiritualidad verdadera.

Sin embargo, algunos hombres persisten en una insistencia casi silenciosa, como la vida de ciertos pueblos fantasmas, abandonados y, en apariencia, poblados de ausencias. ¿Qué hacen estos hombres en la parafernalia de una civilización de luces encendidas y agitación permanente, de cambios y recambios incesantes cuyo deslumbramiento impide la visión de una mirada contemplativa? Ellos parecen como dormidos en una oscuridad quieta, entregados a una tarea extraña: velar la noche, mientras el mundo duerme. Y es que la noche ha de advertirse, por fuerza, cuando se apague la última lámpara, cuando resulte imposible disimular la nadería de los fuegos de artificio. Ha de llegar la noche en la conciencia, necesariamente, para que amanezca en el espíritu. En ese amanecer, los discursos cederán paso a la elocuencia de una mansedumbre.

Hay hombres que trabajan silenciosamente para el adviento de esa mansedumbre, para la epifanía de lo que ahora nos es desconocido. Ellos, sin saber, comprenden. Esperan el despertar de lo sagrado cuando la noche cerrada ya no pueda ser más oscura.

Hasta acá, la edad sombría es tan siniestra por lo que muestra como benévola por lo que oculta: su fealdad está a la vista, y el grado de lo monstruoso no se nos retacea e irá en aumento, pero también la belleza que promete está por verse.

Tal vez, la realidad por venir precise no sólo un lenguaje transparente para ser nombrada sino, en primera instancia, un cuerpo trascendente para ser vivida. Porque esa trascendencia asumirá el modo de una transparencia tan pronto en los signos de lo profundo se perciba el sentido de la altitud, no como una especulación de la conciencia y menos como un espejismo del inconsciente, sino, ante todo, como una iluminación del espíritu.



NOTA
*

Ernesto Iancilevich es un poeta y ensayista argentino, Buenos Aires, 1952. Licenciado en bibliotecología y documentación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde cursó estudios de filosofía. Miembro del Colegio de Graduados de Filosofía y Letras y de varias sociedades de autores y escritores. Ver también aquí: ir al libro La Rueda en la página del autor"La Época del Final de un Ciclo".


 

1 Heráclito. Fragmentos.

No impresos
Home Page