EL DESCENSO CICLICO
JOHN DEYME DE VILLEDIEU
IV. LOS MOMENTOS MEDIANOS EN LOS CICLOS

a) La "solidificación"
1. Se sabe que hay una correspondencia analógica "entre un ciclo principal y los ciclos secundarios en los que éste se subdivide".117 En cada uno de estos ciclos secundarios se da la misma subdivisión, reproduciéndose ésta en los ciclos cada vez más reducidos, donde, y en virtud de la misma ley, se encuentra disminuida y finalmente deformada la imagen del gran ciclo inicial.

Se determinan así, de un extremo a otro de nuestro Manvantara, diversos "períodos" cuyo influjo cíclico, en el curso de la Historia, se expresa de manera similar al tiempo que diferente. Los hechos que los ilustran, aunque relacionados con los que les preceden y a los que se asemejan, están no obstante muy lejos de ser idénticos. Esto se debe a que esos hechos adquieren inevitablemente el tono de la nueva época donde se sitúan dentro del descenso cíclico. "Cada fase de un ciclo temporal, cualquiera que ésta sea, nos dice Guénon, tiene su cualidad propia que influye sobre la determinación de los acontecimientos".118 Sin embargo, bajo el tono "de circunstancias" se puede reconocer la presencia de una nota más fundamental que traiciona su analogía con cualquier "circunstancia" importante del pasado.

Las fechas medianas en las que hemos podido señalar el valor transicional, deberían pues encontrar su modelo y su explicación en aquella otra que signa el medio de nuestro Manvantara, 30.400,23 antes de nuestra era, fecha que hemos establecido en el cuadro de nuestra hipótesis según los cálculos habituales. Huelga decir que para esta época no puede hablarse verdaderamente de Historia: en todo caso, si ciertos acontecimientos importantes se produjeron bajo determinadas formas, casi nada puede verificarse a través de la ciencia histórica, ni de la Arqueología, ni de la Paleontología, ni de ninguna otra ciencia, pues éstas apenas nos aproximan a la auténtica significación, e incluso se muestran incapaces de precisar el momento en que se producen. Por otro lado, está fuera de lugar fiarse de las disciplinas científicas para esclarecer los "hechos civilizadores" que aquí nos interesan. Pretender hacer hoy en día, con tales medios y en busca de tal civilización, un retorno de más de treinta y dos milenios hacia nuestros orígenes, sería, como mínimo, algo extremadamente decepcionante. Por otra parte, también renunciamos a las fechas propuestas aquí y allá, ya que éstas no siempre coinciden entre nuestros hombres de ciencia. Sobre todo, más que de pruebas "objetivas", como se dice hoy en día, estas dataciones dependen demasiadas veces de creencias que se sabe son erróneas, pues está comprobado que con frecuencia hechos determinados "sobre el terreno" son, deliberadamente, "dejados de lado" por la "sencilla" razón de que vienen a contradecir las hipótesis quiméricas a las cuales se ligan poco más o menos todos los cerebros de Occidente. Por nuestra parte, nos contentaremos con indicar sólo algunas cosas de pasada acerca de la "objetividad" tan reputada de los ámbitos científicos, y que en este caso toca a nuestro tema.

Así pues, huellas de pisadas, fósiles, como las que caracterizan a los humanos, han sido descubiertas un poco por todos lados, y especialmente en las rocas del período carbonífero, lo mismo que en los estratos cretáceos, donde algunas de esas huellas alcanzan una longitud de casi cuarenta centímetros. Estas datarían, según las estimaciones científicas, de 250 millones de años las primeras y de 80 ó 90 millones las segundas. Ahora bien, las salidas de tono recogidas en tales ocasiones dan a entender que la Razón académica niega categóricamente este género de vestigios. Los dos investigadores respectivamente interesados, Albert C. Ingalls119 y Roland T. Bird,120 han declarado, junto a otros científicos, felizmente avenidos, que estas huellas debían ser habilidosas esculturas hechas hoy en día por los Indios.121 En lo que respecta al Carbonífero, también se ha pensado que las huellas en cuestión habrían sido dejadas en esa época por algunos anfibios desconocidos hasta ahora.

Tales son algunas de las explicaciones de nuestra Ciencia. Y se comprende que sea así. Científicamente, ni tan siquiera se considera que dichas huellas hayan podido pertenecer al hombre. Esta hipótesis sería inaceptable. Por más de una razón. En primer lugar porque el hombre no podía existir hace 80, ó 250 millones de años, según el criterio de ciertos cálculos a veces extraños, pero que en estos medios son tomados a "pie juntillas". En segundo lugar, pensar que en tiempos lejanos una raza de hombres gigantes haya podido habitar la tierra no entra en la cabeza de gentes que acostumbran a medirlo todo según los parámetros actuales, arrojando en las brumas de lo legendario, que para ellos no es sino fabulación, los indicios e incluso los hechos que vendrían a turbar su rutinaria quietud.122 En fin, ¿acaso no les resulta fácil a los científicos conciliar estas huellas "humanas" gigantes, vinculadas según se dice a las de los dinosaurios del mesozoico, con los ancestros del hombre que se desea encontrar entre los primates?

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2. Según las concordancias cíclicas que hemos establecido, la fecha de 30.400,23 antes de nuestra era marcaría la mitad de los 12.960 años vividos por la tercera Raza. Como esa fecha señalaría también la mitad del Manvantara, es decir el paso de una fase de 32.400 años a otra nueva de igual duración, es muy probable pues que algunos cambios particularmente importantes para nuestra humanidad hubiesen sobrevenido durante el desarrollo de los acontecimientos. De esta manera el comienzo del Trêtâ-Yuga, que se produce según nuestros ciclos en el 36.880,23 antes de nuestra era, podría ser considerado como preludio de estos cambios, y, por otro lado, ello "parece coincidir, nos dice Michel de Socoa, con la era que los prehistoriadores denominan el paleolítico superior y con la 'aparición' del hombre sobre la tierra".123 Sea lo que fuere lo que el autor entienda exactamente con esto, nosotros recordaremos lo que decíamos hacia el final de nuestro capítulo III (ver SYMBOLOS Nº 19-20) acerca de una cierta "fluidez" inherente a esas épocas tan lejanas, en las cuales existía un orden de cosas considerablemente menos "concreto" que el que reina en nuestros días, y ello en todos los dominios posibles. En cualquier caso, se trata sin duda de realidades que la mentalidad actual no acepta fácilmente,124 y sin embargo no deja de ser algo completamente natural y coherente cuando se ha comprendido que la marcha descendente del ciclo, alejándose gradualmente del principio, se acompaña, tanto en el orden cósmico como en el humano, siempre "estrechamente ligados", de una "especie de 'materialización' progresiva", o para hablar quizás con más propiedad, de una constante y creciente "solidificación".125

René Guénon insiste en varias ocasiones sobre la forma en que se desarrolla el fenómeno. Se trata, en su conjunto, de una regla ineluctable: todas las cosas, en el transcurso del descenso cíclico, adquieren "un aspecto cada vez menos cualitativo y cada vez más cuantitativo", siendo así como poco a poco se prepara y se instaura, hacia el fin del ciclo, el "reino de la cantidad". Por lo demás, este aspecto cuantitativo no proviene sólo de la forma con que las cosas "son consideradas desde el punto de vista humano, sino también de una modificación real del propio 'medio' ". Existe "una correlación constante entre el estado del mundo (…) y el de la humanidad", de donde resulta una especie de creciente opacidad que, a lo largo de las edades, se sitúa entre el cosmos y la percepción del hombre. Las "barreras" del tiempo, que se interponen a la observación retrospectiva de los historiadores modernos, son la consecuencia de la "miopía intelectual" de una ciencia incapaz de admitir que hayan podido darse en el pasado condiciones diferentes a las de nuestra época. Ahora bien, las condiciones de nuestro medio terrestre no cesan de modificarse en el sentido de un endurecimiento y, dicho sea de paso, son estas modificaciones las que, añadiéndose a la "miopía" humana, hacen parecer actualmente "fabulosas" cosas "que para los antiguos no lo eran en absoluto". Por otro lado, estas cosas tampoco sorprenden a aquellos que hoy en día han sabido conservar "ciertos conocimientos tradicionales", motivo por el cual es posible para ellos, por ejemplo, "reconstruir la imagen de un 'mundo perdido', así como obtener la previsión de lo que habrá de ser un mundo futuro, al menos en sus rasgos generales".126 La doctrina cíclica, en particular, permite comprender cómo la densificación progresa en el hombre y en el cosmos, en un juego de incesantes interacciones.

Hablando de la "solidificación del mundo", René Guénon la considera como "la verdadera causa de que la ciencia moderna 'tenga éxito' (…) en sus aplicaciones prácticas; en otras épocas en que esta 'solidificación' todavía no estaba tan acentuada, no sólo el hombre no habría podido concebir una industria como la de nuestros días, sino que incluso esta industria habría resultado totalmente imposible". El grado cualitativo de las cosas y de los seres humanos se oponía a ello. Pero actualmente el hombre, disminuido por esta sequedad y rigidez que impone por doquier el "reino de la cantidad", ha "perdido el uso de las facultades que normalmente habrían de permitirle superar los límites del mundo sensible, ya que, incluso si éste se encuentra rodeado por muros más espesos, valga la expresión, que los que le rodeaban en anteriores estados, no menos cierto es que no podría darse en ninguna parte y en ningún momento una separación absoluta entre los diversos órdenes de la existencia", con lo cual el mundo sensible, privado de los principios de su propia realidad, se "desvanecería de inmediato". Pero, como se ha dicho, la transparencia comunicativa de las cosas está ahora mismo perdida para la gran mayoría de los humanos, "ya que las reacciones generales del propio medio cósmico cambian efectivamente según sea la actitud que el hombre adopte a su respecto".127 Ante una mirada ciega, indiferente, el mundo se envuelve en una creciente opacidad. "En épocas anteriores, cuando el mundo no había llegado a ser tan 'sólido' como lo es hoy en día, y cuando la modalidad corporal y las modalidades sutiles del dominio individual no estaban tan radicalmente separadas", el hombre "percibía muchas cosas" en un mundo que "era verdaderamente diferente cualitativamente porque una serie de posibilidades de otro orden se reflejaban en el ámbito corporal y lo 'transfiguraban' en cierto modo (…). Cuando ciertas 'leyendas' hablan por ejemplo de que hubo un tiempo en el que las piedras preciosas eran tan comunes como lo son ahora los vulgares guijarros, ello no debe entenderse sólo en un sentido puramente simbólico".

En fin, para explicar mejor las dudas que expresábamos más arriba en cuanto a la capacidad y alcance de cualquier ciencia en estas "materias", y para reducir el valor que éstas atribuyen a las escasas huellas materiales de nuestro lejano pasado humano, diremos que estos vestigios "han participado forzosamente, como todo lo demás, de la 'solidificación' del mundo; si no lo hubieran hecho, al no estar ya su existencia en concordancia con las condiciones generales, habrían desaparecido por completo, y sin duda esto ha sido así para muchas cosas de las que ya no se puede encontrar ninguna huella". Por lo demás, "los arqueólogos examinan estos mismos vestigios desde un punto de vista moderno, que sólo capta la modalidad más burda de la manifestación, hasta tal punto que si, a pesar de todo, todavía quedara algo más sutil vinculado a ella, ciertamente se muestren completamente incapaces de advertirlo (…). Suele decirse que cuando un tesoro es hallado por alguien a quien por la razón que fuere no le está destinado, el oro y las piedras preciosas se convierten para él en carbón y vulgares guijarros; ¡los modernos aficionados a las excavaciones podrían sacar provecho de esta otra 'leyenda'!"

A modo de conclusión, R. Guénon plantea los dos términos de una alternativa que, según señala, "no se excluyen en absoluto": "o bien en otro tiempo se veía lo que actualmente ya no se ve por el hecho de haberse producido considerables cambios en el medio terrestre o en las facultades humanas, o más bien en ambas a la vez (…); o bien lo que hoy en día recibe el nombre de 'geografía' tenía antiguamente una significación completamente distinta".128

Si hemos insistido sobre las transformaciones acaecidas no sólo en el medio terrestre, sino también en el ser humano, es porque ellas explican suficientemente las deficiencias de la civilización que se nos ha ido imponiendo progresivamente, y cuyas consecuencias más recientes estamos descubriendo en este fin de ciclo. Estas transformaciones han sido continuas, pero sin duda alguna se aprecian más particularmente con ocasión de los diversos hiatos que hemos señalado, algunos de los más importantes han sido designados por R. Guénon bajo el sugerente término de "barreras". Enumera tres después de la desaparición de la Atlántida, y observa que sería perfectamente inútil para los historiadores, "querer remontarse todavía más lejos", ya que antes de que lo consigan, "es muy probable que el mundo moderno haya desaparecido a su vez".129 Es decir que para franquear todas esas "barreras" (que es a lo que nos obliga a partir de ahora nuestro estudio), y a falta de una ciencia histórica, no nos queda otro recurso que acudir a los datos tradicionales que han llegado hasta nosotros.

Creemos haber mostrado hasta aquí, a través de algunos textos antiguos referidos a los testimonios de esos lejanos tiempos, que el descenso cíclico se desarrolla, en su conjunto, con una velocidad cuyo crecimiento aumenta regularmente, originando, en determinadas épocas, hiatos o "caídas" acompañadas a menudo de calamidades o cataclismos de mayor o menor relieve según la importancia que revista el "momento decisivo" dentro del ciclo considerado. Así pues, y por lo dicho hasta ahora, en la continuidad cíclica estos puntos "fraccionales" se presentarán como momentos de "solidificación" más intensa, pero como veremos más adelante, también se verán afectados por una fragilidad proporcional.130 En cada ocasión esto se manifiesta por un endurecimiento en las cosas y por una tirantez inquieta entre las gentes. El medio se hace entonces más opaco y menos penetrable para el hombre, en tanto que este último se espesa, cegado, todavía más que antes, a la realidad de las cosas. En cada nueva "caída" esta doble alienación no hace sino más incierta y precaria la situación del ser humano en vías de "solidificación". Es esto precisamente lo que ocurre en las fechas medianas transicionales, y es esto también lo que le debió acontecer a la tercera Raza hacia la mitad de su recorrido, hacia 30.400,23 antes de nuestra era, pero de manera aún más marcada, y sin duda más decisiva, ya que se trataba de la mitad de nuestro Manvantara.

Hay que tener en cuenta que la "materialización" de la que hablamos, y que se traduce por un endurecimiento y una fragilidad, no debe ser entendida sólo en un sentido estrictamente corporal, sino como un fenómeno que afecta también al dominio sutil. Dicho fenómeno modifica en el hombre "su constitución 'psico-somática' ", y es esto sin duda lo que le ha llevado a prestar al mundo sensible una atención cada vez más exclusiva en conformidad con el descenso cíclico. Ahora bien, ese interés exagerado por la materialidad de las cosas se transformó un día en una verdadera fe materialista, la cual no ha hecho sino reforzar esta "solidificación" del mundo que en primer lugar "hizo posible" esa fe. Por ello, volvemos a insistir, "las reacciones generales del propio medio cósmico cambian efectivamente según sea la actitud que el hombre adopte al respecto".

No dejaremos de recordar, como ya hicimos en su momento y como es conveniente hacerlo cada vez que se hable de "solidificación" a propósito de nuestro mundo, que esta "solidificación" no podría proseguir indefinidamente: a medida que "avanza resulta más precaria, dado que la realidad más inferior es también la más inestable". Como es sabido, todo endurecimiento va acompañado frecuentemente de "grietas". Y es por ello por lo que una nueva "solidificación" en el mundo no puede ser "de hecho sino un nuevo paso hacia la disolución final".131

Más adelante volveremos sobre esta cuestión, pero es interesante saber desde ahora mismo que a cada momento crítico mediano de un ciclo, cuando la "solidificación" alcanza su máximum, en realidad es la tendencia a la disolución la que toma el relevo y se afirma, y esto, en las sociedades, es raro que no se traduzca en desórdenes más o menos "revolucionarios".



Continuación

NOTAS
117 René Guénon: Formes traditionnelles et Cycles cosmiques, p. 49.
118 Le Règne de la Quantité, p. 45.
119 "The Carboniferous Mystery", Vol. 162, Scientific American, Enero 1940.
120 "Thunder In His Footsteps", Natural History, Mayo 1939.
121 ¿Por qué los Indios? ¿Se trataría acaso de artistas bromistas ligados a un movimiento nacional para ridiculizar y desacreditar la ciencia de los Blancos? La realización de tales falsificaciones necesitaría en efecto de una empresa de cierta envergadura, porque estas huellas o "esculturas" misteriosas al parecer se encuentran con frecuencia en los estratos más profundos.

A propósito de este género de huellas, René Guénon piensa que, "de una manera general", éstas "representan la 'señal' de los estados superiores en nuestro mundo" (Initiation et Réalisation spirituelle, p. 238, nota). Por otra parte mucho habría que decir sobre las huellas de pies que los hombres han dejado en la roca.

122 No faltan científicos serios que reprueban estos "métodos", llenos de mala fe. Pero todo sucede como si se tratara de una conjura generalizada cuyo objetivo sería acallar las pocas voces honestas que intentan hacerse oír. Lean por ejemplo el nº 15 de la revista Totalité, que denuncia "Un crimen contra la humanidad: el Darwinismo": sabrán a qué atenerse, al menos en lo que concierne a esta fábula. No olvidemos el pestilente asunto de Glozel, con el que tantas "autoridades" se han comprometido.
123 Les grandes conjonctions, p. 19. Esta "aparición" del hombre, a la cual el autor parece conferir algún sentido especial, podría corresponder a la "salida del Paraíso terrestre" en 36.880,23, pero como a continuación especifica "hacia 30.000 años antes de J. C.", esto correspondería a nuestra fecha de 30.400,23 y, por lo tanto, a una "mutación" de la tercera Raza, y también de nuestra humanidad.
124 Y por consiguiente, en nuestros tiempos "envejecidos", tenemos un ejemplo cotidiano de esta flexible "fluidez" de los "jóvenes" tiempos: todo el mundo ve bien que los niños gocen de una elasticidad de la que adolecen totalmente las personas ancianas.
125 R. Guénon: Le Règne de la Quantité, p. 113-115. Lo mejor que podemos hacer aquí es remitir a esta obra magistral, que en su capítulo XVII trata de la "solidificación del mundo". Uno nunca se cansa de releer tales escritos.
126 Ibid., capítulo V, p. 47-48.
127 Ibid., p. 115-117.
128 Ibid., p. 128-132.
129 Ibid., p. 130.
130 Lo mismo ocurre entre los humanos: éstos, a lo largo de su vida, envejecen de forma regular y continua, lo que no impide que "desciendan", de tanto en tanto, de "escalón" en "escalón", cada vez más "rígidos", más frágiles, más "quebradizos", más próximos a su fin.
131 Ibid., p. 118.

 

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