CICLOS COSMICOS DE LA HUMANIDAD 
MANRIQUE MIGUEL MOM (†) 
(Fragmento)
Gnosis 
      "Esta palabra significa el conocimiento que al revelar al hombre el porqué de la irreductibilidad del mal, es una noción salvadora. El gnóstico es un extranjero que rechaza las evidencias recibidas de este mundo. La gnosis es un saber cuya modalidad propia constituye no una contramarcha del pensamiento discursivo, sino una revelación narrativa de las cosas ocultas, una luz salvífica que aporta por sí misma la vida y la alegría, una gracia divina que actúa y asegura la salvación. Saber o conocer qué se es, quién se es, comprender un universo superior del cual se viene, donde están nuestros orígenes, es estar de antemano salvado, y ello es la gnosis
      Esta no es jamás un conocimiento teórico, sino un saber operativo, es decir, conductor y realizador a la vez de la metamorfosis y del renacimiento de un ser." 
Henry Corbin
       Extracto de El elemento dramático de las cosmogonías gnósticas. Cuadernos de la Universidad de San Juan de Jerusalén Nº 5.
 
PROLOGO
El trabajo de recopilación e investigación que presentamos bajo el título de "Ciclos Cósmicos de la Humanidad", sin perjuicio de evidenciar directamente la presencia del tiempo cíclico desde la creación del Universo –incluído por cierto nuestro Sistema Solar– determina asimismo calidad cíclica a las sucesivas civilizaciones que han habitado y a las que hoy habitan la Tierra. 

Nuestro objetivo es limitado, pues solamente abarca cuatro grandes civilizaciones: el Hinduísmo, el Judaísmo, el Cristianismo, y el Islamismo, civilizaciones cuyas respectivas doctrinas incorporan con mayor o menor amplitud indicios firmes o relativamente velados –bajo formas diversas– de la calidad cíclico–cósmica de nuestro mundo y de nuestro tiempo, así como algunas breves referencias sobre el esoterismo propio de algunas de ellas. 

Un aspecto que consideramos indispensable destacar desde ahora está configurado por la llamativa correspondencia que se observa entre el origen y la terminación de la glaciación cuaternaria denominada genéricamente Würm cuya extensión abarca un lapso de unos 65.000 años, entre el 75.000 a.C. y el 10.000 a.C. en que comenzó la regresión de glaciares. Esta glaciación cubrió de un modo amplio el Hemisferio Norte, estimándose que hacia el año 2.000 próximo podría prácticamente finalizar el retroceso de los hielos, salvo en los casquetes polares y sus proximidades inmediatas y no mediando una hipotética intervención de algunos factores astronómicos que analizaremos más adelante. 

En el caso especial de la glaciación Würm (75.000 a.C. a 10.000 a.C.) y del ciclo cósmico de la humanidad cuyas últimas manifestaciones observamos actualmente, sabemos que su final podría producirse aproximadamente hacia el año 2.000 próximo, acumulando más o menos una duración de 64.800 años (62.800 a.C. + 2.000 d.C. = 64.800 años). Por cierto, las cifras consignadas son exclusivamente estimativas, pero reúnen no obstante adecuada credibilidad y pueden considerarse, por lo menos, posibles. 

Nuestro actual ciclo cósmico –o Manvántara en la terminología hindú– comenzó en el año 62.800 a.C. y finalizará probablemente hacia el año 2.000 d.C.; sus ciclos internos se articulan y escalonan en la siguiente forma: 
 

Krita-Yuga (Edad de Oro)
 25.920 años 
 62.800/36.880 a.C.
Tretâ-Yuga (Edad de Plata)
19.440 años 
 36.880/17.440 a.C.
Dwâpara-Yuga (Edad de Bronce)
12.960 años 
 17.440/  4.480 a.C.
Kali-Yuga (Edad de Hierro)
  6.480 años
   4.480/  2.000 d.C.
 
 Duración del Manvántara
64.800 años
 
Cronología del "Kali-Yuga " o "Edad de Hierro" actual
Edades: 
Sandyhâ (crepúsculos)
Edad de Oro
4.480 a.C. / 1.888 a.C.
4.480 a.C. / 4.156 a.C.
Edad de Plata
1.888 a.C. /     56 d.C.
 . . . . . . . . . .
Edad de Bronce
      56 d.C. / 1.352 d.C.
. . . . . . . . . .
Edad de Hierro
 1.352 d.C. / 2.000 d.C.
1.676 d.C. / 2.000 d.C.
De lo expuesto precedentemente es posible deducir sin esfuerzo que en el caso de la glaciación cuaternaria Würm (75.000 a.C./10.000 a.C.) existe una notoria coincidencia con nuestro ciclo cósmico actual, que abarca desde el 62.000 a.C. hasta el 2.000 d.C. incluída una razonable regresión de los glaciares würmienses hacia los tramos finales de la glaciación. 

La carencia de información fidedigna referida a eventuales asentamientos humanos de alguna importancia, nos impide analizar la glaciación cuaternaria Riss (200.000 a 120.000 a.C.) en calidad de ciclo cósmico humano presumiblemente desarrollado en un lapso aproximadamente coincidente con la aludida glaciación. La geología –por su parte– nos señala que todos los períodos glaciales producidos en el pasado se caracterizaron por provocar extensas inundaciones de tierras, debidas al aporte de aguas que producen los grandes ríos que tienen sus fuentes en los glaciares. Los libros sagrados hindúes, al mencionar el vocablo prâleya lo hace derivar de pralaya (diluvio–destrucción), y aquél significa nieve, escarcha, o hielo, lo que indica que la relación entre hielos y diluvios no era desconocida por los hindúes de otrora. Simultáneamente, el agua evaporada de los mares, ríos, y grandes lagos, además de alimentar los glaciares al precipitarse en forma de nieve, provocaba un descenso generalizado de los niveles oceánicos, dejando al descubierto considerables extensiones de las plataformas continentales en todo el planeta, superficies en las que, en las zonas tornadas luego aptas climatológicamente, se registró la invasión, primero por la vegetación, luego por los animales, y más tarde por los hombres, en busca de sustento y de lugares de asentamiento y ulterior expansión. 

George Gamow es el geofísico ruso–americano que una vez más –con su comprobado conocimiento– nos explicó en vida las causas de las invasiones glaciales que periódicamente se producen sobre la superficie de la Tierra. En primer lugar –sostenía– dicha periodicidad es doble, pues las congelaciones extensas sólo tienen lugar durante los períodos de la historia terrestre que siguen a las grandes revoluciones orogénicas, cuando se eleva la superficie de los continentes, cubriéndose éstos de altas montañas. Esta periodicidad indica, sencillamente, que la existencia de tales plegamientos es un requisito previo para la formación de gruesas capas de hielo, las cuales –creciendo más y más– descienden de las montañas e invaden áreas extensas de las llanuras en derredor, o también se desploman en algunos casos sobre los mares u océanos colindantes con las montañas –o próximos a ellas– cubriéndolos paulatinamente en extensiones más o menos importantes con gruesas capas de hielos flotantes. 

Pero dentro de cada era glacial correspondiente a una revolución orogénica dada, también hay variaciones periódicas de duración considerablemente menor. Mientras las montañas todavía subsisten, el hielo avanza y se retira a través de las llanuras, o se funde en el océano, en formas muchas veces sucesivas. Esta segunda periodicidad es, sin duda alguna, independiente de las variaciones en las características estructurales de la superficie de la Tierra, y debe atribuirse a cambios auténticos de la temperatura. 

Como el balance de calor de la superficie terrestre está enteramente regulado por la cantidad de radiación que llega a ella, debemos buscar los factores que puedan influir sobre la radiación solar incidente. Pueden ser factores de este género:  

1) Las variaciones de transparencia de la atmósfera terrestre;  

2) Los cambios periódicos que experimenta la actividad solar;  

3) Los cambios en la rotación de la Tierra alrededor del Sol, y las anomalías concurrentes de orden astronómico y cósmico.

La explicación estrictamente atmosférica de la variabilidad del clima, descansa sobre la hipótesis de que, por el motivo que fuere, la cantidad de dióxido de carbono (CO2) que contiene nuestra atmósfera está sujeta con el tiempo a fluctuaciones periódicas. Como este componente de la atmósfera es en alto grado responsable de la absorción de calor solar, una disminución relativamente pequeña del dióxido de carbono contenido en la atmósfera podría ser la causa de una caída considerable de la temperatura de la superficie, resultando de ella la formación excesiva de hielo que caracteriza los períodos glaciales. Se debe –sin embargo– tener en cuenta que aunque esa explicación es, en sí misma, perfectamente posible, la razón de estas supuestas fluctuaciones periódicas en la composición de la atmósfera no está clara, ni mucho menos. Además, no hay manera de comprobar si las extensas invasiones glaciales del pasado estuvieron ligadas, efectivamente, a variaciones en el contenido atmosférico de dióxido de carbono. 

La hipótesis que procura explicar las temporadas de frío con la variabilidad solar, adolece del mismo género de imprecisiones. Para asegurarnos, observemos las variaciones periódicas de la radiación solar que son debidas al número variable de manchas solares, las cuales alcanzan un máximo cada diez o doce años. También es cierto que durante los años de manchas solares en número máximo, la temperatura media terrestre disminuye unos 0º,55 a 1º centígrados, porque decrece la cantidad de radiación recibida. Pero no existen indicios –ni experimentales, ni teóricos– de que las variaciones en la actividad solar persistan miles de años. Igual que en las hipótesis del dióxido de carbono, también aquí parece imposible cotejar las coincidencias o no coincidencias de las pasadas edades glaciales con los mínimos de actividad solar. 

La última de las tres hipótesis (los cambios en la rotación de la Tierra alrededor del Sol) no parece estar sujeta a estas limitaciones; según veremos, no sólo nos pone en condiciones de comprender las causas de las glaciaciones periódicas, sino que además resulta posible concordar muy bien sus datos en las pruebas geológicas. 

Los cambios estacionales en la superficie de la Tierra se deben al hecho de que su eje de rotación está inclinado respecto al plano de la órbita; de manera que, durante seis meses el hemisferio Norte (y otros seis meses el hemisferio Sud) está vuelto hacia el Sol. Ahora bien, debido a la mayor duración del día y la incidencia más vertical de los rayos solares, el hemisferio vuelto hacia el sol recibe considerablemente más calor y está en la estación cálida tibio–veraniega (primavera–verano), mientras el hemisferio opuesto atraviesa la fría estación fresco–invernal (otoño–invierno). 

Sin embargo, se debe recordar que la órbita de la Tierra no es exactamente un círculo, sino una elipse, con lo cual la Tierra está más próxima al Sol en algunos tramos de su trayectoria, que en otros. En la actualidad, la Tierra pasa por el perihelio (el punto más próximo al Sol) a fines de diciembre (hemisferio Sud), y llega a su máxima distancia al Sol (afelio) a fines del mes de junio (hemisferio Sud). 

Por consiguiente, los inviernos deben ser algo más suaves en el hemisferio Norte que en el Sud. Por las observaciones astronómicas sabemos que la distancia al Sol en diciembre (hemisferio Norte) es el 3% más pequeña que en junio, aproximadamente, razón por la cual la diferencia entre la cantidad de calor recibido por uno u otro hemisferio tendría que ser del 6%, ya que la intensidad de la radiación disminuye en razón inversa al cuadrado de la distancia. Según una fórmula que relaciona la cantidad de radiación recibida y la temperatura de la superficie, puede –por ejemplo– deducirse que en los años 1941-1942 la temperatura media de los veranos del Hemisferio Norte era 3º,85 a 4º,95 Centígrados más baja, y la temperatura media de los inviernos del mismo Hemisferio era –a su vez– 3º,85 a 4º,95 Centígrados más alta que los valores correspondientes en ambos casos al Hemisferio Sud. 

Podría creerse que estas diferencias entre los dos hemisferios no pueden contribuir a la explicación de los períodos glaciales, puesto que los inviernos más fríos se compensarán con los veranos más cálidos, y viceversa. Sin embargo, esto no es cierto, porque el efecto relativo de las variaciones de temperatura sobre la formación de hielo es por completo diferente para veranos e inviernos. En efecto, si la temperatura ya se halla por debajo del punto de congelación del agua (que es lo corriente en invierno en no pocos lugares), una ulterior disminución no influirá en la cantidad de nieve caída, pues toda humedad presente en el aire, de todos modos, se precipitará. Por otra parte, el aumento de radiación en los veranos acelerará considerablemente la fusión y la retirada de los hielos formados durante los meses invernales. Debemos pues llegar a la conclusión de que los veranos más fríos favorecen la formación de capas de hielo en medida mucho mayor que los inviernos fríos, y que, por consiguiente, las condiciones para la extensión de los glaciares se dan –en la actualidad– en el Hemisferio Norte. 

Pero podemos preguntarnos, decía George Gamow, ¿por qué entonces si las condiciones climáticas lo favorecen, no tenemos en los tiempos actuales una época glacial en Europa y Norteamérica? La contestación a esta pregunta se apoya en el valor absoluto de la diferencia de temperaturas: parece que el enfriamiento de 3º,85 a 4º,95 Centígrados está justamente por debajo de la cantidad de frío necesaria para el crecimiento de las capas de hielo. Según hemos visto ya, los glaciares del hemisferio norte están actualmente retirándose, más que avanzando. Pero el muy delicado balance entre la cantidad de nieve caída durante los inviernos, y la cantidad de hielo que se funde en los veranos, y una caída de la temperatura veraniega que fuere solamente dos o tres veces mayor de lo que es, podría invertir por completo la situación. 

Además de los factores geológicos y atmosféricos que influyen sobre el proceso de iniciación, desarrollo, y término de las glaciaciones, existen numerosos otros –de origen y naturaleza específicamente cósmicos y de características cíclicas– que concurren aislada o conjuntamente a condicionar el rigor o la suavidad del acontecimiento. Tales episodios cósmicos concurrentes son: 
 

 I) 
Angulo de inclinación del eje de la Tierra, referido al plano de la órbita. 

Esta inclinación se encuentra sometida a variaciones con períodos de 40.000 años, o sea que en un ciclo completo de precesión de los equinoccios (aproximadamente 25.920 años) el eje varía su inclinación entre el máximo y el mínimo 1,5432 veces. A las mayores inclinaciones se incrementan las diferencias de temperaturas entre los dos hemisferios terrestres y conducen a veranos más cálidos e inviernos más fríos. 

Por el contrario, la perpendicularidad del eje de la Tierra conduce a la uniformidad de climas, y las diferencias estacionales desaparecerían por completo si el eje de la Tierra fuere perpendicular al plano de la órbita. 
 

 II) 
Lento giro de la órbita de la Tierra alrededor del Sol, con periódicos aumentos y disminuciones de su excentricidad, que varían entre 60.000 a 120.000 años. Este giro se superpone al de la precesión del eje de la Tierra.
 
III)
Cambios periódicos en la excentricidad de la órbita de la Tierra. 
Durante las épocas de órbita muy alargada, la Tierra está especialmente alejada del Sol cuando pasa por el punto más distante de su trayectoria alrededor del astro, y la cantidad de calor que reciben ambos hemisferios es excepcionalmente baja. 

A título de ejemplo, y según cálculos exactos, la excentricidad de la órbita terrestre hace 180.000 años, o sea en plena glaciación alpina RISS (SAALE, en Europa del Norte; ILLINOIS, en América del Norte; PRIMERA GLACIACION HIMALAYA, en Asia), era dos y media veces mayor que en la actualidad. 
 

IV)
Pese a que los cambios de temperatura resultantes de una cualquiera de las causas antes enumeradas no hayan sido muy importantes, debemos recordar que si en cierta época de la historia de la Tierra hubieran actuado todas las causas en un mismo sentido, el efecto combinado habría sido bastante grande. Consecuentemente, en la época en que el alargamiento de la órbita era especialmente amplio, el ángulo de inclinación del eje particularmente pequeño, y el verano del Hemisferio Norte ocurría al pasar la Tierra por el punto más lejano de su alargada órbita, la cantidad de calor que recibía este hemisferio tiene que haber sido excepcionalmente baja. 

Por el contrario, una órbita poco excéntrica, y la inclinación opuesta del eje de rotación terrestre, tienen que haber causado en dicho hemisferio condiciones climáticas considerablemente más suaves. 
 

¿Cuántos "mundos", cuántos "Días de Brahma" o "re–creaciones" tuvieron lugar antes de nuestra creación? ¿Cuántas "Noches de Brahma" o "retornos al principio" sucedieron a cada una de las "creaciones"? ¿Quién podría saberlo? 

No existe medida ni conocimiento de los anteriores "Días de Brahma". Solamente sabemos que nuestro Kalpa del "Jabalí Blanco" está compuesto por catorce ciclos menores llamados "Manvántaras", y que el actual –nuestro Manvántara– habría comenzado hace unos 64.800 años, y que –entre otras posibles– abarcaría la zona hoy llamada "Arco Nor–occidental" de Asia, que cubre la región delimitada por las penínsulas de Tajmir y de Gyda – Montes Urales – Cáucaso – Montes del Ponto, y las partes del "Arco Nor–oriental" asiático que abarcan las regiones delimitadas por el Hindukush y el Sud de los Himalayas. 

Parece ser que el origen de las migraciones de los pueblos védicos y avésticos podría muy probablemente ubicarse en las costas del vasto estuario del río Ob (Península de Gyda, al este, y de Jamal, al Oeste), a la altura del paralelo de 70º Norte, y entre los meridianos de 65º y 85º Este de Greenwich, delimitado al Oeste por los Montes Urales – Mar Caspio, y al Este por el actual Turquestán y los Montes Tien-Shan. 

Hasta hace poco más de un siglo muchos eruditos no podían comprender cómo una zona agradable para habitar podía estar situada casi en el límite del hielo, próxima al Polo Norte. Pero los progresos de la geología han logrado oportunamente demostrar que en el período interglaciar Riss-Würm (120.000 a 75.000 a.C.) y en sus equivalentes en Asia, Europa Septentrional, y en América del Norte, el clima circumpolar era suave y templado, y por lo tanto no era desfavorable para la vida autóctona, habituada al clima global resultante en la región. 

¿Ha pensado el lector que desde el fin de la glaciación "Würm" hasta nuestros días han transcurrido unos 12.000 años, dando cabida a unas 400 generaciones humanas de 30 años cada una, y que en el período interglaciar previo "Riss-Würm" –que se prolongó a lo largo de unos 45.000 años– pudieron ubicarse 1.500 generaciones, también de 30 años cada una? ¿Es posible negar a estas últimas la posibilidad de haber alcanzado paulatinamente un acentuado desarrollo espiritual e intelectual acorde con su tiempo? 

Las comarcas asiáticas a que hemos hecho referencia anteriormente y próximas al Océano Artico –entre otras– se tornaron inhabitables con la llegada de las glaciaciones "Riss" y "Würm", y los más tarde pobladores de partes del Norte asiático, obligados a abandonar sus territorios de origen, emigraron hacia el Sud atravesando diferentes regiones del Asia Central, para instalarse en la zona del Mar de Aral –en los valles de los ríos Amudarja y Syr-Darja, territorios a partir de los cuales, en el amanecer de los tiempos históricos, les vemos emigrar nuevamente, los védicos hacia el Este - Sudeste, y los avésticos en dirección Sud-Oeste. 

Con el transcurso del tiempo, los védicos, así llamados por sus textos sagrados denominados "Vedas", integraron los pueblos hindúes, en tanto el "Avesta" pasó a ser el conjunto de libros sagrados de los pueblos avésticos, que se instalaron en parte de los territorios de lo que hoy constituye el Irán. 

Del somero análisis realizado podemos deducir que –en términos generales– los períodos interglaciales del Hemisferio Norte fueron suficientemente aptos para posibilitar la implantación y desarrollo de poblaciones autóctonas, hasta la región delimitada por los paralelos de 45º a 55º de latitud Norte, y –excepcionalmente– hasta el paralelo de 70º, si bien en regiones de razonable altimetría. En los propios períodos glaciales, grupos humanos vernáculos podrían haberse instalado probablemente hasta los 40º a 50º de latitud Norte, exceptuando tal vez en parte la época cubierta por la glaciación "Riss". 

Por lo tanto, todo parecería señalar que en aquellos períodos en los cuales los factores cósmicos concurrentes que hemos enumerado en su momento incidían favorablemente en forma poco menos que conjunta, las condiciones para el desarrollo de etapas aptas para la evolución de la vida podían configurar un verdadero "ciclo humano", tal como ocurrió en el período interglaciar "Riss-Würm". 

Está suficientemente comprobado que con cierta periodicidad se producen en el espacio una serie de fenómenos celestes que actúan sobre nuestro planeta, y cuya calidad cíclica y origen cósmico obra a través de sus efectos y consecuencias sobre la Tierra y sus habitantes. Tal es el caso típico del fenómeno de la "precesión de los equinoccios" y del influjo de los "fenómenos o factores cósmicos concurrentes". 

Cuando los pueblos hiperbóreos se vieron obligados a abandonar las zonas circumpolares arrasadas por la llegada del equivalente asiático de la glaciación "Würm", emigraron hacia el sud, atravesaron diferentes regiones de Asia Central, y se instalaron finalmente en los valles del Mar Caspio, del Mar de Aral y de sus afluentes, los ríos Amu-Darja y Syr-Darja, así como también –algo más tarde– en la región del Indo ("Sind"), que desagua en el Mar de Arabia, regiones de las cuales emigraron nuevamente, los arios védicos hacia el Sudeste, y los arios avésticos hacia el Sudoeste. 

Otros pueblos hiperbóreos, merced a que la glaciación no afectó mayormente las llanuras de Siberia Occidental, ni tampoco la desembocadura del río Lena hasta el borde occidental de la Estepa de los Kazakos, emigraron –entre otras direcciones– desbordando el extremo Sud de los Montes Urales y, por el Norte de los mares Caspio y Negro, marcharon hacia Occidente. Simultáneamente –o muy poco más tarde– el éxodo de los pueblos hiperbóreos ariohablantes se extendió por toda el área circundante del Mar Negro y más allá del ámbito del Egeo, los Balcanes, Centroeuropa y el área báltica, y Rusia Central. Naturalmente, el éxodo alcanzó también los territorios del Próximo Oriente y el Asia Menor. Algunos pueblos ariohablantes irrumpieron en el área mesopotámica a partir de la meseta irania: tal fué el caso de los mitanios, kasitas, y hurritas, en tanto los hititas y luvianos, también ariohablantes, lo hicieron desde el Noroeste, a través de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. 

Los invasores eran portadores de la cultura "Kurgan" (o de los "Túmulos Funerarios"), potente y duradera cultura eurásica de raíces hiperbóreas que causó cambios locales en la prehistoria de Europa y del Próximo Oriente. A través de los pueblos que irrumpieron de tal manera, la mayor parte de Europa y algunas amplias comarcas del Próximo Oriente fueron gradualmente indoeuropeizándose o arianizándose, respectivamente. Parece una hipótesis aceptable la que sostiene que durante el cuarto y el tercer milenios, y principios del segundo milenio antes de Cristo, los pueblos ariohablantes consiguieron transformar los moldes culturales de una gran parte del Próximo Oriente, Asia Menor más Europa y, probablemente, convertir cierto número de las poblaciones locales en ariohablantes, o al menos en hablantes del indoeuropeo. 

En el tercer milenio antes de Cristo, una de las manifestaciones de la expansión de la cultura Kurgan –denominada Kurgan III– se orientó por el Oeste del Mar Caspio y el Este del Mar Negro, en dirección a los territorios situados inmediatamente al Norte y Sud, para reunirse en una amplia zona sita en los territorios que hoy constituyen Georgia, Armenia, Azerbaiján, y el Norte y Nordeste de Siria, una de cuyas salidas está dada por la dirección general de los dos grandes ríos –Tigris y Eúfrates– así como por la orientación de los Montes Zagros. Asimismo, los plegamientos, las llanuras y los valles, determinaban la expansión general del país: sus habitantes intentarán salir –por occidente– más allá o muy próximos a las nacientes de los cursos superiores del Tigris y del Eúfrates, hacia Siria y el Mediterráneo, y –por oriente– en dirección a la meseta iraní. 

Hacia el 2.500/2.300 a.C., una parte menor de la aludida expresión de la cultura Kurgan III, integrada en su gran mayoría por pueblos ariohablantes, se puso en movimiento en busca de los territorios que hoy constituyen el Norte y el Oeste de Siria, Fenicia, y el Líbano, en una especie de maniobra de exploración y reconocimiento ofensivo, en pos de información sobre territorios lindantes con el Mediterráneo, pueblos y riquezas, y posibilidades de establecer relaciones comerciales y políticas. Simultáneamente, otra columna menor se orientó hacia el Sudeste, a lo largo del cauce del Eúfrates, en busca de un objetivo asaz restringido, cual era el de intentar contactos pacíficos con los pueblos que ocupaban la más tarde denominada "mesopotamia". 

Otro grupo numeroso de la cultura Kurgan III había continuado su penetración hacia Occidente por el Norte del Mar Negro, para luego de haberlo superado desprender una nutrida rama que irrumpió en el Asia Menor desde el Oeste a través del Bósforo y los Dardanelos, dividiéndose luego en dos columnas, las del Norte (hititas) se orientó hacia el Levante, y la del Sud (luvianos), lo hizo en dirección al llamado fondo del Mediterráneo, esto es, la costa marítima que se extiende desde Turquía, al Norte, hasta Egipto, al Sud.

 
 
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